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La república bananera del norte

Fernando García Molina
27 de enero, 2021


El acto más hermoso y emblemático de la democracia es la elección popular de sus autoridades. Pero la democracia debe terminar el día de la elección. De allí en adelante empieza a funcionar el Estado de Derecho. En una República, este consiste en la Constitución y las leyes de ella derivadas.
Ayer, por fin sucedió el cambio de Gobierno en los Estados Unidos de Norteamérica —EUA. Oficialmente Joseph Robinette Biden Jr. es el 46º presidente de la nación norteamericana. Kamala Devi Harris lo acompaña como vicepresidente (el cargo “vicepresidenta” no existe). Sospecho que, en la práctica, este será el tercer período de Biden como vicepresidente.

Lo acontecido desde la convocatoria a elecciones primarias el año pasado, carece de antecedente. El proceso electoral se desarrolló durante una pandemia. Al conocerse el resultado de la votación, se denunció fraude masivo y manipulación electoral. El 6 de enero pasado, una turba violenta tomó por asalto al Capitolio. El Presidente incitó a tal acción sabiendo que causaría terror y que jugaba con fuego, lo que constituyó la página más negra de su mandato. Hay antecedentes más lejanos.

En 1984 un joven quemó una bandera de EUA durante una protesta en Dallas, Texas. Para mí, como para muchos otros aquello constituyó un agravio. El ofensor fue condenado a un año de cárcel. Sin embargo, cinco años después, se derogó en casi todos los estados, la ley que prohibía profanar la bandera, aceptando tal acto como una expresión democrática de descontento. Se lesionó el andamiaje legal que emanaba de la Constitución de la República. Actualmente hay controversia. Muchos ciudadanos piden regresar a la anterior prohibición. Ganó la democracia, se debilitó la República.

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El año pasado, por la televisión, observamos escenas de auténtica barbarie. Agrupados bajo el lema “Black Lives Matter” —BLM—, un grupo de personas mayormente jóvenes, principalmente de raza negra, causaron destrozos, asaltaron comercios, arrasaron y saquearon propiedad pública y privada, destruyeron monumentos y estatuas, rompieron cristales (a lo Kristallnacht de 1938) … Solo una reducida fracción de quienes realizaron aquellos actos de pillaje fueron detenidos y consignados a tribunales. Lo que creo pillaje, se interpretó como parte de una protesta democrática. Ganó la democracia, se debilitó la República.

El comportamiento de BLM fue muy parecido al de los vándalos que tomaron por asalto la ciudad de Santiago de Chile, en octubre de 2019. Algunos pensamos que el régimen de Maduro en Venezuela —que sugirió ser autor intelectual de los crímenes en Chile—, podría haber estado igualmente involucrado en los actos terroristas de EUA.

Ya alguien escribió en Pi que, si bien la vida de los negros importa, también la de los blancos, los amarillos, los de piel rojiza y que la tez morena de los latinos es igualmente valiosa. Lo importante es la vida, no el color de la piel.

La pobre reacción policial encendió a grupos radicales opuestos. Las facciones modernas del Ku Klux Klan, los cabeza rapada y algunos miembros del Partido Nazi Americano —que opera legalmente en Virginia desde 1960— causaron mayor zozobra. Pero quizá lo más grave fue que muchos otros grupos formados espontáneamente en todo el país surgieron en las redes sociales portando armas de fuego diversas. Estos últimos constituyen verdaderos ejércitos en número y armamento. Dicen actuar en defensa de su vida y propiedad. Consiguieron alejar a sus opositores de BLM.

Afortunadamente para todos, incluso para quienes vivimos en países lejanos, como el nuestro, el gobierno consiguió evitar que ambas tropas se enfrentaran. De haber sucedido, el número de muertos habría sido significativo y de allí, a una guerra civil, solo habría habido un paso.

El 3 de noviembre los ciudadanos norteamericanos asistieron a votar. Los resultados de la votación fueron cuestionados por el presidente Trump y muchos de sus partidarios. Siguió un litigio electoral que apenas concluyó este mes. Los habitantes del entero planta seguimos los cambiantes incidentes de esas reclamaciones. Personajes como Giuliani, el exalcalde de Nueva York, además del mismo Trump, tuvieron un alto protagonismo. Muchos medios de prensa y televisión adversaron la teoría del fraude, mostrando apoyo a Biden y al Partido Demócrata. Se creó espacio para que las redes sociales se pronunciaran, muchas a favor de Trump.

Trump y sus seguidores no pudieron aportar pruebas que demostraran judicialmente el fraude denunciado. Se quedaron en razonamientos circunstanciales, algunos de ellos muy poderosos. Al final del proceso quedó un electorado dividido. Posiblemente la mayor parte de electores republicanos cree que hubo engaño y que, por lo tanto, el nuevo gobierno carece de legitimidad. Los electores demócratas están convencidos de que Trump y sus aliados crearon la teoría del fraude. En medio habrá una parte importante de ciudadanos que no se inclinan a favor de uno u otro. Ganó la democracia, se debilitó la República.

