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¿Un nuevo renacer?

Armando De la Torre
10 de noviembre, 2021

En las elecciones parciales del martes de la semana pasada se impuso el Partido Republicano de los Estados Unidos sobre su alternativa demócrata en el Estado de Virginia por un margen muy estrecho, pero se impuso.

El significado de fondo de tal evento electoral radica fundamentalmente en que desde la elección de Franklin D. Roosevelt a finales de 1932 para la presidencia de esa gran nación americana, tanto en el New Jersey de hoy como en la Virginia que también nos es contemporánea se había mantenido vigente aquel pacto genial que hubo de llevar a Roosevelt a la presidencia, así apoyado en una triple alianza electoral entre los conservadores del Sur, los sindicatos de obreros del Norte industrializado (AFL-CIO) y la población de origen africano que había votado consistentemente republicano desde el fin de la Guerra Civil (1865). 

Pero primero Eisenhower en 1952, después Ronald Reagan en 1981, empezaron a debilitar tan exitosa alianza con algunas excepciones entre las que se contaban Virginia y New Jersey.

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Y de esa manera, puedo inducir que muy probablemente para el 2024 se abrirá otra oportunidad para el regreso de Donald Trump tras la disolución de hecho de aquella ingeniosa y brillante coalición que lideró el demócrata Franklin D. Roosevelt.   

El conservadurismo Republicano se ha visto reducido desde entonces más al plano fiscal que al político (sobre todo a partir de 1937, cuando la Corte Suprema empezó a adaptar algunas de sus resoluciones a la conveniencia política de un Roosevelt recientemente reelecto). Lo cual explica la índole del actual distanciamiento respectivo entre ambas corrientes políticas, la Demócrata y la Republicana: eminentemente fiscal.  

Y así, reitero, ese sorprendente novato entrometido en la política nacional, Donald Trump, se ha vuelto el eje por nadie esperado del mapa electoral de ese país.

Para Guatemala podríamos interpretar como lo relevante de todo ello a la disputa pública en torno a otra estrella aquí emergente: la de la doctora Consuelo Porras, actual Fiscal General de la Nación. No creo que ella lo hubiese esperado así, ni que tampoco lo mismo hubiese figurado entre los cálculos de ningún político. Pero lo obtuso del actual tratamiento de la izquierda local hacia su persona a propósito del caso de Juan Francisco Sandoval también nos ha entrañado otras sorpresas.

Aprovecho para reconocer en esta dama las dotes de entereza, honestidad y claridad mental que echo de menos en las demás autoridades de los tres poderes constitucionales del país. Ella ha salvado el prestigio moral de la institución a su cargo casi sin ayuda de nadie salvo tenuemente el del señor Presidente desde el poder Ejecutivo. Para ella, por tanto, todos mis respetos. 

Y por todo ello también nos hallamos ahora ante un enfrentamiento del todo innecesario y muy dañino entre un Departamento de Estado de los Estados Unidos muy mal conducido por un improvisado y muy inepto Secretario de Estado Anthony Blinken y de esa guatemalteca honesta y vertical por nombre conocida como doña Consuelo Porras.  

Y hasta en un momento internacional tan particularmente crítico: cuando al mismo tiempo en la América del Sur José Antonio Kast parece a punto de ser definitivamente electo Presidente de la República de Chile, a pesar de la feroz campaña de desprestigio al que lo ha sometido la prensa venal al servicio exclusivo de los magnates de los medios de comunicación digital. 

Por cierto, Kast es un hombre de cepa profundamente católica a lo Juan Pablo II y de mente ultramoderna a lo Angela Merkel. 

Tendencias esas muy excelentes para el conjunto de nuestras Américas, tanto la de estirpe anglosajona como esta más nuestra Iberoamericana.

“Dios escribe derecho con renglones torcidos”, reza un viejo refrán castellano. Y bien que han estado retorcidos los de nuestros opulentos y parcializados medios de comunicación contemporáneos. 

Trataré aquí, pues, de ubicar dónde podría encontrarse lo éticamente correcto de este tan retorcido mundo del ahora. 

Desde el pontificado de Juan Pablo II, bajo el mismo cobijo ideológico de sus coetáneos Ronald Reagan y Margaret Thatcher, no nos habíamos visto tan cercanos o a una debacle final o a una resurrección milagrosa. 

