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De la revolución a Xibalbá. 1963: El preludio del descenso a la locura

Aquellos que hacen el cambio imposible vuelven la violencia inevitable

Foto de archivo, coronel Peralta Azurdia
Alessandro Mecca |
01 de abril, 2024

"Aquellos que hacen el cambio imposible vuelven la violencia inevitable". El régimen liberal de Mariano Gálvez, la pax Carreriana que le sucedió y el abrupto ocaso de las dictaduras liberales un 20 de octubre parecen seguir esta tendencia al pie de la letra. Hoy, estimado lector, examinaremos la trascendencia de otro de estos acontecimientos y su relación con el país en el que todos vivimos. El golpe de estado del 31 de marzo de 1963, de reciente aniversario.

Luego del asesinato de Carlos Castillo Armas, el oficialismo había quedado improvisamente huérfano de la gran figura de “El Libertador” en mitad de su mandato de seis años. El MDN, empero, aún no estaba preparado para dejar el poder. Tuvo que terciar la embajada de Estados Unidos para evitar un golpe de Estado por parte del general Ydígoras Fuentes. Logrando pactar una elección con todas las garantías para 1958.

La conformación de la coalición oficialista en el congreso, de tipo big tent, levantaba sospechas en el extremo derecho del espectro político. Algunos lo acusaban de abrir el paso al retorno del comunismo, a través de su alianza tácita con el Partido Revolucionario (PR). Aunado a esto, el desplazamiento de oficiales de la escuela politécnica en favor de los llamados “oficiales de línea” y la concesión de fincas en Retalhuleu a los Estados Unidos para preparar la invasión de Bahía de Cochinos, le ganó el resentimiento al gobierno de parte de un grupo de oficiales jóvenes e idealistas. Este clima de tensión vería su materialización violenta en una serie de levantamientos armados liderados por Yon Sosa, Turcios Lima y Carlos Paz Tejada entre noviembre de 1960 y abril de 1962. A pesar de ser capaz de sofocarlos, la situación política no dejaba de deteriorarse. Airadas protestas anticorrupción estudiantiles, de los tres grandes partidos de oposición (MLN, DC y PR), la Iglesia católica del arzobispo Arellano habían tensado el ambiente.

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La gota que colmó el vaso fue el anuncio de la candidatura de Juan José Arévalo Bermejo a la presidencia de la república. Su “fantasma", aunque atemperado, quitaba el sueño a la derecha y las fuerzas armadas partidarias del ministro de defensa Enrique Peralta Azurdia. Este había declarado que “el ejército no permitiría que ninguna persona sindicada como responsable directa o indirectamente con la muerte del coronel Francisco Javier Arana llegue a la presidencia". De nada serviría un Arévalo, que, en tono conciliatorio, prometiera el 29 de marzo el esclarecimiento del asesinato de Arana en los tribunales. La suerte estaba echada. El 31 de marzo de 1963, tres días después de hacerse pública la presencia de Arévalo en el país y con la aquiescencia de la administración Kennedy, el Ejército de Guatemala acabó abruptamente con la presidencia liberal de Ydígoras Fuentes dando un brusco giro a la derecha.

Es difícil subestimar las repercusiones de este evento político en la historia del país. Desapariciones, redadas de la policía secreta y represión en contra de disidentes políticos y miembros clandestinos del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT) se volvieron una práctica común. La dictadura cumplió su promesa de llamar a elecciones en 1966. “Los liberales y activistas anti militares se manifestaron en torno a la candidatura de Mario Méndez Montenegro.

El ejército sólo estuvo dispuesto a tolerar un Gobierno del Partido Revolucionario, a cambio de carta blanca para realizar la ofensiva más cruenta y menos conocida de toda la guerra.

El capítulo de tutelaje militar se llevaría por delante a lo mejor de la generación de la izquierda democrática, siendo su pérdida más representativa la de Manuel Colom Argueta. Hay una lección que aprender de aquel funesto golpe. Negar la participación en la vida en sociedad solo provoca que aquellos que son marginados no tengan nada que perder si esta salta por los aires.

