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De Proyectos a programas. Organizando al leviatán más allá del ágora

El desarrollo administrativo frecuentemente resulta poco glamuroso. Sin embargo, es esta la piedra angular del éxito de las naciones.

Ilustración por Gabo®
Alessandro Mecca |
08 de abril, 2024

Mientras la opinión pública debate sobre la moralidad elemental de las formas en el gobierno (algo que testimonia un discurso público aún en etapa embrionaria), existe un esfuerzo concertado por rescatar la racionalización y tecnificación de lo administrativo, casi invisible a las pulsaciones de la coyuntura. Esfuerzo, estimado lector, sobre el que me gustaría arrojar luz y comentar.

Perfeccionado durante la administración anterior, la ejecución, priorización y presupuestación de fondos y proyectos operó bajo una lógica que podríamos bautizar como "proyectismo". Es decir, la descoordinación intencional de la ejecución del Estado. Los cánones de la planificación estatal dictan que la programación de los distintos proyectos a realizar debe operar bajo una lógica de programas segmentada, informada a su vez por pautas generales que marquen claramente la política de un gobierno. Ello, con el objetivo de evitar que las prioridades de ejecución presupuestaria caigan víctimas del clientelismo o la coyuntura. Por desgracia, dicha pauta no se siguió en el gobierno anterior.

Operando bajo lineamientos de planificación vagos y generalistas —120 para ser precisos—, cualquier proyecto que incluyese la palabra "desarrollo" era incorporado dentro de la programación presupuestaria del Estado. El que mucho abarca poco aprieta. Sin una priorización clara en sus criterios de planificación, la asignación y ejecución presupuestaria de los distintos proyectos aprobados pasó a depender discrecionalmente de las unidades ejecutoras. Así, estimado lector, se explica la sensación generalizada en la administración pasada de un interés general que no avanzaba pero, muchos intereses particulares que sí lo hacían. El presupuesto público se convirtió en un "bolsón de pisto" sin criterios de priorización predeterminados. Los desembolsos dependían más de conexiones políticas que de criterios técnicos.

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Es por esto, estimado lector, que es fundamental retrotraer la lógica de la planificación estatal a lo que antaño se conocía como "planificación por programas". Dicha lógica no es más que organizar la ejecución presupuestaria de acuerdo a criterios de planificación y programación concretos y operativos. Esto, reduciendo enormemente la discrecionalidad de la asignación y ejecución de proyectos, pues la planificación estatal estaría sujeta a claros criterios de priorización multianual dictados por la política general de gobierno. Asimismo, estableciendo un sistema de monitoreo y evaluación que sea capaz de medir la rigurosidad de los proyectos de inversión pública y la efectividad de sus resultados. 

Es esta la línea que pretenden seguir los recientemente publicados lineamientos de planificación 2025. Abandonando una planificación vaga y acomodaticia, se redujeron los lineamientos de planificación de 120 a 36, categorizando 17 de estos como generales y 19 restantes como operativos. Estos, con un énfasis en la pertinencia de los proyectos de acuerdo con prioridades de problemática nacional informadas por evidencia. Además, iniciando los esfuerzos requeridos para la construcción de un sistema nacional de evaluación que rinda cuentas a la ciudadanía sobre los resultados e impactos efectivos de las políticas públicas.  

El desarrollo administrativo frecuentemente resulta poco glamuroso. Sin embargo, es esta la piedra angular del éxito de las naciones. Devolver la rigurosidad a la ejecución de los fondos públicos nos permite recuperar el verdadero espíritu de la función pública: la provisión de servicios que nos acercan a la igualdad de oportunidades. Una res pública que atiende el bien común y no al interés particular. La simplicidad, la efectividad y la pertinencia solo pueden alcanzarse a través de la racionalización del sistema burocrático y la lógica de su ejecución. El progreso no es moral sino técnico. Alejándonos de los particularismos y uniformando procedimientos es cómo pasamos de una sociedad donde existen élites extractivas a una de élites inclusivas. Es este, estimado lector, el imperativo categórico del avance hacia la modernidad, esa que trae la prosperidad de los pueblos.

