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Historias Urbanas: Placas y recuerdos

—Disculpe, ¿se encontrará el licenciado…? —y le mencioné el nombre fundido en la placa donde también se declaraba su condición de egresado de la Universidad de San Carlos de Guatemala.

Invitado
13 de marzo, 2022
Placas y recuerdos. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

Hace poco me puse a localizar a un contador público y auditor para resolver cierta urgencia relacionada con el pago de impuestos atrasados. En mi memoria se activó el recuerdo de cierta placa que vi a la entrada de un edificio situado por la cuarta avenida de la zona 1. Fui a buscarlo.

Debí torear a un par de vagabundos y varios postes convertidos en sanitarios públicos. Encontré la placa y oprimí un par de veces el timbre. Salió a recibirme un guardia con su mascarilla colocada a modo de tapacuellos.

—Disculpe, ¿se encontrará el licenciado…? —y le mencioné el nombre fundido en la placa donde también se declaraba su condición de egresado de la Universidad de San Carlos de Guatemala.

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—¿Usted se refiere a un señor bajito y canoso? —moví la cabeza para afirmarlo, aunque en mi vida lo había visto—. Fíjese que ya no alquila aquí.

—¿Tiene idea de a dónde pudo irse?

—La verdad que no, jefe. Un día llegaron a traer sus muebles, vi que dejaron pegado un cartel donde estaba su nueva dirección. Pero a los días se desprendió y de plano lo tiraron a la basura.

—Gracias, muy amable.

Sólo la placa seguía de recuerdo. En ella se resumían todos los afanes del profesional recién graduado, centrado en sus estudios, ajeno a toda militancia política, al volante de su carrito de segunda mano.

Los años lo proveyeron de la experiencia necesaria para resolver entuertos con los números, la clientela le ayudó a mantener a todos los hijos que recibió por voluntad de Dios. Hasta que dejaron de buscarlo por el centro, dijeron que era demasiado peligroso y mejor se fue a recibir a sus clientes en casa.

Me parece raro que los chatarreros que la emprenden contra los contadores de agua, las barandas de los puentes y los monumentos de la Avenida de Las Américas no hayan armado levante de las placas colocadas por abogados, médicos, ingenieros y arquitectos a la puerta de las casonas convertidas en parqueos y centros comerciales. Ahí siguen, como testimonio del ascenso social buscado con ayuda de los estudios universitarios.

Las placas operan como epitafios: recuerdan a la persona que ostentó nombre y título cuando ya no pertenece a este mundo. Son evidencia de su paso por ciertas calles, ciertas avenidas y ciertos edificios. Tuvo el prestigio que dan las recomendaciones, o el rechazo al enterarse de algunos procedimientos reñidos con la moral y la ética de aquel entonces. Y ahí seguirán hasta que las manden a retirar, reduzcan a escombros el edificio o al final se las roben.

 

 

Historias Urbanas: Placas y recuerdos

—Disculpe, ¿se encontrará el licenciado…? —y le mencioné el nombre fundido en la placa donde también se declaraba su condición de egresado de la Universidad de San Carlos de Guatemala.

Invitado
13 de marzo, 2022
Placas y recuerdos. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

Hace poco me puse a localizar a un contador público y auditor para resolver cierta urgencia relacionada con el pago de impuestos atrasados. En mi memoria se activó el recuerdo de cierta placa que vi a la entrada de un edificio situado por la cuarta avenida de la zona 1. Fui a buscarlo.

Debí torear a un par de vagabundos y varios postes convertidos en sanitarios públicos. Encontré la placa y oprimí un par de veces el timbre. Salió a recibirme un guardia con su mascarilla colocada a modo de tapacuellos.

—Disculpe, ¿se encontrará el licenciado…? —y le mencioné el nombre fundido en la placa donde también se declaraba su condición de egresado de la Universidad de San Carlos de Guatemala.

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—¿Usted se refiere a un señor bajito y canoso? —moví la cabeza para afirmarlo, aunque en mi vida lo había visto—. Fíjese que ya no alquila aquí.

—¿Tiene idea de a dónde pudo irse?

—La verdad que no, jefe. Un día llegaron a traer sus muebles, vi que dejaron pegado un cartel donde estaba su nueva dirección. Pero a los días se desprendió y de plano lo tiraron a la basura.

—Gracias, muy amable.

Sólo la placa seguía de recuerdo. En ella se resumían todos los afanes del profesional recién graduado, centrado en sus estudios, ajeno a toda militancia política, al volante de su carrito de segunda mano.

Los años lo proveyeron de la experiencia necesaria para resolver entuertos con los números, la clientela le ayudó a mantener a todos los hijos que recibió por voluntad de Dios. Hasta que dejaron de buscarlo por el centro, dijeron que era demasiado peligroso y mejor se fue a recibir a sus clientes en casa.

Me parece raro que los chatarreros que la emprenden contra los contadores de agua, las barandas de los puentes y los monumentos de la Avenida de Las Américas no hayan armado levante de las placas colocadas por abogados, médicos, ingenieros y arquitectos a la puerta de las casonas convertidas en parqueos y centros comerciales. Ahí siguen, como testimonio del ascenso social buscado con ayuda de los estudios universitarios.

Las placas operan como epitafios: recuerdan a la persona que ostentó nombre y título cuando ya no pertenece a este mundo. Son evidencia de su paso por ciertas calles, ciertas avenidas y ciertos edificios. Tuvo el prestigio que dan las recomendaciones, o el rechazo al enterarse de algunos procedimientos reñidos con la moral y la ética de aquel entonces. Y ahí seguirán hasta que las manden a retirar, reduzcan a escombros el edificio o al final se las roben.