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Del egoísmo o amor propio, 4ª Parte

Monumento al Duque Alberto y la Tumba de Immanuel Kant de noche, memorial para el filósofo alemán, Kaliningrado, Königsberg, Rusia.
Warren Orbaugh |
08 de abril, 2024

Prosigamos con nuestro examen sobre lo que distintos filósofos han dicho sobre el egoísmo. Consideremos ahora lo que escribió Immanuel Kant, el filósofo y ensayista prusiano de la Ilustración, en sus libros Crítica de la razón práctica y Fundamentos para una metafísica de las costumbres.

El principio natural para la formulación de la ley moral

En Fundamentos para una metafísica de las costumbres Kant parte de la observación de que todo ser humano es, por naturaleza, un fin en si mismo.

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Yo sostengo lo siguiente: el hombre y en general todo ser racional existe como un fin en sí mismo, no simplemente como un medio para ser utilizado discrecionalmente por esta o aquella voluntad, sino que tanto en las acciones orientadas hacia sí mismo como en las dirigidas hacia otros seres racionales el hombre ha de ser considerado siempre al mismo tiempo como un fin.

De ahí formula sus dos imperativos morales, que en realidad son dos aspectos de la misma ley moral:

El principio del “fin en sí mismo” reza: «Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca solamente como un medio».

Y su corolario, que enfatiza la universalidad de la ley, es decir, que aplica a todos por igual, dice: «Obra según una máxima que contenga dentro de sí a la vez su propia validez universal para todo ser racional».

Egoísmo racional

En la Crítica de la razón práctica Kant sostiene que la acción para calificar como moral debe se guiada únicamente por una ley categórica universal formulada por la razón y no por pasiones o inclinaciones. De tal suerte que cuando el egoísmo, que es buscar la felicidad personal, sigue a las inclinaciones o pasiones no es moral. A este lo llama egoísmo vulgar. Para calificar como egoísmo moral debe constreñirse u obligarse a seguir la razón, es decir, al imperativo moral, y entonces será egoísmo racional.

«Lo esencial de toda determinación de la voluntad mediante la ley moral es que sea determinada sólo por la ley, como voluntad libre, es decir no sólo sin el concurso de impulsos sensibles, sino incluso con exclusión de todos estos impulsos y con perjuicio de todas las inclinaciones que pudieran ser contrarias a esta ley. […] Todas las inclinaciones juntas (las cuales pueden reunirse en un sistema tolerable y cuya satisfacción en este caso se llama felicidad personal) constituyen el egoísmo (solipsismus). Este es o el amor de sí mismo, que consiste en una benevolencia excesiva consigo mismo (philautía), o la complacencia en sí mismo (arrogantia). Aquél se llama particularmente amor propio y ésta, presunción. La razón pura práctica solamente infiere perjuicio al amor propio al constreñirlo a la condición de concordar con esta ley, pues es natural y vivo en nosotros aun antes de la ley moral; entonces se llama amor propio racional».

Asegurar la felicidad propia es un deber, nos dice Kant, pero este propósito puede llevar fácilmente a la tentación de transgredir el deber. Porque todos los hombres, además del deber, tienen una fuerte inclinación a querer ser felices.

Una inclinación puede sopesar más que una vacilante idea y, por ejemplo, un hombre padeciendo de gota puede elegir lo que disfruta, tratándose a sí mismo solo como un medio pensando que, en balance, la alegría del momento pesa más que la expectativa de mantener buena salud. En este caso, cuando la inclinación a buscar la felicidad ha fallado en determinar la acción correcta, cuando la buena salud, al menos para él, no ha sido considerada en su cálculo como necesaria, su acción carece de valor moral. Lo que aquí falta, como en los otros casos, es una ley: la ley de promover su felicidad, no por inclinación, sino por deber. Es decir, por la razón que identifica el principio de cuidar su salud por ser él el fin en sí mismo, de buscar lo que objetivamente le es de provecho, y así su conducta por primera vez tiene verdadero valor moral.

Continuará.

