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Del egoísmo o amor propio

Si todos los hombres luchasen únicamente por la virtud y dirigieran siempre sus esfuerzos a practicarla, la comunidad entera vería en conjunto todas sus necesidades satisfechas; y cada individuo en particular poseería el mayor de los bienes, puesto que la virtud es el más precioso de todos.

.
Warren Orbaugh |
27 de febrero, 2024

La mayoría de los hispanohablantes conciben el egoísmo según lo define el diccionario, como el excesivo aprecio que tiene una persona por sí misma, y que le hace atender desmedidamente a su propio interés, sin preocuparse del de los demás.

Esta deficiente definición no aclara, para empezar, que significa «excesivo aprecio que tiene una persona por sí misma». Cuidar uno su salud, ¿es excesivo aprecio por uno mismo? Preocuparse de tener seguro médico para paliar situaciones que puedan poner en peligro la propia vida, ¿es excesivo aprecio por uno mismo? Hacer ejercicio para mantenerse en forma y mejorar la calidad de vida de uno en su vejez, ¿es excesivo aprecio por uno mismo? Y naturalmente todo lo anterior lo hace uno sin preocuparse del interés de los demás.

No hay, pues, término más confuso, malentendido y tabú para la mayoría de la gente que el de egoísmo. Sin embargo, este ha sido ampliamente discutido por muchos filósofos. Veamos que dice Aristóteles en su Ética Nicomáquea sobre el asunto:

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Pero si un hombre se propusiese seguir constantemente la justicia con más exactitud que ninguna otra cosa, practicar la sabiduría o cualquier otra virtud en grado superior, en una palabra, que no pretendiese reivindicar para él otra cosa que el obrar bien, nadie le reprocharía ser egoísta.

Sin embargo, este sería tenido por más egoísta que los demás, puesto que se adjudican las cosas más bellas y mejores y goza tan sólo de la parte más autoritativa de su ser, obedeciendo dócilmente a sus órdenes. Así como en política la parte más importante en la ciudad parece ser el Estado mismo y así como en todos los demás órdenes de cosas semejantes la parte más autoritativa constituye el estado o cuerpo, lo mismo sucede con el hombre. Quien debería pasar por egoísta, en primer término, es el que ama dentro de sí este principio dominante y solo trata de satisfacerle. Si se llama templado al hombre que se domina e intemperante al que no se domina, según la razón manda o no manda en ellos, es porque la razón aparentemente está siempre identificada con el individuo mismo. He aquí por qué los actos que parecen ser los más personales y los más voluntarios son los que se realizan bajo la dirección de la razón. Es perfectamente claro que este principio soberano es el que constituye esencialmente al individuo, y que el hombre de bien le ama con preferencia a todo. En este concepto podría decirse que el hombre de bien es el más egoísta de todos los hombres; pero en sentido muy distinto de aquel a que se da a un hombre injurioso y tan superior a él como la vida gobernada por la razón es a la vida gobernada según la pasión; y tanto como es desear lo noble a desear lo que parece ventajoso.

… Si todos los hombres luchasen únicamente por la virtud y dirigieran siempre sus esfuerzos a practicarla, la comunidad entera vería en conjunto todas sus necesidades satisfechas; y cada individuo en particular poseería el mayor de los bienes, puesto que la virtud es el más precioso de todos.

Se llegaría a deducir esta doble consecuencia: de una parte, que el hombre de bien debe ser egoísta, porque haciendo el bien, le resultará a la vez un gran provecho personal y servirá al mismo tiempo a los demás; y de otra, que el hombre malo no debe ser egoísta, porque solo conseguirá perjudicarse así y dañar al prójimo, y siguiendo sus malas pasiones. Por consiguiente, en el hombre malo hay una discordia profunda entre lo que debe hacer y lo que hace, mientras que el hombre virtuoso sólo hace lo que debe hacer; porque toda inteligencia escoge siempre lo que es mejor para ella y el hombre de bien sólo obedece a la inteligencia y la razón.

Continuará.

