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Hércules y los establos de Áugeas

Warren Orbaugh
09 de agosto, 2021

Los Juegos Olímpicos de Tokio han finalizado. Fue una fiesta atípica debido a la pandemia, y sin embargo muchas nuevas marcas olímpicas y mundiales fueron establecidas. Los atletas guatemaltecos que participaron mejoraron sus marcas personales y tuvieron la especial e inolvidable experiencia de haber vivido la fiesta olímpica, cuya invitación se ganaron. Ahora son todos olímpicos. Capturaron la imaginación de los guatemaltecos y del mundo que los siguieron en esa formidable aventura. Participar en los Juegos Olímpicos es, no sólo un gran logro, sino un honor.

En una entrega anterior conté que el mito griego narra que las Olimpíadas fueron creadas por Heracles (Hércules en castellano) después de limpiar los establos de Áugeas, rey de Élide, labor ésta que le fuera impuesta por el rey Euristeo con el propósito de humillarlo y que debía realizar en tan sólo un día. El hedor de los establos, que no habían sido limpiados por treinta años, podía sentirse a kilómetros de distancia. Heracles ofreció al rey Áugeas limpiar sus establos en un día a cambio de una décima parte de su ganado de tres mil reses. El rey, convencido de que era imposible limpiar sus establos en sólo un día, riendo aceptó la oferta del héroe tebano. Pero una vez limpios los establos, por medio de la desviación de los ríos Alfeo y Peneo haciendo pasar sus aguas por éstos, el rey se negó a pagar. Finalizados sus doce trabajos y quedando libre para ajustar cuentas, Heracles volvió vengativo al frente de un ejército tebano, venció y mató a Áugeas, cobrándose así la deuda y colocando en el trono de Élide al hijo desterrado Fileo como agradecimiento por haberle apoyado. Entonces instituyó los Juegos Olímpicos – unos gymnic agon (“gymnos” significa desnudo y “agon” certamen) – para conmemorar la ocasión. 

Hoy, sin embargo, no quiero escribir sobre el mito, sino sobre “Hércules y los Establos de Áugeas” (Herkules und der Stall des Augeas), la obra de teatro del dramaturgo alemán Friedrich Dürrenmatt. La obra, escrita en 1962 como una crítica al gobierno de ese entonces, sigue siendo vigente hoy. 

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Empieza la comedia con la discusión de diez parlamentarios de Élide sumidos en el estiércol de los establos de Áugeas discutiendo sobre la necesidad urgente de limpiarlos. Se quejan del hedor que invade toda su tierra inundada con estiércol. «El año pasado se podía ver los techos de las casas», dice uno, «pero hoy no se ve más que estiércol». El presidente Áugeas interviene en la discusión y dice: «En Arcadia oí de un tal Hércules a quien llaman el Limpiador de Grecia». (El juego de significados añade gracia a la escena, pues el apodo se refiere a que Hércules ha limpiado al Ática de ladrones, rufianes y fieras que hacían inseguros los caminos de Grecia, cosa que Áugeas ignora). «A él es a quien necesitamos. Le escribiré al buen hombre. Le ofreceremos unos honorarios decentes, le pagaremos sus gastos, y mientras atendemos nuestro ganado, él puede hacer el trabajo. Así nos saldrá más barato». 