Durante la campaña se creó el perfil de los candidatos con base en sus propios rasgos de personalidad. Un candidato agresivo, petulante, egocentrista, irascible, intelectualmente limitado pero vigoroso, recio, seguro de sí, determinado… El otro, bisoño, buen esposo, bonachón, tranquilo, sonriente, piadoso, simpático, sin dificultad para pasar desapercibido, con amplia experiencia política, afable, sin mayores convicciones en un sentido u otro…

El fuego del primero causó una división entre los electores: unos apasionadamente a su favor, otros con igual ardor en contra suya. El segundo, con menor caudal político, recibió a los opositores del primero y con ellos fue declarado ganador. Allá, en la República bananera del norte, sucedió como aquí, cuando en su turno, Morales y Giammattei ganaron la presidencia con base en el anti voto contra Torres.

Trump, ahora retirado en sus cómodas instalaciones en Florida, pronto habrá de enfrentar demandas en los tribunales para dilucidar su participación en los hechos infames del 6 de enero, asuntos sobre el pago de su ISR personal y de sus empresas, así como otras demandas. Sus contrarios en el Partido Demócrata buscan causarle el mayor daño posible. Esto reforzará su ya anunciada intención de mantener su activismo político.

Trump habrá de seguir en política como líder fogoso y carismático quien, además, cuenta con un capital político formidable. El periodista Jaime Bayly, quien lo adversa, estima en unos 50 millones de personas a los seguidores que estarían dispuestos a mucho más que el simple acto de darle su voto.

Todo hace pensar que durante lo que resta del año y posiblemente todo el mandato del recién inaugurado Gobierno será de violencia callejera, protestas, zozobra e incertidumbre. En las demás repúblicas bananeras esto, aunque con menos gravedad, ya ha sucedido. Muchos procesos electorales han terminado con señalamientos de fraude. Esa fue la constante del siglo pasado y, en algunos países, también en este. El TSE voltea la vista sin ofrecer revisiones. Total, se trata de una chamarra suficientemente amplia para cubrir a todos.

Muchas veces fueron los Estados Unidos quienes eligieron a los presidentes, aún por encima de los candidatos que los ciudadanos habían elegido. Los candidatos debían pasar por la aprobación de la Embajada. Ahora, posiblemente los norteamericanos sufren en su territorio, quizá con la participación de otros países, su propia medicina.

¡Bienvenidos al club de repúblicas bananeras!

La república bananera del norte

Fernando García Molina
27 de enero, 2021


El acto más hermoso y emblemático de la democracia es la elección popular de sus autoridades. Pero la democracia debe terminar el día de la elección. De allí en adelante empieza a funcionar el Estado de Derecho. En una República, este consiste en la Constitución y las leyes de ella derivadas.
Ayer, por fin sucedió el cambio de Gobierno en los Estados Unidos de Norteamérica —EUA. Oficialmente Joseph Robinette Biden Jr. es el 46º presidente de la nación norteamericana. Kamala Devi Harris lo acompaña como vicepresidente (el cargo “vicepresidenta” no existe). Sospecho que, en la práctica, este será el tercer período de Biden como vicepresidente.

Lo acontecido desde la convocatoria a elecciones primarias el año pasado, carece de antecedente. El proceso electoral se desarrolló durante una pandemia. Al conocerse el resultado de la votación, se denunció fraude masivo y manipulación electoral. El 6 de enero pasado, una turba violenta tomó por asalto al Capitolio. El Presidente incitó a tal acción sabiendo que causaría terror y que jugaba con fuego, lo que constituyó la página más negra de su mandato. Hay antecedentes más lejanos.

En 1984 un joven quemó una bandera de EUA durante una protesta en Dallas, Texas. Para mí, como para muchos otros aquello constituyó un agravio. El ofensor fue condenado a un año de cárcel. Sin embargo, cinco años después, se derogó en casi todos los estados, la ley que prohibía profanar la bandera, aceptando tal acto como una expresión democrática de descontento. Se lesionó el andamiaje legal que emanaba de la Constitución de la República. Actualmente hay controversia. Muchos ciudadanos piden regresar a la anterior prohibición. Ganó la democracia, se debilitó la República.

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El año pasado, por la televisión, observamos escenas de auténtica barbarie. Agrupados bajo el lema “Black Lives Matter” —BLM—, un grupo de personas mayormente jóvenes, principalmente de raza negra, causaron destrozos, asaltaron comercios, arrasaron y saquearon propiedad pública y privada, destruyeron monumentos y estatuas, rompieron cristales (a lo Kristallnacht de 1938) … Solo una reducida fracción de quienes realizaron aquellos actos de pillaje fueron detenidos y consignados a tribunales. Lo que creo pillaje, se interpretó como parte de una protesta democrática. Ganó la democracia, se debilitó la República.