Del egoísmo o amor propio

Si todos los hombres luchasen únicamente por la virtud y dirigieran siempre sus esfuerzos a practicarla, la comunidad entera vería en conjunto todas sus necesidades satisfechas; y cada individuo en particular poseería el mayor de los bienes, puesto que la virtud es el más precioso de todos.

Warren Orbaugh |
27 de febrero, 2024
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La mayoría de los hispanohablantes conciben el egoísmo según lo define el diccionario, como el excesivo aprecio que tiene una persona por sí misma, y que le hace atender desmedidamente a su propio interés, sin preocuparse del de los demás.

Esta deficiente definición no aclara, para empezar, que significa «excesivo aprecio que tiene una persona por sí misma». Cuidar uno su salud, ¿es excesivo aprecio por uno mismo? Preocuparse de tener seguro médico para paliar situaciones que puedan poner en peligro la propia vida, ¿es excesivo aprecio por uno mismo? Hacer ejercicio para mantenerse en forma y mejorar la calidad de vida de uno en su vejez, ¿es excesivo aprecio por uno mismo? Y naturalmente todo lo anterior lo hace uno sin preocuparse del interés de los demás.

No hay, pues, término más confuso, malentendido y tabú para la mayoría de la gente que el de egoísmo. Sin embargo, este ha sido ampliamente discutido por muchos filósofos. Veamos que dice Aristóteles en su Ética Nicomáquea sobre el asunto:

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Pero si un hombre se propusiese seguir constantemente la justicia con más exactitud que ninguna otra cosa, practicar la sabiduría o cualquier otra virtud en grado superior, en una palabra, que no pretendiese reivindicar para él otra cosa que el obrar bien, nadie le reprocharía ser egoísta.

Sin embargo, este sería tenido por más egoísta que los demás, puesto que se adjudican las cosas más bellas y mejores y goza tan sólo de la parte más autoritativa de su ser, obedeciendo dócilmente a sus órdenes. Así como en política la parte más importante en la ciudad parece ser el Estado mismo y así como en todos los demás órdenes de cosas semejantes la parte más autoritativa constituye el estado o cuerpo, lo mismo sucede con el hombre. Quien debería pasar por egoísta, en primer término, es el que ama dentro de sí este principio dominante y solo trata de satisfacerle. Si se llama templado al hombre que se domina e intemperante al que no se domina, según la razón manda o no manda en ellos, es porque la razón aparentemente está siempre identificada con el individuo mismo. He aquí por qué los actos que parecen ser los más personales y los más voluntarios son los que se realizan bajo la dirección de la razón. Es perfectamente claro que este principio soberano es el que constituye esencialmente al individuo, y que el hombre de bien le ama con preferencia a todo. En este concepto podría decirse que el hombre de bien es el más egoísta de todos los hombres; pero en sentido muy distinto de aquel a que se da a un hombre injurioso y tan superior a él como la vida gobernada por la razón es a la vida gobernada según la pasión; y tanto como es desear lo noble a desear lo que parece ventajoso.

… Si todos los hombres luchasen únicamente por la virtud y dirigieran siempre sus esfuerzos a practicarla, la comunidad entera vería en conjunto todas sus necesidades satisfechas; y cada individuo en particular poseería el mayor de los bienes, puesto que la virtud es el más precioso de todos.

Se llegaría a deducir esta doble consecuencia: de una parte, que el hombre de bien debe ser egoísta, porque haciendo el bien, le resultará a la vez un gran provecho personal y servirá al mismo tiempo a los demás; y de otra, que el hombre malo no debe ser egoísta, porque solo conseguirá perjudicarse así y dañar al prójimo, y siguiendo sus malas pasiones. Por consiguiente, en el hombre malo hay una discordia profunda entre lo que debe hacer y lo que hace, mientras que el hombre virtuoso sólo hace lo que debe hacer; porque toda inteligencia escoge siempre lo que es mejor para ella y el hombre de bien sólo obedece a la inteligencia y la razón.

Continuará.