Hace unos días lancé la siguiente pregunta por redes sociales: ¿Será que el siguiente proceso electoral en Guatemala ya nos ofrece algo más esperanzador que el anterior? Comencé a recibir muchas respuestas. ¿Qué hubiera respondido usted? Sin conocerle, sin verle, sin tenerle enfrente, creo que puedo adivinar su respuesta.
Vamos a ello.
El 53,5% respondió que el próximo proceso electoral de 2023 pintaba igual de desolador que el anterior. El 41,9% de mis encuestados fue más pesimista y sugirió que nos iría peor —si es que puede haber un “peor” que todavía no hayamos experimentado en este país. Y un cohibido, débil y pequeñísimo 4.7% votó por que el próximo proceso electoral sería mejor en cuanto a calidad de opciones. Si bien esta encuesta no es nada representativa y sus estadísticas carecen de valor por el tamaño y tipo de la muestra, me atrevo a decir que representa el sentir en las calles, en las sobremesas, en los pasillos, en las reuniones virtuales y los chats.
No es una locura comenzar a pensar en el próximo proceso electoral. Mucho menos cuando comienzan a convocarse manifestaciones contra el presidente de turno —algo que parece ser una tradición desde los últimos cuatro gobiernos tan fracasados como corruptos— y las Cortes comienzan a acondicionarse para arrodillarse ante candidaturas pactadas y negociadas desde ya. Mucho menos cuando un reportaje de elPeriódico revela que hay 26 grupos en trámite para convertirse en partidos con miras a las elecciones generales de 2023, además de los 19 partidos políticos vigentes en el Tribunal Supremo Electoral.
Imaginémonos —dentro de un escenario muy simplista— que el cacicazgo hace de las suyas, los favores se pagan y las presiones logran su cometido, como siempre. Hagamos la suma: tendríamos 45 partidos políticos participando en 2023. Partidos que son, nuevamente, más de lo mismo: vehículos de cartón con nombre y apellido, encabezados por exfuncionarios y excandidatos señalados por la Justicia pero dispuestos a vivir y llenar sus billeteras por cuatro años alimentándose del populismo puro y duro, ese que es el pan de cada día para el político regional. No hace falta ser vidente. Ya sabemos lo que viene. Campañas centradas en el “yo todopoderoso”, nefastas estrategia para vender candidatos y no planes de gobierno, para posicionar intereses y no ideas y para ofrecer magia en un país que vive de trucos sucios.
Tenemos que mejorar la participación en la oferta electoral, partiendo del principio de que más oferta no necesariamente implica más calidad y de que más opciones para elegir no necesariamente significa que somos más libres. Tenemos que comenzar a tener algún incentivo de poder no solo votar, sino formar parte de un proceso que nos involucre como parte del plan de país. A cada quien desde su profesión y fortalezas, pero definitivamente fuera de su conformismo y burbuja. Lo primero que se me viene a la mente son los espacios cívicos. Ahí es donde podemos construir eso de lo que más carecemos, la ciudadanía; porque nos la han robado y porque la hemos cedido con tanto silencio.
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