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Fomentando la prosperidad inclusiva: el caso de República Dominicana y su economía en crecimiento

República Dominicana y su economía en crecimiento.
Sofía Marty
11 de agosto, 2023

Desde los comienzos de 2010, el PIB de la República Dominicana ha orquestado un crescendo, un ritmo anual que promedia un robusto 5,8%, algo que la ha bautizado como el faro  caribeño del crecimiento rápido. Sus vecinos, mientras tanto, presentan un más lánguido 2 %. 

En cuanto al PIB per cápita, la transformación es palpable: el país se acerca cada vez más a la media regional, con unos impresionantes 16.800 USD en 2018 (si se considera la PPA constante de 2011), lo que supone un sorprendente florecimiento del 40 % con respecto al 2010. Chile, el más virtuoso del conjunto, con un PIB per cápita que proyecta una sombra imponente, aunque todavía a su alcance con un 68 %.

¿Los artífices de esta saga? La inversión y el consumo, cuya dinámica traza los arcos del crecimiento. Como suele suceder, la inversión emerge como el héroe anónimo, el pilar de mayor crecimiento desde 1991, una cadencia triunfal de expansión anual del 8,8 % que lega el 32 % del crecimiento del PIB nacional.

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Liberándose de los confines de antaño, la República Dominicana dibujó una trayectoria de época. La industria manufacturera perdió protagonismo, cediendo el paso a nuevas estrellas. Los cambios en los vientos del comercio mundial hicieron que los bastiones iniciales del textil y la confección de las zonas francas fueran menos formidables, empujando a la nación hacia el turismo y otras empresas.

La parte del PIB correspondiente a la industria manufacturera se redujo del 22 % a un más apagado 10 %, mientras que los servicios gubernamentales orquestaron un aumento rotundo, ascendiendo del 5 % a un asertivo 14 % en 2018. El empleo reflejó el pivote sísmico, ya que el 39 % aumentó, un testimonio de un aumento en los servicios comerciales y gubernamentales.

El turismo en crecimiento

El turismo fue una fuerza alquímica que insufló nueva vida al relato. La afluencia de turistas creció exponencialmente, duplicándose de 3,3 millones en 2000 a la asombrosa cifra de 7,2 millones en 2018, lo que supone un crecimiento anual del 5,5%.

La historia de este viaje va más allá de los meros números, entrelazándose con los medios de subsistencia. Una cornucopia de 336.000 puestos de trabajo se ofrecieron al voraz apetito del turismo, pintando el 8,5% del lienzo total de empleo, una exquisita adición de 170.000 desde el amanecer del milenio.

El escenario caribeño, antes un mero telón de fondo, ahora encuentra a la República Dominicana en el centro, cautivando al 24,1 % de los turistas de la región en 2018, ganando el ilustre título del cuarto destino latinoamericano más buscado, flanqueado solo por los gigantes: Argentina, Brasil y Chile. 

Con unos ingresos de 7.500 millones de dólares en 2018, la República Dominicana encabezó la carga económica de la región, con un 19,7% de los ingresos totales, dejando atrás a competidores formidables como Brasil, Colombia y Argentina.

Esta sinfonía, aunque armoniosa, no está exenta de notas de cautela. El turismo, aunque impresionante, se concentra en las zonas costeras, vulnerables a los caprichosos embates del cambio climático y al tempestuoso abrazo de los fenómenos meteorológicos extremos. Los huracanes ya han provocado pérdidas económicas y ahuyentado a los turistas. Además, la voraz sed de cada turista consume el triple de agua que la de un nativo, mientras que el sector en su conjunto es responsable de un asombroso 43% de la demanda de energía comercial y del 40 % de los residuos del país.

La inversión extranjera

El papel de la inversión extranjera en esta historia es fundamental, ya que el magnetismo de la República Dominicana atraerá aproximadamente 10 000 millones de USD entre 2016 y 2019, una suma que coincide con la de Costa Rica. 

La relación entre las entradas de IED y el PIB del país, un indicador de esta atracción, se mantiene firme en el 3,7 %, eclipsando triunfalmente la media regional del 2,8%. Aunque en línea con la media regional del 47 %, el stock de IED como porcentaje del PIB es un testimonio del apetito de la nación por la colaboración económica, por debajo de las cotas alcanzadas por otros territorios como Costa Rica y Panamá.

