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La política del espectáculo

La función pública –el funcionario– solía contemplarse con admiración, ahora se le ve con desprecio. Bastante han hecho muchos por desprestigiarla [la función pública], pero los actuales la dejan en ridículo.

Captura de video subido por Bernardo Arévalo a su cuenta de X, dando la bienvenida a Patricia Orantes como ministra de Ambiente y Recursos Naturales
Alejandro Palmieri |
16 de abril, 2024

La política en Guatemala –y en el resto del mundo– se ha banalizado.  La comunicación política se ha “cholerizado”, excusándome por el uso de un término tan despectivo.

En 2007, Mario Vargas Llosa publicó una columna de opinión, (Piedra de Toque) en El País, titulada: La civilización del espectáculo, que seguramente lo inspiró para publicar un libro –una recopilación de sus artículos y ensayos– con el mismo nombre, en 2012.

Si, a su vez, él se inspiró en la obra La sociedad del espectáculo de Guy Debrod, de 1967, no lo sé, pero ciertamente hay un hilo conductor entre esos textos que yo interpreto como la pérdida de la sustancia, de lo importante, para dar cabida a la intrascendencia, al mero entretenimiento, a lo banal.

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Debrod –desde 1967– definía el fenómeno como “la declinación de ser en tener, y de tener en simplemente parecer” y ciertamente se ha exacerbado con la penetración de las redes sociales, usadas ahora por políticos, incluso para girar instrucciones a sus subalternos. Lo importante, pareciera ser, “mostrar” más que hacer. En mi opinión, un declive casi irreversible.

El jueves pasado se tocó fondo, a mi parecer. En la cuenta de X del presidente Bernardo Arévalo, se subió un video en el que se ve –de espaldas– a la recién nombrada ministra de Ambiente y Recursos Naturales, Patricia Orantes, caminar hacia la puerta del despacho de Arévalo, quien le abre la puerta y la saluda con brazos abiertos y notable gusto que pudo ser genuino, pero se muestra sobreactuado. En síntesis, un montaje para comunicar la bienvenida al gabinete.

Los diputados y funcionarios actuales rara vez se ven en público sin un artilugio colgando de la solapa o borde la de camisa: son micrófonos inalámbricos para grabar audio en todo momento de cada cosa que hacen. Si la Ley de Murphy se cumple, no dudo que pronto veremos publicaciones en donde se les haya olvidado apagarlo y se reproduzcan ruidos de cuando van al baño, amén de que queden grabadas –también– conversaciones comprometedoras. El colmo: ahora llevan al mismo tiempo hasta cuatro micrófonos distintos. Ridículo.

El resultado de todo ello es que la comunicación política, irremediablemente, haya decaído a niveles básicos. También, hay que decirlo, todos ellos sufren el inconfesado anhelo por ser influencers más que funcionarios con el destino del país en sus manos.

En el hemiciclo, puede verse a varios diputados colocar trípodes y demás parafernalia para generar contenido audiovisual, listos para hacer un “live”. Los políticos parecen reconocer que tienen tan poca credibilidad, que no basta con que comuniquen lo ocurrido o transmitan su opinión respecto a un hecho, que, sino no está en video, su electorado no les cree.

Además, los que pueden pagarlo –con fondos públicos, claro, mediante contrataciones como asesores– llevan un séquito de “creadores de contenido” para que graben y transmitan cada acto de los jefecillos. El resultado de todo ello es que la comunicación política, irremediablemente, haya decaído a niveles básicos. También, hay que decirlo, todos ellos sufren el inconfesado anhelo por ser influencers más que funcionarios con el destino del país en sus manos.

La función pública –el funcionario– solía contemplarse con admiración, ahora se le ve con desprecio. Bastante han hecho muchos por desprestigiarla [la función pública], pero los actuales la dejan en ridículo.

La espiral decadente de la política, hacia no sé dónde, pasa por que los políticos se rebajan a prácticas cuan más ridículas para comunicar. Que no nos extrañe que pronto veamos a nuestros líderes incursionar en el cosplay para salir en videítos despachando los asuntos de la cosa pública.

