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Si Dios me quita la vida (8)

Gabriel Arana Fuentes
31 de diciembre, 2017

Estas son las Crónicas policiales del Comisario Wenceslao Pérez Chanan. Comenzamos con Si Dios me quita la vida. El autor es Francisco Alejandro Méndez. República la publicará domingo a domingo. Para más información consultá el correo [email protected] o en Twitter: @elgranfascinado

El contenido de la basura puede ser un delator

Antes que el comisario contestara la pregunta ansiosa de Enio, le expresó a Enio y a Fabio:

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—No tardan en llegar los del MP. Revisen entre las gavetas o debajo de los colchones si encuentran algún diario o documento que nos sirva.

Enio, usted es bueno para la computación. Revise cuidadosamente las máquinas.

Fabio, necesite que averigüe todo lo relacionado con la familia Figueroa. Interrogue a vecinos. Allí está la señora esa que se instaló con silla y café frente a la casa. También está ese trío de locos, que parece que tienen la lengua más larga de lo normal y como que buscan protagonismo.

Metámosle la pata. Ya saben cómo son esos investigadores y fiscales. Parece irónico, pero algunos no saben el cuidado que debe tener la escena del crimen y no falta alguno que se clave algo, así que mucho ojo. Saquen a todos, a todos.

Mientras tanto, en la calle se escuchaban los gritos de una muchedumbre que se había apostado en los alrededores. La gente se amontonaba, tras la cinta amarilla, casi como el pasado domingo en el estadio. Algunos reporteros habían lanzado el micrófono a Fabio, a Darwin o a los Tres Monos Sabios. Estos ofrecían declaraciones sobre su relación con los fallecidos o de la pérdida que representaba su muerte. El cobrador se enorgullecía de su osadía haber llamado a los bomberos. Ofrecía sus servicios como investigador y aseguraba que tenía la gran ventaja de poseer moto.

Wenceslao había decidido dar otro recorrido a las escenas del crimen. Se cambió el par de guantes, cubrió sus pies con nylon y volvió sobre sus pisadas. Comenzó por el garaje, la terraza, el comedor, la sala y las habitaciones.

Palpó los bolsillos de más de alguno, hasta que encontró en el del padre de la familia (era evidente que se trataba de él, pues los retratos colgados en casi toda la casa, lo delataban) una serie de facturas que tenían fecha del sábado y marcaban la compra en horas de la tarde.

En una de ellas, en las que destacaba un sello de un supermercado, se detallaba la compra de dos cajas de cerveza, veinte bolsas de bocas y tres libras de pescado, cebolla, hierbabuena, culantro, tomate, limones, salsas, galletas, entre otros.

El comisario reconoció los ingredientes para un ceviche, pero, también se percató que en la factura describía la compra de dos paquetes de cigarros. Tomó nota de las otras, pero decidió quedarse con la principal. También registró billeteras, bolsos y mochilas.

A la madre, que ahora sabía que se llamaba Lucrecia, al anciano, Tin, los dos hijos y las sirvientas no les encontró algún documento que le llamara la atención.

Caminó hacia la cocina. Abrió el refrigerador. No encontró ninguna cerveza dentro. Solamente una gran olla con los restos de lo que había sido un enorme ceviche de pescado. Dentro también encontró huevos, leche y aguas gaseosas.

Wenceslao salió al patio. Allí encontró unas grandes bolsas negras repletas de basura (son las que no recogió el basurero, pensó) En su interior había más de 50 latas de cerveza, lo que desconcertó al comisario, pues era demasiado alcohol y líquido para una familia. También emanaba un fuerte olor a comida descompuesta. Sin embargo, otro detalle que llamó la atención del comisario fue que dentro de las bolsas había muchos platos de vajilla rotos. Además, vasos finos y cubiertos de plata. En otra bolsa, el comisario encontró sábanas y toallas con sangre. Debajo de ellas, tres botellas de licor, dos vacías y una a la mitad.

Wenceslao sudaba a chorros. Su respiración era agitada. El ácido úrico no lo dejaba en paz. Sin embargo, echó un último vistazo al cuarto de las sirvientas.

Los perros temblaban igual que el comisario. Ambos le gruñeron, hasta que poco a poco ubicaron sus orejas hacia atrás, como muestra de sumisión. Acarició a los dos, hasta que ambos se posicionaron con las patas para arriba. Los cargó y descubrió sus nombres y sonrió. Su mente viajó hasta su casa en la colonia El Mezquital. Pensó que los perritos podrían ser de buena compañía para Muñeca, su american pittbul terrier.

Sin embargo, ambos canes pasarían las jaulas del MP hasta que alguien cercano a la familia los reclamara. De lo contrario, serían sacrificados.

El comisario giró sobre sus talones hacia el portón de entrada.

—Ya pueden pasar los del MP, —ordenó el comisario, mientras buscó manís garapiñados en sus bolsas.

