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En defensa de la intolerancia

No es cuestión de tolerancia o intolerancia sino de defender verdades, razonamientos sensatos, y honestidad. La tolerancia no debe ser un fin en sí mismo, ni la intolerancia debería demonizarse siempre. La intolerancia es necesaria para combatir falsedades y opresión.

.
Jose Azel |
21 de marzo, 2023

La intolerancia tiene una desproporcionada mala reputación. Se define comúnmente como falta de voluntad para aceptar criterios, creencias o conductas diferentes de los propios, y a menudo se equipara con fanatismo y estrechez mental. En algunos casos, como la intolerancia religiosa, se justifica su mala reputación y esa intolerancia debe combatirse. El filósofo francés Voltaire nos ofrece un ejemplo con su vigorosa defensa de la tolerancia religiosa en el histórico caso de Jean Calas.

Jean Calas era un comerciante hugonote (Protestante Francés) en Tolouse, Francia, en los 1700. Francia era entonces un país mayormente Católico Romano. El catolicismo era la religión estatal y las personas no tenían derecho a practicar una fe diferente. En octubre 1761 uno de los hijos de Calas, MarcAntoine, apareció muerto en la tienda familiar. Se rumoró entonces que Jean Calas había matado a su hijo porque MarcAntoine pretendía convertirse al catolicismo. La histeria anti-hugonote estalló entre la población católica romana y Calas fue arrestado y acusado de asesinar a su hijo para evitar su conversión al catolicismo.

Al inicio Calas atribuyó el crimen a un intruso desconocido, pero posteriormente insistió en que su hijo se había suicidado. Aparentemente, como el suicidio se consideraba entonces un crimen contra uno mismo y los cadáveres de los suicidas eran profanados, Calas intentó que el suicidio de su hijo pareciera un asesinato, pero después dijo la verdad. A pesar de abrumadora evidencia de que era un suicidio, Calas fue torturado brutalmente en un intento de hacerle admitir su culpabilidad. Fue destrozado en la noria, estrangulado y reducido a cenizas, pero declaró su inocencia hasta el final.

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Voltaire se interesó en el caso, y mediante una vigorosa campaña de prensa el filósofo convenció a la opinión pública de que los prejuicios anti-protestantes influenciaron el caso y que MarcAntoine, en efecto, se había suicidado. Finalmente Jean Calas fue exonerado póstumamente y Voltaire, en su Tratado sobre la Tolerancia (1763) utilizó el caso para criticar a la Iglesia Católica por su intolerancia.

¿Pero qué ocurre con otras formas de intolerancia como la intolerancia política? Vivimos en una sociedad democrática pluralista que demanda tolerancia para opiniones políticas. La Izquierda política hoy, en centros universitarios y dondequiera, ha mostrado gran intolerancia política demonizando a aquellos con opiniones diferentes como malvados o estúpidos. El problema con esta intolerancia es no solamente su indecencia, sino que promueve “monocultivo intelectual”. Tal indolente intolerancia es autocontradictoria.

Por otra parte, hay una versión relativista de la tolerancia políticamente correcta que es gravemente errada. Ese criterio sostiene que una persona tolerante debe ser imparcial y tomar posiciones neutrales frente a las convicciones de otros. Ese concepto relativista sostiene que no hay ideas mejores o más ciertas que otras y por tanto no se debe permitir juzgarlas. Tal tolerancia es también irracional.

Algunas ideas son mejores que otras, y existe la intolerancia virtuosa. Nuestro discurso social a menudo proclama la intolerancia como inaceptable, y defiende su erradicación. Eso es insensato; la intolerancia puede ser una fuerza positiva. Yo soy intolerante con la idea de que nuestras libertades civiles deban restringirse en base al género, raza o religión. Soy intolerante con ideas colectivistas que restringen nuestras libertades. Soy intolerante con religiones fundamentalistas incompatibles con gobiernos democráticos. Soy intolerante con pedófilos. Y soy intolerante con cobardes intelectuales que lanzan insultos en vez de entablar debates inteligentes. Supongo no ser una persona muy tolerante.

No es cuestión de tolerancia o intolerancia sino de defender verdades, razonamientos sensatos, y honestidad. La tolerancia no debe ser un fin en sí mismo, ni la intolerancia debería demonizarse siempre. La intolerancia es necesaria para combatir falsedades y opresión.

A pueblos oprimidos no se les debe pedir ser más tolerantes con sus gobiernos, sino estimularlos a ser visiblemente intolerantes. En ocasiones, como Voltaire, debemos combatir la intolerancia. En otras, como Rosa Parks, debemos ser intolerantes, desobedecer la autoridad, y sentarnos en la parte delantera del ómnibus.

El ultimo libro del Dr. Azel es “Reflexiones sobre la Libertad”.

