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Una pincelada más en torno al corazón renacentista de esta ciudad

Armando De la Torre
22 de enero, 2020


He permanecido como huésped suyo por casi medio siglo.

Y así, con el paso de los años, me ha sido dado descubrir paulatinamente entre sus montañas de suaves contornos esta monumental joya urbana de raigambre tan genuinamente hispánica: Guatemala.  

Durante sus primeros tres siglos, pero en otro valle distinto al actual donde hoy se asienta, es decir, en el de Panchoy, pareció niña mimada de aquellos rudos conquistadores y colonizadores españoles de aquellos tiempo. Por contraste todavía hoy me deleito en el diseño renacentista tan rectilíneo de sus calles y avenidas, pero, repito, en el valle de la Ermita. Por lo tanto, hablar de la capital de Guatemala resulta en la práctica hablar de dos ciudades: de la Antigua y de la contemporánea.

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Pero asimismo he descubierto que alguno de sus hijos más preclaros, dado su inevitable trasfondo político, han sido y son, a su turno, genios innovadores de estilos atrayentes en el arte, en la manufactura, en la industria, el comercio, en el combate, sin olvidar también en las ciencias exactas. Pero en todo ello creo descubrir cierta actitud empresarial, es decir, muy emprendedora. Me da igual intuirlo tanto al hermano Pedro como en la familia de los Castillo de la cervecería nacional. 

Aunque mi profesión no es la del historiador y por eso tampoco me siento obligado a recopilar hechos y anécdotas, sin embargo, en cuanto vecino cada día me impresiona más la belleza dispersa de sus trazos originales por entre plazas y coquetas avenidas y hasta lo avanzado de muchos de sus logros fabriles y artísticos, sin olvidar el precedente de lo especulativo también aquí tan sugeridos en la astronomía y en las artes manuales por los antiguos mayas.  

Pero aquí quiero aludir a uno de los rasgos más sorprendentes y fecundos de sus pobladores de siempre: los esfuerzos espontáneos por renovar e innovar la planta física de esta ciudad. 

Muy en particular, aquí quiero referirme a los ejemplares intentos de modernización de solo la zona cuatro capitalina, hace poco más de un siglo un barrio decadente en el marco de una ciudad rezagada y más tarde además el lugar de residencia del feroz y desquiciado dictador Manuel Estrada Cabrera.

Pero ahora confieso que cuando por primera vez pisé su suelo hace ya más de medio siglo, ignoraba muchísimos detalles de la rica herencia precedente a este foco de civilización hispanoamericana. 

Para mí, la Guatemala de aquel entonces había sido tan solo un referente para todo lo maya imaginado. 

Y, encima, de su experiencia política en cuanto República independiente también algo sabía por ciertos lazos familiares o de amistad con quienes alguna vez fueron embajadores de Cuba en Guatemala. 

Muy en especial por textos históricos pero también de oídas muy personales detalles sobre aquel encuentro romántico de un joven cubano de nombre José Martí con una belleza criolla y muy sentimental de la familia García Granados.

Aunque otra cosa muy diferente es haber gozado presencialmente de sus múltiples encantos de hoy, tanto los de su naturaleza geológica como los de sus altibajos culturales y sociales.   

Resulta que entre las muchas amistades de las que ahora me glorío aquí ha figurado una familia de pioneros originarios de Italia de apellido Mini, insertados en la vida local consecuentemente a la campaña de población europea promovida, entre otros, por el Presidente Reina Barrios, probablemente el más sagaz de todos los promotores del desarrollo guatemalteco. 

Los Mini constituyen una familia excepcional y hoy muy extendida que incluye a la vez muchos empresarios atrevidos y de fidelidad a los detalles. 

El patriarca original, don Juan Mini, rápidamente se asimiló a esta nueva tierra para él geológicamente tan turbulenta como la del terruño de donde venía, y desde entonces ni él ni sus descendientes han cesado de enriquecerla cultural y urbanizadoramente.  

A esto quiero dedicar este poco espacio que me queda. 

Quiero en especial referirme al rescate de los yermos y descuidados barrancos que hoy conocemos en su conjunto como parte de “la zona cuatro” de esta capital.  

Al arribar los Mini, a la Ciudad de Guatemala ya se la calificaba universalmente de “tacita de plata”, dado lo nítido de su presencia entre montes y llanos y por lo excepcional de su higiene pública. 

Además, reverberaba en ella todavía el momento álgido de la “revolución liberal” de 1871, que de hecho marcó la incorporación triunfal de Guatemala al mundo de nuestros días.  

Pero lo que hoy conocemos como zona cuatro en realidad no es más que el producto de la diagramación urbana lograda ya para 1952 por el ingeniero criollo Raúl Aguilar Batres. Supongo que a su turno inspirado en la estructuración que le fue contemporánea de Paris con un sistema de arrondissements o de distritos horizontales que facilitaran la locomoción a pie. 

