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G77+China, un teatro del absurdo

China, con su desagradable historial en Xinjiang, encuentra convenientemente estas reuniones como vías para ganar puntos políticos con sus socios latinoamericanos y africanos, al tiempo que explota sus necesidades económicas para consolidar su influencia  económica y social en estas regiones.

China al asecho. Imagen tomada de Prensa Latina.
Redacción
17 de agosto, 2023

Los días 15 y 16 de septiembre, el dictador cubano Miguel Díaz-Canel se encontrará en el inusual papel de anfitrión de una cumbre internacional, recibiendo a un variopinto grupo de líderes y emisarios procedentes de los 134 miembros del Grupo de los 77, comúnmente conocido como G77+China. Esta cumbre se desarrollará en los opulentos salones del Palacio de las Convenciones de La Habana, bajo el lema “Retos actuales del desarrollo: papel de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación”.

No fue hasta el pasado mes de junio cuando Díaz-Canel, dotado de un don para la grandilocuencia, convocó a los jefes de Estado y a los titanes del gobierno a reunirse en esta cumbre, con el centro de atención firmemente centrado en el papel de la ciencia y la tecnología.

“La ocasión”, declaró pomposamente, “deberá servirnos para reforzar nuestra unidad y decidir acciones colectivas y prácticas en el enfrentamiento eficaz a los retos contemporáneos”.

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El portavoz diplomático del régimen castrista, Bruno Rodríguez, se sumó a la conversación, calificando esta reunión de “significativa e indispensable” en medio de la actual agitación económica mundial y multidimensional. Añadiendo un aire de modestia económica, Rodríguez indicó que esta cumbre, desde el punto de vista financiero, adoptará una postura “austera y modesta”. Su afirmación fue que esta cumbre vendría al rescate, ofreciendo un conjunto de herramientas oportunas a las naciones del sur, orientándolas hacia el desarrollo, pospandemia y post-desastre económico.

Pero mientras el péndulo de la expectación oscila, reteniendo la confirmación de la participación de dignatarios en este asunto organizado en La Habana, todas las apuestas apuntan a la participación de destacados emisarios de esquinas despóticas y recovecos autoritarios. La galería de pícaros incluye a personalidades de la talla de Xi Jinping, Nicolás Maduro, Ebrahim Raisi de Irán y Daniel Ortega. La mezcla también incluye al enigmático régimen de Corea del Norte, aunque no es ningún secreto que su escurridizo Líder Supremo, Kim Jong-un, tiende a ausentarse de estas reuniones mundiales.

Estos autócratas reunidos, envueltos en sombras de graves violaciones de los derechos humanos, no son meros asistentes; son actores experimentados que emplean estas veladas internacionales (que nunca llegan a nada) para cubrir sus actos con una fachada de legitimidad. Un ejemplo flagrante es Maduro, actualmente bajo la lupa de la Corte Penal Internacional (CPI). Y no nos olvidemos de Ortega, cuyo libro de jugadas consiste en aumentar la represión contra la disidencia y arrasar cualquier atisbo de oposición.

Como era de esperar, estos actores autocráticos también tienen las manos manchadas por el fiasco sangriento de apoyar la incursión de Putin en Ucrania, una sórdida saga que deja atónita a la humanidad.

Entre los asistentes, también se encuentran líderes democráticos que albergan una curiosa afinidad con el régimen castrista. Este penoso club de la infamia incluye a Lula da Silva (cuyo amor por las cumbres inconducentes no es secreto) Alberto Fernández (después de unas primarias desastrosas para el oficialismo), Luis Arce y Gustavo Petro, que escapa sin elegancia el escándalo que se cierne sobre su hijo. En lugar de alzar las cejas ante los atroces abusos de estos regímenes, los susodichos líderes parecen hacer la vista gorda, quizá influidos por la camaradería ideológica o, más pragmáticamente, movidos por sus propios intereses creados.

En un giro irónico, digno de una narración surrealista, es Cuba, nada más y nada menos, la que ocupa el centro del escenario como líder de un grupo de la ONU, un acto que ha desatado críticas e incredulidad. Una dictadura con un historial de abusos sistemáticos de los derechos humanos, disfrazada de defensora del desarrollo, ha levantado cejas y voces de disconformidad en todo el mundo.

Esta cita del G77+China llega a Cuba en medio de una escalada de represión y persecución tras las históricas protestas del 11 de julio de 2021. Mientras las delegaciones internacionales se preparan para pisar suelo cubano, la ONG Defensores de los Presos desvela una cruda realidad: no menos de 1.047 presos políticos languidecen en las cárceles de la isla, sometidos a un trato tortuoso. También hay familias que se encuentran atrapadas, y sus valientes intentos de expresar sus preocupaciones o abogar por sus seres queridos encarcelados se traducen en un tormento aún mayor.

Este es el escenario de la cumbre del G77+China, un teatro del absurdo en el que los tiranos encuentran consuelo en el número, felicitándose en su secta, mientras se presentan como defensores del progreso con sus manos manchadas de sangre.