Aunque el elenco de inversores ha experimentado una sutil recalibración, con nuevas luminarias como China y Turquía en el escenario, Estados Unidos mantiene su firme lealtad, contribuyendo con el 23 % de la inversión total, aunque un poco menos que en su apogeo de 2010-14.

En un plano paralelo, la diáspora dominicana, con unos ingresos medios de 37.000 USD, emerge como una orquesta de progreso, no solo a través de las remesas que orquestan o su capacidad como consumidores finales, sino como conductos de comercio. Estos emigrantes-empresarios, visionarios, co-creadores de bienes, servicios y esfuerzos intelectuales, a menudo actúan como colaboradores instrumentales, inversores y proveedores en el ámbito de los mercados internacionales.

A medida que se desarrolla la narración, pintada con los tonos del crecimiento y la innovación, es evidente que la República Dominicana, como un ave fénix, ha resurgido de las cenizas de los retos económicos. El lienzo del futuro aguarda, preparado para nuevas pinceladas de progreso y resistencia. Una sinfonía de esperanza y triunfo, donde la penúltima nota es de anticipación, una oda a horizontes más brillantes y a una prosperidad aún desconocida.

Con una visión guiada por políticas astutas, la República Dominicana está a punto de embarcarse en un viaje transformador para convertirse en una economía avanzada en las próximas cuatro décadas.

No sin dificultades, la República Dominicana se ha mantenido a la cabeza, ostentando la mayor velocidad media de convergencia —o, como podría decirse, el "Blue Shift"— de toda América Latina durante el último medio siglo. Panamá y Chile, sin duda impresionantes por derecho propio, han grabado sus nombres con velocidades de convergencia positivas, aunque ligeramente atenuadas. Mientras tanto, una amplia franja de países se encuentra rezagada en un mar de insignificancia de "green shift" o, peor aún, sucumbiendo a las garras condenatorias de un "Blue Shift".

Si nos aventuramos, seremos testigos de la metamorfosis de la República Dominicana, que pasó de ser un dominio agrario a un paisaje industrial salpicado de prósperas manufacturas, cortesía de las florecientes zonas de libre comercio. 

Esta transformación fue solo el prólogo, ya que la nación pronto ascendió aún más, elevándose a un reino dominado por los servicios, capitalizando su atractivo como paraíso turístico y la expansión de su edificio financiero.

Una economía explosiva

Hoy, la República Dominicana es un tapiz de diversidad, tejido con hilos de agricultura, industria y servicios. Su PIB per cápita, faro de progreso y prosperidad ajustado al poder adquisitivo, es el sexto más alto de América Latina. En esta constelación, luminarias como Brasil y México se encuentran a su sombra.

Este avance ha sido un arma de doble filo: ha reducido la pobreza en dos tercios en las últimas tres décadas y, al mismo tiempo, ha erosionado el espectro de la desigualdad, como demuestra el retroceso del coeficiente de Gini. La trayectoria hacia una distribución más equitativa de la riqueza sigue siendo firme.

Los frutos de esta labor son palpables para el hogar dominicano medio, cuyo poder adquisitivo se ha cuadruplicado en medio siglo, dando paso a una era de mejores niveles de vida y perspectivas económicas sin parangón.

Para aprovechar este impulso e iniciar una era de crecimiento aún mayor, la República Dominicana haría bien en dar prioridad a una serie de reformas estructurales fundamentales. Entre ellas destacan la revisión de la educación para fortalecer la mano de obra, la firme determinación de completar la transformación del sector eléctrico para vigorizar la distribución y marcar el comienzo de las energías renovables, y el fortalecimiento de los sectores agrícola y turístico contra los estragos de la naturaleza y los caprichos del clima. 

Al mismo tiempo, la determinación de acabar con la informalidad del mercado laboral promete una mejora de la calidad del empleo, mientras que redoblar los esfuerzos para fomentar un clima empresarial estimulante que atraiga la inversión y una mayor afluencia de capital sería un testimonio de la determinación inquebrantable de una nación. Y no olvidemos el abrazo de la tecnología y el fomento de la innovación, las dos piedras angulares sobre las que se construye un futuro mejor.

El camino, aunque plagado de retos, está iluminado de potencial. Con cada zancada hacia un horizonte igualitario, la nación se acerca cada vez más al cenit de la prosperidad, una sólida promesa para las generaciones venideras.

