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Cacicazgo rumbo 2023

Juan Diego Godoy
05 de mayo, 2021

Hace unos días lancé la siguiente pregunta por redes sociales: ¿Será que el siguiente proceso  electoral en Guatemala ya nos ofrece algo más esperanzador que el anterior? Comencé a recibir  muchas respuestas. ¿Qué hubiera respondido usted? Sin conocerle, sin verle, sin tenerle  enfrente, creo que puedo adivinar su respuesta. 

Vamos a ello. 

El 53,5% respondió que el próximo proceso electoral de 2023 pintaba igual de desolador que el  anterior. El 41,9% de mis encuestados fue más pesimista y sugirió que nos iría peor —si es que  puede haber un “peor” que todavía no hayamos experimentado en este país. Y un cohibido, débil  y pequeñísimo 4.7% votó por que el próximo proceso electoral sería mejor en cuanto a calidad de  opciones. Si bien esta encuesta no es nada representativa y sus estadísticas carecen de valor por  el tamaño y tipo de la muestra, me atrevo a decir que representa el sentir en las calles, en las  sobremesas, en los pasillos, en las reuniones virtuales y los chats.  

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No es una locura comenzar a pensar en el próximo proceso electoral. Mucho menos cuando  comienzan a convocarse manifestaciones contra el presidente de turno —algo que parece ser una  tradición desde los últimos cuatro gobiernos tan fracasados como corruptos— y las Cortes  comienzan a acondicionarse para arrodillarse ante candidaturas pactadas y negociadas desde ya.  Mucho menos cuando un reportaje de elPeriódico revela que hay 26  grupos en trámite para convertirse en partidos con miras a las elecciones generales de 2023,  además de los 19 partidos políticos vigentes en el Tribunal Supremo Electoral.  

Imaginémonos —dentro de un escenario muy simplista— que el cacicazgo hace de las suyas, los  favores se pagan y las presiones logran su cometido, como siempre. Hagamos la suma:  tendríamos 45 partidos políticos participando en 2023. Partidos  que son, nuevamente, más de lo mismo: vehículos de cartón con nombre y apellido, encabezados  por exfuncionarios y excandidatos señalados por la Justicia pero dispuestos a vivir y llenar sus  billeteras por cuatro años alimentándose del populismo puro y duro, ese que es el pan de cada día  para el político regional. No hace falta ser vidente. Ya sabemos lo que viene. Campañas centradas  en el “yo todopoderoso”, nefastas estrategia para vender candidatos y no planes de gobierno, para  posicionar intereses y no ideas y para ofrecer magia en un país que vive de trucos sucios. 

Tenemos que mejorar la participación en la oferta electoral, partiendo del principio de que más  oferta no necesariamente implica más calidad y de que más opciones para elegir no  necesariamente significa que somos más libres. Tenemos que comenzar a tener algún incentivo  de poder no solo votar, sino formar parte de un proceso que nos involucre como parte del plan de  país. A cada quien desde su profesión y fortalezas, pero definitivamente fuera de su conformismo  y burbuja. Lo primero que se me viene a la mente son los espacios cívicos. Ahí es donde podemos  construir eso de lo que más carecemos, la ciudadanía; porque nos la han robado y porque la  hemos cedido con tanto silencio.

@jdgodoyes / Sucríbase a La Columna Semanal aquí: https://chat.whatsapp.com/ GRfNaM5ZJt02Mn9sMkjSS8

Cacicazgo rumbo 2023

Juan Diego Godoy
05 de mayo, 2021

Hace unos días lancé la siguiente pregunta por redes sociales: ¿Será que el siguiente proceso  electoral en Guatemala ya nos ofrece algo más esperanzador que el anterior? Comencé a recibir  muchas respuestas. ¿Qué hubiera respondido usted? Sin conocerle, sin verle, sin tenerle  enfrente, creo que puedo adivinar su respuesta. 

Vamos a ello. 

El 53,5% respondió que el próximo proceso electoral de 2023 pintaba igual de desolador que el  anterior. El 41,9% de mis encuestados fue más pesimista y sugirió que nos iría peor —si es que  puede haber un “peor” que todavía no hayamos experimentado en este país. Y un cohibido, débil  y pequeñísimo 4.7% votó por que el próximo proceso electoral sería mejor en cuanto a calidad de  opciones. Si bien esta encuesta no es nada representativa y sus estadísticas carecen de valor por  el tamaño y tipo de la muestra, me atrevo a decir que representa el sentir en las calles, en las  sobremesas, en los pasillos, en las reuniones virtuales y los chats.  

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No es una locura comenzar a pensar en el próximo proceso electoral. Mucho menos cuando  comienzan a convocarse manifestaciones contra el presidente de turno —algo que parece ser una  tradición desde los últimos cuatro gobiernos tan fracasados como corruptos— y las Cortes  comienzan a acondicionarse para arrodillarse ante candidaturas pactadas y negociadas desde ya.  Mucho menos cuando un reportaje de elPeriódico revela que hay 26  grupos en trámite para convertirse en partidos con miras a las elecciones generales de 2023,  además de los 19 partidos políticos vigentes en el Tribunal Supremo Electoral.  

Imaginémonos —dentro de un escenario muy simplista— que el cacicazgo hace de las suyas, los  favores se pagan y las presiones logran su cometido, como siempre. Hagamos la suma:  tendríamos 45 partidos políticos participando en 2023. Partidos  que son, nuevamente, más de lo mismo: vehículos de cartón con nombre y apellido, encabezados  por exfuncionarios y excandidatos señalados por la Justicia pero dispuestos a vivir y llenar sus  billeteras por cuatro años alimentándose del populismo puro y duro, ese que es el pan de cada día  para el político regional. No hace falta ser vidente. Ya sabemos lo que viene. Campañas centradas  en el “yo todopoderoso”, nefastas estrategia para vender candidatos y no planes de gobierno, para  posicionar intereses y no ideas y para ofrecer magia en un país que vive de trucos sucios. 

Tenemos que mejorar la participación en la oferta electoral, partiendo del principio de que más  oferta no necesariamente implica más calidad y de que más opciones para elegir no  necesariamente significa que somos más libres. Tenemos que comenzar a tener algún incentivo  de poder no solo votar, sino formar parte de un proceso que nos involucre como parte del plan de  país. A cada quien desde su profesión y fortalezas, pero definitivamente fuera de su conformismo  y burbuja. Lo primero que se me viene a la mente son los espacios cívicos. Ahí es donde podemos  construir eso de lo que más carecemos, la ciudadanía; porque nos la han robado y porque la  hemos cedido con tanto silencio.

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