Estas son las Crónicas policiales del Comisario W.P. Chanan. Comenzamos con Si Dios me quita la vida. El autor es Francisco Alejandro Méndez. República la publicará domingo a domingo. Para más información consultá el correo [email protected] o en Twitter: @elgranfascinado

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Estas son las Crónicas policiales del Comisario Wenceslao Pérez Chanan. Comenzamos con Si Dios me quita la vida. El autor es Francisco Alejandro Méndez. República la publicará domingo a domingo. Para más información consultá el correo [email protected] o en Twitter: @elgranfascinado

El contenido de la basura puede ser un delator

Antes que el comisario contestara la pregunta ansiosa de Enio, le expresó a Enio y a Fabio:

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—No tardan en llegar los del MP. Revisen entre las gavetas o debajo de los colchones si encuentran algún diario o documento que nos sirva.

Enio, usted es bueno para la computación. Revise cuidadosamente las máquinas.

Fabio, necesite que averigüe todo lo relacionado con la familia Figueroa. Interrogue a vecinos. Allí está la señora esa que se instaló con silla y café frente a la casa. También está ese trío de locos, que parece que tienen la lengua más larga de lo normal y como que buscan protagonismo.

Metámosle la pata. Ya saben cómo son esos investigadores y fiscales. Parece irónico, pero algunos no saben el cuidado que debe tener la escena del crimen y no falta alguno que se clave algo, así que mucho ojo. Saquen a todos, a todos.

Mientras tanto, en la calle se escuchaban los gritos de una muchedumbre que se había apostado en los alrededores. La gente se amontonaba, tras la cinta amarilla, casi como el pasado domingo en el estadio. Algunos reporteros habían lanzado el micrófono a Fabio, a Darwin o a los Tres Monos Sabios. Estos ofrecían declaraciones sobre su relación con los fallecidos o de la pérdida que representaba su muerte. El cobrador se enorgullecía de su osadía haber llamado a los bomberos. Ofrecía sus servicios como investigador y aseguraba que tenía la gran ventaja de poseer moto.

Wenceslao había decidido dar otro recorrido a las escenas del crimen. Se cambió el par de guantes, cubrió sus pies con nylon y volvió sobre sus pisadas. Comenzó por el garaje, la terraza, el comedor, la sala y las habitaciones.

Palpó los bolsillos de más de alguno, hasta que encontró en el del padre de la familia (era evidente que se trataba de él, pues los retratos colgados en casi toda la casa, lo delataban) una serie de facturas que tenían fecha del sábado y marcaban la compra en horas de la tarde.

En una de ellas, en las que destacaba un sello de un supermercado, se detallaba la compra de dos cajas de cerveza, veinte bolsas de bocas y tres libras de pescado, cebolla, hierbabuena, culantro, tomate, limones, salsas, galletas, entre otros.

El comisario reconoció los ingredientes para un ceviche, pero, también se percató que en la factura describía la compra de dos paquetes de cigarros. Tomó nota de las otras, pero decidió quedarse con la principal. También registró billeteras, bolsos y mochilas.

A la madre, que ahora sabía que se llamaba Lucrecia, al anciano, Tin, los dos hijos y las sirvientas no les encontró algún documento que le llamara la atención.

Caminó hacia la cocina. Abrió el refrigerador. No encontró ninguna cerveza dentro. Solamente una gran olla con los restos de lo que había sido un enorme ceviche de pescado. Dentro también encontró huevos, leche y aguas gaseosas.

Wenceslao salió al patio. Allí encontró unas grandes bolsas negras repletas de basura (son las que no recogió el basurero, pensó) En su interior había más de 50 latas de cerveza, lo que desconcertó al comisario, pues era demasiado alcohol y líquido para una familia. También emanaba un fuerte olor a comida descompuesta. Sin embargo, otro detalle que llamó la atención del comisario fue que dentro de las bolsas había muchos platos de vajilla rotos. Además, vasos finos y cubiertos de plata. En otra bolsa, el comisario encontró sábanas y toallas con sangre. Debajo de ellas, tres botellas de licor, dos vacías y una a la mitad.

Wenceslao sudaba a chorros. Su respiración era agitada. El ácido úrico no lo dejaba en paz. Sin embargo, echó un último vistazo al cuarto de las sirvientas.

Los perros temblaban igual que el comisario. Ambos le gruñeron, hasta que poco a poco ubicaron sus orejas hacia atrás, como muestra de sumisión. Acarició a los dos, hasta que ambos se posicionaron con las patas para arriba. Los cargó y descubrió sus nombres y sonrió. Su mente viajó hasta su casa en la colonia El Mezquital. Pensó que los perritos podrían ser de buena compañía para Muñeca, su american pittbul terrier.

Sin embargo, ambos canes pasarían las jaulas del MP hasta que alguien cercano a la familia los reclamara. De lo contrario, serían sacrificados.

El comisario giró sobre sus talones hacia el portón de entrada.

—Ya pueden pasar los del MP, —ordenó el comisario, mientras buscó manís garapiñados en sus bolsas.

Estas son las Crónicas policiales del Comisario W.P. Chanan. Comenzamos con Si Dios me quita la vida. El autor es Francisco Alejandro Méndez. República la publicará domingo a domingo. Para más información consultá el correo [email protected] o en Twitter: @elgranfascinado

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