En efecto, los primeros liberales fuimos nosotros, los españoles de ambos lados del Atlántico. Cuando se creó España como nación, a partir de la Constitución de Cádiz, dejando atrás el antiguo régimen de Monarquía Católica o Hispana, una «monarquía compuesta» de un conglomerado de reinos, provincias y señoríos unidos por la común fidelidad al monarca, pasamos de ser súbditos del rey a ser ciudadanos españoles de la recién creada República española, la nueva monarquía nacional y constitucional. La Constitución de Cádiz dotó a los habitantes de ambos hemisferios, antes súbditos del rey, de una nacionalidad al pertenecer a una misma entidad política con una homogenización político-administrativa.
Y fue en las Cortes de Cádiz, cuya primera sesión fue el 24 de septiembre de 1810 que surge el liberalismo como sustantivo del concepto, aplicado por primera vez a un grupo concreto que defendía el constitucionalismo y rechazaba el sistema absolutista. Y lo aclara muy bien Javier Fernández Sebastián en su artículo «Liberales y liberalismo en España, 1810-1850: La forja de un concepto y la creación de una identidad política», publicado en la Revista de Estudios Políticos, cuyo párrafo cito a continuación:
«Porque, digámoslo claramente, por mucho que algunos hayan tratado de ver liberales en la Revolución francesa o en la Glorious Revolution inglesa (e incluso antes en tiempos del Renacimiento y la Reforma), antes de las Cortes de Cádiz no había liberales; esto es, no había un colectivo humano que se identificase con ese nombre. Ciertamente había novatores, jansenistas e ilustrados españoles; whigs, radicals y utilitarians ingleses (como antes había habido country party, levellers y diggers); había también patriotes, girondins, jacobins idéologues y bonapartistes franceses, illuminati, giacobini, napoleonisti y carbonari italianos, pero no había liberales. Los primeros liberales fueron españoles de Europa y españoles americanos, y fueron así bautizados por los gaditanos en otoño de 1810».
Y estos liberales fueron consecuencia de la producción de un nuevo concepto-político: el liberalismo. Éste fue fruto propio de la tradición política hispana desde los planteamientos de Isidoro de Sevilla, Francisco de Vitoria, Francisco Suárez y Juan de Mariana, pensadores que influenciaron a Locke, Montesquieu y Kant. Entre sus principios podemos citar la concepción de la libertad como facultad irrestricta y primera, anterior a todo derecho; del hombre como fin en sí mismo; una visión voluntarista de la ley; y el pactismo o contractualismo, basado en su idea lógica de que la soberanía reside en el pueblo. Y la traslación del poder mediante un pacto no implica la pérdida de este por parte de la comunidad, que puede recuperarlo siempre cuando el rey se convierta en ilegítimo. Francisco Suárez en su Defensio fidei de 1613 pone:
Si un rey legítimo gobierna tiránicamente y el reino no tiene ningún otro medio de defensa que expulsar y deponer al rey, el Estado en pleno, con el acuerdo público y común de las ciudades y de los próceres, podrá deponer al rey: Lo primero, en virtud del Derecho Natural, por el cual es lícito rechazar la fuerza con la fuerza; y lo segundo, porque en el primer pacto con el Estado transfirió su poder al rey, siempre se entiende que quedó exceptuado este caso, necesario para la propia conservación del Estado.
El traidor e hipócrita rey Fernando VII, al recuperar la Corona de la Monarquía Hispánica (denominada ahora Monarquía Española en la Constitución de Cádiz) suspendió dicha constitución y al intentar imponer el Absolutismo provocó la desvinculación del régimen por los españoles americanos dando origen a las diversas repúblicas independientes.
Si quiere saber más sobre este tema, te recomiendo el libro 15 DE SEPTIEMBRE DE 1821, La desvinculación del Reino de Guatemala y la oportunidad perdida, de David Jaime Hernández Gutiérrez.
