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Del egoísmo o amor propio, segunda parte

Foto de archivo, estatua de Adam Smith
Warren Orbaugh |
25 de marzo, 2024

En mi artículo anterior partí del hecho de que no hay término más confuso, malentendido y tabú para la mayoría de la gente que el de egoísmo. Y como varios filósofos han discutido sobre el tema, mostré lo que dice Aristóteles en su Ética Nicomáquea sobre el asunto. Ahora quiero presentar lo que dice Adam Smith, el filósofo y economista escocés del siglo XVIII.

Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones

Más conocido es lo que dice en su libro Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, donde pone que el origen de la cooperación social está en el egoísmo:

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Pero el hombre necesita casi constantemente la ayuda de sus semejantes, y es inútil pensar que lo atenderían solamente por benevolencia. [...] No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero, la que nos lleva a procurarnos nuestra comida, sino el cuidado que prestan a sus intereses. Nosotros no nos dirigimos a su humanidad, sino a su egoísmo; y no les hablamos de nuestras necesidades, siempre de su provecho. [...] La mayor parte de estas necesidades por el momento se satisfacen, como las de los otros hombres, por trato, por intercambio y por compra.

La teoría de los sentimientos morales

Sin embargo, no es en este libro donde toca primero el tema, sino que en un libro anterior que lo hizo famoso, La teoría de los sentimientos morales, donde manifiesta lo siguiente:

Es indudable que por naturaleza cada persona debe primero y principalmente cuidar de sí misma, y como cada ser humano está preparado para cuidar de sí mejor que ninguna otra persona, es adecuado y correcto que así sea.

 […] Una personalidad prudente, equitativa, diligente, resuelta y sobria augura prosperidad y satisfacción, tanto del individuo mismo como de todos los que están conectados con él. Una personalidad imprudente, insolente, perezosa, afeminada y voluptuosa presagia la ruina del individuo y la desgracia de todos los que tengan algo que ver con él.

[…] El cuidado de la salud, la fortuna, la posición y la reputación del individuo objetivos de los que se supone que depende fundamentalmente su comodidad y felicidad en esta vida, es considerado el cometido propio de la virtud comúnmente denominada prudencia.

[…] La preocupación por nuestra propia felicidad nos recomienda la virtud de la prudencia; La preocupación por la de los demás, las virtudes de la justicia y la beneficencia, que en un caso nos impide que perjudiquemos y en el otro nos impulsa a promover dicha felicidad. Independientemente de cualquier consideración a lo que son, o a lo que deberían ser, o a lo que podrían ser bajo ciertas condiciones los sentimientos de los demás, la primera de esas virtudes nos es originalmente recomendada por nuestros afectos egoístas, y las otras dos por nuestros afectos benevolentes.

[…] Asimismo, la consideración a nuestra propia felicidad y a nuestro interés particular resultan en muchas ocasiones principios activos muy loables. Se supone generalmente que los hábitos de la frugalidad, la laboriosidad, la discreción, la atención y aplicación intelectual son cultivados por móviles interesados, pero al mismo tiempo son calificados de cualidades muy laudables, que merecen la estimación y aprobación de todos.

[…] La negligencia y falta de frugalidad son universalmente desaprobadas, pero no porque procedan de una falta de benevolencia sino de una falta de atención apropiada a los objetivos del propio interés.»

La prudencia es la virtud del egoísmo

Podemos ver que, al igual que Aristóteles, Adam Smith ve que preocuparnos por nuestra propia felicidad e interés particular es muy loable y que la virtud que lo permite es la prudencia. Es decir, la guía de la conducta por la recta razón para identificar lo que nos es de provecho y distinguirlo de lo que nos perjudica, para perseguir lo primero y evitar lo segundo.

Continuará.

Del egoísmo o amor propio, segunda parte

Warren Orbaugh |
25 de marzo, 2024
Foto de archivo, estatua de Adam Smith

En mi artículo anterior partí del hecho de que no hay término más confuso, malentendido y tabú para la mayoría de la gente que el de egoísmo. Y como varios filósofos han discutido sobre el tema, mostré lo que dice Aristóteles en su Ética Nicomáquea sobre el asunto. Ahora quiero presentar lo que dice Adam Smith, el filósofo y economista escocés del siglo XVIII.

Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones

Más conocido es lo que dice en su libro Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, donde pone que el origen de la cooperación social está en el egoísmo:

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Pero el hombre necesita casi constantemente la ayuda de sus semejantes, y es inútil pensar que lo atenderían solamente por benevolencia. [...] No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero, la que nos lleva a procurarnos nuestra comida, sino el cuidado que prestan a sus intereses. Nosotros no nos dirigimos a su humanidad, sino a su egoísmo; y no les hablamos de nuestras necesidades, siempre de su provecho. [...] La mayor parte de estas necesidades por el momento se satisfacen, como las de los otros hombres, por trato, por intercambio y por compra.

La teoría de los sentimientos morales

Sin embargo, no es en este libro donde toca primero el tema, sino que en un libro anterior que lo hizo famoso, La teoría de los sentimientos morales, donde manifiesta lo siguiente:

Es indudable que por naturaleza cada persona debe primero y principalmente cuidar de sí misma, y como cada ser humano está preparado para cuidar de sí mejor que ninguna otra persona, es adecuado y correcto que así sea.

 […] Una personalidad prudente, equitativa, diligente, resuelta y sobria augura prosperidad y satisfacción, tanto del individuo mismo como de todos los que están conectados con él. Una personalidad imprudente, insolente, perezosa, afeminada y voluptuosa presagia la ruina del individuo y la desgracia de todos los que tengan algo que ver con él.

[…] El cuidado de la salud, la fortuna, la posición y la reputación del individuo objetivos de los que se supone que depende fundamentalmente su comodidad y felicidad en esta vida, es considerado el cometido propio de la virtud comúnmente denominada prudencia.

[…] La preocupación por nuestra propia felicidad nos recomienda la virtud de la prudencia; La preocupación por la de los demás, las virtudes de la justicia y la beneficencia, que en un caso nos impide que perjudiquemos y en el otro nos impulsa a promover dicha felicidad. Independientemente de cualquier consideración a lo que son, o a lo que deberían ser, o a lo que podrían ser bajo ciertas condiciones los sentimientos de los demás, la primera de esas virtudes nos es originalmente recomendada por nuestros afectos egoístas, y las otras dos por nuestros afectos benevolentes.

[…] Asimismo, la consideración a nuestra propia felicidad y a nuestro interés particular resultan en muchas ocasiones principios activos muy loables. Se supone generalmente que los hábitos de la frugalidad, la laboriosidad, la discreción, la atención y aplicación intelectual son cultivados por móviles interesados, pero al mismo tiempo son calificados de cualidades muy laudables, que merecen la estimación y aprobación de todos.

[…] La negligencia y falta de frugalidad son universalmente desaprobadas, pero no porque procedan de una falta de benevolencia sino de una falta de atención apropiada a los objetivos del propio interés.»

La prudencia es la virtud del egoísmo

Podemos ver que, al igual que Aristóteles, Adam Smith ve que preocuparnos por nuestra propia felicidad e interés particular es muy loable y que la virtud que lo permite es la prudencia. Es decir, la guía de la conducta por la recta razón para identificar lo que nos es de provecho y distinguirlo de lo que nos perjudica, para perseguir lo primero y evitar lo segundo.

Continuará.