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República Dominicana y su economía en crecimiento.
Sofía Marty
11 de agosto, 2023

Desde los comienzos de 2010, el PIB de la República Dominicana ha orquestado un crescendo, un ritmo anual que promedia un robusto 5,8%, algo que la ha bautizado como el faro  caribeño del crecimiento rápido. Sus vecinos, mientras tanto, presentan un más lánguido 2 %. 

En cuanto al PIB per cápita, la transformación es palpable: el país se acerca cada vez más a la media regional, con unos impresionantes 16.800 USD en 2018 (si se considera la PPA constante de 2011), lo que supone un sorprendente florecimiento del 40 % con respecto al 2010. Chile, el más virtuoso del conjunto, con un PIB per cápita que proyecta una sombra imponente, aunque todavía a su alcance con un 68 %.

¿Los artífices de esta saga? La inversión y el consumo, cuya dinámica traza los arcos del crecimiento. Como suele suceder, la inversión emerge como el héroe anónimo, el pilar de mayor crecimiento desde 1991, una cadencia triunfal de expansión anual del 8,8 % que lega el 32 % del crecimiento del PIB nacional.

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Liberándose de los confines de antaño, la República Dominicana dibujó una trayectoria de época. La industria manufacturera perdió protagonismo, cediendo el paso a nuevas estrellas. Los cambios en los vientos del comercio mundial hicieron que los bastiones iniciales del textil y la confección de las zonas francas fueran menos formidables, empujando a la nación hacia el turismo y otras empresas.

La parte del PIB correspondiente a la industria manufacturera se redujo del 22 % a un más apagado 10 %, mientras que los servicios gubernamentales orquestaron un aumento rotundo, ascendiendo del 5 % a un asertivo 14 % en 2018. El empleo reflejó el pivote sísmico, ya que el 39 % aumentó, un testimonio de un aumento en los servicios comerciales y gubernamentales.

El turismo en crecimiento

El turismo fue una fuerza alquímica que insufló nueva vida al relato. La afluencia de turistas creció exponencialmente, duplicándose de 3,3 millones en 2000 a la asombrosa cifra de 7,2 millones en 2018, lo que supone un crecimiento anual del 5,5%.

La historia de este viaje va más allá de los meros números, entrelazándose con los medios de subsistencia. Una cornucopia de 336.000 puestos de trabajo se ofrecieron al voraz apetito del turismo, pintando el 8,5% del lienzo total de empleo, una exquisita adición de 170.000 desde el amanecer del milenio.

El escenario caribeño, antes un mero telón de fondo, ahora encuentra a la República Dominicana en el centro, cautivando al 24,1 % de los turistas de la región en 2018, ganando el ilustre título del cuarto destino latinoamericano más buscado, flanqueado solo por los gigantes: Argentina, Brasil y Chile. 

Con unos ingresos de 7.500 millones de dólares en 2018, la República Dominicana encabezó la carga económica de la región, con un 19,7% de los ingresos totales, dejando atrás a competidores formidables como Brasil, Colombia y Argentina.

Esta sinfonía, aunque armoniosa, no está exenta de notas de cautela. El turismo, aunque impresionante, se concentra en las zonas costeras, vulnerables a los caprichosos embates del cambio climático y al tempestuoso abrazo de los fenómenos meteorológicos extremos. Los huracanes ya han provocado pérdidas económicas y ahuyentado a los turistas. Además, la voraz sed de cada turista consume el triple de agua que la de un nativo, mientras que el sector en su conjunto es responsable de un asombroso 43% de la demanda de energía comercial y del 40 % de los residuos del país.

La inversión extranjera

El papel de la inversión extranjera en esta historia es fundamental, ya que el magnetismo de la República Dominicana atraerá aproximadamente 10 000 millones de USD entre 2016 y 2019, una suma que coincide con la de Costa Rica. 

La relación entre las entradas de IED y el PIB del país, un indicador de esta atracción, se mantiene firme en el 3,7 %, eclipsando triunfalmente la media regional del 2,8%. Aunque en línea con la media regional del 47 %, el stock de IED como porcentaje del PIB es un testimonio del apetito de la nación por la colaboración económica, por debajo de las cotas alcanzadas por otros territorios como Costa Rica y Panamá.