En efecto, los primeros liberales fuimos nosotros, los españoles de ambos lados del Atlántico. Cuando se creó España como nación, a partir de la Constitución de Cádiz, dejando atrás el antiguo régimen de Monarquía Católica o Hispana, una «monarquía compuesta» de un conglomerado de reinos, provincias y señoríos unidos por la común fidelidad al monarca, pasamos de ser súbditos del rey a ser ciudadanos españoles de la recién creada República española, la nueva monarquía nacional y constitucional. La Constitución de Cádiz dotó a los habitantes de ambos hemisferios, antes súbditos del rey, de una nacionalidad al pertenecer a una misma entidad política con una homogenización político-administrativa.
Y fue en las Cortes de Cádiz, cuya primera sesión fue el 24 de septiembre de 1810 que surge el liberalismo como sustantivo del concepto, aplicado por primera vez a un grupo concreto que defendía el constitucionalismo y rechazaba el sistema absolutista. Y lo aclara muy bien Javier Fernández Sebastián en su artículo «Liberales y liberalismo en España, 1810-1850: La forja de un concepto y la creación de una identidad política», publicado en la Revista de Estudios Políticos, cuyo párrafo cito a continuación:
«Porque, digámoslo claramente, por mucho que algunos hayan tratado de ver liberales en la Revolución francesa o en la Glorious Revolution inglesa (e incluso antes en tiempos del Renacimiento y la Reforma), antes de las Cortes de Cádiz no había liberales; esto es, no había un colectivo humano que se identificase con ese nombre. Ciertamente había novatores, jansenistas e ilustrados españoles; whigs, radicals y utilitarians ingleses (como antes había habido country party, levellers y diggers); había también patriotes, girondins, jacobins idéologues y bonapartistes franceses, illuminati, giacobini, napoleonisti y carbonari italianos, pero no había liberales. Los primeros liberales fueron españoles de Europa y españoles americanos, y fueron así bautizados por los gaditanos en otoño de 1810».
Y estos liberales fueron consecuencia de la producción de un nuevo concepto-político: el liberalismo. Éste fue fruto propio de la tradición política hispana desde los planteamientos de Isidoro de Sevilla, Francisco de Vitoria, Francisco Suárez y Juan de Mariana, pensadores que influenciaron a Locke, Montesquieu y Kant. Entre sus principios podemos citar la concepción de la libertad como facultad irrestricta y primera, anterior a todo derecho; del hombre como fin en sí mismo; una visión voluntarista de la ley; y el pactismo o contractualismo, basado en su idea lógica de que la soberanía reside en el pueblo. Y la traslación del poder mediante un pacto no implica la pérdida de este por parte de la comunidad, que puede recuperarlo siempre cuando el rey se convierta en ilegítimo. Francisco Suárez en su Defensio fidei de 1613 pone:
Si un rey legítimo gobierna tiránicamente y el reino no tiene ningún otro medio de defensa que expulsar y deponer al rey, el Estado en pleno, con el acuerdo público y común de las ciudades y de los próceres, podrá deponer al rey: Lo primero, en virtud del Derecho Natural, por el cual es lícito rechazar la fuerza con la fuerza; y lo segundo, porque en el primer pacto con el Estado transfirió su poder al rey, siempre se entiende que quedó exceptuado este caso, necesario para la propia conservación del Estado.
El traidor e hipócrita rey Fernando VII, al recuperar la Corona de la Monarquía Hispánica (denominada ahora Monarquía Española en la Constitución de Cádiz) suspendió dicha constitución y al intentar imponer el Absolutismo provocó la desvinculación del régimen por los españoles americanos dando origen a las diversas repúblicas independientes.
Si quiere saber más sobre este tema, te recomiendo el libro 15 DE SEPTIEMBRE DE 1821, La desvinculación del Reino de Guatemala y la oportunidad perdida, de David Jaime Hernández Gutiérrez.