Política
Política
Empresa
Empresa
Investigación y Análisis
Investigación y Análisis
Internacional
Internacional
Opinión
Opinión
Inmobiliaria
Inmobiliaria
Agenda Empresarial
Agenda Empresarial

Historias Urbanas: Opiniones de un extorsionista

"Con el tiempo empezaron a denunciar, tendieron trampas y sacaron a varia gente de circulación. También aparecieron los imitadores... y la gente comenzó a agarrar valor..."

En Guatemala la extorsión es un problema que afecta a diversos sectores. Fotografía ilustrativa.
Invitado
11 de septiembre, 2022
Opiniones de un extorsionista. Literatura, música, historia y asuntos cotidianos, hallará en el blog dominical de José Vicente Solórzano Aguilar.

A veces me consiguen los números de todos los vendedores y tenderos de la cuadra. Otras veces marco un teléfono al azar, seguro de que más de alguien responderá pensando que se trata del aviso urgente acerca de la salud de algún familiar o de la noticia por tanto tiempo esperada. En ese momento empieza la cacería.

Algunos se asustan, piden que negociemos y me los imagino temblando mientras copian el número de cuenta que les hago repasar dos o tres veces. Otros me insultan, cuelgan la llamada y bloquean mi número. Pues los llamo desde otro para que vean que la cosa va en serio. No se me escapan hasta que aflojen la billetera. Dejo pasar un par de días, y de ahí repito como el enamorado que no acepta rechazos hasta que le dan el sí.

Debo admitir que extraño los tiempos de antes. Entonces conseguíamos suficiente dinero para nuestros negocios, mudarnos de colonia cada cierto tiempo, cambiar de números y desechar nuestros aparatos para que no cayeran en manos de la policía. A todos los convencía de que tenía bien controlados sus movimientos, desde que amanecía hasta que se acostaban. Se apresuraban en pagar con tal de que no les pasara nada.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

Con el tiempo empezaron a denunciar, tendieron trampas y sacaron a varia gente de circulación. También aparecieron los imitadores: pensaron que al asustar a sus familiares y amigos les podrían sacar todo el dinero que quisieran. La gente comenzó a agarrar valor, de nada servía que les amenazáramos con aventarles una granada a su casa o pasarlos baleando frente a sus negocios. Quien alardea no hace nada, según decía mi finada abuela materna, y tiene razón. Por eso nunca hice caso de los bravucones.

A veces veo que nos maltratan en las redes. Nos tratan de sanguijuelas para arriba. ¿Por qué vamos tras la gente trabajadora? Porque la tenemos más a la mano. No gastan en carros blindados, no contratan guardaespaldas, si mucho tienen custodios y éstos se pueden mudar de bando con facilidad. Les pagan poco, son el único sostén de la familia, ¿cómo no van a aceptar nuestras ofertas?

Cuando tanteo que ya trabajé suficiente en un lugar, busco donde reubicarme. Me voy conociendo el país poco a poco. Elijo las zonas rojas para pasar inadvertido. Cierta vez pensé instalarme en uno de esos pueblos donde nunca pasa nada. Pero después me dije que me daría color. Todo el mundo se conoce y rápido detectan a los forasteros. En cambio, acá hay mucha gente de paso. Los dueños sólo vienen a cobrar el alquiler. Todo es pura venta de ropa usada, repuestos para computadoras, tiendas donde los patojos se la pasan con las máquinas tragamonedas y toman cerveza a escondidas.

Así que más de algo cae para mantenerme por una semana, quince días, un mes cuando me va bien. Ya quisiera yo ahorrar, comprarme mis muebles, mi buen equipo de sonido y mi cama. Pero también tengo gente que depende mí y a ellos me debo. El negocio sigue rindiendo, pero la competencia es mucha y vivos los quiero.

Historias Urbanas: Opiniones de un extorsionista

"Con el tiempo empezaron a denunciar, tendieron trampas y sacaron a varia gente de circulación. También aparecieron los imitadores... y la gente comenzó a agarrar valor..."

En Guatemala la extorsión es un problema que afecta a diversos sectores. Fotografía ilustrativa.
Invitado
11 de septiembre, 2022
Opiniones de un extorsionista. Literatura, música, historia y asuntos cotidianos, hallará en el blog dominical de José Vicente Solórzano Aguilar.

A veces me consiguen los números de todos los vendedores y tenderos de la cuadra. Otras veces marco un teléfono al azar, seguro de que más de alguien responderá pensando que se trata del aviso urgente acerca de la salud de algún familiar o de la noticia por tanto tiempo esperada. En ese momento empieza la cacería.

Algunos se asustan, piden que negociemos y me los imagino temblando mientras copian el número de cuenta que les hago repasar dos o tres veces. Otros me insultan, cuelgan la llamada y bloquean mi número. Pues los llamo desde otro para que vean que la cosa va en serio. No se me escapan hasta que aflojen la billetera. Dejo pasar un par de días, y de ahí repito como el enamorado que no acepta rechazos hasta que le dan el sí.

Debo admitir que extraño los tiempos de antes. Entonces conseguíamos suficiente dinero para nuestros negocios, mudarnos de colonia cada cierto tiempo, cambiar de números y desechar nuestros aparatos para que no cayeran en manos de la policía. A todos los convencía de que tenía bien controlados sus movimientos, desde que amanecía hasta que se acostaban. Se apresuraban en pagar con tal de que no les pasara nada.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

Con el tiempo empezaron a denunciar, tendieron trampas y sacaron a varia gente de circulación. También aparecieron los imitadores: pensaron que al asustar a sus familiares y amigos les podrían sacar todo el dinero que quisieran. La gente comenzó a agarrar valor, de nada servía que les amenazáramos con aventarles una granada a su casa o pasarlos baleando frente a sus negocios. Quien alardea no hace nada, según decía mi finada abuela materna, y tiene razón. Por eso nunca hice caso de los bravucones.

A veces veo que nos maltratan en las redes. Nos tratan de sanguijuelas para arriba. ¿Por qué vamos tras la gente trabajadora? Porque la tenemos más a la mano. No gastan en carros blindados, no contratan guardaespaldas, si mucho tienen custodios y éstos se pueden mudar de bando con facilidad. Les pagan poco, son el único sostén de la familia, ¿cómo no van a aceptar nuestras ofertas?

Cuando tanteo que ya trabajé suficiente en un lugar, busco donde reubicarme. Me voy conociendo el país poco a poco. Elijo las zonas rojas para pasar inadvertido. Cierta vez pensé instalarme en uno de esos pueblos donde nunca pasa nada. Pero después me dije que me daría color. Todo el mundo se conoce y rápido detectan a los forasteros. En cambio, acá hay mucha gente de paso. Los dueños sólo vienen a cobrar el alquiler. Todo es pura venta de ropa usada, repuestos para computadoras, tiendas donde los patojos se la pasan con las máquinas tragamonedas y toman cerveza a escondidas.

Así que más de algo cae para mantenerme por una semana, quince días, un mes cuando me va bien. Ya quisiera yo ahorrar, comprarme mis muebles, mi buen equipo de sonido y mi cama. Pero también tengo gente que depende mí y a ellos me debo. El negocio sigue rindiendo, pero la competencia es mucha y vivos los quiero.