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Historias Urbanas: Ya no se puede salir

«Así están las cosas por acá, vos», comentó Reinaldo. «Ya ni salir se puede a hacer los mandados. Después uno se pone bravo y termina siendo el pagano. ¿Llamar a la policía? De nada sirve.

En muchos lugares las banquetas se han convertido en taller de motocicletas.
Invitado
25 de julio, 2022
Ya no se puede salir. Literatura, música, historia y asuntos cotidianos, hallará en el blog dominical de José Vicente Solórzano Aguilar. 

«Estoy preocupado vos», me dijo Reinaldo, uno de mis sobrinos en segundo grado, el otro día que llamé para ver cómo estaban. «Estamos pensando si vendemos o alquilamos la casa para irnos a la colonia donde mi papá compró su terreno antes de morir».

La casa que perteneció a mi primo Juvenal queda en la parte céntrica del pueblo. Con los años se fue llenando de tiendas, ventas de ropa usada y talleres que invadieron las banquetas para destinarlas a la reparación de motos.

«Lo que pasa es que ponen las motos enfrente del portón aunque tiene pintado, en letras bien grandes para que no se hagan los locos, que entra y sale carro a cualquier hora del día», continuó Reinaldo. «A veces pasamos buen rato buscando al dueño de la moto que encontramos, hasta que por fin se asoma y todavía se pone a renegar cuando mueve su aparato».

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Ahora le preocupa que Rosenda, su mamá, se pone nerviosa cada vez que van a salir porque no sabe si va a pasar una moto a toda velocidad y la reacción que pueda tener el conductor. Nunca se sabe si anda armado, o no.

«Mirá vos, ya les hablamos, tratamos de que sean razonables, pero no hay modo que entiendan. El dueño del taller es un sapito aplastado que sólo se nos queda viendo como si con eso fuera a crecer unos milímetros más. Si los gringos son tan estrictos con los migrantes ilegales, creo que debería hacerse lo mismo en los pueblos y no dejar que llegue cualquiera».

También se comenzaron a preocupar cierto día cuando iban sacando el carro y una moto se les atravesó por detrás. Estuvieron a centímetros de pegarle. El escenario se repitió en tres ocasiones.

«Sucede que los patojos aceptaron uno de esos retos que tiran por Internet, acerca de atravesarse con su moto al mismo tiempo que entra o sale un carro de las casas. Ya reconocimos al hijo menor del alcalde y otros hijos de las familias de pisto. Como no se les puede decir nada, se portan abusivos. Pero eso sí, de sus mentadas de madre no se salvan», dijo Reinaldo.

Nos pusimos a imaginar cómo era el pueblo en la época en que todo el mundo andaba a pie y el que tenía dinero se daba el lujo de hacerlo a caballo. ¿Se comportarían igual? ¿Se dejaban ir a todo galope por la calle sin importarles que los niños o los viejitos cruzaran de un lado a otro? ¿Dejaban los caballos sueltos entre los huertos del vecino sin importarles que desbarataran el suelo con sus cascos?

«Así están las cosas por acá, vos», comentó Reinaldo. «Ya ni salir se puede a hacer los mandados. Después uno se pone bravo y termina siendo el pagano. ¿Llamar a la policía? De nada sirve. He visto a los agentes motorizados plantados delante de la casa mientras les arreglan sus motos. Y como su uniforme y su placa les da la potestad de arrestarte si se consideran insultados. Mi mamá te manda saludos, siempre dice a ver cuando te venís a echar una tu vuelta».

Me temo que tardaré en hacerlo, dada la situación.

 

Historias Urbanas: Ya no se puede salir

«Así están las cosas por acá, vos», comentó Reinaldo. «Ya ni salir se puede a hacer los mandados. Después uno se pone bravo y termina siendo el pagano. ¿Llamar a la policía? De nada sirve.

En muchos lugares las banquetas se han convertido en taller de motocicletas.
Invitado
25 de julio, 2022
Ya no se puede salir. Literatura, música, historia y asuntos cotidianos, hallará en el blog dominical de José Vicente Solórzano Aguilar. 

«Estoy preocupado vos», me dijo Reinaldo, uno de mis sobrinos en segundo grado, el otro día que llamé para ver cómo estaban. «Estamos pensando si vendemos o alquilamos la casa para irnos a la colonia donde mi papá compró su terreno antes de morir».

La casa que perteneció a mi primo Juvenal queda en la parte céntrica del pueblo. Con los años se fue llenando de tiendas, ventas de ropa usada y talleres que invadieron las banquetas para destinarlas a la reparación de motos.

«Lo que pasa es que ponen las motos enfrente del portón aunque tiene pintado, en letras bien grandes para que no se hagan los locos, que entra y sale carro a cualquier hora del día», continuó Reinaldo. «A veces pasamos buen rato buscando al dueño de la moto que encontramos, hasta que por fin se asoma y todavía se pone a renegar cuando mueve su aparato».

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Ahora le preocupa que Rosenda, su mamá, se pone nerviosa cada vez que van a salir porque no sabe si va a pasar una moto a toda velocidad y la reacción que pueda tener el conductor. Nunca se sabe si anda armado, o no.

«Mirá vos, ya les hablamos, tratamos de que sean razonables, pero no hay modo que entiendan. El dueño del taller es un sapito aplastado que sólo se nos queda viendo como si con eso fuera a crecer unos milímetros más. Si los gringos son tan estrictos con los migrantes ilegales, creo que debería hacerse lo mismo en los pueblos y no dejar que llegue cualquiera».

También se comenzaron a preocupar cierto día cuando iban sacando el carro y una moto se les atravesó por detrás. Estuvieron a centímetros de pegarle. El escenario se repitió en tres ocasiones.

«Sucede que los patojos aceptaron uno de esos retos que tiran por Internet, acerca de atravesarse con su moto al mismo tiempo que entra o sale un carro de las casas. Ya reconocimos al hijo menor del alcalde y otros hijos de las familias de pisto. Como no se les puede decir nada, se portan abusivos. Pero eso sí, de sus mentadas de madre no se salvan», dijo Reinaldo.

Nos pusimos a imaginar cómo era el pueblo en la época en que todo el mundo andaba a pie y el que tenía dinero se daba el lujo de hacerlo a caballo. ¿Se comportarían igual? ¿Se dejaban ir a todo galope por la calle sin importarles que los niños o los viejitos cruzaran de un lado a otro? ¿Dejaban los caballos sueltos entre los huertos del vecino sin importarles que desbarataran el suelo con sus cascos?

«Así están las cosas por acá, vos», comentó Reinaldo. «Ya ni salir se puede a hacer los mandados. Después uno se pone bravo y termina siendo el pagano. ¿Llamar a la policía? De nada sirve. He visto a los agentes motorizados plantados delante de la casa mientras les arreglan sus motos. Y como su uniforme y su placa les da la potestad de arrestarte si se consideran insultados. Mi mamá te manda saludos, siempre dice a ver cuando te venís a echar una tu vuelta».

Me temo que tardaré en hacerlo, dada la situación.