Política
Política
Empresa
Empresa
Investigación y Análisis
Investigación y Análisis
Internacional
Internacional
Opinión
Opinión
Inmobiliaria
Inmobiliaria
Agenda Empresarial
Agenda Empresarial

Otro artista frustrado

Redacción República
26 de mayo, 2019

Otro artista frustrado, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR

Fui a hacer un trámite. Me reservo el nombre de la oficina. El empleado que me atendió me recordó a un oso panda, grandote e indolente. Ni cabía en su escritorio. Llegué a pensar que escarbaba entre la gaveta para sacar sus brotes de bambú y comérselos a escondidas.

Apenas me puso atención. Su indolencia competía con la pesadez de su trato. Al final, como haciéndome un favor, me dijo que tenía que ir a otra oficina para que resolvieran mi petición.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

En eso me fijé en el dibujo medio tapado por el teclado de la computadora. Recién aprendí a distinguir el simple garabato del dibujo bien hecho, y el dibujo bien hecho de ese trazo que termina por incorporarse al imaginario colectivo a través de los cómics, la televisión y el cine.

–¿Usted lo dibujó?

El oso panda ni volteó a verme.

–Sí –alcanzó a gruñir.

Oprimió el botón para anunciar el siguiente turno.

A mi salida del edificio pasé a comprar un café. Como soy algo novelero, me puse a fantasear acerca del oso panda. Me sentí en presencia de otro artista frustrado.

De pequeño debió pasársela viendo muchas caricaturas de robots y naves espaciales en la tele. Buenos contra malos, viajes a planetas desconocidos, aventuras en universos paralelos.

Debió hojear a escondidas la colección de chistes de su primo que nunca se los prestaba. Y comenzó a llenar sus cuadernos con dibujos. Empezó imitando a He-Man y los Amos del Universo.

Tuvo que enfrentarse a esas molestas voces, supuestamente razonables, que le instaban a dedicarse a algo más productivo. Debió sufrir llamadas de atención porque solo se la pasaba dibujando en vez de resolver ecuaciones de segundo grado y completar el experimento de la clase de química.

Sus calificaciones no revelaban su verdadero talento; sus papás nunca lo comprendieron así. Seguro comenzó a ganar dinero al hacer las tareas de artes plásticas de sus compañeros, evitando repetir el mismo trazo para que el profesor no se diera cuenta.

Fue el salvoconducto que lo mantuvo a resguardo de los molestones. Y comenzó a inventar sus propios personajes.

A punto de terminar la universidad se dijo que podía probar suerte y mostrar su trabajo ante las grandes firmas: Marvel, DC, Image. Preparó su portafolio. Ahorró para solicitar la visa americana y le cayó en gracia al funcionario que lo atendió.

Resultó que también creció con los Transformers, G.I. Joe, los Thundercats y los Halcones Galácticos («¿así les decían a los Silver Hawks?», preguntó el gringo, entre risueño e incrédulo).

También se enamoró de la capitana Lisa Hayes, fue la mejor elección que pudo hacer el piloto Rick Hunter, y lo asustaron los Inhumanoids. El hombre le estrechó fuerte la mano y le deseó éxitos.

Así, un día de tantos se vio en Nueva York dispuesto a inscribir su nombre entre las firmas de Jim Lee, John Romita Jr. y David Mazzucchelli. Pero el tiempo se le fue entre los apuros de todo inmigrante, la espera a que lo sometieron en las oficinas de Marvel, DC e Image, y recibir las cartas donde declinaban sus trabajos a la vez que lo motivaban a seguir adelante.

Alguna recompensa tuvo ante el atisbo fugaz de Todd McFarlane, Alex Maleev y George Pérez. La visa se le venció, empezó el nerviosismo ante la sola vista de la placa y el uniforme.

Un día de tantos cayó en una redada; lo regresaron a Guatemala con un puñado de dólares en el bolsillo y el inglés que aprendió a hablar con acento puertorriqueño.

Los conectes le facilitaron su empleo y así me lo vine a encontrar.

Grandote e indolente como oso panda en cautiverio.

