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¡El Presidente está desnudo (y no quiere que se lo digan)!

Jose Fernando Orellana
18 de septiembre, 2020

Así como Sandra tenía su Álvaro y Roxana tenía su Otto, Miguel tiene su Alejandro. Con el paso de los meses, la evidencia demuestra que, al igual que en los gobiernos anteriores, el nepotismo, la corrupción rampante y la ambición de poder han sido la norma en este gobierno, al punto que a falta de poder poner al incompetente de Miguel Martínez en la Vicepresidencia, Alejandro Giammattei le creó una Vicepresidencia paralela a la que denominó “Centro de Gobierno”. 

Es un hecho, a nadie le gusta que lo cuestionen. Por ello, es entendible que el presidente esté molesto ante los cuestionamientos públicos que periodistas y ciudadanos le han hecho, últimamente. Desde el inicio de su gobierno, Alejandro Giammattei le ha huido a la prensa, asistiendo únicamente a entrevistas programadas y atrincherándose detrás de un podio y una cámara para no tener que responder preguntas  de periodistas en conferencias en vivo. Sin embargo, la animadversión del presidente por la libertad de prensa ha llegado al punto de decir que el “límite de la libertad de expresión es la verdad”, insinuando que los políticos pueden decidir cuáles son dichos límites. 

Existe una confusión fundamental sobre la fuente de nuestro derecho a la libertad de expresión, pues este no es una concesión que el Estado nos otorga, sino un mecanismo que le impide a los gobernantes censurar y decidir qué ideas se difunden.  No es casualidad que una frase atribuida a Thomas Jefferson diga: “Cuando el político en su discurso condena una prensa libre, estamos escuchando las palabras de un tirano”. Si aceptamos la idea de que el gobierno es el árbitro de lo que es, o no,  un discurso aceptable, estamos  camino a una pesadilla distópica. 

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A través de la historia, uno de los pilares fundamentales de la civilización más amenazados ha sido el de la libertad de expresión. Desde tiempos muy remotos, sus detractores han sido sujetos que le temen a la verdad, la diseminación del conocimiento y/o a la responsabilidad de pensar por sí mismos. Los antagonistas de hoy comparten el mismo perfil que los de ayer: líderes políticos corruptos y populistas,  fundamentalistas religiosos, y sujetos que reclaman un pseudoderecho a no ser ofendidos o cuestionados, manifestando una especie confort intelectual y emocional que les lleva a creer que no es el derecho a la libre expresión lo que se debe proteger, sino su “derecho” a estar libres de la expresión o cuestionamiento de otros. 

La libertad de expresión es un principio derivado de la libertad intelectual, es este el derecho que salvaguarda la facultad que tenemos para transmitir ideas y adquirir conocimiento. De otra forma, sin libertad de expresarnos, sería imposible el desarrollo del saber, debido a que no podríamos conjeturar hipótesis sobre la naturaleza de la realidad, y luego ponerlas a prueba. Es solo planteándonos ideas a nosotros mismos y a otros, y viendo cuáles resisten los intentos de refutarlas, que adquirimos conocimiento. 

A los políticos les encanta hablar de límites a la libertad de expresión y es que la idea de poder controlar lo que se dice o se deja de decir sobre uno, cuando se es un individuo sujeto al escrutinio público, es una idea bastante apetecible. Sin embargo, en palabras de  JonahGoldberg, en una sociedad libre, las personas tienen una responsabilidad moral por lo que dicen, mas solo pueden llegar a tener responsabilidad legal por lo que realmente hacen.

Afortunadamente, la censura nunca ha sido menos viable que en la actualidad. La descentralización y alta competitividad  en el proceso de intercambio y distribución de información, a llegado al punto que si alguien intenta suprimir el acceso a una plataforma, inmediatamente aparecerá otra con la misma información. 

La libertad de expresión implica poder disentir, cuestionar e incluso, mentir u ofender. Por lo que no, el limite no es la verdad. 

