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Almuerzo familiar

Redacción República
16 de diciembre, 2018

Almuerzo familiar, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR

Trato de curarme de la impresión.

Verán, estaba por almorzar en mi restaurante de comida mexicana favorito –puedo darme esos lujos– cuando estalló una discusión en la mesa vecina a la mía.

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Minutos antes, los comensales le cantaban su happy birthday a una señora ya grande, con todo y su sombrero charro puesto, secundando al coro de meseros que después le ofrecieron un pastel tres leches con vela encendida para que la soplara.

Ahora otra mujer, acaso una de sus hijas –el parecido era muy vago, cuesta que las familias guatemaltecas repitan el mismo molde dada la mescolanza de sangres americanas, europeas, africanas e incluso asiáticas que confluyen en ellas– se dirigía en tono recio y altanero a uno de sus hermanos, mientras la anciana permanecía con la cabeza gacha.

Aunque traté de bloquearla, de concentrarme en el sabor de mis tortillas con chorizo y queso fundido –con toque de picante para darle cuerpo–, seguí escuchando andanada tras andanada tras andanada.

Supe por qué comparan cierto vocabulario femenino con el utilizado por las vendedoras del mercado cuando entablan pleito entre sí o la emprenden contra sus clientes.

Creo que peleaban por la división de un terreno, una casa, un departamento, cualquier pedazo de tierra donde se asientan los padres fundadores con el deseo de crecer y multiplicarse.

La mujer se dio cuenta que la observaba y al mirarme hizo que una letrina se abriera a mis pies y cayera entre los excrementos.

Solo recuerdo que me apresuré a terminar mi plato y no esperé a que me trajeran el vuelto.

Almuerzo familiar

Redacción República
16 de diciembre, 2018

Almuerzo familiar, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR

Trato de curarme de la impresión.

Verán, estaba por almorzar en mi restaurante de comida mexicana favorito –puedo darme esos lujos– cuando estalló una discusión en la mesa vecina a la mía.

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Minutos antes, los comensales le cantaban su happy birthday a una señora ya grande, con todo y su sombrero charro puesto, secundando al coro de meseros que después le ofrecieron un pastel tres leches con vela encendida para que la soplara.

Ahora otra mujer, acaso una de sus hijas –el parecido era muy vago, cuesta que las familias guatemaltecas repitan el mismo molde dada la mescolanza de sangres americanas, europeas, africanas e incluso asiáticas que confluyen en ellas– se dirigía en tono recio y altanero a uno de sus hermanos, mientras la anciana permanecía con la cabeza gacha.

Aunque traté de bloquearla, de concentrarme en el sabor de mis tortillas con chorizo y queso fundido –con toque de picante para darle cuerpo–, seguí escuchando andanada tras andanada tras andanada.

Supe por qué comparan cierto vocabulario femenino con el utilizado por las vendedoras del mercado cuando entablan pleito entre sí o la emprenden contra sus clientes.

Creo que peleaban por la división de un terreno, una casa, un departamento, cualquier pedazo de tierra donde se asientan los padres fundadores con el deseo de crecer y multiplicarse.

La mujer se dio cuenta que la observaba y al mirarme hizo que una letrina se abriera a mis pies y cayera entre los excrementos.

Solo recuerdo que me apresuré a terminar mi plato y no esperé a que me trajeran el vuelto.