En vez de comer sus ramas de bambú, se pone a dibujar a escondidas.

Te puede interesar:


Otro artista frustrado

Redacción República
26 de mayo, 2019

Otro artista frustrado, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR

Fui a hacer un trámite. Me reservo el nombre de la oficina. El empleado que me atendió me recordó a un oso panda, grandote e indolente. Ni cabía en su escritorio. Llegué a pensar que escarbaba entre la gaveta para sacar sus brotes de bambú y comérselos a escondidas.

Apenas me puso atención. Su indolencia competía con la pesadez de su trato. Al final, como haciéndome un favor, me dijo que tenía que ir a otra oficina para que resolvieran mi petición.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

En eso me fijé en el dibujo medio tapado por el teclado de la computadora. Recién aprendí a distinguir el simple garabato del dibujo bien hecho, y el dibujo bien hecho de ese trazo que termina por incorporarse al imaginario colectivo a través de los cómics, la televisión y el cine.

–¿Usted lo dibujó?

El oso panda ni volteó a verme.

–Sí –alcanzó a gruñir.

Oprimió el botón para anunciar el siguiente turno.

A mi salida del edificio pasé a comprar un café. Como soy algo novelero, me puse a fantasear acerca del oso panda. Me sentí en presencia de otro artista frustrado.

De pequeño debió pasársela viendo muchas caricaturas de robots y naves espaciales en la tele. Buenos contra malos, viajes a planetas desconocidos, aventuras en universos paralelos.

Debió hojear a escondidas la colección de chistes de su primo que nunca se los prestaba. Y comenzó a llenar sus cuadernos con dibujos. Empezó imitando a He-Man y los Amos del Universo.

Tuvo que enfrentarse a esas molestas voces, supuestamente razonables, que le instaban a dedicarse a algo más productivo. Debió sufrir llamadas de atención porque solo se la pasaba dibujando en vez de resolver ecuaciones de segundo grado y completar el experimento de la clase de química.

Sus calificaciones no revelaban su verdadero talento; sus papás nunca lo comprendieron así. Seguro comenzó a ganar dinero al hacer las tareas de artes plásticas de sus compañeros, evitando repetir el mismo trazo para que el profesor no se diera cuenta.

Fue el salvoconducto que lo mantuvo a resguardo de los molestones. Y comenzó a inventar sus propios personajes.

A punto de terminar la universidad se dijo que podía probar suerte y mostrar su trabajo ante las grandes firmas: Marvel, DC, Image. Preparó su portafolio. Ahorró para solicitar la visa americana y le cayó en gracia al funcionario que lo atendió.

Resultó que también creció con los Transformers, G.I. Joe, los Thundercats y los Halcones Galácticos («¿así les decían a los Silver Hawks?», preguntó el gringo, entre risueño e incrédulo).

También se enamoró de la capitana Lisa Hayes, fue la mejor elección que pudo hacer el piloto Rick Hunter, y lo asustaron los Inhumanoids. El hombre le estrechó fuerte la mano y le deseó éxitos.

Así, un día de tantos se vio en Nueva York dispuesto a inscribir su nombre entre las firmas de Jim Lee, John Romita Jr. y David Mazzucchelli. Pero el tiempo se le fue entre los apuros de todo inmigrante, la espera a que lo sometieron en las oficinas de Marvel, DC e Image, y recibir las cartas donde declinaban sus trabajos a la vez que lo motivaban a seguir adelante.

Alguna recompensa tuvo ante el atisbo fugaz de Todd McFarlane, Alex Maleev y George Pérez. La visa se le venció, empezó el nerviosismo ante la sola vista de la placa y el uniforme.

Un día de tantos cayó en una redada; lo regresaron a Guatemala con un puñado de dólares en el bolsillo y el inglés que aprendió a hablar con acento puertorriqueño.

Los conectes le facilitaron su empleo y así me lo vine a encontrar.

Grandote e indolente como oso panda en cautiverio.

En vez de comer sus ramas de bambú, se pone a dibujar a escondidas.

Te puede interesar: