Política
Política
Empresa
Empresa
Investigación y Análisis
Investigación y Análisis
Internacional
Internacional
Opinión
Opinión
Inmobiliaria
Inmobiliaria
Agenda Empresarial
Agenda Empresarial

El arte de deslegitimar

Redacción República
29 de marzo, 2017

Unos de los pensadores y polemistas más afilados del cristianismo antiguo es un clérigo de origen cartaginés, de nombre Tertuliano, que con su pluma acerada y un estilo muy fresco de escribir –utilizando el juego de palabras- se constituyó en uno de los apologistas más celebres del siglo III. Tertuliano solía definir el prejuicio diciendo que “es cuando se condena aquello que no se conoce, porque si se llegara a conocer, no se le llegaría a condenar”. Tan simple como eso. Los seres humanos a veces actuamos bajo predisposiciones que nos sirven para ahorrarnos el pensar o el cuestionar nuestra de manera de ver las cosas.

Mucha de la comunicación política de nuestro país se ha caracterizado por un cúmulo de prejuicios o  de etiquetas que se suelen utilizar con mucha liberalidad. Me decía un amigo español hace algunos años ya y no sin gran asombro, que los guatemaltecos somos proclives a lanzar insultos y a descalificarnos por medio de acusaciones muy graves, sin que nada pase. Es como un juego, decía él, en que un grupo insulta al otro con un calificativo digno de hasta ser llevado a un tribunal y sin embargo el afectado hace caso omiso de ello. Y luego de vuelta viene la acusación del otro sin que nuevamente nada pase o haya consecuencia alguna. Por esta ruta las palabras se llegan a vaciar de contenido y la comunicación y el respeto se van deteriorando en la sociedad casi de manera imperceptible

En los últimos días y con relación a discusiones políticas en el Congreso he visto pronunciamientos públicos que recurren de nuevo a la descalificación, a las generalizaciones y al etiquetamiento. Con un lenguaje propio de la guerra fría y de tiempos pasados, algunos grupos que habían demandando hasta hace poco y con cierta mesura el que sus propuestas fueran acogidas, apelan al recurso de descalificar  cuando sus peticiones no son atendidas. Vaya manera de aceptar el debate y la discusión pública. Uno debería esperar más de quienes practican el consenso y la búsqueda de la armonía. No se vale decir que este arrebato es producto de la desesperación o de la frustración. Ni la madurez ni el respeto pueden estar condicionados nunca a ese particular estado de ánimo. Si así fuera tendríamos que autorizar cualquier improperio lanzado en cualquier circunstancia.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

Parte de todo este entramado de epítetos y de calificativos pasa por el hecho de que hay un gran desconocimiento de unos y otros. Ya lo decía Tertuliano cuando definía el prejuicio. Hace falta más comunicación, poner rostros a lo que son meros nombres o títulos y hacer que los guatemaltecos, no importando condición o proveniencia, atendamos juntos las preocupaciones que nos son comunes y entendamos mejor aquellas que les son propias a los distintos grupos. Al fin y al cabo todo tenemos un destino común, en esta casa que llamamos Guatemala y que nos pertenece a todos.  

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

El arte de deslegitimar

Redacción República
29 de marzo, 2017

Unos de los pensadores y polemistas más afilados del cristianismo antiguo es un clérigo de origen cartaginés, de nombre Tertuliano, que con su pluma acerada y un estilo muy fresco de escribir –utilizando el juego de palabras- se constituyó en uno de los apologistas más celebres del siglo III. Tertuliano solía definir el prejuicio diciendo que “es cuando se condena aquello que no se conoce, porque si se llegara a conocer, no se le llegaría a condenar”. Tan simple como eso. Los seres humanos a veces actuamos bajo predisposiciones que nos sirven para ahorrarnos el pensar o el cuestionar nuestra de manera de ver las cosas.

Mucha de la comunicación política de nuestro país se ha caracterizado por un cúmulo de prejuicios o  de etiquetas que se suelen utilizar con mucha liberalidad. Me decía un amigo español hace algunos años ya y no sin gran asombro, que los guatemaltecos somos proclives a lanzar insultos y a descalificarnos por medio de acusaciones muy graves, sin que nada pase. Es como un juego, decía él, en que un grupo insulta al otro con un calificativo digno de hasta ser llevado a un tribunal y sin embargo el afectado hace caso omiso de ello. Y luego de vuelta viene la acusación del otro sin que nuevamente nada pase o haya consecuencia alguna. Por esta ruta las palabras se llegan a vaciar de contenido y la comunicación y el respeto se van deteriorando en la sociedad casi de manera imperceptible

En los últimos días y con relación a discusiones políticas en el Congreso he visto pronunciamientos públicos que recurren de nuevo a la descalificación, a las generalizaciones y al etiquetamiento. Con un lenguaje propio de la guerra fría y de tiempos pasados, algunos grupos que habían demandando hasta hace poco y con cierta mesura el que sus propuestas fueran acogidas, apelan al recurso de descalificar  cuando sus peticiones no son atendidas. Vaya manera de aceptar el debate y la discusión pública. Uno debería esperar más de quienes practican el consenso y la búsqueda de la armonía. No se vale decir que este arrebato es producto de la desesperación o de la frustración. Ni la madurez ni el respeto pueden estar condicionados nunca a ese particular estado de ánimo. Si así fuera tendríamos que autorizar cualquier improperio lanzado en cualquier circunstancia.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

Parte de todo este entramado de epítetos y de calificativos pasa por el hecho de que hay un gran desconocimiento de unos y otros. Ya lo decía Tertuliano cuando definía el prejuicio. Hace falta más comunicación, poner rostros a lo que son meros nombres o títulos y hacer que los guatemaltecos, no importando condición o proveniencia, atendamos juntos las preocupaciones que nos son comunes y entendamos mejor aquellas que les son propias a los distintos grupos. Al fin y al cabo todo tenemos un destino común, en esta casa que llamamos Guatemala y que nos pertenece a todos.  

República es ajena a la opinión expresada en este artículo