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De la librera: «El cuervo blanco» de Fernando Vallejo

En todo caso, estas azarosas vidas resultan una merca excusa de su autor para hablar y criticar las épocas en las que vivieron, dejando un interesante y mordaz retrato de América Latina de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.

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Rodrigo Fernández Ordóñez |
15 de marzo, 2024

He estado leyendo los últimos días un interesante volumen que, en apariencia, no debería de tener atractivo alguno. Es la biografía que sobre Rufino José Cuervo escribió el famoso y polémico escritor colombiano, Fernando Vallejo. En apariencia Rufino Cuervo es un personaje anodino, pues es un filólogo que sin estudios formales en esta ciencia se empeña en la escritura de un «Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana», único en su tiempo y que consumió recursos y salud a su autor, quien debió consultar, anotar y comentar cientos, si no miles de volúmenes para rastrear la etimología de palabras usadas en el idioma español y su uso correcto en el idioma.

Anota Vallejo, por dar un ejemplo de la monumental tarea en la que se embarcó su biografiado, que el segundo tomo de su diccionario abarca las letras C y D, ocupando en la tarea 1,348 páginas, en 722 monografías. Este segundo tomo pesaba 7,42 kilos, el máximo peso permitido en los correos de 1890 para aceptar paquetes. Uno podría preguntarse con justicia el por qué de la gran extensión del volumen, a lo que Vallejo responde: «La sola preposición "de" ocupaba cuarenta páginas u ochenta columnas (veintidós más que la a), o sea, cinco mil quinientos renglones…», es decir, un monumento a la acuciosidad y a la paciencia.

Pero, en realidad, Vallejo, como todos los grandes biógrafos que se ocupan de las azarosas vidas de otras personas en su paso por este mundo, utiliza a Rufino Cuervo como una mera excusa para narrar la historia colombiana y, por extensión, de la historia de Latinoamérica o de Francia, por ser el caso que Cuervo se autoexilió en la capital francesa hasta su muerte en 1911. Luego escapó de Colombia, evitando la guerra civil que, como enfermedad crónica, aquejó al país por buenos años del siglo XIX y luego, con Cuervo ya muerto, buena parte del siglo XX. Cuervo había nacido en 1844.

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Para quienes gusten de la voz narrativa de Vallejo, este había abordado con maestría el arte de la biografía en dos ocasiones previas: en su libro «El mensajero», le sigue los pasos al escritor modernista Porfirio Barba Jacob, quien sale de Colombia para aventurarse en México, sumido en su revolución y termina recalando en Guatemala, en donde se establece en Quetzaltenango primero y en ciudad de Guatemala después, trabajando en el famoso periódico «El Imparcial»; y «Almas en pena, chapolas negras», en la que investiga los pasos del poeta modernista colombiano José Asunción Silva. El último, sumido en las deudas contraídas para sostener un ritmo de vida inversamente proporcional al de sus ingresos, se suicida al enterarse que tras años de gestionar un destino diplomático que le sufrague la vida que se merece, consigue a duras penas una plaza de secretario de la Legación de Colombia en Guatemala. Se descerraja un tiro en el pecho de la decepción.

En todo caso, estas azarosas vidas resultan una merca excusa de su autor para hablar y criticar las épocas en las que vivieron, dejando un interesante y mordaz retrato de América Latina de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.

Solo una voz maestra es capaz de hacer que un lector se devore página tras página de un volumen dedicado a un personaje que lucha por escribir un diccionario. Los libros de Vallejo resultan altamente recomendables para quien quiera reírse, sin dejar de aprender a cuenta de la vasta investigación que soporta cada uno de los libros mencionados en este espacio.

De la librera: «El cuervo blanco» de Fernando Vallejo

En todo caso, estas azarosas vidas resultan una merca excusa de su autor para hablar y criticar las épocas en las que vivieron, dejando un interesante y mordaz retrato de América Latina de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.

Rodrigo Fernández Ordóñez |
15 de marzo, 2024
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He estado leyendo los últimos días un interesante volumen que, en apariencia, no debería de tener atractivo alguno. Es la biografía que sobre Rufino José Cuervo escribió el famoso y polémico escritor colombiano, Fernando Vallejo. En apariencia Rufino Cuervo es un personaje anodino, pues es un filólogo que sin estudios formales en esta ciencia se empeña en la escritura de un «Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana», único en su tiempo y que consumió recursos y salud a su autor, quien debió consultar, anotar y comentar cientos, si no miles de volúmenes para rastrear la etimología de palabras usadas en el idioma español y su uso correcto en el idioma.

Anota Vallejo, por dar un ejemplo de la monumental tarea en la que se embarcó su biografiado, que el segundo tomo de su diccionario abarca las letras C y D, ocupando en la tarea 1,348 páginas, en 722 monografías. Este segundo tomo pesaba 7,42 kilos, el máximo peso permitido en los correos de 1890 para aceptar paquetes. Uno podría preguntarse con justicia el por qué de la gran extensión del volumen, a lo que Vallejo responde: «La sola preposición "de" ocupaba cuarenta páginas u ochenta columnas (veintidós más que la a), o sea, cinco mil quinientos renglones…», es decir, un monumento a la acuciosidad y a la paciencia.

Pero, en realidad, Vallejo, como todos los grandes biógrafos que se ocupan de las azarosas vidas de otras personas en su paso por este mundo, utiliza a Rufino Cuervo como una mera excusa para narrar la historia colombiana y, por extensión, de la historia de Latinoamérica o de Francia, por ser el caso que Cuervo se autoexilió en la capital francesa hasta su muerte en 1911. Luego escapó de Colombia, evitando la guerra civil que, como enfermedad crónica, aquejó al país por buenos años del siglo XIX y luego, con Cuervo ya muerto, buena parte del siglo XX. Cuervo había nacido en 1844.

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Para quienes gusten de la voz narrativa de Vallejo, este había abordado con maestría el arte de la biografía en dos ocasiones previas: en su libro «El mensajero», le sigue los pasos al escritor modernista Porfirio Barba Jacob, quien sale de Colombia para aventurarse en México, sumido en su revolución y termina recalando en Guatemala, en donde se establece en Quetzaltenango primero y en ciudad de Guatemala después, trabajando en el famoso periódico «El Imparcial»; y «Almas en pena, chapolas negras», en la que investiga los pasos del poeta modernista colombiano José Asunción Silva. El último, sumido en las deudas contraídas para sostener un ritmo de vida inversamente proporcional al de sus ingresos, se suicida al enterarse que tras años de gestionar un destino diplomático que le sufrague la vida que se merece, consigue a duras penas una plaza de secretario de la Legación de Colombia en Guatemala. Se descerraja un tiro en el pecho de la decepción.

En todo caso, estas azarosas vidas resultan una merca excusa de su autor para hablar y criticar las épocas en las que vivieron, dejando un interesante y mordaz retrato de América Latina de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.

Solo una voz maestra es capaz de hacer que un lector se devore página tras página de un volumen dedicado a un personaje que lucha por escribir un diccionario. Los libros de Vallejo resultan altamente recomendables para quien quiera reírse, sin dejar de aprender a cuenta de la vasta investigación que soporta cada uno de los libros mencionados en este espacio.