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Vacunas sí, pero no así

Jose Fernando Orellana
28 de agosto, 2020

Empecemos por lo básico: No, la vacuna contra el COVID-19 no va a tener un chip que nos va a conectar a un satélite, para que un oscuro grupo de hombres poderosos nos controlen y creen un nuevo orden mundial. 

Desde la invención de la vacuna contra la viruela, las vacunas han reducido en gran medida la prevalencia de enfermedades en todo el mundo. El objetivo final de la lucha contra las enfermedades es su erradicación.

En teoría, muchas enfermedades podrían erradicarse; en la práctica, solo un puñado de enfermedades cumplen los criterios que las hacen erradicables con los conocimientos, las instituciones y la tecnología actuales. Hasta ahora, el mundo ha erradicado dos enfermedades: la viruela y la peste bovina.

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A pesar de lo beneficiosas que las vacunas han sido para mejorar la vida del hombre en la Tierra. Algunas experiencias lamentables en el pasado – las cuales se pueden contar con los dedos de una mano- han llevado a una parte de la población mundial a inventarse y creerse todo tipo de teorías de conspiración en torno a las vacunas. 

Uno de las fuentes de desconfianza data de 1976, cuando una cepa de influenza completamente nueva estaba causando cientos de infecciones respiratorias en Fort Dix, una base del ejército estadounidense en el centro de Nueva Jersey. 

Ante ello, el presidente Ford anunció en una conferencia de prensa el plan del gobierno para vacunar a “todos los hombres, mujeres y niños en los Estados Unidos”, por lo que la ley de emergencia para el Programa Nacional de Vacunación contra la Gripe Porcina se firmó poco después, y en 10 meses, casi el 25% de la población de Estados Unidos fue vacunada.

Debido a la urgencia de crear la vacuna para un virus nuevo, el gobierno utilizó un “virus vivo” atenuado para la vacuna en lugar de una forma inactivada o “muerta”, aumentando la probabilidad de efectos secundarios entre los grupos susceptibles de personas que recibían la vacuna. De los 45 millones de personas vacunadas contra la gripe porcina de 1976, 450 desarrollaron el síndrome de Guillain-Barré que ataca el sistema nervioso. 

El anterior es uno de esos ejemplos que, sacados de su contexto y dimensión, han llevado a muchos a desconfiar de las vacunas y promover que las personas no se las pongan. Podremos no estar de acuerdo con este grupo al que se le ha denominado como “anti-vaxxers” (anti-vacunas), más ese no es argumento para justificar que el gobierno mande a inyectárselas de forma forzosa a quienes no quieran hacerlo. 

Jonathan Sumption, ex juez de la Corte Suprema de Justicia del Reino Unido, advirtió recientemente que “cuando las sociedades humanas pierden su libertad, no suele ser porque los tiranos se la hayan quitado.

Por lo general, se debe a que la gente entrega voluntariamente su libertad a cambio de protección contra alguna amenaza externa”. 

De esto me acordé al ver las reacciones a un tweet en el que yo mencionaba que cada quien debe decidir si se pondrá, o no, la vacuna contra el COVID-19, pues aprovechando las circunstancias, los diputados del Congreso de la República volvieron a agendar la Iniciativa 5342 que contiene la Ley de Vacunación, para su aprobación.

En sus artículos 16, 17 y 20, la iniciativa deja clara su intención de hacer obligatoria la vacunación contra aquellas enfermedades que el Ministerio de Salud determine, so pena de ser sancionado administrativa y penalmente. 

Es por lo anterior que en estos tiempos en los que ha proliferado el espíritu dictatorial de muchos ciudadanos y políticos, que debemos recordarles que cuando una persona se vacuna, el beneficiario principal es esa persona. 

Por esa razón es un absurdo pretender que “por su propio bien” un ciudadano debe aceptar someterse a un procedimiento médico forzoso, como lo es la inyección de una sustancia en su cuerpo. 