   

¡El Presidente está desnudo (y no quiere que se lo digan)!

Jose Fernando Orellana
18 de septiembre, 2020

Así como Sandra tenía su Álvaro y Roxana tenía su Otto, Miguel tiene su Alejandro. Con el paso de los meses, la evidencia demuestra que, al igual que en los gobiernos anteriores, el nepotismo, la corrupción rampante y la ambición de poder han sido la norma en este gobierno, al punto que a falta de poder poner al incompetente de Miguel Martínez en la Vicepresidencia, Alejandro Giammattei le creó una Vicepresidencia paralela a la que denominó “Centro de Gobierno”. 

Es un hecho, a nadie le gusta que lo cuestionen. Por ello, es entendible que el presidente esté molesto ante los cuestionamientos públicos que periodistas y ciudadanos le han hecho, últimamente. Desde el inicio de su gobierno, Alejandro Giammattei le ha huido a la prensa, asistiendo únicamente a entrevistas programadas y atrincherándose detrás de un podio y una cámara para no tener que responder preguntas  de periodistas en conferencias en vivo. Sin embargo, la animadversión del presidente por la libertad de prensa ha llegado al punto de decir que el “límite de la libertad de expresión es la verdad”, insinuando que los políticos pueden decidir cuáles son dichos límites. 

Existe una confusión fundamental sobre la fuente de nuestro derecho a la libertad de expresión, pues este no es una concesión que el Estado nos otorga, sino un mecanismo que le impide a los gobernantes censurar y decidir qué ideas se difunden.  No es casualidad que una frase atribuida a Thomas Jefferson diga: “Cuando el político en su discurso condena una prensa libre, estamos escuchando las palabras de un tirano”. Si aceptamos la idea de que el gobierno es el árbitro de lo que es, o no,  un discurso aceptable, estamos  camino a una pesadilla distópica. 

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A través de la historia, uno de los pilares fundamentales de la civilización más amenazados ha sido el de la libertad de expresión. Desde tiempos muy remotos, sus detractores han sido sujetos que le temen a la verdad, la diseminación del conocimiento y/o a la responsabilidad de pensar por sí mismos. Los antagonistas de hoy comparten el mismo perfil que los de ayer: líderes políticos corruptos y populistas,  fundamentalistas religiosos, y sujetos que reclaman un pseudoderecho a no ser ofendidos o cuestionados, manifestando una especie confort intelectual y emocional que les lleva a creer que no es el derecho a la libre expresión lo que se debe proteger, sino su “derecho” a estar libres de la expresión o cuestionamiento de otros. 

La libertad de expresión es un principio derivado de la libertad intelectual, es este el derecho que salvaguarda la facultad que tenemos para transmitir ideas y adquirir conocimiento. De otra forma, sin libertad de expresarnos, sería imposible el desarrollo del saber, debido a que no podríamos conjeturar hipótesis sobre la naturaleza de la realidad, y luego ponerlas a prueba. Es solo planteándonos ideas a nosotros mismos y a otros, y viendo cuáles resisten los intentos de refutarlas, que adquirimos conocimiento. 

A los políticos les encanta hablar de límites a la libertad de expresión y es que la idea de poder controlar lo que se dice o se deja de decir sobre uno, cuando se es un individuo sujeto al escrutinio público, es una idea bastante apetecible. Sin embargo, en palabras de  JonahGoldberg, en una sociedad libre, las personas tienen una responsabilidad moral por lo que dicen, mas solo pueden llegar a tener responsabilidad legal por lo que realmente hacen.

Afortunadamente, la censura nunca ha sido menos viable que en la actualidad. La descentralización y alta competitividad  en el proceso de intercambio y distribución de información, a llegado al punto que si alguien intenta suprimir el acceso a una plataforma, inmediatamente aparecerá otra con la misma información. 

La libertad de expresión implica poder disentir, cuestionar e incluso, mentir u ofender. Por lo que no, el limite no es la verdad.