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Entre augurios pesimistas o esperanzas ingenuas

Juan Diego Godoy
13 de enero, 2020

Tras la improvisada gestión del Gobierno actual, el nauseabundo Congreso y la clara corrupción en las cortes, pareciera que en 2019 no aprendimos nada sobre las consecuencias entre elegir el “mal menor” y seguir viciando la reputación que el desempeñar un cargo público conlleva en nuestro país: un sinónimo de corrupción, polémica, deshonor y engaño. Es un hecho que permitimos que unas elecciones se llevaran a cabo cuando hubo claras violaciones a los derechos de algunos candidatos, una falta de liderazgo de un Tribunal Supremo Electoral que no sabía aplicar las nuevas las reglas del juego, mucha confusión en la prensa y en los votantes y un síntoma de desesperanza electoral. Sin embargo, lo que veremos en 2020-2024 además de sus sombras, tiene sus luces.

Vamos a ello.

Elegimos (aunque yo no le voté, pero un presidente es presidente de todos, nos guste o no) nuevamente la opción más o menos decente que quedaba en la lista: Alejandro Giammattei. Ahora tenemos por presidente a un personaje polémico que, como todo en este mundo, tiene dos versiones, dos vías, dos formas de apreciación. La Cara A es aquella acompañada con una sed insaciable de poder y que prueba de ello son todas las elecciones en las que participó (2007, 2011 y 2015). Sumadas a eso está la cantidad innumerable de promesas pendientes que son la factura de haber fracasado en tres contiendas electorales, no sin antes mencionar que para estos comicios utilizó como vehículo electoral un partido de cartón sin visión – lo mismo que hizo cuando participó con los casi difuntos partidos GANA, Casa y Fuerza. Giammattei asumirá el cargo con un respaldo de tan solo 1,907,801 votos en una de las contiendas electorales más cuestionadas de la historia democrática y en la que no ganó él sino el anti voto a Sandra Torres. La Cara B, con “b” de buena, podría ser la de un profesional estudioso, médico y bombero, conocedor del sistema político, de salud y penitenciario, con experiencia en la gestión pública y que en estos seis meses de transición de gobierno ha demostrado una amplia capacidad para hacer escuchar sus ideas a varios grupos de interés, afianzar las propuestas electorales en las instituciones y sectores competentes y comenzar negociaciones con otros países para rescatar al nuestro desde diferentes esferas. Por ahora, ha generado menos división de la que existe, quizás porque todavía la figura de Jimmy Morales sigue acaparando las peleas entre bandos.

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La renovación de las dos terceras partes de los diputados del Congreso se percibe con aires de triunfo, al menos por la inocencia del momento, mezclados con la incertidumbre que genera un hemiciclo tan dividido. La aritmética en este Congreso 2020-2024 no juega a favor de nadie. Será uno de los hemiciclos más “dinamitados” de la historia moderna de este país. No hay mayoría (ninguno con 81 diputados) en los ahora 19 partidos políticos (en el periodo anterior había 14). El partido Vamos se presenta como un oficialismo débil, al igual que FCN hace cuatro años, con escasos 17 representantes. La principal oposición sigue siendo la siempre corrupta y sombría UNE con 52 diputados. Como si fuese un chiste de mal gusto, la tercera fuerza es la UCN, el partido del narcotráfico, con 12 curules. En las nuevas agrupaciones, entre las que abundan los partidos de cartón que están condenados a desaparecer y no durar más de un periodo, hay entre 7 y 6 diputados, y algunas con solo tres o un representante. Solo seis bancadas de las 19 (UNE, Vamos, UCN, Valor, Bien y FCN) suman 107 diputados, es decir el 67% del total de parlamentarios que integrarán el pleno y la necesidad de formar alianzas a cambio de favores, pactos y quién sabe qué más, será una realidad. 

Lo que está claro en el Ejecutivo y en el Legislativo es que las dificultades para ejercer el poder por parte de un Giammattei y un Vamos en minoría no les eximen de ejercer sus cargos, como presidente y partido oficial de la mejor manera posible para intentar recuperar el respeto que se ha perdido por los poderes del Estado, las figuras de la autoridad y el liderazgo guatemalteco. Quizás la solución no esté en debilitar más a un Alejandro Giammattei y a Vamos, sino en buscar puntos en común para crear un gobierno de unidad, un acuerdo de paz que se transforme en medidas puntuales para atacar los principales cánceres de este país que se distribuyen en tres temas urgentes: salud, educación e infraestructura. 

Si bien no podemos ahogarnos en augurios pesimistas sobre el Ejecutivo y el Congreso que vendrán, tampoco es válido caer ante la esperanza ingenua de que la solución a todos los problemas de este país vendrá con de la mano de un solo personaje o un solo partido en cuatro años de gobierno. Ya no estamos para los cuentos con finales perfectos. Hemos de adecuarnos a la dosis de realidad que nuestra historia nos exige. La ciudadanía debe apoyar a nuestras nuevas autoridades en la búsqueda de consensos que, lejos de estar condenados por una pelea estéril entre ideologías e inclinaciones, para resolver las problemáticas de este país con planes firmes a corto, mediano y largo plazo, que sean ejecutados por la diversidad sana de posturas y mentalidades de los gobiernos venideros. 

