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Derecho a protestar y derecho a emprender

Roberto Carlos Recinos-Abularach
25 de noviembre, 2020

En la praxis cotidiana, la democracia supone, fundamentalmente, que cada individuo pueda tomar sus propias desiciones. Cualquier otra definición resulta ruidosa y barroca, desbordada casi siempre de ficciones jurídicas y símbolos abstractos con escasa o ninguna posibilidad de aplicación práctica. Es decir, lo que realmente cuenta en un régimen que se llame a sí mismo democrático es el grado de autonomía que tiene cada uno de sus componentes para organizarse, planificar y perseguir una vida honrosa, sin depender de fueras externas par ello. Dentro de ese abanico de libertades democráticas, la modernidad consagra dos derechos concretos: el derecho a protestar y el derecho a emprender. En principio, la coexistencia de estos derechos no conlleva contradicción, pues, si se ejercen en equilibrio, le dan forma y contenido a la democracia participativa con la misma fuerza. Desafortunadamente, lo que menos vemos en la realidad es equilibrio. Lo más común es encontrar un parteaguas ideológico que radicaliza a quienes lo consumen y crea así una falsa dicotomía que dice algo así como “o emprendés aprovechandote de los demás o exigís tus derechos al percibir que se han aprovechado de ti”.  En ese sentido, donde debería haber balance, encontramos extremismo y donde hay extremismo hay bandos. En una esquina están quienes creen en el poder del esfuerzo y la responsabilidad individual para ser feliz y en el otro están quienes se sienten con el derecho a exigir que el Estado y la sociedad se esfuerce por ellos y les regale su porción asignada de felicidad.  

Se enfrenta inexpertamente al «pursuit of hapiness» con el «trabajadores del mundo, uníos», cuando deberían armonizarse con inteligencia cívica. Y esto ocurre, sobre todo, por la forma en que ciertas organizaciones adoctrinan a sus seguidores. De alguna manera, entonces, la democracia se reduce a un solo derecho: el derecho a elegir cómo se quiere vivir, bajo qué jerarquía de valores y con qué actitudes frente a las complicaciones de la vida. ¿Somos responsables de nuestro propio bienestar o son acaso otros responsables por nosotros?

“¡Mátenlo! ¡Quémenlo!”

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Ayer, en un día en principio normal, fui abordado violentamente por un número de autodenominados manifestantes pacíficos, quienes, exigiendo de mí algún tipo de derecho fundamental para sí, se sintieron empoderados para enjuiciarme sumariamente y sentenciarme a morir linchado sin posibilidad alguna d defensa. Mi acompañante y yo pretendíamos —ni más ni menos— transitar por la décima calle y octava avenida de la zona 1, hacia un restaurante en la sexta avenida. No ibamos a oprimir a nadie, sino a almorzar para planificar un proyecto de emprendimiento. Para los delincuentes vestidos de ciudadanos, tales deseos fueron demasiada osadía y una afrenta a sus “derechos”, por lo que se tomaron la “justicia” por su propia mano violenta.

Pero su actitud tiene una explicación clara.

A estos “ciudadanos” se les ha enseñado mal. De tal cuenta, están demasiado habituados a pedir en lugar de trabajar, demasiado indoctrinados por la progresía socialdemócrata para ver enemigos mortales en todos los funcionarios y empresarios, demasiado protegidos por la Procuradoría de los (supuestos) Derechos Humanos para atacar, destruir y quemar a su antojo. 

Cuando, en medio de golpes, palazos y patadas escuché a uno de ellos decir “quémenlo”, me lo tomé muy en serio. Acudí como pude, mientras me protegía de los puñetazos de una docena de puños, a los 4 hombres de chaleco azul –comisionados para la protección de los Derechos Humanos– para proteger mi vida y la de mi acompañante. Su respuesta, fría y distante, fue: “no podemos hacer nada por vos, tenés las de perder, mejor dejáte”. Con qué razón –pensé–  los violentos se sienten tan envalentonados, pues saben que cuentan con el respaldo de la institucionalidad “democratica” para imponer su ley a todo aquel que se atreva a transitar por “sus” calles, “sus” plazas y “sus” vías de emancipación.

Antes de lo relatado me proponía a escribir sobre una linda colaboración que abrió, esta semana, muchas puertas para mujeres emprendedoras de areas marginales de la capital. Sin embargo considero imprescindible tomarme el tiempo y el espacio para reflexionar sobre los valores que transmitimos a nuestros hijos. 

¿Queremos erigir una Guatemala de emprendedores o una Guatemala de protestones?  

Al final del día, una sociedad progresa verdaderamente –no por imposiciones ideológicas—sino por el real ánimo y actitud pionera, valiente y optimista de sus componentes individuales. En sociedades adelantadas el instinto de supervivencia es superado orgánicamente por un instinto de evolución más o menos insaciable. Y esa mentalidad –la avanzada—requiere de una voluntad proactiva y dialogante, todo lo contrario a imponer, violentar y esperar que todo lo bueno de la vida caiga del cielo. 

Ern sociedades avanzadas la inconformidad es con uno mismo, no con el prójimo.

Mientras este texto está siendo publicado, yo estoy presentando mi denuncia ante la Procuradoría de los Derechos Humanos y solocitando medidas de seguridad que garanticen que pueda entrar y salir de mi lugar de trabajo sin riesgo a mi integridad física. 

Licenciado Jordán Rodas Andrade, estoy por tocar a la puerta de su oficina. Espero y confío que me recibirá. Es su obligación. De lo contrario quedará en evidencia como un vulgar procurador de los intereses de los delincuentes y solo se podrá culpar a usted mismo por ello, por interpretar la democracia como el derecho a matar, robar y destruir. 

Y además cobrar buena plata por ello. Decida usted. 

