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El monstruo frío y la ley natural

El vínculo sagrado entre hombre y ley se terminó: el corazón se volvió al Estado.

Imagen representativa del derecho medieval
Reynaldo Rodríguez |
24 de abril, 2024

La diferencia entre justicia y ley se remite a los tiempos clásicos. Ya se tenía en cuenta la diferencia entre themis y nomos en los tiempos helenísticos y, también, ius y lex en tiempos romanos. En tiempos contemporáneos, nuestros tiempos, esa diferencia tan fundamental en los procesos de legislación y obediencia clásicos se ha perdido. El hombre se relaciona directamente con el Estado, de donde emana al derecho, y no con la ley misma, manantial de la justicia.

Lex iniusta non est lex.

En la mente moderna, es imposible creer en la desobediencia a la ley positiva, es decir, a la ley promulgada por un Congreso. El geist, o espíritu, contemporáneo le adscribe al Congreso o a la volonté generale (voluntad general) la cualidad de ser infalible o, por lo menos, de la imposibilidad de no ser respetada. Sin embargo, los medievales, quienes tienen la mayoría de las respuestas a las preguntas filosóficas y políticas, tienen un concepto diferente de la unión del hombre hacia la ley.

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“Estado [moderno] se llama al más frío de todos los monstruos fríos” dijo Nietzsche. Ha desvinculado al hombre de lo bueno, de la res publica, de la justo y lo verdadero.

El problema fundamental de la relación del hombre moderno frente a la justicia se debe a la escisión que crea el Estado en el corazón del hombre y la ley. El hombre moderno debe lealtad a la ley positiva, es decir, a la lex escrita y promulgada al Congreso. La ley depende del Congreso del momento y del movimiento de la voluntad actual. Entonces, la lealtad del ciudadano está íntimamente ligada al Estado. La diferencia fundamental con el pensamiento medieval es que todo hombre dentro de la communitas o la res publica debe lealtad únicamente a la ley.

En los medievales: lex iniusta non est lex.

 La ley injusta no es ley. Las leyes injustas, aquellas que no se adecuan al perfeccionamiento de la naturaleza del hombre, no existen. En el mismo sentido en que un círculo cuadrado no puede existir porque implica una contradicción lógica, es inefable y, por tanto, no tiene existencia, las leyes positivas que no se adecuan a la ley natural no tienen existencia. Por ello, no se puede seguir, pues no es ley, en el aspecto más fundamental de la palabra ser.

Puede que el problema sea de parte de la constitución formal del Estado, es decir, de cómo este tiene una forma de ser particular, así como un cuerpo tiene una forma anatómica. Sin embargo, el problema también radica en el corazón de los ciudadanos que se han adormitado frente a los edictos de la razón y la ley natural. La amenaza de la violencia por la radicalidad de la rebelión frente a la ley injusta domesticó al hombre. El vínculo sagrado entre hombre y ley se terminó: el corazón se volvió al Estado.

Todo aquel que anhele la república, debe su corazón a la ley natural, a la ius. El buen ciudadano debe lealtad únicamente a la justicia. Si la ley positiva está en acuerdo con la natural, pues este deberá seguir la ley positiva. Si no, deberá seguir su corazón, bien ordenado hacia el bien e informado por la razón y la tradición.

“Estado [moderno] se llama al más frío de todos los monstruos fríos” dijo Nietzsche. Ha desvinculado al hombre de lo bueno, de la res publica, de la justo y lo verdadero.

El monstruo frío y la ley natural

El vínculo sagrado entre hombre y ley se terminó: el corazón se volvió al Estado.

Reynaldo Rodríguez |
24 de abril, 2024
Imagen representativa del derecho medieval

La diferencia entre justicia y ley se remite a los tiempos clásicos. Ya se tenía en cuenta la diferencia entre themis y nomos en los tiempos helenísticos y, también, ius y lex en tiempos romanos. En tiempos contemporáneos, nuestros tiempos, esa diferencia tan fundamental en los procesos de legislación y obediencia clásicos se ha perdido. El hombre se relaciona directamente con el Estado, de donde emana al derecho, y no con la ley misma, manantial de la justicia.

Lex iniusta non est lex.

En la mente moderna, es imposible creer en la desobediencia a la ley positiva, es decir, a la ley promulgada por un Congreso. El geist, o espíritu, contemporáneo le adscribe al Congreso o a la volonté generale (voluntad general) la cualidad de ser infalible o, por lo menos, de la imposibilidad de no ser respetada. Sin embargo, los medievales, quienes tienen la mayoría de las respuestas a las preguntas filosóficas y políticas, tienen un concepto diferente de la unión del hombre hacia la ley.

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“Estado [moderno] se llama al más frío de todos los monstruos fríos” dijo Nietzsche. Ha desvinculado al hombre de lo bueno, de la res publica, de la justo y lo verdadero.

El problema fundamental de la relación del hombre moderno frente a la justicia se debe a la escisión que crea el Estado en el corazón del hombre y la ley. El hombre moderno debe lealtad a la ley positiva, es decir, a la lex escrita y promulgada al Congreso. La ley depende del Congreso del momento y del movimiento de la voluntad actual. Entonces, la lealtad del ciudadano está íntimamente ligada al Estado. La diferencia fundamental con el pensamiento medieval es que todo hombre dentro de la communitas o la res publica debe lealtad únicamente a la ley.

En los medievales: lex iniusta non est lex.

 La ley injusta no es ley. Las leyes injustas, aquellas que no se adecuan al perfeccionamiento de la naturaleza del hombre, no existen. En el mismo sentido en que un círculo cuadrado no puede existir porque implica una contradicción lógica, es inefable y, por tanto, no tiene existencia, las leyes positivas que no se adecuan a la ley natural no tienen existencia. Por ello, no se puede seguir, pues no es ley, en el aspecto más fundamental de la palabra ser.

Puede que el problema sea de parte de la constitución formal del Estado, es decir, de cómo este tiene una forma de ser particular, así como un cuerpo tiene una forma anatómica. Sin embargo, el problema también radica en el corazón de los ciudadanos que se han adormitado frente a los edictos de la razón y la ley natural. La amenaza de la violencia por la radicalidad de la rebelión frente a la ley injusta domesticó al hombre. El vínculo sagrado entre hombre y ley se terminó: el corazón se volvió al Estado.

Todo aquel que anhele la república, debe su corazón a la ley natural, a la ius. El buen ciudadano debe lealtad únicamente a la justicia. Si la ley positiva está en acuerdo con la natural, pues este deberá seguir la ley positiva. Si no, deberá seguir su corazón, bien ordenado hacia el bien e informado por la razón y la tradición.

“Estado [moderno] se llama al más frío de todos los monstruos fríos” dijo Nietzsche. Ha desvinculado al hombre de lo bueno, de la res publica, de la justo y lo verdadero.