Cuando puse mis pies en Guatemala por primera vez todavía la zona cuatro era en parte un sector urbano muy marginal y sin ningún detalle estético que la hiciera relevante. Simplemente un vetusto sobrante y encima escuálido de una cuasi emergente clase media capitalina. 

Pero su vecina zona uno, que hoy identificamos como el centro “histórico”, ya había empezado a expandirse hacia el sur con vigor renovado al término de la segunda guerra mundial. En especial, entrelazado con la ruta del hoy muy impresionante Centro Cívico.

De ahí en la poco más tarde catalogada como zona cuatro de la ciudad capital, descubrió don Juan Mini inteligentemente una oportunidad, el típico rasgo de los grandes empresarios.

Se dedicó entonces a comprar terrenos por toda esa zona tan descuidada y a rellenar sus hoyos y barrancos facilitando así la expansión urbana hacia el Sur y el Oeste de la capital.

Y de esa manera, toda aquella desolación ya anacrónica para aquel tiempo ha significado un salto adelante para la expansión geográfica contemporánea de la ciudad capital de Guatemala. 

Aquel chispazo de don Juan Mini, ha contagiado también a sus hijos y nietos mejor dotados. Y hoy los tenemos como tantos otros pioneros de la impresionante ampliación y modernización de la capital. 

Y de todo ello, creo, que el mejor título de don Juan a la fama urbanizadora en este momento es la renovación de la entera zona cuatro aledaña a la preciosa Iglesia de Yurrita así como al contemporáneo Centro Empresarial.  

Esto lo quiero subrayar para beneficio de las generaciones más jóvenes, cuyos talentos excepcionales impulsan al presente a Guatemala hacia un futuro cada vez arquitectónicamente más creativo y dinámico. 

Una oportuna sugerencia, además, para sus autoridades edilicias: el progreso de ésta gran ciudad no depende del FMI, ni de la Banca extranjera, ni de muchos otros ensayos de integración acuerdos internacionales sino de la creatividad y temple de los que en ella habitamos. 

La transformación de la zona cuatro, de la que en otra ocasión ampliaré los detalles, es otra confirmación de todo aquello que ha hecho a esta capital un entorno más bello y más eficiente a la vez. 

Pues, no lo olvidemos, no hay sustituto para el ingenio arquitectónico y administrativo de nuestra clase empresarial.  

Sea esto prenda y pronóstico de mis mejores deseos para el nuevo gobierno que acaba de estrenarse en Guatemala. 

(Continuará)


Una pincelada más en torno al corazón renacentista de esta ciudad

Armando De la Torre
22 de enero, 2020


He permanecido como huésped suyo por casi medio siglo.

Y así, con el paso de los años, me ha sido dado descubrir paulatinamente entre sus montañas de suaves contornos esta monumental joya urbana de raigambre tan genuinamente hispánica: Guatemala.  

Durante sus primeros tres siglos, pero en otro valle distinto al actual donde hoy se asienta, es decir, en el de Panchoy, pareció niña mimada de aquellos rudos conquistadores y colonizadores españoles de aquellos tiempo. Por contraste todavía hoy me deleito en el diseño renacentista tan rectilíneo de sus calles y avenidas, pero, repito, en el valle de la Ermita. Por lo tanto, hablar de la capital de Guatemala resulta en la práctica hablar de dos ciudades: de la Antigua y de la contemporánea.

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Pero asimismo he descubierto que alguno de sus hijos más preclaros, dado su inevitable trasfondo político, han sido y son, a su turno, genios innovadores de estilos atrayentes en el arte, en la manufactura, en la industria, el comercio, en el combate, sin olvidar también en las ciencias exactas. Pero en todo ello creo descubrir cierta actitud empresarial, es decir, muy emprendedora. Me da igual intuirlo tanto al hermano Pedro como en la familia de los Castillo de la cervecería nacional. 

Aunque mi profesión no es la del historiador y por eso tampoco me siento obligado a recopilar hechos y anécdotas, sin embargo, en cuanto vecino cada día me impresiona más la belleza dispersa de sus trazos originales por entre plazas y coquetas avenidas y hasta lo avanzado de muchos de sus logros fabriles y artísticos, sin olvidar el precedente de lo especulativo también aquí tan sugeridos en la astronomía y en las artes manuales por los antiguos mayas.  

Pero aquí quiero aludir a uno de los rasgos más sorprendentes y fecundos de sus pobladores de siempre: los esfuerzos espontáneos por renovar e innovar la planta física de esta ciudad. 

Muy en particular, aquí quiero referirme a los ejemplares intentos de modernización de solo la zona cuatro capitalina, hace poco más de un siglo un barrio decadente en el marco de una ciudad rezagada y más tarde además el lugar de residencia del feroz y desquiciado dictador Manuel Estrada Cabrera.

Pero ahora confieso que cuando por primera vez pisé su suelo hace ya más de medio siglo, ignoraba muchísimos detalles de la rica herencia precedente a este foco de civilización hispanoamericana. 