Algunos argumentan que el no vacunarse atenta contra la salud de otros. Como bien dice Robert Murphy, con las vacunas no existe tal amenaza pues cuando alguien elige vacunarse, siempre que la vacuna sea eficaz, esa persona está en gran medida protegida de las consecuencias de las decisiones de otros con respecto a la vacunación.

Cada individuo es libre de hacer lo que quiera con su propio cuerpo, y como afortunadamente ya no vivimos en una época en la que podamos ser dueños de otras personas, no podemos tomar decisiones sobre los cuerpos y las vidas de otros. 

Sino nos parecen sus decisiones relativas al cuidado de su salud, podemos excluirlos de nuestra vida, mas no vulnerar su derecho a la integridad física y a la libertad de decidir. 

No olvidemos que a lo largo de la historia, los funcionarios degobierno han tomado decisiones horribles en nombre del bienestar público, ya sea por incompetencia o por motivos ocultos.

El mejor ejemplo de ello han sido los últimos nueve meses, en los que, “por nuestro bien”, los gobiernos han llevado a la quiebra millones de negocios, encerrándonos en nuestras casas y decidiendo quiénes pueden producir y quénes no. 

En el caso particular de la vacuna contra el COVID-19, yo no me la pondré. ¿Por qué? Porque no hay indicios de que formo parte del grupo con un alto riesgo de muerte, en caso de contraer la enfermedad; porque la vacuna se ha desarrollado en medio de una crisis que más que sanitaria, es política, y hay muchos intereses de distintos gobiernos en el desarrollo de la misma que razonablemente me hacen desconfiar; y porque prefiero esperar unos años más de estudios e investigación que permitan determinar de forma concluyente los efectos secundarios de la vacuna, en caso el COVID-19 siga siendo algo por lo cual deberíamos de preocuparnos. 

Por lo anterior, a esos dictadores en potencia que han proliferado en esta pandemia les digo: vacunas sí, pero no así. 

Vacunas sí, pero no así

Jose Fernando Orellana
28 de agosto, 2020

Empecemos por lo básico: No, la vacuna contra el COVID-19 no va a tener un chip que nos va a conectar a un satélite, para que un oscuro grupo de hombres poderosos nos controlen y creen un nuevo orden mundial. 

Desde la invención de la vacuna contra la viruela, las vacunas han reducido en gran medida la prevalencia de enfermedades en todo el mundo. El objetivo final de la lucha contra las enfermedades es su erradicación.

En teoría, muchas enfermedades podrían erradicarse; en la práctica, solo un puñado de enfermedades cumplen los criterios que las hacen erradicables con los conocimientos, las instituciones y la tecnología actuales. Hasta ahora, el mundo ha erradicado dos enfermedades: la viruela y la peste bovina.

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A pesar de lo beneficiosas que las vacunas han sido para mejorar la vida del hombre en la Tierra. Algunas experiencias lamentables en el pasado – las cuales se pueden contar con los dedos de una mano- han llevado a una parte de la población mundial a inventarse y creerse todo tipo de teorías de conspiración en torno a las vacunas. 

Uno de las fuentes de desconfianza data de 1976, cuando una cepa de influenza completamente nueva estaba causando cientos de infecciones respiratorias en Fort Dix, una base del ejército estadounidense en el centro de Nueva Jersey. 

Ante ello, el presidente Ford anunció en una conferencia de prensa el plan del gobierno para vacunar a “todos los hombres, mujeres y niños en los Estados Unidos”, por lo que la ley de emergencia para el Programa Nacional de Vacunación contra la Gripe Porcina se firmó poco después, y en 10 meses, casi el 25% de la población de Estados Unidos fue vacunada.