En defensa de la intolerancia

No es cuestión de tolerancia o intolerancia sino de defender verdades, razonamientos sensatos, y honestidad. La tolerancia no debe ser un fin en sí mismo, ni la intolerancia debería demonizarse siempre. La intolerancia es necesaria para combatir falsedades y opresión.

Jose Azel |
21 de marzo, 2023
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La intolerancia tiene una desproporcionada mala reputación. Se define comúnmente como falta de voluntad para aceptar criterios, creencias o conductas diferentes de los propios, y a menudo se equipara con fanatismo y estrechez mental. En algunos casos, como la intolerancia religiosa, se justifica su mala reputación y esa intolerancia debe combatirse. El filósofo francés Voltaire nos ofrece un ejemplo con su vigorosa defensa de la tolerancia religiosa en el histórico caso de Jean Calas.

Jean Calas era un comerciante hugonote (Protestante Francés) en Tolouse, Francia, en los 1700. Francia era entonces un país mayormente Católico Romano. El catolicismo era la religión estatal y las personas no tenían derecho a practicar una fe diferente. En octubre 1761 uno de los hijos de Calas, MarcAntoine, apareció muerto en la tienda familiar. Se rumoró entonces que Jean Calas había matado a su hijo porque MarcAntoine pretendía convertirse al catolicismo. La histeria anti-hugonote estalló entre la población católica romana y Calas fue arrestado y acusado de asesinar a su hijo para evitar su conversión al catolicismo.

Al inicio Calas atribuyó el crimen a un intruso desconocido, pero posteriormente insistió en que su hijo se había suicidado. Aparentemente, como el suicidio se consideraba entonces un crimen contra uno mismo y los cadáveres de los suicidas eran profanados, Calas intentó que el suicidio de su hijo pareciera un asesinato, pero después dijo la verdad. A pesar de abrumadora evidencia de que era un suicidio, Calas fue torturado brutalmente en un intento de hacerle admitir su culpabilidad. Fue destrozado en la noria, estrangulado y reducido a cenizas, pero declaró su inocencia hasta el final.

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Voltaire se interesó en el caso, y mediante una vigorosa campaña de prensa el filósofo convenció a la opinión pública de que los prejuicios anti-protestantes influenciaron el caso y que MarcAntoine, en efecto, se había suicidado. Finalmente Jean Calas fue exonerado póstumamente y Voltaire, en su Tratado sobre la Tolerancia (1763) utilizó el caso para criticar a la Iglesia Católica por su intolerancia.

¿Pero qué ocurre con otras formas de intolerancia como la intolerancia política? Vivimos en una sociedad democrática pluralista que demanda tolerancia para opiniones políticas. La Izquierda política hoy, en centros universitarios y dondequiera, ha mostrado gran intolerancia política demonizando a aquellos con opiniones diferentes como malvados o estúpidos. El problema con esta intolerancia es no solamente su indecencia, sino que promueve “monocultivo intelectual”. Tal indolente intolerancia es autocontradictoria.

Por otra parte, hay una versión relativista de la tolerancia políticamente correcta que es gravemente errada. Ese criterio sostiene que una persona tolerante debe ser imparcial y tomar posiciones neutrales frente a las convicciones de otros. Ese concepto relativista sostiene que no hay ideas mejores o más ciertas que otras y por tanto no se debe permitir juzgarlas. Tal tolerancia es también irracional.

Algunas ideas son mejores que otras, y existe la intolerancia virtuosa. Nuestro discurso social a menudo proclama la intolerancia como inaceptable, y defiende su erradicación. Eso es insensato; la intolerancia puede ser una fuerza positiva. Yo soy intolerante con la idea de que nuestras libertades civiles deban restringirse en base al género, raza o religión. Soy intolerante con ideas colectivistas que restringen nuestras libertades. Soy intolerante con religiones fundamentalistas incompatibles con gobiernos democráticos. Soy intolerante con pedófilos. Y soy intolerante con cobardes intelectuales que lanzan insultos en vez de entablar debates inteligentes. Supongo no ser una persona muy tolerante.

No es cuestión de tolerancia o intolerancia sino de defender verdades, razonamientos sensatos, y honestidad. La tolerancia no debe ser un fin en sí mismo, ni la intolerancia debería demonizarse siempre. La intolerancia es necesaria para combatir falsedades y opresión.

A pueblos oprimidos no se les debe pedir ser más tolerantes con sus gobiernos, sino estimularlos a ser visiblemente intolerantes. En ocasiones, como Voltaire, debemos combatir la intolerancia. En otras, como Rosa Parks, debemos ser intolerantes, desobedecer la autoridad, y sentarnos en la parte delantera del ómnibus.

El ultimo libro del Dr. Azel es “Reflexiones sobre la Libertad”.