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Historias Urbanas: La vida sigue

A las tres o cuatro cuadras encontré la razón del atasco. Estaba la ambulancia de los bomberos voluntarios. Un picop de la policía. Los bomberos terminaban de sujetar a la camilla a un señor como de sesenta años.

Fotografía con fines ilustrativos.
Invitado
19 de febrero, 2023
La vida sigue. Literatura, música, historia y asuntos cotidianos, hallará en el blog dominical de José Vicente Solórzano Aguilar.

La fila de carros tardaba en llegar a la entrada de la colonia más de lo habitual, para ser domingo. Pensé que se debía al semáforo que acaban de instalar con la noble intención de controlar el tráfico, pero más bien contribuye a entorpecerlo. Al final me bajé del bus y completé a pie el trayecto a casa. No es mucha distancia, tanteo que es un kilómetro.

A las tres o cuatro cuadras encontré la razón del atasco. Estaba la ambulancia de los bomberos voluntarios. Un picop de la policía. Los bomberos terminaban de sujetar a la camilla a un señor como de sesenta años. Estaba bien lastimado. Seguro lo pasando atropellando. También había fila de carros para salir de la colonia.

Seguí caminando. Pasé frente a los campos. La liga local se reactivó a comienzos de año, había bastante gente. Filas de motos ordenadas en las orillas. Los jugadores iban de un lado a otro de la cancha de tierra. De lejos me pareció que había una marimba orquesta; resultó que una de las porras estaba muy bien pertrechada con instrumentos musicales. Pasaban los carritos de los vendedores de helados. El contraste con la escena ocurrida a poca distancia era harto notorio.

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La vida seguía su marcha. Algunos se entretenían jugando a su deporte favorito, otros aprovechaban sus últimas horas de domingo para juntarse con las amistades antes de los madrugones del lunes para llegar a tiempo al trabajo. Otros, pensé en la familia del señor atropellado, ya se habrían enterado de lo sucedido y averiguaban a qué hospital se lo llevaron, o se preocupaban que pasaban las horas, todavía no regresaba, qué pudo haberle pasado. Estarían con la angustia antes de ponerse a averiguar y ver qué podía hacerse.

Así llegó el atardecer. Supongo que fueron contados los espectadores reunidos en los alrededores de la cancha que se enteraron del accidente. Otras preocupaciones los acompañaban o los recibirían de vuelta en sus casas. Terminaba el primer día de la semana y aún quedaban seis más por transcurrir antes del próximo partido de fut.

Historias Urbanas: La vida sigue

A las tres o cuatro cuadras encontré la razón del atasco. Estaba la ambulancia de los bomberos voluntarios. Un picop de la policía. Los bomberos terminaban de sujetar a la camilla a un señor como de sesenta años.

Fotografía con fines ilustrativos.
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19 de febrero, 2023
La vida sigue. Literatura, música, historia y asuntos cotidianos, hallará en el blog dominical de José Vicente Solórzano Aguilar.

La fila de carros tardaba en llegar a la entrada de la colonia más de lo habitual, para ser domingo. Pensé que se debía al semáforo que acaban de instalar con la noble intención de controlar el tráfico, pero más bien contribuye a entorpecerlo. Al final me bajé del bus y completé a pie el trayecto a casa. No es mucha distancia, tanteo que es un kilómetro.

A las tres o cuatro cuadras encontré la razón del atasco. Estaba la ambulancia de los bomberos voluntarios. Un picop de la policía. Los bomberos terminaban de sujetar a la camilla a un señor como de sesenta años. Estaba bien lastimado. Seguro lo pasando atropellando. También había fila de carros para salir de la colonia.

Seguí caminando. Pasé frente a los campos. La liga local se reactivó a comienzos de año, había bastante gente. Filas de motos ordenadas en las orillas. Los jugadores iban de un lado a otro de la cancha de tierra. De lejos me pareció que había una marimba orquesta; resultó que una de las porras estaba muy bien pertrechada con instrumentos musicales. Pasaban los carritos de los vendedores de helados. El contraste con la escena ocurrida a poca distancia era harto notorio.

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La vida seguía su marcha. Algunos se entretenían jugando a su deporte favorito, otros aprovechaban sus últimas horas de domingo para juntarse con las amistades antes de los madrugones del lunes para llegar a tiempo al trabajo. Otros, pensé en la familia del señor atropellado, ya se habrían enterado de lo sucedido y averiguaban a qué hospital se lo llevaron, o se preocupaban que pasaban las horas, todavía no regresaba, qué pudo haberle pasado. Estarían con la angustia antes de ponerse a averiguar y ver qué podía hacerse.

Así llegó el atardecer. Supongo que fueron contados los espectadores reunidos en los alrededores de la cancha que se enteraron del accidente. Otras preocupaciones los acompañaban o los recibirían de vuelta en sus casas. Terminaba el primer día de la semana y aún quedaban seis más por transcurrir antes del próximo partido de fut.