De la revolución a Xibalbá. 1963: El preludio del descenso a la locura

Aquellos que hacen el cambio imposible vuelven la violencia inevitable

Alessandro Mecca |
01 de abril, 2024
Foto de archivo, coronel Peralta Azurdia

"Aquellos que hacen el cambio imposible vuelven la violencia inevitable". El régimen liberal de Mariano Gálvez, la pax Carreriana que le sucedió y el abrupto ocaso de las dictaduras liberales un 20 de octubre parecen seguir esta tendencia al pie de la letra. Hoy, estimado lector, examinaremos la trascendencia de otro de estos acontecimientos y su relación con el país en el que todos vivimos. El golpe de estado del 31 de marzo de 1963, de reciente aniversario.

Luego del asesinato de Carlos Castillo Armas, el oficialismo había quedado improvisamente huérfano de la gran figura de “El Libertador” en mitad de su mandato de seis años. El MDN, empero, aún no estaba preparado para dejar el poder. Tuvo que terciar la embajada de Estados Unidos para evitar un golpe de Estado por parte del general Ydígoras Fuentes. Logrando pactar una elección con todas las garantías para 1958.

La conformación de la coalición oficialista en el congreso, de tipo big tent, levantaba sospechas en el extremo derecho del espectro político. Algunos lo acusaban de abrir el paso al retorno del comunismo, a través de su alianza tácita con el Partido Revolucionario (PR). Aunado a esto, el desplazamiento de oficiales de la escuela politécnica en favor de los llamados “oficiales de línea” y la concesión de fincas en Retalhuleu a los Estados Unidos para preparar la invasión de Bahía de Cochinos, le ganó el resentimiento al gobierno de parte de un grupo de oficiales jóvenes e idealistas. Este clima de tensión vería su materialización violenta en una serie de levantamientos armados liderados por Yon Sosa, Turcios Lima y Carlos Paz Tejada entre noviembre de 1960 y abril de 1962. A pesar de ser capaz de sofocarlos, la situación política no dejaba de deteriorarse. Airadas protestas anticorrupción estudiantiles, de los tres grandes partidos de oposición (MLN, DC y PR), la Iglesia católica del arzobispo Arellano habían tensado el ambiente.

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La gota que colmó el vaso fue el anuncio de la candidatura de Juan José Arévalo Bermejo a la presidencia de la república. Su “fantasma", aunque atemperado, quitaba el sueño a la derecha y las fuerzas armadas partidarias del ministro de defensa Enrique Peralta Azurdia. Este había declarado que “el ejército no permitiría que ninguna persona sindicada como responsable directa o indirectamente con la muerte del coronel Francisco Javier Arana llegue a la presidencia". De nada serviría un Arévalo, que, en tono conciliatorio, prometiera el 29 de marzo el esclarecimiento del asesinato de Arana en los tribunales. La suerte estaba echada. El 31 de marzo de 1963, tres días después de hacerse pública la presencia de Arévalo en el país y con la aquiescencia de la administración Kennedy, el Ejército de Guatemala acabó abruptamente con la presidencia liberal de Ydígoras Fuentes dando un brusco giro a la derecha.

Es difícil subestimar las repercusiones de este evento político en la historia del país. Desapariciones, redadas de la policía secreta y represión en contra de disidentes políticos y miembros clandestinos del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT) se volvieron una práctica común. La dictadura cumplió su promesa de llamar a elecciones en 1966. “Los liberales y activistas anti militares se manifestaron en torno a la candidatura de Mario Méndez Montenegro.

El ejército sólo estuvo dispuesto a tolerar un Gobierno del Partido Revolucionario, a cambio de carta blanca para realizar la ofensiva más cruenta y menos conocida de toda la guerra.

El capítulo de tutelaje militar se llevaría por delante a lo mejor de la generación de la izquierda democrática, siendo su pérdida más representativa la de Manuel Colom Argueta. Hay una lección que aprender de aquel funesto golpe. Negar la participación en la vida en sociedad solo provoca que aquellos que son marginados no tengan nada que perder si esta salta por los aires.