El comportamiento de BLM fue muy parecido al de los vándalos que tomaron por asalto la ciudad de Santiago de Chile, en octubre de 2019. Algunos pensamos que el régimen de Maduro en Venezuela —que sugirió ser autor intelectual de los crímenes en Chile—, podría haber estado igualmente involucrado en los actos terroristas de EUA.

Ya alguien escribió en Pi que, si bien la vida de los negros importa, también la de los blancos, los amarillos, los de piel rojiza y que la tez morena de los latinos es igualmente valiosa. Lo importante es la vida, no el color de la piel.

La pobre reacción policial encendió a grupos radicales opuestos. Las facciones modernas del Ku Klux Klan, los cabeza rapada y algunos miembros del Partido Nazi Americano —que opera legalmente en Virginia desde 1960— causaron mayor zozobra. Pero quizá lo más grave fue que muchos otros grupos formados espontáneamente en todo el país surgieron en las redes sociales portando armas de fuego diversas. Estos últimos constituyen verdaderos ejércitos en número y armamento. Dicen actuar en defensa de su vida y propiedad. Consiguieron alejar a sus opositores de BLM.

Afortunadamente para todos, incluso para quienes vivimos en países lejanos, como el nuestro, el gobierno consiguió evitar que ambas tropas se enfrentaran. De haber sucedido, el número de muertos habría sido significativo y de allí, a una guerra civil, solo habría habido un paso.

El 3 de noviembre los ciudadanos norteamericanos asistieron a votar. Los resultados de la votación fueron cuestionados por el presidente Trump y muchos de sus partidarios. Siguió un litigio electoral que apenas concluyó este mes. Los habitantes del entero planta seguimos los cambiantes incidentes de esas reclamaciones. Personajes como Giuliani, el exalcalde de Nueva York, además del mismo Trump, tuvieron un alto protagonismo. Muchos medios de prensa y televisión adversaron la teoría del fraude, mostrando apoyo a Biden y al Partido Demócrata. Se creó espacio para que las redes sociales se pronunciaran, muchas a favor de Trump.

Trump y sus seguidores no pudieron aportar pruebas que demostraran judicialmente el fraude denunciado. Se quedaron en razonamientos circunstanciales, algunos de ellos muy poderosos. Al final del proceso quedó un electorado dividido. Posiblemente la mayor parte de electores republicanos cree que hubo engaño y que, por lo tanto, el nuevo gobierno carece de legitimidad. Los electores demócratas están convencidos de que Trump y sus aliados crearon la teoría del fraude. En medio habrá una parte importante de ciudadanos que no se inclinan a favor de uno u otro. Ganó la democracia, se debilitó la República.

Durante la campaña se creó el perfil de los candidatos con base en sus propios rasgos de personalidad. Un candidato agresivo, petulante, egocentrista, irascible, intelectualmente limitado pero vigoroso, recio, seguro de sí, determinado… El otro, bisoño, buen esposo, bonachón, tranquilo, sonriente, piadoso, simpático, sin dificultad para pasar desapercibido, con amplia experiencia política, afable, sin mayores convicciones en un sentido u otro…

El fuego del primero causó una división entre los electores: unos apasionadamente a su favor, otros con igual ardor en contra suya. El segundo, con menor caudal político, recibió a los opositores del primero y con ellos fue declarado ganador. Allá, en la República bananera del norte, sucedió como aquí, cuando en su turno, Morales y Giammattei ganaron la presidencia con base en el anti voto contra Torres.

Trump, ahora retirado en sus cómodas instalaciones en Florida, pronto habrá de enfrentar demandas en los tribunales para dilucidar su participación en los hechos infames del 6 de enero, asuntos sobre el pago de su ISR personal y de sus empresas, así como otras demandas. Sus contrarios en el Partido Demócrata buscan causarle el mayor daño posible. Esto reforzará su ya anunciada intención de mantener su activismo político.

Trump habrá de seguir en política como líder fogoso y carismático quien, además, cuenta con un capital político formidable. El periodista Jaime Bayly, quien lo adversa, estima en unos 50 millones de personas a los seguidores que estarían dispuestos a mucho más que el simple acto de darle su voto.

Todo hace pensar que durante lo que resta del año y posiblemente todo el mandato del recién inaugurado Gobierno será de violencia callejera, protestas, zozobra e incertidumbre. En las demás repúblicas bananeras esto, aunque con menos gravedad, ya ha sucedido. Muchos procesos electorales han terminado con señalamientos de fraude. Esa fue la constante del siglo pasado y, en algunos países, también en este. El TSE voltea la vista sin ofrecer revisiones. Total, se trata de una chamarra suficientemente amplia para cubrir a todos.

Muchas veces fueron los Estados Unidos quienes eligieron a los presidentes, aún por encima de los candidatos que los ciudadanos habían elegido. Los candidatos debían pasar por la aprobación de la Embajada. Ahora, posiblemente los norteamericanos sufren en su territorio, quizá con la participación de otros países, su propia medicina.

¡Bienvenidos al club de repúblicas bananeras!