Deseo que Alejandro Giammattei sea el mejor presidente de Guatemala y que yo me tenga que tragar mi augurio pesimista. Quizás el partido Vamos demuestre en el Congreso que tiene una ideología clara y un plan legislativo para Guatemala. Por el bien del país, espero que así sea. Pero si no lo es, las razones son evidentes. Volvimos a fallar y varios volverán a llorar. Solo que dentro de cuatro años, los hipócritas culparán a Giammattei como lo hicieron con Morales, y el círculo vicioso volverá a comenzar sin haber aprendido la lección: ningún resultado es bueno cuando la cantera de opciones está contaminada.


Entre augurios pesimistas o esperanzas ingenuas

Juan Diego Godoy
13 de enero, 2020

Tras la improvisada gestión del Gobierno actual, el nauseabundo Congreso y la clara corrupción en las cortes, pareciera que en 2019 no aprendimos nada sobre las consecuencias entre elegir el “mal menor” y seguir viciando la reputación que el desempeñar un cargo público conlleva en nuestro país: un sinónimo de corrupción, polémica, deshonor y engaño. Es un hecho que permitimos que unas elecciones se llevaran a cabo cuando hubo claras violaciones a los derechos de algunos candidatos, una falta de liderazgo de un Tribunal Supremo Electoral que no sabía aplicar las nuevas las reglas del juego, mucha confusión en la prensa y en los votantes y un síntoma de desesperanza electoral. Sin embargo, lo que veremos en 2020-2024 además de sus sombras, tiene sus luces.

Vamos a ello.

Elegimos (aunque yo no le voté, pero un presidente es presidente de todos, nos guste o no) nuevamente la opción más o menos decente que quedaba en la lista: Alejandro Giammattei. Ahora tenemos por presidente a un personaje polémico que, como todo en este mundo, tiene dos versiones, dos vías, dos formas de apreciación. La Cara A es aquella acompañada con una sed insaciable de poder y que prueba de ello son todas las elecciones en las que participó (2007, 2011 y 2015). Sumadas a eso está la cantidad innumerable de promesas pendientes que son la factura de haber fracasado en tres contiendas electorales, no sin antes mencionar que para estos comicios utilizó como vehículo electoral un partido de cartón sin visión – lo mismo que hizo cuando participó con los casi difuntos partidos GANA, Casa y Fuerza. Giammattei asumirá el cargo con un respaldo de tan solo 1,907,801 votos en una de las contiendas electorales más cuestionadas de la historia democrática y en la que no ganó él sino el anti voto a Sandra Torres. La Cara B, con “b” de buena, podría ser la de un profesional estudioso, médico y bombero, conocedor del sistema político, de salud y penitenciario, con experiencia en la gestión pública y que en estos seis meses de transición de gobierno ha demostrado una amplia capacidad para hacer escuchar sus ideas a varios grupos de interés, afianzar las propuestas electorales en las instituciones y sectores competentes y comenzar negociaciones con otros países para rescatar al nuestro desde diferentes esferas. Por ahora, ha generado menos división de la que existe, quizás porque todavía la figura de Jimmy Morales sigue acaparando las peleas entre bandos.

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Lo que está claro en el Ejecutivo y en el Legislativo es que las dificultades para ejercer el poder por parte de un Giammattei y un Vamos en minoría no les eximen de ejercer sus cargos, como presidente y partido oficial de la mejor manera posible para intentar recuperar el respeto que se ha perdido por los poderes del Estado, las figuras de la autoridad y el liderazgo guatemalteco. Quizás la solución no esté en debilitar más a un Alejandro Giammattei y a Vamos, sino en buscar puntos en común para crear un gobierno de unidad, un acuerdo de paz que se transforme en medidas puntuales para atacar los principales cánceres de este país que se distribuyen en tres temas urgentes: salud, educación e infraestructura. 

Si bien no podemos ahogarnos en augurios pesimistas sobre el Ejecutivo y el Congreso que vendrán, tampoco es válido caer ante la esperanza ingenua de que la solución a todos los problemas de este país vendrá con de la mano de un solo personaje o un solo partido en cuatro años de gobierno. Ya no estamos para los cuentos con finales perfectos. Hemos de adecuarnos a la dosis de realidad que nuestra historia nos exige. La ciudadanía debe apoyar a nuestras nuevas autoridades en la búsqueda de consensos que, lejos de estar condenados por una pelea estéril entre ideologías e inclinaciones, para resolver las problemáticas de este país con planes firmes a corto, mediano y largo plazo, que sean ejecutados por la diversidad sana de posturas y mentalidades de los gobiernos venideros. 

Deseo que Alejandro Giammattei sea el mejor presidente de Guatemala y que yo me tenga que tragar mi augurio pesimista. Quizás el partido Vamos demuestre en el Congreso que tiene una ideología clara y un plan legislativo para Guatemala. Por el bien del país, espero que así sea. Pero si no lo es, las razones son evidentes. Volvimos a fallar y varios volverán a llorar. Solo que dentro de cuatro años, los hipócritas culparán a Giammattei como lo hicieron con Morales, y el círculo vicioso volverá a comenzar sin haber aprendido la lección: ningún resultado es bueno cuando la cantera de opciones está contaminada.