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Más ligero que una pluma

Después de todo, como Kant plantea en la Crítica de la razón práctica, «la moral no es propiamente la doctrina de cómo hacernos felices, sino de cómo debemos hacernos dignos de la felicidad».

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Alejandra Osorio |
09 de mayo, 2024

¿Cómo sabes que él es una buena persona? ¿Cómo sabes que tú lo eres? La suma de nuestras acciones suele ser el determinante para este apelativo; sin embargo, ¿es algo que nos asignan o que nosotros decidimos? Este juego entre ser y cómo nos perciben es una constante de la vida del ser humano, pero muchos coinciden que es en la muerte que se dicta la sentencia final.

Así pues, es la suma de acciones, la suma de experiencias, la suma de vida, lo que determina quién fue ese individuo y cómo otros le perciben. Incluso es en este punto que, según muchos, se decide la vida después de la vida. Pero, en ese sentido, no solo se deben analizar las acciones, sino también cómo estas son medidas. Y, para esta actividad, el juez más feroz y justo es Anubis.

Pesado como corazón

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Las personas dicen que, al morir, no te llevas nada de esta vida, pero en el antiguo Egipto esto no era así. Sortilegios, riquezas y herramientas acompañaban al difunto. Incluso, después de la momificación, también mantenía el corazón; pues este es el centro, centro de sentimientos, pensamientos, conciencia y vida. El hombre es su corazón y su corazón es el hombre.

Ahora, imagínate en su lugar, recuperando la conciencia después de una breve pausa: la muerte. Es en ese momento en el que comienza el viaje y donde deberás explorar la Duat, el inframundo, y donde un dios, un hombre con cabeza de chacal, será tu guía.

Sea lo que sea que nos depare la vida después de la vida, existe cierta soledad en la responsabilidad de nuestras acciones. Así pues, la crítica moral debería ser, en un inicio, un ejercicio interno para luego ser externo, no por la recompensa futura, sino por la acción en sí misma.

Así, tu espíritu llega a la sala de doble verdad, donde 42 jueces te esperan. Cuarenta y dos pecados habrás de negar; cuarenta y dos veces la verdad ha de ganar. Y, de esta forma, ante el señor de las balanzas, Anubis, te encontrarás.

Anubis es justo y no dudará. Entonces, sin premura, el corazón ha de quitar. Este órgano encontrará su lugar en uno de los platillos de una balanza. Sin embargo, en el otro plato no hay oro, no hay armas, no hay tesoro. En el otro lado de la balanza hay una simple pluma. Y allí está el problema: el corazón debe ser más ligero que esta.

Si así lo fuera, los campos del Aaru, el fértil lugar de la eternidad, serán tu destino. No obstante, si el corazón pesa más que la pluma, este se convertirá en el bocado de Ammyt, el ser cabeza de cocodrilo devorador de muertos. Así, no solo se pierde el corazón, sino se gana el castigo de la segunda muerte, la muerte eterna.

Ligero como pluma

Sea lo que sea que nos depare la vida después de la vida, existe cierta soledad en la responsabilidad de nuestras acciones. Así pues, la crítica moral debería ser, en un inicio, un ejercicio interno para luego ser externo, no por la recompensa futura, sino por la acción en sí misma. Después de todo, como Kant plantea en la Crítica de la razón práctica, «la moral no es propiamente la doctrina de cómo hacernos felices, sino de cómo debemos hacernos dignos de la felicidad».

Este ejercicio, al final de cuentas, es el que termina siendo la base del vivir. Puesto que, al hablar de moral, como dice Platón en La república, «no estamos hablando de una insignificancia, sino de cómo vivir». Así, cuando llegue el día y quizá nuestras acciones se encuentren reunidas sobre una balanza como la de Anubis, estas puedan ser más ligeras que una pluma.

Más ligero que una pluma

Después de todo, como Kant plantea en la Crítica de la razón práctica, «la moral no es propiamente la doctrina de cómo hacernos felices, sino de cómo debemos hacernos dignos de la felicidad».

Alejandra Osorio |
09 de mayo, 2024
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¿Cómo sabes que él es una buena persona? ¿Cómo sabes que tú lo eres? La suma de nuestras acciones suele ser el determinante para este apelativo; sin embargo, ¿es algo que nos asignan o que nosotros decidimos? Este juego entre ser y cómo nos perciben es una constante de la vida del ser humano, pero muchos coinciden que es en la muerte que se dicta la sentencia final.

Así pues, es la suma de acciones, la suma de experiencias, la suma de vida, lo que determina quién fue ese individuo y cómo otros le perciben. Incluso es en este punto que, según muchos, se decide la vida después de la vida. Pero, en ese sentido, no solo se deben analizar las acciones, sino también cómo estas son medidas. Y, para esta actividad, el juez más feroz y justo es Anubis.

Pesado como corazón

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Las personas dicen que, al morir, no te llevas nada de esta vida, pero en el antiguo Egipto esto no era así. Sortilegios, riquezas y herramientas acompañaban al difunto. Incluso, después de la momificación, también mantenía el corazón; pues este es el centro, centro de sentimientos, pensamientos, conciencia y vida. El hombre es su corazón y su corazón es el hombre.

Ahora, imagínate en su lugar, recuperando la conciencia después de una breve pausa: la muerte. Es en ese momento en el que comienza el viaje y donde deberás explorar la Duat, el inframundo, y donde un dios, un hombre con cabeza de chacal, será tu guía.

Sea lo que sea que nos depare la vida después de la vida, existe cierta soledad en la responsabilidad de nuestras acciones. Así pues, la crítica moral debería ser, en un inicio, un ejercicio interno para luego ser externo, no por la recompensa futura, sino por la acción en sí misma.

Así, tu espíritu llega a la sala de doble verdad, donde 42 jueces te esperan. Cuarenta y dos pecados habrás de negar; cuarenta y dos veces la verdad ha de ganar. Y, de esta forma, ante el señor de las balanzas, Anubis, te encontrarás.

Anubis es justo y no dudará. Entonces, sin premura, el corazón ha de quitar. Este órgano encontrará su lugar en uno de los platillos de una balanza. Sin embargo, en el otro plato no hay oro, no hay armas, no hay tesoro. En el otro lado de la balanza hay una simple pluma. Y allí está el problema: el corazón debe ser más ligero que esta.

Si así lo fuera, los campos del Aaru, el fértil lugar de la eternidad, serán tu destino. No obstante, si el corazón pesa más que la pluma, este se convertirá en el bocado de Ammyt, el ser cabeza de cocodrilo devorador de muertos. Así, no solo se pierde el corazón, sino se gana el castigo de la segunda muerte, la muerte eterna.

Ligero como pluma

Sea lo que sea que nos depare la vida después de la vida, existe cierta soledad en la responsabilidad de nuestras acciones. Así pues, la crítica moral debería ser, en un inicio, un ejercicio interno para luego ser externo, no por la recompensa futura, sino por la acción en sí misma. Después de todo, como Kant plantea en la Crítica de la razón práctica, «la moral no es propiamente la doctrina de cómo hacernos felices, sino de cómo debemos hacernos dignos de la felicidad».

Este ejercicio, al final de cuentas, es el que termina siendo la base del vivir. Puesto que, al hablar de moral, como dice Platón en La república, «no estamos hablando de una insignificancia, sino de cómo vivir». Así, cuando llegue el día y quizá nuestras acciones se encuentren reunidas sobre una balanza como la de Anubis, estas puedan ser más ligeras que una pluma.