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  • China

G77+China, un teatro del absurdo

China, con su desagradable historial en Xinjiang, encuentra convenientemente estas reuniones como vías para ganar puntos políticos con sus socios latinoamericanos y africanos, al tiempo que explota sus necesidades económicas para consolidar su influencia  económica y social en estas regiones.

China al asecho. Imagen tomada de Prensa Latina.
Redacción
17 de agosto, 2023

Los días 15 y 16 de septiembre, el dictador cubano Miguel Díaz-Canel se encontrará en el inusual papel de anfitrión de una cumbre internacional, recibiendo a un variopinto grupo de líderes y emisarios procedentes de los 134 miembros del Grupo de los 77, comúnmente conocido como G77+China. Esta cumbre se desarrollará en los opulentos salones del Palacio de las Convenciones de La Habana, bajo el lema “Retos actuales del desarrollo: papel de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación”.

No fue hasta el pasado mes de junio cuando Díaz-Canel, dotado de un don para la grandilocuencia, convocó a los jefes de Estado y a los titanes del gobierno a reunirse en esta cumbre, con el centro de atención firmemente centrado en el papel de la ciencia y la tecnología.

“La ocasión”, declaró pomposamente, “deberá servirnos para reforzar nuestra unidad y decidir acciones colectivas y prácticas en el enfrentamiento eficaz a los retos contemporáneos”.

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El portavoz diplomático del régimen castrista, Bruno Rodríguez, se sumó a la conversación, calificando esta reunión de “significativa e indispensable” en medio de la actual agitación económica mundial y multidimensional. Añadiendo un aire de modestia económica, Rodríguez indicó que esta cumbre, desde el punto de vista financiero, adoptará una postura “austera y modesta”. Su afirmación fue que esta cumbre vendría al rescate, ofreciendo un conjunto de herramientas oportunas a las naciones del sur, orientándolas hacia el desarrollo, pospandemia y post-desastre económico.

Pero mientras el péndulo de la expectación oscila, reteniendo la confirmación de la participación de dignatarios en este asunto organizado en La Habana, todas las apuestas apuntan a la participación de destacados emisarios de esquinas despóticas y recovecos autoritarios. La galería de pícaros incluye a personalidades de la talla de Xi Jinping, Nicolás Maduro, Ebrahim Raisi de Irán y Daniel Ortega. La mezcla también incluye al enigmático régimen de Corea del Norte, aunque no es ningún secreto que su escurridizo Líder Supremo, Kim Jong-un, tiende a ausentarse de estas reuniones mundiales.

Estos autócratas reunidos, envueltos en sombras de graves violaciones de los derechos humanos, no son meros asistentes; son actores experimentados que emplean estas veladas internacionales (que nunca llegan a nada) para cubrir sus actos con una fachada de legitimidad. Un ejemplo flagrante es Maduro, actualmente bajo la lupa de la Corte Penal Internacional (CPI). Y no nos olvidemos de Ortega, cuyo libro de jugadas consiste en aumentar la represión contra la disidencia y arrasar cualquier atisbo de oposición.

Como era de esperar, estos actores autocráticos también tienen las manos manchadas por el fiasco sangriento de apoyar la incursión de Putin en Ucrania, una sórdida saga que deja atónita a la humanidad.

Entre los asistentes, también se encuentran líderes democráticos que albergan una curiosa afinidad con el régimen castrista. Este penoso club de la infamia incluye a Lula da Silva (cuyo amor por las cumbres inconducentes no es secreto) Alberto Fernández (después de unas primarias desastrosas para el oficialismo), Luis Arce y Gustavo Petro, que escapa sin elegancia el escándalo que se cierne sobre su hijo. En lugar de alzar las cejas ante los atroces abusos de estos regímenes, los susodichos líderes parecen hacer la vista gorda, quizá influidos por la camaradería ideológica o, más pragmáticamente, movidos por sus propios intereses creados.

En un giro irónico, digno de una narración surrealista, es Cuba, nada más y nada menos, la que ocupa el centro del escenario como líder de un grupo de la ONU, un acto que ha desatado críticas e incredulidad. Una dictadura con un historial de abusos sistemáticos de los derechos humanos, disfrazada de defensora del desarrollo, ha levantado cejas y voces de disconformidad en todo el mundo.

Esta cita del G77+China llega a Cuba en medio de una escalada de represión y persecución tras las históricas protestas del 11 de julio de 2021. Mientras las delegaciones internacionales se preparan para pisar suelo cubano, la ONG Defensores de los Presos desvela una cruda realidad: no menos de 1.047 presos políticos languidecen en las cárceles de la isla, sometidos a un trato tortuoso. También hay familias que se encuentran atrapadas, y sus valientes intentos de expresar sus preocupaciones o abogar por sus seres queridos encarcelados se traducen en un tormento aún mayor.

Este es el escenario de la cumbre del G77+China, un teatro del absurdo en el que los tiranos encuentran consuelo en el número, felicitándose en su secta, mientras se presentan como defensores del progreso con sus manos manchadas de sangre.

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