En aquellos precisos tiempos, además, bajo el estímulo de un Gorbachov que había sido moralmente reconquistado para un espíritu de mayor tolerancia del Occidente liberal, así como en estos momento parecen serlo Xi Jinping en la China continental, a su turno influido por el revisionismo tecnocrático de Deng Xiaoping, tan distantes y divergentes al del totalitarismo inhumano que les resultaba demasiado obsesivo de su congénere Mao Zedong. 

Y de tal manera, esa danza dialéctica de la historia moderna parece haberse reiterado como nunca en tales prototipos del Lejano Oriente. 

Me queda por aludir a otra vieja llaga del Occidente: a la de la moribunda Cuba de Fidel Castro, para mí muy en especial la inagotable fuente de muchas lágrimas.

Y ahora el pulso de la historia de nuevo aparenta haberse acelerado de nuevo. 

¿Qué pasará en nuestras Américas, o en la Europa otrora aquellas “de las luces”, como tan bellamente lo ilustrara en su momento Alejo Carpentier, o en la populosa India resurgida de las cenizas de Gandhi, o en aquella China de los insoportables terrores dinásticos hasta el triunfo de las renovadas esperanzas que a todos trajo la gesta de Sun Yat Sen en 1911? ¿O también del Japón siempre “galante y heroico” tan debilitado sin embargo por la carga de 2600 años de historia, incluidos en esa penúltima etapa de sus dolorosísimos errores que lo llevaron a Pearl Harbor y por consiguiente a Hiroshima? ¿O asimismo esa sorprendente Australia por primera vez promesa para todos los amantes de los riesgos que siempre implica todo principio de la libertad de empresa? ¿O para el África por milenios esclavizada y hoy ya relativamente liberada aunque todavía la más empobrecida?…

No lo sé, pero lo sospecho: regreso para ello de nuevo a aquel esperanzador pronóstico de 1992 de Francis Fukuyama sobre “El fin de la historia”. Es decir, a una victoria final como él la intuye pero a nivel planetario del libre mercado y del sistema constitucional democrático que se le perfiló como al largo plazo inevitable. 

Y de tal manera, según Fukuyama, estos arrebatos inmaduros y violentos de un mundo de cada vez más raquíticos valores éticos habrán de ser reemplazados para las próximas centurias por un resurgimiento del pensamiento libre, de la moral competitiva y del empuje empresarial de muy diversas raíces y colores.

Amén.

¿Un nuevo renacer?

Armando De la Torre
10 de noviembre, 2021

En las elecciones parciales del martes de la semana pasada se impuso el Partido Republicano de los Estados Unidos sobre su alternativa demócrata en el Estado de Virginia por un margen muy estrecho, pero se impuso.

El significado de fondo de tal evento electoral radica fundamentalmente en que desde la elección de Franklin D. Roosevelt a finales de 1932 para la presidencia de esa gran nación americana, tanto en el New Jersey de hoy como en la Virginia que también nos es contemporánea se había mantenido vigente aquel pacto genial que hubo de llevar a Roosevelt a la presidencia, así apoyado en una triple alianza electoral entre los conservadores del Sur, los sindicatos de obreros del Norte industrializado (AFL-CIO) y la población de origen africano que había votado consistentemente republicano desde el fin de la Guerra Civil (1865). 

Pero primero Eisenhower en 1952, después Ronald Reagan en 1981, empezaron a debilitar tan exitosa alianza con algunas excepciones entre las que se contaban Virginia y New Jersey.

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Y de esa manera, puedo inducir que muy probablemente para el 2024 se abrirá otra oportunidad para el regreso de Donald Trump tras la disolución de hecho de aquella ingeniosa y brillante coalición que lideró el demócrata Franklin D. Roosevelt.   

El conservadurismo Republicano se ha visto reducido desde entonces más al plano fiscal que al político (sobre todo a partir de 1937, cuando la Corte Suprema empezó a adaptar algunas de sus resoluciones a la conveniencia política de un Roosevelt recientemente reelecto). Lo cual explica la índole del actual distanciamiento respectivo entre ambas corrientes políticas, la Demócrata y la Republicana: eminentemente fiscal.  

Y así, reitero, ese sorprendente novato entrometido en la política nacional, Donald Trump, se ha vuelto el eje por nadie esperado del mapa electoral de ese país.

Para Guatemala podríamos interpretar como lo relevante de todo ello a la disputa pública en torno a otra estrella aquí emergente: la de la doctora Consuelo Porras, actual Fiscal General de la Nación. No creo que ella lo hubiese esperado así, ni que tampoco lo mismo hubiese figurado entre los cálculos de ningún político. Pero lo obtuso del actual tratamiento de la izquierda local hacia su persona a propósito del caso de Juan Francisco Sandoval también nos ha entrañado otras sorpresas.