Hércules al leer la misiva de Áugeas monta en ira y lanza al mensajero, su secretario Polybios, rodando por las gradas hacia el patio. Polybios, comprendiendo que su vida corre peligro si toca el tema de nuevo, pide ayuda a Dejaneira, la amante de Hércules, para que lo convenza de tomar el trabajo. Hércules se niega. «Seré el hazmerreír de toda Grecia», alega. «No puedo, no puedo, no puedo», exclama. Dejaneira le recuerda que sus tres trabajos anteriores, el de matar al león de Nemea, eliminar a la Hidra de Lerna y la captura de la Cierva de los cuernos de oro, no le ha dejado suficiente dinero para pagar todas sus deudas. «Tenemos deudas por doquier. ¡Le debemos al banquero Euristeo, al arquitecto Aias, al sastre Leónidas, al agente fiduciario Epaminondas! A toda Tebas les debemos, querido. Y hace más de un año que no tienes trabajo», le dijo. Y como Hércules seguía negándose, lo amenazó con irse por un mes. «¿Adónde irás?», preguntó el héroe de Grecia. Dejaneira le informa que irá a visitar al banquero Euristeo y al mercader de armas Thykidides, ambos hombres, los más ricos de Grecia, a venderles sus favores, uno tras otro, pues necesitan el dinero. Ante tal amenaza el héroe se rinde y acepta el trabajo por el que le pagarán trescientos mil dracmas.

Hércules se instala, junto con Dejaneira y su secretario Polybios en Élide y se dispone a realizar el trabajo. Pero pronto descubre que limpiar los establos no será cosa fácil. El primer obstáculo lo encuentra en las leyes y burocracia de Élide. El Ministerio de Agua deberá darle licencia para desviar los ríos. Los trámites durarán tan solo tres semanas. Luego necesita el permiso del Ministerio de Extranjeros para poder residir en Élide. Después necesita tramitar el permiso de trabajo en el Ministerio de Trabajo. Seguidamente necesita tramitar en el Ministerio de Obras Públicas la licencia para realizar las presas que desviarán los ríos. También debe conseguir el permiso del Ministerio de Finanzas para financiar el proyecto. Así mismo, debe conseguir un permiso especial del Ministerio de Estiércol para limpiar los establos. 

Hércules procede a tramitar los permisos.

El tiempo pasa y pasa y pasa.

Y nada pasa. Los permisos no salen.

«¡Ahora estamos más endeudados que lo que estábamos en Tebas!», le dice el héroe a Dejaneira, pues hasta que no esté hecho el trabajo no le pagarán los honorarios prometidos. En su desesperación, Hércules acepta la oferta de Tántalos, y como todo forzudo decente, se gana la vida levantando inmensos pesos en el circo de Élide. Pero el pícaro de Tántalos le paga apenas cincuenta dracmas de los quinientos que dice que cobraron por el espectáculo. «¡Pero si el circo estaba lleno a reventar!», alega Hércules. «¡Pases de cortesía, maestro, pases de cortesía! Sin ellos no lleno la carpa», le responde Tántalos. Y así pasa el tiempo y nuestro héroe se endeuda más y más y más.

Para mientras en el Parlamento los diputados discuten si en realidad conviene limpiar los establos o no. «¿Qué sucedería si al limpiar los establos resulta que los famosos murales de Élide, esos que han estado cubiertos por estiércol por veinte años, no existen? ¿Qué pasaría con la cultura nacional? ¿Se perdería el patrimonio de la ciudad? ¿Y qué sería de la fama cultural de Élide? 

¡Así que deciden ya no limpiar los establos de Áugeas!

¿Te parece familiar este escenario? ¿Le pasó esto a las mineras? ¿Le sucede esto a quienes desean desarrollar proyectos inmobiliarios?

Las regulaciones y trámites burocráticos engorrosos son obstáculos para la creación de riqueza al dilatar el tiempo de espera y lapso de aprovisionamiento para cubrir el período de producción, limitando la capacidad de una actividad económica sostenible. Las normas onerosas causan que muchos individuos se alejen de la supervisión de los organismos reguladores y recaudadores de impuestos, prefiriendo operar en el sector informal o en otro país buscando un ambiente más propicio para los negocios. 

¿Será que realmente queremos salir de la pobreza y prosperar o es que al igual que los parlamentarios de Élide tememos al cambio? ¿Será que estaremos dispuestos a seguir el ejemplo de nuestros atletas olímpicos y luchar para mejorar nuestro país?