Derecho a protestar y derecho a emprender

Roberto Carlos Recinos-Abularach
25 de noviembre, 2020

En la praxis cotidiana, la democracia supone, fundamentalmente, que cada individuo pueda tomar sus propias desiciones. Cualquier otra definición resulta ruidosa y barroca, desbordada casi siempre de ficciones jurídicas y símbolos abstractos con escasa o ninguna posibilidad de aplicación práctica. Es decir, lo que realmente cuenta en un régimen que se llame a sí mismo democrático es el grado de autonomía que tiene cada uno de sus componentes para organizarse, planificar y perseguir una vida honrosa, sin depender de fueras externas par ello. Dentro de ese abanico de libertades democráticas, la modernidad consagra dos derechos concretos: el derecho a protestar y el derecho a emprender. En principio, la coexistencia de estos derechos no conlleva contradicción, pues, si se ejercen en equilibrio, le dan forma y contenido a la democracia participativa con la misma fuerza. Desafortunadamente, lo que menos vemos en la realidad es equilibrio. Lo más común es encontrar un parteaguas ideológico que radicaliza a quienes lo consumen y crea así una falsa dicotomía que dice algo así como “o emprendés aprovechandote de los demás o exigís tus derechos al percibir que se han aprovechado de ti”.  En ese sentido, donde debería haber balance, encontramos extremismo y donde hay extremismo hay bandos. En una esquina están quienes creen en el poder del esfuerzo y la responsabilidad individual para ser feliz y en el otro están quienes se sienten con el derecho a exigir que el Estado y la sociedad se esfuerce por ellos y les regale su porción asignada de felicidad.  

Se enfrenta inexpertamente al «pursuit of hapiness» con el «trabajadores del mundo, uníos», cuando deberían armonizarse con inteligencia cívica. Y esto ocurre, sobre todo, por la forma en que ciertas organizaciones adoctrinan a sus seguidores. De alguna manera, entonces, la democracia se reduce a un solo derecho: el derecho a elegir cómo se quiere vivir, bajo qué jerarquía de valores y con qué actitudes frente a las complicaciones de la vida. ¿Somos responsables de nuestro propio bienestar o son acaso otros responsables por nosotros?

“¡Mátenlo! ¡Quémenlo!”

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Ayer, en un día en principio normal, fui abordado violentamente por un número de autodenominados manifestantes pacíficos, quienes, exigiendo de mí algún tipo de derecho fundamental para sí, se sintieron empoderados para enjuiciarme sumariamente y sentenciarme a morir linchado sin posibilidad alguna d defensa. Mi acompañante y yo pretendíamos —ni más ni menos— transitar por la décima calle y octava avenida de la zona 1, hacia un restaurante en la sexta avenida. No ibamos a oprimir a nadie, sino a almorzar para planificar un proyecto de emprendimiento. Para los delincuentes vestidos de ciudadanos, tales deseos fueron demasiada osadía y una afrenta a sus “derechos”, por lo que se tomaron la “justicia” por su propia mano violenta.

Pero su actitud tiene una explicación clara.

A estos “ciudadanos” se les ha enseñado mal. De tal cuenta, están demasiado habituados a pedir en lugar de trabajar, demasiado indoctrinados por la progresía socialdemócrata para ver enemigos mortales en todos los funcionarios y empresarios, demasiado protegidos por la Procuradoría de los (supuestos) Derechos Humanos para atacar, destruir y quemar a su antojo. 

Cuando, en medio de golpes, palazos y patadas escuché a uno de ellos decir “quémenlo”, me lo tomé muy en serio. Acudí como pude, mientras me protegía de los puñetazos de una docena de puños, a los 4 hombres de chaleco azul –comisionados para la protección de los Derechos Humanos– para proteger mi vida y la de mi acompañante. Su respuesta, fría y distante, fue: “no podemos hacer nada por vos, tenés las de perder, mejor dejáte”. Con qué razón –pensé–  los violentos se sienten tan envalentonados, pues saben que cuentan con el respaldo de la institucionalidad “democratica” para imponer su ley a todo aquel que se atreva a transitar por “sus” calles, “sus” plazas y “sus” vías de emancipación.

Antes de lo relatado me proponía a escribir sobre una linda colaboración que abrió, esta semana, muchas puertas para mujeres emprendedoras de areas marginales de la capital. Sin embargo considero imprescindible tomarme el tiempo y el espacio para reflexionar sobre los valores que transmitimos a nuestros hijos. 

¿Queremos erigir una Guatemala de emprendedores o una Guatemala de protestones?  

Al final del día, una sociedad progresa verdaderamente –no por imposiciones ideológicas—sino por el real ánimo y actitud pionera, valiente y optimista de sus componentes individuales. En sociedades adelantadas el instinto de supervivencia es superado orgánicamente por un instinto de evolución más o menos insaciable. Y esa mentalidad –la avanzada—requiere de una voluntad proactiva y dialogante, todo lo contrario a imponer, violentar y esperar que todo lo bueno de la vida caiga del cielo. 

Ern sociedades avanzadas la inconformidad es con uno mismo, no con el prójimo.

Mientras este texto está siendo publicado, yo estoy presentando mi denuncia ante la Procuradoría de los Derechos Humanos y solocitando medidas de seguridad que garanticen que pueda entrar y salir de mi lugar de trabajo sin riesgo a mi integridad física. 

Licenciado Jordán Rodas Andrade, estoy por tocar a la puerta de su oficina. Espero y confío que me recibirá. Es su obligación. De lo contrario quedará en evidencia como un vulgar procurador de los intereses de los delincuentes y solo se podrá culpar a usted mismo por ello, por interpretar la democracia como el derecho a matar, robar y destruir. 

Y además cobrar buena plata por ello. Decida usted.