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De focas y de hombres

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Alejandra Osorio |
04 de abril, 2024

¿Qué tan vasto es el vacío que deja la nostalgia? ¿Qué tanto puedes extrañar algo que debería ser intrínsecamente tuyo? Quizá, si hablamos de libertad, el término correcto no sea extrañar, sino anhelar. Después de todo, anhelar proviene de la palabra en latín que hace referencia al respirar, anhelare. Porque la libertad no se puede extrañar, sino que solo se puede respirar. Porque la libertad es tan humana como el acto mismo de existir.

Sin embargo, es una respiración dificultosa, como el choque de las olas. Y justo es ese choque de olas el que llamaba a una joven que no podía más que oír el vaivén del agua, que no podía más que oler la sal del mar, que no podía más que sentir la humedad del aire. Por más que su casa la llamara, ella no podía regresar. Esa es la historia de la esposa selkie.

Piel de foca

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Allá, en las tierras altas de Escocia e Irlanda, allá donde hay hadas, también hay gente de mar. No obstante, ellos sí saben engañar. Puesto que, a diferencia de otras criaturas, no podrás adivinar quiénes son en realidad. Al verlas, simplemente dirás que se trata de focas, mas estas son como pocas. Debido a que, en las playas y cuando nadie las mira, se quitan su piel de foca y revelan sus cuerpos de humanos.

Pocos han visto a los selkies en cuerpo de hombre o mujer, pero entre los elegidos se hallaba un pescador escocés. Él vio a una mujer, allí, en la playa, y la creyó la más bella de entre todas las damas. Así, como si se tratase de cualquier acción, decidió hacerse de la joven, no como hombre, sino como ladrón.

De esa manera, el pescador se acercó y, con maña, la piel de foca robó y escondió. Así, la mujer quedó en manos del hombre y no pudo escapar; pues, si le quitas su piel, un selkie ya no se podrá transformar. Entonces, el paraíso llegó para él; pero su Edén era infierno para quien en un segundo perdió su libertad.

Pasaron muchos años y los niños llegaron, pero nada calmaba su corazón que anhelaba el abrazo del agua, agua que era su verdadero hogar. Y ese canto de mar la movía cada día a buscar en la cercanía la piel de foca que tanto quería. Hasta que, en un descuido del pescador, la selkie finalmente la encontró. Con un beso de sus hijos se despidió y, sin que el hombre la descubriera, se aseguró que la piel de foca la cubriera. Así, al agua se lanzó y nunca a esa tierra regresó.

Piel de humano

No es difícil comprender las acciones de la mujer, pues es natural desear una libertad que es tan propia. Porque ello solo es reflejo de nuestro estado natural. Nacimos para la libertad y en ella encontramos el verdadero fin como humanos, como grupo, como un todo. Esto se debe a que la libertad no solo es beneficiosa para la persona que goza de ella, sino para la comunidad. Bien lo dice Dante, en Monarquía, «y el género humano vivirá tanto mejor cuanto más libre sea».

Así pues, el mar se hace más mar porque ella ha regresado y nosotros somos más libres porque los otros son libres. Al final de cuentas, como dijo John Donne, en su poema «Las campanas doblan por ti», «ningún hombre es una isla entera por sí mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo».

De focas y de hombres

Alejandra Osorio |
04 de abril, 2024
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¿Qué tan vasto es el vacío que deja la nostalgia? ¿Qué tanto puedes extrañar algo que debería ser intrínsecamente tuyo? Quizá, si hablamos de libertad, el término correcto no sea extrañar, sino anhelar. Después de todo, anhelar proviene de la palabra en latín que hace referencia al respirar, anhelare. Porque la libertad no se puede extrañar, sino que solo se puede respirar. Porque la libertad es tan humana como el acto mismo de existir.

Sin embargo, es una respiración dificultosa, como el choque de las olas. Y justo es ese choque de olas el que llamaba a una joven que no podía más que oír el vaivén del agua, que no podía más que oler la sal del mar, que no podía más que sentir la humedad del aire. Por más que su casa la llamara, ella no podía regresar. Esa es la historia de la esposa selkie.

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Allá, en las tierras altas de Escocia e Irlanda, allá donde hay hadas, también hay gente de mar. No obstante, ellos sí saben engañar. Puesto que, a diferencia de otras criaturas, no podrás adivinar quiénes son en realidad. Al verlas, simplemente dirás que se trata de focas, mas estas son como pocas. Debido a que, en las playas y cuando nadie las mira, se quitan su piel de foca y revelan sus cuerpos de humanos.

Pocos han visto a los selkies en cuerpo de hombre o mujer, pero entre los elegidos se hallaba un pescador escocés. Él vio a una mujer, allí, en la playa, y la creyó la más bella de entre todas las damas. Así, como si se tratase de cualquier acción, decidió hacerse de la joven, no como hombre, sino como ladrón.

De esa manera, el pescador se acercó y, con maña, la piel de foca robó y escondió. Así, la mujer quedó en manos del hombre y no pudo escapar; pues, si le quitas su piel, un selkie ya no se podrá transformar. Entonces, el paraíso llegó para él; pero su Edén era infierno para quien en un segundo perdió su libertad.

Pasaron muchos años y los niños llegaron, pero nada calmaba su corazón que anhelaba el abrazo del agua, agua que era su verdadero hogar. Y ese canto de mar la movía cada día a buscar en la cercanía la piel de foca que tanto quería. Hasta que, en un descuido del pescador, la selkie finalmente la encontró. Con un beso de sus hijos se despidió y, sin que el hombre la descubriera, se aseguró que la piel de foca la cubriera. Así, al agua se lanzó y nunca a esa tierra regresó.

Piel de humano

No es difícil comprender las acciones de la mujer, pues es natural desear una libertad que es tan propia. Porque ello solo es reflejo de nuestro estado natural. Nacimos para la libertad y en ella encontramos el verdadero fin como humanos, como grupo, como un todo. Esto se debe a que la libertad no solo es beneficiosa para la persona que goza de ella, sino para la comunidad. Bien lo dice Dante, en Monarquía, «y el género humano vivirá tanto mejor cuanto más libre sea».

Así pues, el mar se hace más mar porque ella ha regresado y nosotros somos más libres porque los otros son libres. Al final de cuentas, como dijo John Donne, en su poema «Las campanas doblan por ti», «ningún hombre es una isla entera por sí mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo».