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Un pedacito de cielo para niños quemados

Cadmon Marroquin
20 de julio, 2018

El sueño de una unidad de quemados a una carrera de distancia.

“Uno, dos, tres…” la maestra detiene el conteo.

Hay tres niñas y la más pequeña no pudo decir “cuatro”.

Perdió las comisuras, las cejas y parte de su nariz cuando se quemó el rostro.

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Su carita parece un globo rosado atrapado en una red.

Visitamos la Unidad de Quemaduras Pediátricas del Hospital Roosevelt.

Ese pequeño lugar que se llenó de pacientes y esperanzas el día de la tragedia del volcán de Fuego.

Y Winter Flores, el maestro de las imágenes fijas y móviles lo captura todo en el lugar: “Es sólo eso”, preguntó ante tan reducido espacio.

“Hay una ducha donde se lavan las quemaduras de los niños”, le contestó la doctora mientras algunos llantos se colaban por debajo de la puerta.

Mi amigo bajó la cámara e hizo un moonwalk. Allí no quiso grabar.

Al salir, una colega me miró con ojos de rockstar y me preguntó como me fue en Rusia.

Pero sólo pude pensar en irme a llorar a la banqueta.

El sueño es construir un segundo nivel con una Unidad de Intensivo para atender a los niños que ingresan en estado grave. Y están muy lejos de lograrlo.

En la sala de curaciones de la clínica de rehabilitación nos esperaba “Edna” mamá y “Edna” hija.

La pequeña esconde su quemadura con una máscara del fantasma de la ópera con calcomanías.

Antes de iniciar la entrevista me pidió una especie de motobomba de juguete, su mamá me aclara, de entrada, que “la atención es excelente y no lo digo porque ellos me lo pidan sino porque lo he vivido con mi hija”.

Le alcanzo el juguete a la nena, Dios sabrá si después quiere ser bombera. Luego me lo cambió por una marimba de colores.

Como Edna, hay entre 50 mil y 70 mil casos de quemaduras infantiles al año, la unidad tiene camillas sólo para 10 pacientes.

Y la clínica realiza más de 4 mil consultas a más de 300 pacientes al año.

El pedacito de cielo que falta, con equipo y todo, “cuesta unos US$500 mil”, me confesó Helga Klusmeir, de la Fundación de Niños Quemados de Guatemala (Fundaquem).

Para eso invitan a la IV Carrera BAM, con lo recaudado, Fundaquem quiere cumplir ese sueño.

El 12 de agosto madrugo, me pongo mis tenis y agarro valor con Survivior al ritmo de The Moment of Truth.

Y no sé si a esta edad soy el Señor Miyagi o Daniel San.

O si me desmayaré a 20 metros de la salida.

Lo que estoy seguro es que “…nace un sueño que no podemos ignorar”.

No va a llegar ni Cristiano, ni Messi, tampoco Neymar pues.

Pero si te miras al espejo y cuentas despacio de uno a cuatro, seguro nos vemos en la carrera.

No te pierdas:

Con información de República y Fundaquem.

Un pedacito de cielo para niños quemados

Cadmon Marroquin
20 de julio, 2018

El sueño de una unidad de quemados a una carrera de distancia.

“Uno, dos, tres…” la maestra detiene el conteo.

Hay tres niñas y la más pequeña no pudo decir “cuatro”.

Perdió las comisuras, las cejas y parte de su nariz cuando se quemó el rostro.

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Su carita parece un globo rosado atrapado en una red.

Visitamos la Unidad de Quemaduras Pediátricas del Hospital Roosevelt.

Ese pequeño lugar que se llenó de pacientes y esperanzas el día de la tragedia del volcán de Fuego.

Y Winter Flores, el maestro de las imágenes fijas y móviles lo captura todo en el lugar: “Es sólo eso”, preguntó ante tan reducido espacio.

“Hay una ducha donde se lavan las quemaduras de los niños”, le contestó la doctora mientras algunos llantos se colaban por debajo de la puerta.

Mi amigo bajó la cámara e hizo un moonwalk. Allí no quiso grabar.

Al salir, una colega me miró con ojos de rockstar y me preguntó como me fue en Rusia.

Pero sólo pude pensar en irme a llorar a la banqueta.

El sueño es construir un segundo nivel con una Unidad de Intensivo para atender a los niños que ingresan en estado grave. Y están muy lejos de lograrlo.

En la sala de curaciones de la clínica de rehabilitación nos esperaba “Edna” mamá y “Edna” hija.

La pequeña esconde su quemadura con una máscara del fantasma de la ópera con calcomanías.

Antes de iniciar la entrevista me pidió una especie de motobomba de juguete, su mamá me aclara, de entrada, que “la atención es excelente y no lo digo porque ellos me lo pidan sino porque lo he vivido con mi hija”.

Le alcanzo el juguete a la nena, Dios sabrá si después quiere ser bombera. Luego me lo cambió por una marimba de colores.

Como Edna, hay entre 50 mil y 70 mil casos de quemaduras infantiles al año, la unidad tiene camillas sólo para 10 pacientes.

Y la clínica realiza más de 4 mil consultas a más de 300 pacientes al año.

El pedacito de cielo que falta, con equipo y todo, “cuesta unos US$500 mil”, me confesó Helga Klusmeir, de la Fundación de Niños Quemados de Guatemala (Fundaquem).

Para eso invitan a la IV Carrera BAM, con lo recaudado, Fundaquem quiere cumplir ese sueño.

El 12 de agosto madrugo, me pongo mis tenis y agarro valor con Survivior al ritmo de The Moment of Truth.

Y no sé si a esta edad soy el Señor Miyagi o Daniel San.

O si me desmayaré a 20 metros de la salida.

Lo que estoy seguro es que “…nace un sueño que no podemos ignorar”.

No va a llegar ni Cristiano, ni Messi, tampoco Neymar pues.

Pero si te miras al espejo y cuentas despacio de uno a cuatro, seguro nos vemos en la carrera.

No te pierdas:

Con información de República y Fundaquem.