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¿Y si nos unimos?

María Inés Rivera
06 de marzo, 2020

Continúo discurriendo acerca del discurso pronunciado por el presidente Giammattei el pasado 14 de enero, luego de su investidura. Sus dotes como orador –quizá como declamador también— quedaron manifiestos en el énfasis que hizo al decir: 
¿Y si nos juntamos?

¿Y si dejamos de pelearnos, de enfrentarnos y de polarizarnos de una vez por todas? ¿Y si dejamos que nuestro amor por Guatemala sea quien dirija nuestras decisiones? ¿Y si en vez de mirar atrás vemos hacia adelante? ¿Y si juntos definimos el camino que de una vez por todas nos lleve a la construcción de una Guatemala diferente? ¿Y si juntos caminamos sin distingos ni discriminaciones de ninguna clase hacia un futuro mejor ¿Y si nos vemos como guatemaltecos primero, antes que pertenecer a cualquier grupo?

¿Y si nos unimos?

Son ocho preguntas encadenadas, cuya respuesta es más que evidente: Si nos unimos todos los guatemaltecos, podemos llevar a nuestro país a donde queramos. Eso es tan obvio como que la confrontación y el disenso son las fuerzas que nos evitan avanzar. Pero superar nuestras diferencias y confrontaciones no es sencillo. Subordinar a ese pequeño líder que habita en cada uno a la dirección que dé otro es complejo. El poder de la razón se muestra insuficiente para una tarea así. Entonces, estamos condenados al subdesarrollo, a menos que…

Un liderazgo extraordinariamente fuerte es capaz de conseguir tal unión y encaminar a Guatemala hacia la prosperidad y bienestar que todos quisiéramos tener. Durante la segunda guerra mundial Churchill lideró al Reino Unido. Las naciones que la integran pueden estar políticamente fragmentadas hoy, después del Brexit. Pero desunidos en 1940 no habrían podido sobrevivir en libertad. Los opositores de Churchill entendieron que manifestarse en contra del gobierno significaría ser invadidos como ya había sucedido -o estaba sucediendo— en Polonia, Dinamarca, Noruega, Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo y Francia. Sin intentar reducir los méritos de Churchill, es indiscutible que su posición como Primer Ministro y la guerra fortalecieron y consolidaron su liderazgo.

Pero el presidente Giammattei no es Churchill y no tenemos un enemigo tan visible como Hitler amenazándonos con inmediatez. Nuestros antagonistas son otros, no nos amenazan a todos por igual y llevamos años de convivencia perversa con ellos. Tenemos como grandes adversarios a la desnutrición, el subempleo, la pobreza, la ignorancia y, por encima de todo, la corrupción e impunidad en los tres organismos del Estado. De allí deriva la deficiencia en los servicios públicos de salud, educación, infraestructura, justicia, seguridad y toda la lacra que conlleva, hasta el narcotráfico y la ausencia del Estado en gran parte del territorio nacional.

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El presidente Giammattei no tiene el liderazgo que se necesita para convocar a la unión que pide en su discurso. No lo tiene, no lo ha tenido jamás. ¿Lo tuvo alguno de nuestros líderes históricos? ¿Lo tuvo Carrera, Barrios, Ubico o Arévalo? ¿Acaso surgió entre Arana, Ríos o Arzú? ¿Existió en algún otro? Creo que no. Pienso que nunca se dio, en ninguno. Y no por carencia en ellos  ̶ los políticos— sino, me temo, por renuencia en nosotros, los ciudadanos, de aceptar un liderazgo ajeno al nuestro.

El presidente Giammattei es, en mi opinión un hombre inteligente y con amplia experiencia política. Posee ambas cualidades en medida suficiente como para entender esa carencia suya y que esa parte de su discurso podía resultar vana. Me pregunto, entonces, ¿por qué lo incluyó? Podría ser que considerara que el liderazgo no es un atributo que se trae al nacer. El mismo Churchill vio crecer el suyo y multiplicarse varias veces, después de ser nombrado Primer Ministro y enfrentar exitosamente las emergencias de la guerra.

Algunos críticos del presidente Giammattei censuran acremente que en los actos públicos se presente rodeado por el gabinete de gobierno y que sea él y solo él, quien responde las preguntas de los periodistas. Algunos sugieren que la suya es una personalidad egocéntrica que exige ser, todo el tiempo, centro de atención.

