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Quien tenga oídos…

Después de todo, tratar la verdad, aunque sea única y hermosa, puede ser complejo.

.
Alejandra Osorio |
14 de marzo, 2024

La verdad no encontró asilo en Troya. Las palabras que auguraban la caída de la ciudad simplemente morían en el aire. Incluso la advertencia sobre la destrucción que se hallaba encerrada en el caballo de madera encontró oídos sordos. Ni la familia real ni los guerreros y el pueblo podían o, mejor dicho, querían escuchar cómo, con pasos lentos y al ritmo del engaño, llegaba la muerte.

Regalos no deseados

La guerra de Troya es el origen de muchas de las grandes tragedias griegas. Pero una de las historias más tristes no se encuentra en el campo de batalla ni en el retorno tortuoso a casa de los héroes, sino en una de las princesas de Troya: Casandra. Su vida debió haber sido sencilla y pacífica, ya que había decidido ser una sacerdotisa del dios Apolo.

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Sin embargo, como la belleza de Helena fue la ruina de Troya, la hermosura de Casandra fue su fin. Esto se debe a que fue gracias a esta que ganó el favor del mismo dios al que servía. Pero, si algo hemos aprendido de los mitos, el amor de un dios es la espada de Damocles: una amenaza persistente.

Y Casandra tuvo un fin similar al de las mujeres y los hombres que fueron amados por dioses. Al principio recibió una bendición muy propia del señor del oráculo de Delfos: la profecía. ¿Quién no quisiera intentar moldear el futuro a partir del conocimiento de lo que puede ser? No obstante, Casandra negó los afectos del dios y se enfrentó a su furia.

El fuego divino no quemó su cuerpo, mas sí hizo cenizas su espíritu. Apolo, como castigo, decidió retorcer la bendición que había dado con amor: Casandra vería el futuro, pero nadie creería en las palabras que salieran de su boca. Ella sería la fuente de la verdad, pero la gente solo vería mentiras reflejadas en sus aguas.

Así, Casandra predijo cómo Paris traería la guerra, cómo Troya ardería bajo la mirada de un caballo de madera y cómo la muerte misma llegaría a Agamenón por medio de su esposa. No obstante, su verdad fue tachada de locura. Es fácil comprender la desesperación de la joven al no encontrar alguien que le creyera. Sin embargo, también es sencillo entender a los troyanos. Después de todo, tratar la verdad, aunque sea única y hermosa, puede ser complejo.

La necesidad intrínseca de la verdad

Y, a pesar de esa complejidad nacida de la mano de un dios o de nuestra propia necedad, nosotros deberíamos estar en constante búsqueda de esa verdad, ya que es parte de nosotros como seres humanos. Bien dijo Montaigne en Los ensayos:

Porque hemos nacido para buscar la verdad; poseerla corresponde a una potencia mayor.

Nosotros somos seres falibles y, por lo tanto, deberíamos estar acostumbrados a cierto nivel de incertidumbre. Si no estamos dispuestos a poner a prueba nuestras ideas, somos como los troyanos que rechazaron las palabras de Casandra sin siquiera detenerse un segundo. La duda no es un ataque. Nuccio Ordine claramente lo dice al plantear que

solo quien ama la verdad puede buscarla de continuo. Esta es la razón por la cual la duda no es enemiga de la verdad, sino un estímulo constante para buscarla.

Más que aprender de Casandra, podemos hacerlo de los troyanos y su desenlace. Así, viéndonos en ellos, estaríamos obligados a retomar esa constante búsqueda de la verdad. Y, al estar frente ella, solo podríamos decir «quien tenga oídos, que escuche».

Quien tenga oídos…

Después de todo, tratar la verdad, aunque sea única y hermosa, puede ser complejo.

Alejandra Osorio |
14 de marzo, 2024
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La verdad no encontró asilo en Troya. Las palabras que auguraban la caída de la ciudad simplemente morían en el aire. Incluso la advertencia sobre la destrucción que se hallaba encerrada en el caballo de madera encontró oídos sordos. Ni la familia real ni los guerreros y el pueblo podían o, mejor dicho, querían escuchar cómo, con pasos lentos y al ritmo del engaño, llegaba la muerte.

Regalos no deseados

La guerra de Troya es el origen de muchas de las grandes tragedias griegas. Pero una de las historias más tristes no se encuentra en el campo de batalla ni en el retorno tortuoso a casa de los héroes, sino en una de las princesas de Troya: Casandra. Su vida debió haber sido sencilla y pacífica, ya que había decidido ser una sacerdotisa del dios Apolo.

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Sin embargo, como la belleza de Helena fue la ruina de Troya, la hermosura de Casandra fue su fin. Esto se debe a que fue gracias a esta que ganó el favor del mismo dios al que servía. Pero, si algo hemos aprendido de los mitos, el amor de un dios es la espada de Damocles: una amenaza persistente.

Y Casandra tuvo un fin similar al de las mujeres y los hombres que fueron amados por dioses. Al principio recibió una bendición muy propia del señor del oráculo de Delfos: la profecía. ¿Quién no quisiera intentar moldear el futuro a partir del conocimiento de lo que puede ser? No obstante, Casandra negó los afectos del dios y se enfrentó a su furia.

El fuego divino no quemó su cuerpo, mas sí hizo cenizas su espíritu. Apolo, como castigo, decidió retorcer la bendición que había dado con amor: Casandra vería el futuro, pero nadie creería en las palabras que salieran de su boca. Ella sería la fuente de la verdad, pero la gente solo vería mentiras reflejadas en sus aguas.

Así, Casandra predijo cómo Paris traería la guerra, cómo Troya ardería bajo la mirada de un caballo de madera y cómo la muerte misma llegaría a Agamenón por medio de su esposa. No obstante, su verdad fue tachada de locura. Es fácil comprender la desesperación de la joven al no encontrar alguien que le creyera. Sin embargo, también es sencillo entender a los troyanos. Después de todo, tratar la verdad, aunque sea única y hermosa, puede ser complejo.

La necesidad intrínseca de la verdad

Y, a pesar de esa complejidad nacida de la mano de un dios o de nuestra propia necedad, nosotros deberíamos estar en constante búsqueda de esa verdad, ya que es parte de nosotros como seres humanos. Bien dijo Montaigne en Los ensayos:

Porque hemos nacido para buscar la verdad; poseerla corresponde a una potencia mayor.

Nosotros somos seres falibles y, por lo tanto, deberíamos estar acostumbrados a cierto nivel de incertidumbre. Si no estamos dispuestos a poner a prueba nuestras ideas, somos como los troyanos que rechazaron las palabras de Casandra sin siquiera detenerse un segundo. La duda no es un ataque. Nuccio Ordine claramente lo dice al plantear que

solo quien ama la verdad puede buscarla de continuo. Esta es la razón por la cual la duda no es enemiga de la verdad, sino un estímulo constante para buscarla.

Más que aprender de Casandra, podemos hacerlo de los troyanos y su desenlace. Así, viéndonos en ellos, estaríamos obligados a retomar esa constante búsqueda de la verdad. Y, al estar frente ella, solo podríamos decir «quien tenga oídos, que escuche».