Debido a la urgencia de crear la vacuna para un virus nuevo, el gobierno utilizó un “virus vivo” atenuado para la vacuna en lugar de una forma inactivada o “muerta”, aumentando la probabilidad de efectos secundarios entre los grupos susceptibles de personas que recibían la vacuna. De los 45 millones de personas vacunadas contra la gripe porcina de 1976, 450 desarrollaron el síndrome de Guillain-Barré que ataca el sistema nervioso. 

El anterior es uno de esos ejemplos que, sacados de su contexto y dimensión, han llevado a muchos a desconfiar de las vacunas y promover que las personas no se las pongan. Podremos no estar de acuerdo con este grupo al que se le ha denominado como “anti-vaxxers” (anti-vacunas), más ese no es argumento para justificar que el gobierno mande a inyectárselas de forma forzosa a quienes no quieran hacerlo. 

Jonathan Sumption, ex juez de la Corte Suprema de Justicia del Reino Unido, advirtió recientemente que “cuando las sociedades humanas pierden su libertad, no suele ser porque los tiranos se la hayan quitado.

Por lo general, se debe a que la gente entrega voluntariamente su libertad a cambio de protección contra alguna amenaza externa”. 

De esto me acordé al ver las reacciones a un tweet en el que yo mencionaba que cada quien debe decidir si se pondrá, o no, la vacuna contra el COVID-19, pues aprovechando las circunstancias, los diputados del Congreso de la República volvieron a agendar la Iniciativa 5342 que contiene la Ley de Vacunación, para su aprobación.

En sus artículos 16, 17 y 20, la iniciativa deja clara su intención de hacer obligatoria la vacunación contra aquellas enfermedades que el Ministerio de Salud determine, so pena de ser sancionado administrativa y penalmente. 

Es por lo anterior que en estos tiempos en los que ha proliferado el espíritu dictatorial de muchos ciudadanos y políticos, que debemos recordarles que cuando una persona se vacuna, el beneficiario principal es esa persona. 

Por esa razón es un absurdo pretender que “por su propio bien” un ciudadano debe aceptar someterse a un procedimiento médico forzoso, como lo es la inyección de una sustancia en su cuerpo. 

Algunos argumentan que el no vacunarse atenta contra la salud de otros. Como bien dice Robert Murphy, con las vacunas no existe tal amenaza pues cuando alguien elige vacunarse, siempre que la vacuna sea eficaz, esa persona está en gran medida protegida de las consecuencias de las decisiones de otros con respecto a la vacunación.

Cada individuo es libre de hacer lo que quiera con su propio cuerpo, y como afortunadamente ya no vivimos en una época en la que podamos ser dueños de otras personas, no podemos tomar decisiones sobre los cuerpos y las vidas de otros. 

Sino nos parecen sus decisiones relativas al cuidado de su salud, podemos excluirlos de nuestra vida, mas no vulnerar su derecho a la integridad física y a la libertad de decidir. 

No olvidemos que a lo largo de la historia, los funcionarios degobierno han tomado decisiones horribles en nombre del bienestar público, ya sea por incompetencia o por motivos ocultos.

El mejor ejemplo de ello han sido los últimos nueve meses, en los que, “por nuestro bien”, los gobiernos han llevado a la quiebra millones de negocios, encerrándonos en nuestras casas y decidiendo quiénes pueden producir y quénes no. 

En el caso particular de la vacuna contra el COVID-19, yo no me la pondré. ¿Por qué? Porque no hay indicios de que formo parte del grupo con un alto riesgo de muerte, en caso de contraer la enfermedad; porque la vacuna se ha desarrollado en medio de una crisis que más que sanitaria, es política, y hay muchos intereses de distintos gobiernos en el desarrollo de la misma que razonablemente me hacen desconfiar; y porque prefiero esperar unos años más de estudios e investigación que permitan determinar de forma concluyente los efectos secundarios de la vacuna, en caso el COVID-19 siga siendo algo por lo cual deberíamos de preocuparnos. 

Por lo anterior, a esos dictadores en potencia que han proliferado en esta pandemia les digo: vacunas sí, pero no así.