Hércules y los establos de Áugeas

Warren Orbaugh
09 de agosto, 2021

Los Juegos Olímpicos de Tokio han finalizado. Fue una fiesta atípica debido a la pandemia, y sin embargo muchas nuevas marcas olímpicas y mundiales fueron establecidas. Los atletas guatemaltecos que participaron mejoraron sus marcas personales y tuvieron la especial e inolvidable experiencia de haber vivido la fiesta olímpica, cuya invitación se ganaron. Ahora son todos olímpicos. Capturaron la imaginación de los guatemaltecos y del mundo que los siguieron en esa formidable aventura. Participar en los Juegos Olímpicos es, no sólo un gran logro, sino un honor.

En una entrega anterior conté que el mito griego narra que las Olimpíadas fueron creadas por Heracles (Hércules en castellano) después de limpiar los establos de Áugeas, rey de Élide, labor ésta que le fuera impuesta por el rey Euristeo con el propósito de humillarlo y que debía realizar en tan sólo un día. El hedor de los establos, que no habían sido limpiados por treinta años, podía sentirse a kilómetros de distancia. Heracles ofreció al rey Áugeas limpiar sus establos en un día a cambio de una décima parte de su ganado de tres mil reses. El rey, convencido de que era imposible limpiar sus establos en sólo un día, riendo aceptó la oferta del héroe tebano. Pero una vez limpios los establos, por medio de la desviación de los ríos Alfeo y Peneo haciendo pasar sus aguas por éstos, el rey se negó a pagar. Finalizados sus doce trabajos y quedando libre para ajustar cuentas, Heracles volvió vengativo al frente de un ejército tebano, venció y mató a Áugeas, cobrándose así la deuda y colocando en el trono de Élide al hijo desterrado Fileo como agradecimiento por haberle apoyado. Entonces instituyó los Juegos Olímpicos – unos gymnic agon (“gymnos” significa desnudo y “agon” certamen) – para conmemorar la ocasión. 

Hoy, sin embargo, no quiero escribir sobre el mito, sino sobre “Hércules y los Establos de Áugeas” (Herkules und der Stall des Augeas), la obra de teatro del dramaturgo alemán Friedrich Dürrenmatt. La obra, escrita en 1962 como una crítica al gobierno de ese entonces, sigue siendo vigente hoy. 

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Empieza la comedia con la discusión de diez parlamentarios de Élide sumidos en el estiércol de los establos de Áugeas discutiendo sobre la necesidad urgente de limpiarlos. Se quejan del hedor que invade toda su tierra inundada con estiércol. «El año pasado se podía ver los techos de las casas», dice uno, «pero hoy no se ve más que estiércol». El presidente Áugeas interviene en la discusión y dice: «En Arcadia oí de un tal Hércules a quien llaman el Limpiador de Grecia». (El juego de significados añade gracia a la escena, pues el apodo se refiere a que Hércules ha limpiado al Ática de ladrones, rufianes y fieras que hacían inseguros los caminos de Grecia, cosa que Áugeas ignora). «A él es a quien necesitamos. Le escribiré al buen hombre. Le ofreceremos unos honorarios decentes, le pagaremos sus gastos, y mientras atendemos nuestro ganado, él puede hacer el trabajo. Así nos saldrá más barato». 