Aprovecho para reconocer en esta dama las dotes de entereza, honestidad y claridad mental que echo de menos en las demás autoridades de los tres poderes constitucionales del país. Ella ha salvado el prestigio moral de la institución a su cargo casi sin ayuda de nadie salvo tenuemente el del señor Presidente desde el poder Ejecutivo. Para ella, por tanto, todos mis respetos. 

Y por todo ello también nos hallamos ahora ante un enfrentamiento del todo innecesario y muy dañino entre un Departamento de Estado de los Estados Unidos muy mal conducido por un improvisado y muy inepto Secretario de Estado Anthony Blinken y de esa guatemalteca honesta y vertical por nombre conocida como doña Consuelo Porras.  

Y hasta en un momento internacional tan particularmente crítico: cuando al mismo tiempo en la América del Sur José Antonio Kast parece a punto de ser definitivamente electo Presidente de la República de Chile, a pesar de la feroz campaña de desprestigio al que lo ha sometido la prensa venal al servicio exclusivo de los magnates de los medios de comunicación digital. 

Por cierto, Kast es un hombre de cepa profundamente católica a lo Juan Pablo II y de mente ultramoderna a lo Angela Merkel. 

Tendencias esas muy excelentes para el conjunto de nuestras Américas, tanto la de estirpe anglosajona como esta más nuestra Iberoamericana.

“Dios escribe derecho con renglones torcidos”, reza un viejo refrán castellano. Y bien que han estado retorcidos los de nuestros opulentos y parcializados medios de comunicación contemporáneos. 

Trataré aquí, pues, de ubicar dónde podría encontrarse lo éticamente correcto de este tan retorcido mundo del ahora. 

Desde el pontificado de Juan Pablo II, bajo el mismo cobijo ideológico de sus coetáneos Ronald Reagan y Margaret Thatcher, no nos habíamos visto tan cercanos o a una debacle final o a una resurrección milagrosa. 

En aquellos precisos tiempos, además, bajo el estímulo de un Gorbachov que había sido moralmente reconquistado para un espíritu de mayor tolerancia del Occidente liberal, así como en estos momento parecen serlo Xi Jinping en la China continental, a su turno influido por el revisionismo tecnocrático de Deng Xiaoping, tan distantes y divergentes al del totalitarismo inhumano que les resultaba demasiado obsesivo de su congénere Mao Zedong. 

Y de tal manera, esa danza dialéctica de la historia moderna parece haberse reiterado como nunca en tales prototipos del Lejano Oriente. 

Me queda por aludir a otra vieja llaga del Occidente: a la de la moribunda Cuba de Fidel Castro, para mí muy en especial la inagotable fuente de muchas lágrimas.

Y ahora el pulso de la historia de nuevo aparenta haberse acelerado de nuevo. 

¿Qué pasará en nuestras Américas, o en la Europa otrora aquellas “de las luces”, como tan bellamente lo ilustrara en su momento Alejo Carpentier, o en la populosa India resurgida de las cenizas de Gandhi, o en aquella China de los insoportables terrores dinásticos hasta el triunfo de las renovadas esperanzas que a todos trajo la gesta de Sun Yat Sen en 1911? ¿O también del Japón siempre “galante y heroico” tan debilitado sin embargo por la carga de 2600 años de historia, incluidos en esa penúltima etapa de sus dolorosísimos errores que lo llevaron a Pearl Harbor y por consiguiente a Hiroshima? ¿O asimismo esa sorprendente Australia por primera vez promesa para todos los amantes de los riesgos que siempre implica todo principio de la libertad de empresa? ¿O para el África por milenios esclavizada y hoy ya relativamente liberada aunque todavía la más empobrecida?…

No lo sé, pero lo sospecho: regreso para ello de nuevo a aquel esperanzador pronóstico de 1992 de Francis Fukuyama sobre “El fin de la historia”. Es decir, a una victoria final como él la intuye pero a nivel planetario del libre mercado y del sistema constitucional democrático que se le perfiló como al largo plazo inevitable. 

Y de tal manera, según Fukuyama, estos arrebatos inmaduros y violentos de un mundo de cada vez más raquíticos valores éticos habrán de ser reemplazados para las próximas centurias por un resurgimiento del pensamiento libre, de la moral competitiva y del empuje empresarial de muy diversas raíces y colores.

Amén.