Aunque el elenco de inversores ha experimentado una sutil recalibración, con nuevas luminarias como China y Turquía en el escenario, Estados Unidos mantiene su firme lealtad, contribuyendo con el 23 % de la inversión total, aunque un poco menos que en su apogeo de 2010-14.

En un plano paralelo, la diáspora dominicana, con unos ingresos medios de 37.000 USD, emerge como una orquesta de progreso, no solo a través de las remesas que orquestan o su capacidad como consumidores finales, sino como conductos de comercio. Estos emigrantes-empresarios, visionarios, co-creadores de bienes, servicios y esfuerzos intelectuales, a menudo actúan como colaboradores instrumentales, inversores y proveedores en el ámbito de los mercados internacionales.

A medida que se desarrolla la narración, pintada con los tonos del crecimiento y la innovación, es evidente que la República Dominicana, como un ave fénix, ha resurgido de las cenizas de los retos económicos. El lienzo del futuro aguarda, preparado para nuevas pinceladas de progreso y resistencia. Una sinfonía de esperanza y triunfo, donde la penúltima nota es de anticipación, una oda a horizontes más brillantes y a una prosperidad aún desconocida.

Con una visión guiada por políticas astutas, la República Dominicana está a punto de embarcarse en un viaje transformador para convertirse en una economía avanzada en las próximas cuatro décadas.

No sin dificultades, la República Dominicana se ha mantenido a la cabeza, ostentando la mayor velocidad media de convergencia —o, como podría decirse, el "Blue Shift"— de toda América Latina durante el último medio siglo. Panamá y Chile, sin duda impresionantes por derecho propio, han grabado sus nombres con velocidades de convergencia positivas, aunque ligeramente atenuadas. Mientras tanto, una amplia franja de países se encuentra rezagada en un mar de insignificancia de "green shift" o, peor aún, sucumbiendo a las garras condenatorias de un "Blue Shift".

Si nos aventuramos, seremos testigos de la metamorfosis de la República Dominicana, que pasó de ser un dominio agrario a un paisaje industrial salpicado de prósperas manufacturas, cortesía de las florecientes zonas de libre comercio. 

Esta transformación fue solo el prólogo, ya que la nación pronto ascendió aún más, elevándose a un reino dominado por los servicios, capitalizando su atractivo como paraíso turístico y la expansión de su edificio financiero.

Una economía explosiva

Hoy, la República Dominicana es un tapiz de diversidad, tejido con hilos de agricultura, industria y servicios. Su PIB per cápita, faro de progreso y prosperidad ajustado al poder adquisitivo, es el sexto más alto de América Latina. En esta constelación, luminarias como Brasil y México se encuentran a su sombra.

Este avance ha sido un arma de doble filo: ha reducido la pobreza en dos tercios en las últimas tres décadas y, al mismo tiempo, ha erosionado el espectro de la desigualdad, como demuestra el retroceso del coeficiente de Gini. La trayectoria hacia una distribución más equitativa de la riqueza sigue siendo firme.

Los frutos de esta labor son palpables para el hogar dominicano medio, cuyo poder adquisitivo se ha cuadruplicado en medio siglo, dando paso a una era de mejores niveles de vida y perspectivas económicas sin parangón.

Para aprovechar este impulso e iniciar una era de crecimiento aún mayor, la República Dominicana haría bien en dar prioridad a una serie de reformas estructurales fundamentales. Entre ellas destacan la revisión de la educación para fortalecer la mano de obra, la firme determinación de completar la transformación del sector eléctrico para vigorizar la distribución y marcar el comienzo de las energías renovables, y el fortalecimiento de los sectores agrícola y turístico contra los estragos de la naturaleza y los caprichos del clima. 

Al mismo tiempo, la determinación de acabar con la informalidad del mercado laboral promete una mejora de la calidad del empleo, mientras que redoblar los esfuerzos para fomentar un clima empresarial estimulante que atraiga la inversión y una mayor afluencia de capital sería un testimonio de la determinación inquebrantable de una nación. Y no olvidemos el abrazo de la tecnología y el fomento de la innovación, las dos piedras angulares sobre las que se construye un futuro mejor.

El camino, aunque plagado de retos, está iluminado de potencial. Con cada zancada hacia un horizonte igualitario, la nación se acerca cada vez más al cenit de la prosperidad, una sólida promesa para las generaciones venideras.