La política del espectáculo

La función pública –el funcionario– solía contemplarse con admiración, ahora se le ve con desprecio. Bastante han hecho muchos por desprestigiarla [la función pública], pero los actuales la dejan en ridículo.

Alejandro Palmieri |
16 de abril, 2024
Captura de video subido por Bernardo Arévalo a su cuenta de X, dando la bienvenida a Patricia Orantes como ministra de Ambiente y Recursos Naturales

La política en Guatemala –y en el resto del mundo– se ha banalizado.  La comunicación política se ha “cholerizado”, excusándome por el uso de un término tan despectivo.

En 2007, Mario Vargas Llosa publicó una columna de opinión, (Piedra de Toque) en El País, titulada: La civilización del espectáculo, que seguramente lo inspiró para publicar un libro –una recopilación de sus artículos y ensayos– con el mismo nombre, en 2012.

Si, a su vez, él se inspiró en la obra La sociedad del espectáculo de Guy Debrod, de 1967, no lo sé, pero ciertamente hay un hilo conductor entre esos textos que yo interpreto como la pérdida de la sustancia, de lo importante, para dar cabida a la intrascendencia, al mero entretenimiento, a lo banal.

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Debrod –desde 1967– definía el fenómeno como “la declinación de ser en tener, y de tener en simplemente parecer” y ciertamente se ha exacerbado con la penetración de las redes sociales, usadas ahora por políticos, incluso para girar instrucciones a sus subalternos. Lo importante, pareciera ser, “mostrar” más que hacer. En mi opinión, un declive casi irreversible.

El jueves pasado se tocó fondo, a mi parecer. En la cuenta de X del presidente Bernardo Arévalo, se subió un video en el que se ve –de espaldas– a la recién nombrada ministra de Ambiente y Recursos Naturales, Patricia Orantes, caminar hacia la puerta del despacho de Arévalo, quien le abre la puerta y la saluda con brazos abiertos y notable gusto que pudo ser genuino, pero se muestra sobreactuado. En síntesis, un montaje para comunicar la bienvenida al gabinete.

Los diputados y funcionarios actuales rara vez se ven en público sin un artilugio colgando de la solapa o borde la de camisa: son micrófonos inalámbricos para grabar audio en todo momento de cada cosa que hacen. Si la Ley de Murphy se cumple, no dudo que pronto veremos publicaciones en donde se les haya olvidado apagarlo y se reproduzcan ruidos de cuando van al baño, amén de que queden grabadas –también– conversaciones comprometedoras. El colmo: ahora llevan al mismo tiempo hasta cuatro micrófonos distintos. Ridículo.

El resultado de todo ello es que la comunicación política, irremediablemente, haya decaído a niveles básicos. También, hay que decirlo, todos ellos sufren el inconfesado anhelo por ser influencers más que funcionarios con el destino del país en sus manos.

En el hemiciclo, puede verse a varios diputados colocar trípodes y demás parafernalia para generar contenido audiovisual, listos para hacer un “live”. Los políticos parecen reconocer que tienen tan poca credibilidad, que no basta con que comuniquen lo ocurrido o transmitan su opinión respecto a un hecho, que, sino no está en video, su electorado no les cree.

Además, los que pueden pagarlo –con fondos públicos, claro, mediante contrataciones como asesores– llevan un séquito de “creadores de contenido” para que graben y transmitan cada acto de los jefecillos. El resultado de todo ello es que la comunicación política, irremediablemente, haya decaído a niveles básicos. También, hay que decirlo, todos ellos sufren el inconfesado anhelo por ser influencers más que funcionarios con el destino del país en sus manos.

La función pública –el funcionario– solía contemplarse con admiración, ahora se le ve con desprecio. Bastante han hecho muchos por desprestigiarla [la función pública], pero los actuales la dejan en ridículo.

La espiral decadente de la política, hacia no sé dónde, pasa por que los políticos se rebajan a prácticas cuan más ridículas para comunicar. Que no nos extrañe que pronto veamos a nuestros líderes incursionar en el cosplay para salir en videítos despachando los asuntos de la cosa pública.