De Proyectos a programas. Organizando al leviatán más allá del ágora

El desarrollo administrativo frecuentemente resulta poco glamuroso. Sin embargo, es esta la piedra angular del éxito de las naciones.

Alessandro Mecca |
08 de abril, 2024
Ilustración por Gabo®

Mientras la opinión pública debate sobre la moralidad elemental de las formas en el gobierno (algo que testimonia un discurso público aún en etapa embrionaria), existe un esfuerzo concertado por rescatar la racionalización y tecnificación de lo administrativo, casi invisible a las pulsaciones de la coyuntura. Esfuerzo, estimado lector, sobre el que me gustaría arrojar luz y comentar.

Perfeccionado durante la administración anterior, la ejecución, priorización y presupuestación de fondos y proyectos operó bajo una lógica que podríamos bautizar como "proyectismo". Es decir, la descoordinación intencional de la ejecución del Estado. Los cánones de la planificación estatal dictan que la programación de los distintos proyectos a realizar debe operar bajo una lógica de programas segmentada, informada a su vez por pautas generales que marquen claramente la política de un gobierno. Ello, con el objetivo de evitar que las prioridades de ejecución presupuestaria caigan víctimas del clientelismo o la coyuntura. Por desgracia, dicha pauta no se siguió en el gobierno anterior.

Operando bajo lineamientos de planificación vagos y generalistas —120 para ser precisos—, cualquier proyecto que incluyese la palabra "desarrollo" era incorporado dentro de la programación presupuestaria del Estado. El que mucho abarca poco aprieta. Sin una priorización clara en sus criterios de planificación, la asignación y ejecución presupuestaria de los distintos proyectos aprobados pasó a depender discrecionalmente de las unidades ejecutoras. Así, estimado lector, se explica la sensación generalizada en la administración pasada de un interés general que no avanzaba pero, muchos intereses particulares que sí lo hacían. El presupuesto público se convirtió en un "bolsón de pisto" sin criterios de priorización predeterminados. Los desembolsos dependían más de conexiones políticas que de criterios técnicos.

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Es por esto, estimado lector, que es fundamental retrotraer la lógica de la planificación estatal a lo que antaño se conocía como "planificación por programas". Dicha lógica no es más que organizar la ejecución presupuestaria de acuerdo a criterios de planificación y programación concretos y operativos. Esto, reduciendo enormemente la discrecionalidad de la asignación y ejecución de proyectos, pues la planificación estatal estaría sujeta a claros criterios de priorización multianual dictados por la política general de gobierno. Asimismo, estableciendo un sistema de monitoreo y evaluación que sea capaz de medir la rigurosidad de los proyectos de inversión pública y la efectividad de sus resultados. 

Es esta la línea que pretenden seguir los recientemente publicados lineamientos de planificación 2025. Abandonando una planificación vaga y acomodaticia, se redujeron los lineamientos de planificación de 120 a 36, categorizando 17 de estos como generales y 19 restantes como operativos. Estos, con un énfasis en la pertinencia de los proyectos de acuerdo con prioridades de problemática nacional informadas por evidencia. Además, iniciando los esfuerzos requeridos para la construcción de un sistema nacional de evaluación que rinda cuentas a la ciudadanía sobre los resultados e impactos efectivos de las políticas públicas.  

El desarrollo administrativo frecuentemente resulta poco glamuroso. Sin embargo, es esta la piedra angular del éxito de las naciones. Devolver la rigurosidad a la ejecución de los fondos públicos nos permite recuperar el verdadero espíritu de la función pública: la provisión de servicios que nos acercan a la igualdad de oportunidades. Una res pública que atiende el bien común y no al interés particular. La simplicidad, la efectividad y la pertinencia solo pueden alcanzarse a través de la racionalización del sistema burocrático y la lógica de su ejecución. El progreso no es moral sino técnico. Alejándonos de los particularismos y uniformando procedimientos es cómo pasamos de una sociedad donde existen élites extractivas a una de élites inclusivas. Es este, estimado lector, el imperativo categórico del avance hacia la modernidad, esa que trae la prosperidad de los pueblos.