Del egoísmo o amor propio, 4ª Parte

Warren Orbaugh |
08 de abril, 2024
Monumento al Duque Alberto y la Tumba de Immanuel Kant de noche, memorial para el filósofo alemán, Kaliningrado, Königsberg, Rusia.

Prosigamos con nuestro examen sobre lo que distintos filósofos han dicho sobre el egoísmo. Consideremos ahora lo que escribió Immanuel Kant, el filósofo y ensayista prusiano de la Ilustración, en sus libros Crítica de la razón práctica y Fundamentos para una metafísica de las costumbres.

El principio natural para la formulación de la ley moral

En Fundamentos para una metafísica de las costumbres Kant parte de la observación de que todo ser humano es, por naturaleza, un fin en si mismo.

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Yo sostengo lo siguiente: el hombre y en general todo ser racional existe como un fin en sí mismo, no simplemente como un medio para ser utilizado discrecionalmente por esta o aquella voluntad, sino que tanto en las acciones orientadas hacia sí mismo como en las dirigidas hacia otros seres racionales el hombre ha de ser considerado siempre al mismo tiempo como un fin.

De ahí formula sus dos imperativos morales, que en realidad son dos aspectos de la misma ley moral:

El principio del “fin en sí mismo” reza: «Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca solamente como un medio».

Y su corolario, que enfatiza la universalidad de la ley, es decir, que aplica a todos por igual, dice: «Obra según una máxima que contenga dentro de sí a la vez su propia validez universal para todo ser racional».

Egoísmo racional

En la Crítica de la razón práctica Kant sostiene que la acción para calificar como moral debe se guiada únicamente por una ley categórica universal formulada por la razón y no por pasiones o inclinaciones. De tal suerte que cuando el egoísmo, que es buscar la felicidad personal, sigue a las inclinaciones o pasiones no es moral. A este lo llama egoísmo vulgar. Para calificar como egoísmo moral debe constreñirse u obligarse a seguir la razón, es decir, al imperativo moral, y entonces será egoísmo racional.

«Lo esencial de toda determinación de la voluntad mediante la ley moral es que sea determinada sólo por la ley, como voluntad libre, es decir no sólo sin el concurso de impulsos sensibles, sino incluso con exclusión de todos estos impulsos y con perjuicio de todas las inclinaciones que pudieran ser contrarias a esta ley. […] Todas las inclinaciones juntas (las cuales pueden reunirse en un sistema tolerable y cuya satisfacción en este caso se llama felicidad personal) constituyen el egoísmo (solipsismus). Este es o el amor de sí mismo, que consiste en una benevolencia excesiva consigo mismo (philautía), o la complacencia en sí mismo (arrogantia). Aquél se llama particularmente amor propio y ésta, presunción. La razón pura práctica solamente infiere perjuicio al amor propio al constreñirlo a la condición de concordar con esta ley, pues es natural y vivo en nosotros aun antes de la ley moral; entonces se llama amor propio racional».

Asegurar la felicidad propia es un deber, nos dice Kant, pero este propósito puede llevar fácilmente a la tentación de transgredir el deber. Porque todos los hombres, además del deber, tienen una fuerte inclinación a querer ser felices.

Una inclinación puede sopesar más que una vacilante idea y, por ejemplo, un hombre padeciendo de gota puede elegir lo que disfruta, tratándose a sí mismo solo como un medio pensando que, en balance, la alegría del momento pesa más que la expectativa de mantener buena salud. En este caso, cuando la inclinación a buscar la felicidad ha fallado en determinar la acción correcta, cuando la buena salud, al menos para él, no ha sido considerada en su cálculo como necesaria, su acción carece de valor moral. Lo que aquí falta, como en los otros casos, es una ley: la ley de promover su felicidad, no por inclinación, sino por deber. Es decir, por la razón que identifica el principio de cuidar su salud por ser él el fin en sí mismo, de buscar lo que objetivamente le es de provecho, y así su conducta por primera vez tiene verdadero valor moral.

Continuará.