Política
Política
Empresa
Empresa
Investigación y Análisis
Investigación y Análisis
Internacional
Internacional
Opinión
Opinión
Inmobiliaria
Inmobiliaria
Agenda Empresarial
Agenda Empresarial

Para sorpresa de nadie, Putin se queda

.
Sebastián Gennari
18 de marzo, 2024

Del 15 al 17 de marzo, Rusia celebró comicios presidenciales. Al cierre de redacción, se había escrutado un 65.21% de los votos; las encuestas de boca de urna daban a Vladímir Putin por favorito, con alrededor de un 87.6% de los votos. No hubo sorpresas.

Estas han sido unas elecciones sosegadas incluso para los estándares rusos. Putin les rehúye a las campañas, que tilda de “actos inescrupulosos”. No acudió a ningún debate presidencial, diciendo que le parecían “poco interesantes” e “inútiles”. A lo largo del cuarto de siglo que ha regido los destinos de Rusia, el presidente ha preferido mantener cierta distancia, aunque siempre se ha preocupado por su popularidad y tasa de aprobación.

Con frecuencia se imagina que Putin es un dictador odiado –o al menos cuestionado– por su pueblo. Quizá sea temido, pero los rusos aparentan preferir a Putin, que se auto percibe como el redentor de una nación humillada y despedazada luego de la caída de la Unión Soviética.  

Para algunos, Putin es un hábil administrador, el hombre detrás de reformas tributarias y de pensiones; para otros, el único que puede lograr la “reunión de las tierras rusas”. Otros aun lo consideran un cobarde y moderado, pues tardó ocho años en intervenir en el este de Ucrania.  

Ha de recordarse que, en Rusia, los grupos más nacionalistas —los mismos donde tuvo sus inicios políticos el difunto Alekséi Navalni— siempre han mostrado cierto escepticismo frente al Gobierno. Algunos incluso han sido enjuiciados por crímenes de odio al haberse opuesto a la construcción de mezquitas y la inmigración del Asia Central.

Sin entrar a valorar la pulcritud de las elecciones rusas, resulta evidente que Putin no conseguirá la reelección por medio del fraude. Es posible —probable, mejor dicho— que haya habido fraude, quizá por parte de algún oficial en un recóndito ókrug buscando quedar bien con el zar del Kremlin, pero los resultados son generalmente “genuinos”. Los sondeos del Centro Levada, por momentos considerado un agente extranjero por Moscú, le atribuyeron a Putin una tasa de aprobación del 86% en febrero. La sórdida muerte de Navalni no parece haberle costado mucho.

En Rusia reina una sigilosa estabilidad en que la economía se mantiene a pesar de las sanciones internacionales; los rusos, en efecto, ya no comen en McDonald’s, sino en Vkusno i tochkal (en español, “Sabroso y punto”), cuyo menú es casi idéntico. El Ejército ruso, aupado por las reticencias de Washington a seguir financiando el esfuerzo ucraniano, ha puesto a Kiev en aprietos.

Con el resultado, Putin, quien da visos de estar buscando un sucesor más “institucional”, se mantendrá en el Kremlin hasta 2030. Las reformas constitucionales de 2020 le permiten reelegirse una vez más. De llegar vivo a la fecha, saldría del poder a los 85 años, dos menos que Joe Biden si logra la reelección.  

Al hablar de Rusia, en todo caso, es preciso entenderla. Es un Estado decimonónico —y un tanto paranoico— poco dado al sentimentalismo; en esto se asemeja a Israel, que defiende sus intereses sin miramientos. Incurrió en el pecado de invadir a Ucrania, pues la considera suya en un sentido imperial o, cuando menos, parte inherente de su esfera de influencia.  

Los rusos, como ahora queda claro, no han corrido a criticar su Gobierno por su inatención al derecho internacional público. Se trata de un pueblo que, al hablar de Tayikistán, no dice simplemente que es un país extranjero, sino de “extranjero próximo"-

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER DE POLÍTICA

Para sorpresa de nadie, Putin se queda

.
Sebastián Gennari
18 de marzo, 2024

Del 15 al 17 de marzo, Rusia celebró comicios presidenciales. Al cierre de redacción, se había escrutado un 65.21% de los votos; las encuestas de boca de urna daban a Vladímir Putin por favorito, con alrededor de un 87.6% de los votos. No hubo sorpresas.

Estas han sido unas elecciones sosegadas incluso para los estándares rusos. Putin les rehúye a las campañas, que tilda de “actos inescrupulosos”. No acudió a ningún debate presidencial, diciendo que le parecían “poco interesantes” e “inútiles”. A lo largo del cuarto de siglo que ha regido los destinos de Rusia, el presidente ha preferido mantener cierta distancia, aunque siempre se ha preocupado por su popularidad y tasa de aprobación.

Con frecuencia se imagina que Putin es un dictador odiado –o al menos cuestionado– por su pueblo. Quizá sea temido, pero los rusos aparentan preferir a Putin, que se auto percibe como el redentor de una nación humillada y despedazada luego de la caída de la Unión Soviética.  

Para algunos, Putin es un hábil administrador, el hombre detrás de reformas tributarias y de pensiones; para otros, el único que puede lograr la “reunión de las tierras rusas”. Otros aun lo consideran un cobarde y moderado, pues tardó ocho años en intervenir en el este de Ucrania.  

Ha de recordarse que, en Rusia, los grupos más nacionalistas —los mismos donde tuvo sus inicios políticos el difunto Alekséi Navalni— siempre han mostrado cierto escepticismo frente al Gobierno. Algunos incluso han sido enjuiciados por crímenes de odio al haberse opuesto a la construcción de mezquitas y la inmigración del Asia Central.

Sin entrar a valorar la pulcritud de las elecciones rusas, resulta evidente que Putin no conseguirá la reelección por medio del fraude. Es posible —probable, mejor dicho— que haya habido fraude, quizá por parte de algún oficial en un recóndito ókrug buscando quedar bien con el zar del Kremlin, pero los resultados son generalmente “genuinos”. Los sondeos del Centro Levada, por momentos considerado un agente extranjero por Moscú, le atribuyeron a Putin una tasa de aprobación del 86% en febrero. La sórdida muerte de Navalni no parece haberle costado mucho.

En Rusia reina una sigilosa estabilidad en que la economía se mantiene a pesar de las sanciones internacionales; los rusos, en efecto, ya no comen en McDonald’s, sino en Vkusno i tochkal (en español, “Sabroso y punto”), cuyo menú es casi idéntico. El Ejército ruso, aupado por las reticencias de Washington a seguir financiando el esfuerzo ucraniano, ha puesto a Kiev en aprietos.

Con el resultado, Putin, quien da visos de estar buscando un sucesor más “institucional”, se mantendrá en el Kremlin hasta 2030. Las reformas constitucionales de 2020 le permiten reelegirse una vez más. De llegar vivo a la fecha, saldría del poder a los 85 años, dos menos que Joe Biden si logra la reelección.  

Al hablar de Rusia, en todo caso, es preciso entenderla. Es un Estado decimonónico —y un tanto paranoico— poco dado al sentimentalismo; en esto se asemeja a Israel, que defiende sus intereses sin miramientos. Incurrió en el pecado de invadir a Ucrania, pues la considera suya en un sentido imperial o, cuando menos, parte inherente de su esfera de influencia.  

Los rusos, como ahora queda claro, no han corrido a criticar su Gobierno por su inatención al derecho internacional público. Se trata de un pueblo que, al hablar de Tayikistán, no dice simplemente que es un país extranjero, sino de “extranjero próximo"-