Para mí, la Guatemala de aquel entonces había sido tan solo un referente para todo lo maya imaginado. 

Y, encima, de su experiencia política en cuanto República independiente también algo sabía por ciertos lazos familiares o de amistad con quienes alguna vez fueron embajadores de Cuba en Guatemala. 

Muy en especial por textos históricos pero también de oídas muy personales detalles sobre aquel encuentro romántico de un joven cubano de nombre José Martí con una belleza criolla y muy sentimental de la familia García Granados.

Aunque otra cosa muy diferente es haber gozado presencialmente de sus múltiples encantos de hoy, tanto los de su naturaleza geológica como los de sus altibajos culturales y sociales.   

Resulta que entre las muchas amistades de las que ahora me glorío aquí ha figurado una familia de pioneros originarios de Italia de apellido Mini, insertados en la vida local consecuentemente a la campaña de población europea promovida, entre otros, por el Presidente Reina Barrios, probablemente el más sagaz de todos los promotores del desarrollo guatemalteco. 

Los Mini constituyen una familia excepcional y hoy muy extendida que incluye a la vez muchos empresarios atrevidos y de fidelidad a los detalles. 

El patriarca original, don Juan Mini, rápidamente se asimiló a esta nueva tierra para él geológicamente tan turbulenta como la del terruño de donde venía, y desde entonces ni él ni sus descendientes han cesado de enriquecerla cultural y urbanizadoramente.  

A esto quiero dedicar este poco espacio que me queda. 

Quiero en especial referirme al rescate de los yermos y descuidados barrancos que hoy conocemos en su conjunto como parte de “la zona cuatro” de esta capital.  

Al arribar los Mini, a la Ciudad de Guatemala ya se la calificaba universalmente de “tacita de plata”, dado lo nítido de su presencia entre montes y llanos y por lo excepcional de su higiene pública. 

Además, reverberaba en ella todavía el momento álgido de la “revolución liberal” de 1871, que de hecho marcó la incorporación triunfal de Guatemala al mundo de nuestros días.  

Pero lo que hoy conocemos como zona cuatro en realidad no es más que el producto de la diagramación urbana lograda ya para 1952 por el ingeniero criollo Raúl Aguilar Batres. Supongo que a su turno inspirado en la estructuración que le fue contemporánea de Paris con un sistema de arrondissements o de distritos horizontales que facilitaran la locomoción a pie. 

Cuando puse mis pies en Guatemala por primera vez todavía la zona cuatro era en parte un sector urbano muy marginal y sin ningún detalle estético que la hiciera relevante. Simplemente un vetusto sobrante y encima escuálido de una cuasi emergente clase media capitalina. 

Pero su vecina zona uno, que hoy identificamos como el centro “histórico”, ya había empezado a expandirse hacia el sur con vigor renovado al término de la segunda guerra mundial. En especial, entrelazado con la ruta del hoy muy impresionante Centro Cívico.

De ahí en la poco más tarde catalogada como zona cuatro de la ciudad capital, descubrió don Juan Mini inteligentemente una oportunidad, el típico rasgo de los grandes empresarios.

Se dedicó entonces a comprar terrenos por toda esa zona tan descuidada y a rellenar sus hoyos y barrancos facilitando así la expansión urbana hacia el Sur y el Oeste de la capital.

Y de esa manera, toda aquella desolación ya anacrónica para aquel tiempo ha significado un salto adelante para la expansión geográfica contemporánea de la ciudad capital de Guatemala. 

Aquel chispazo de don Juan Mini, ha contagiado también a sus hijos y nietos mejor dotados. Y hoy los tenemos como tantos otros pioneros de la impresionante ampliación y modernización de la capital. 

Y de todo ello, creo, que el mejor título de don Juan a la fama urbanizadora en este momento es la renovación de la entera zona cuatro aledaña a la preciosa Iglesia de Yurrita así como al contemporáneo Centro Empresarial.  

Esto lo quiero subrayar para beneficio de las generaciones más jóvenes, cuyos talentos excepcionales impulsan al presente a Guatemala hacia un futuro cada vez arquitectónicamente más creativo y dinámico. 

Una oportuna sugerencia, además, para sus autoridades edilicias: el progreso de ésta gran ciudad no depende del FMI, ni de la Banca extranjera, ni de muchos otros ensayos de integración acuerdos internacionales sino de la creatividad y temple de los que en ella habitamos. 

La transformación de la zona cuatro, de la que en otra ocasión ampliaré los detalles, es otra confirmación de todo aquello que ha hecho a esta capital un entorno más bello y más eficiente a la vez. 

Pues, no lo olvidemos, no hay sustituto para el ingenio arquitectónico y administrativo de nuestra clase empresarial.  

Sea esto prenda y pronóstico de mis mejores deseos para el nuevo gobierno que acaba de estrenarse en Guatemala. 

(Continuará)