Hércules al leer la misiva de Áugeas monta en ira y lanza al mensajero, su secretario Polybios, rodando por las gradas hacia el patio. Polybios, comprendiendo que su vida corre peligro si toca el tema de nuevo, pide ayuda a Dejaneira, la amante de Hércules, para que lo convenza de tomar el trabajo. Hércules se niega. «Seré el hazmerreír de toda Grecia», alega. «No puedo, no puedo, no puedo», exclama. Dejaneira le recuerda que sus tres trabajos anteriores, el de matar al león de Nemea, eliminar a la Hidra de Lerna y la captura de la Cierva de los cuernos de oro, no le ha dejado suficiente dinero para pagar todas sus deudas. «Tenemos deudas por doquier. ¡Le debemos al banquero Euristeo, al arquitecto Aias, al sastre Leónidas, al agente fiduciario Epaminondas! A toda Tebas les debemos, querido. Y hace más de un año que no tienes trabajo», le dijo. Y como Hércules seguía negándose, lo amenazó con irse por un mes. «¿Adónde irás?», preguntó el héroe de Grecia. Dejaneira le informa que irá a visitar al banquero Euristeo y al mercader de armas Thykidides, ambos hombres, los más ricos de Grecia, a venderles sus favores, uno tras otro, pues necesitan el dinero. Ante tal amenaza el héroe se rinde y acepta el trabajo por el que le pagarán trescientos mil dracmas.

Hércules se instala, junto con Dejaneira y su secretario Polybios en Élide y se dispone a realizar el trabajo. Pero pronto descubre que limpiar los establos no será cosa fácil. El primer obstáculo lo encuentra en las leyes y burocracia de Élide. El Ministerio de Agua deberá darle licencia para desviar los ríos. Los trámites durarán tan solo tres semanas. Luego necesita el permiso del Ministerio de Extranjeros para poder residir en Élide. Después necesita tramitar el permiso de trabajo en el Ministerio de Trabajo. Seguidamente necesita tramitar en el Ministerio de Obras Públicas la licencia para realizar las presas que desviarán los ríos. También debe conseguir el permiso del Ministerio de Finanzas para financiar el proyecto. Así mismo, debe conseguir un permiso especial del Ministerio de Estiércol para limpiar los establos. 

Hércules procede a tramitar los permisos.

El tiempo pasa y pasa y pasa.

Y nada pasa. Los permisos no salen.

«¡Ahora estamos más endeudados que lo que estábamos en Tebas!», le dice el héroe a Dejaneira, pues hasta que no esté hecho el trabajo no le pagarán los honorarios prometidos. En su desesperación, Hércules acepta la oferta de Tántalos, y como todo forzudo decente, se gana la vida levantando inmensos pesos en el circo de Élide. Pero el pícaro de Tántalos le paga apenas cincuenta dracmas de los quinientos que dice que cobraron por el espectáculo. «¡Pero si el circo estaba lleno a reventar!», alega Hércules. «¡Pases de cortesía, maestro, pases de cortesía! Sin ellos no lleno la carpa», le responde Tántalos. Y así pasa el tiempo y nuestro héroe se endeuda más y más y más.

Para mientras en el Parlamento los diputados discuten si en realidad conviene limpiar los establos o no. «¿Qué sucedería si al limpiar los establos resulta que los famosos murales de Élide, esos que han estado cubiertos por estiércol por veinte años, no existen? ¿Qué pasaría con la cultura nacional? ¿Se perdería el patrimonio de la ciudad? ¿Y qué sería de la fama cultural de Élide? 

¡Así que deciden ya no limpiar los establos de Áugeas!

¿Te parece familiar este escenario? ¿Le pasó esto a las mineras? ¿Le sucede esto a quienes desean desarrollar proyectos inmobiliarios?

Las regulaciones y trámites burocráticos engorrosos son obstáculos para la creación de riqueza al dilatar el tiempo de espera y lapso de aprovisionamiento para cubrir el período de producción, limitando la capacidad de una actividad económica sostenible. Las normas onerosas causan que muchos individuos se alejen de la supervisión de los organismos reguladores y recaudadores de impuestos, prefiriendo operar en el sector informal o en otro país buscando un ambiente más propicio para los negocios. 

¿Será que realmente queremos salir de la pobreza y prosperar o es que al igual que los parlamentarios de Élide tememos al cambio? ¿Será que estaremos dispuestos a seguir el ejemplo de nuestros atletas olímpicos y luchar para mejorar nuestro país?