Pero habría otras explicaciones. Las preguntas de los periodistas suelen ser notoriamente superficiales. No precisa conocimiento técnico profundo responder que la carretera se va a reparar en tal fecha, que el hospital de Escuintla ya está siendo surtido de medicamentos o que los escolares están recibiendo una comida nutritiva. Empero, hay otra posible explicación que encuentro mejor y es la siguiente:

El presidente sabe que si es él quien ofrece las respuestas, será él quien figure en revistas y periódicos, así como en las noticias por la TV y que será la suya la voz que explique esto o lo otro por la radio. Una exposición pública frecuente, unida a una alta actividad de gobierno habrán de causar alzas en el nivel de conocimiento público y conseguirá que su imagen pública mejore.

La alternativa es una campaña publicitaria de imagen, pero esta sería costosa y, aunque haría felices a los medios, la creatividad de los publicistas introduciría falsedad y, a la larga, recurrir al engaño siempre será deshonroso. Además, terminaría trasladando los desembolsos al Estado lo que merecería censura pública y entre sus detractores pronto habrá más de una ONG feliz de iniciar un proceso en contra suya. 

En cambio, si sigue haciendo conferencias de prensa por cualquier cosa, traslada el Gobierno a los Departamentos, se presenta al Congreso, inaugura escuelas… Dentro de unos meses, su nivel de conocimiento habrá superado 90% y las opiniones favorables a él y a su gobierno serán mejores que las de sus antecesores y después seguirán creciendo. 

Desde luego, no puedo asegurar que esa sean las intenciones del presidente Giammattei. Pero me gustaría que así fuera y que de esa forma –o cualquier otra– consiga un alto nivel de liderazgo que lo convierta en el vehículo que conduzca a nuestra Guatemala hacia esa posición hegemónica que tuvo en la época Maya, durante la Colonia y aún después. La que fuimos perdiendo después de los años 60.

Ser conductor del destino de la nación no significa de manera alguna contar con el apoyo de la autodenominada de la “sociedad civil” ni de los grupos que la adversan. Tampoco precisa recibir el soporte de los partidos políticos, de las organizaciones sindicales, de los gremios empresariales o de cualquier otra agrupación de personas.Se trata de tener un altísimo poder de convocatoria entre los pobladores individuales, entre la gente que vive en el campo o en las ciudades. No se trata de guiar a quienes dirigen esos colectivos sino a las personas individuales que los integran, a la inmensa mayoría de habitantes trabajadores, honrados y dignos de nuestro país. A los ciudadanos que aman a Guatemala y confían en desarrollar aquí su futuro y el de sus descendientes.

¿Y si nos unimos?

María Inés Rivera
06 de marzo, 2020

Continúo discurriendo acerca del discurso pronunciado por el presidente Giammattei el pasado 14 de enero, luego de su investidura. Sus dotes como orador –quizá como declamador también— quedaron manifiestos en el énfasis que hizo al decir: 
¿Y si nos juntamos?

¿Y si dejamos de pelearnos, de enfrentarnos y de polarizarnos de una vez por todas? ¿Y si dejamos que nuestro amor por Guatemala sea quien dirija nuestras decisiones? ¿Y si en vez de mirar atrás vemos hacia adelante? ¿Y si juntos definimos el camino que de una vez por todas nos lleve a la construcción de una Guatemala diferente? ¿Y si juntos caminamos sin distingos ni discriminaciones de ninguna clase hacia un futuro mejor ¿Y si nos vemos como guatemaltecos primero, antes que pertenecer a cualquier grupo?

¿Y si nos unimos?

Son ocho preguntas encadenadas, cuya respuesta es más que evidente: Si nos unimos todos los guatemaltecos, podemos llevar a nuestro país a donde queramos. Eso es tan obvio como que la confrontación y el disenso son las fuerzas que nos evitan avanzar. Pero superar nuestras diferencias y confrontaciones no es sencillo. Subordinar a ese pequeño líder que habita en cada uno a la dirección que dé otro es complejo. El poder de la razón se muestra insuficiente para una tarea así. Entonces, estamos condenados al subdesarrollo, a menos que…

Un liderazgo extraordinariamente fuerte es capaz de conseguir tal unión y encaminar a Guatemala hacia la prosperidad y bienestar que todos quisiéramos tener. Durante la segunda guerra mundial Churchill lideró al Reino Unido. Las naciones que la integran pueden estar políticamente fragmentadas hoy, después del Brexit. Pero desunidos en 1940 no habrían podido sobrevivir en libertad. Los opositores de Churchill entendieron que manifestarse en contra del gobierno significaría ser invadidos como ya había sucedido -o estaba sucediendo— en Polonia, Dinamarca, Noruega, Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo y Francia. Sin intentar reducir los méritos de Churchill, es indiscutible que su posición como Primer Ministro y la guerra fortalecieron y consolidaron su liderazgo.

Pero el presidente Giammattei no es Churchill y no tenemos un enemigo tan visible como Hitler amenazándonos con inmediatez. Nuestros antagonistas son otros, no nos amenazan a todos por igual y llevamos años de convivencia perversa con ellos. Tenemos como grandes adversarios a la desnutrición, el subempleo, la pobreza, la ignorancia y, por encima de todo, la corrupción e impunidad en los tres organismos del Estado. De allí deriva la deficiencia en los servicios públicos de salud, educación, infraestructura, justicia, seguridad y toda la lacra que conlleva, hasta el narcotráfico y la ausencia del Estado en gran parte del territorio nacional.

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El presidente Giammattei no tiene el liderazgo que se necesita para convocar a la unión que pide en su discurso. No lo tiene, no lo ha tenido jamás. ¿Lo tuvo alguno de nuestros líderes históricos? ¿Lo tuvo Carrera, Barrios, Ubico o Arévalo? ¿Acaso surgió entre Arana, Ríos o Arzú? ¿Existió en algún otro? Creo que no. Pienso que nunca se dio, en ninguno. Y no por carencia en ellos  ̶ los políticos— sino, me temo, por renuencia en nosotros, los ciudadanos, de aceptar un liderazgo ajeno al nuestro.

El presidente Giammattei es, en mi opinión un hombre inteligente y con amplia experiencia política. Posee ambas cualidades en medida suficiente como para entender esa carencia suya y que esa parte de su discurso podía resultar vana. Me pregunto, entonces, ¿por qué lo incluyó? Podría ser que considerara que el liderazgo no es un atributo que se trae al nacer. El mismo Churchill vio crecer el suyo y multiplicarse varias veces, después de ser nombrado Primer Ministro y enfrentar exitosamente las emergencias de la guerra.

Algunos críticos del presidente Giammattei censuran acremente que en los actos públicos se presente rodeado por el gabinete de gobierno y que sea él y solo él, quien responde las preguntas de los periodistas. Algunos sugieren que la suya es una personalidad egocéntrica que exige ser, todo el tiempo, centro de atención.

Pero habría otras explicaciones. Las preguntas de los periodistas suelen ser notoriamente superficiales. No precisa conocimiento técnico profundo responder que la carretera se va a reparar en tal fecha, que el hospital de Escuintla ya está siendo surtido de medicamentos o que los escolares están recibiendo una comida nutritiva. Empero, hay otra posible explicación que encuentro mejor y es la siguiente:

El presidente sabe que si es él quien ofrece las respuestas, será él quien figure en revistas y periódicos, así como en las noticias por la TV y que será la suya la voz que explique esto o lo otro por la radio. Una exposición pública frecuente, unida a una alta actividad de gobierno habrán de causar alzas en el nivel de conocimiento público y conseguirá que su imagen pública mejore.

La alternativa es una campaña publicitaria de imagen, pero esta sería costosa y, aunque haría felices a los medios, la creatividad de los publicistas introduciría falsedad y, a la larga, recurrir al engaño siempre será deshonroso. Además, terminaría trasladando los desembolsos al Estado lo que merecería censura pública y entre sus detractores pronto habrá más de una ONG feliz de iniciar un proceso en contra suya. 

En cambio, si sigue haciendo conferencias de prensa por cualquier cosa, traslada el Gobierno a los Departamentos, se presenta al Congreso, inaugura escuelas… Dentro de unos meses, su nivel de conocimiento habrá superado 90% y las opiniones favorables a él y a su gobierno serán mejores que las de sus antecesores y después seguirán creciendo. 

Desde luego, no puedo asegurar que esa sean las intenciones del presidente Giammattei. Pero me gustaría que así fuera y que de esa forma –o cualquier otra– consiga un alto nivel de liderazgo que lo convierta en el vehículo que conduzca a nuestra Guatemala hacia esa posición hegemónica que tuvo en la época Maya, durante la Colonia y aún después. La que fuimos perdiendo después de los años 60.

Ser conductor del destino de la nación no significa de manera alguna contar con el apoyo de la autodenominada de la “sociedad civil” ni de los grupos que la adversan. Tampoco precisa recibir el soporte de los partidos políticos, de las organizaciones sindicales, de los gremios empresariales o de cualquier otra agrupación de personas.Se trata de tener un altísimo poder de convocatoria entre los pobladores individuales, entre la gente que vive en el campo o en las ciudades. No se trata de guiar a quienes dirigen esos colectivos sino a las personas individuales que los integran, a la inmensa mayoría de habitantes trabajadores, honrados y dignos de nuestro país. A los ciudadanos que aman a Guatemala y confían en desarrollar aquí su futuro y el de sus descendientes.