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El testigo impasible

Redacción República
03 de marzo, 2019

El testigo impasible, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

No desenfoca.

Tampoco le tiembla la mano.

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Sabe autocontrolarse.

A veces se mueve para captar mejor lo que está sucediendo.

Y a los pocos minutos sus imágenes circulan de celular en celular.

Filma de todo.

Peleas de estudiantes en las calles.

Mujeres con gafas oscuras que no conectan el pidevías de su carro recién sacado de la agencia y le pegan la gran maltratada al pobre viejito que atravesó la esquina, confiado en que no venía nadie.

Casas que se incendian con todo lo que tienen adentro.

Gente a punto de ahogarse en el mar, arrastrada por un alfaque, o mordidas por tiburones que se acercaron bastante a la orilla.

La mano que sujeta el teléfono no vacila «a pesar de la sangre, los gritos y Dios», como cantó el cubano Carlos Varela.

Atrás quedó la personificación de los gestos y remedar el tono de voz de cada protagonista.

Ya no hace falta observarlo todo con atención, memorizar hasta el menor detalle e inventarse el resto para condimentar el caldo.

Y la ansiedad por que el tiempo pasara rápido, se sentaran todos a cenar y empezarles a contar lo que vio en la calle.

Todo se capta en la pantalla.

Puede llevarse en la bolsa del pantalón, o guardada entre la chumpa, y repetirse todas las veces que se quiera.

La imagen se congela para resaltar algún detalle.

Pueden compararse notas si otras manos sujetaron el teléfono y captaron la escena desde distintos puntos de vista.

No faltará quien se jacte de poseer imágenes que nadie más tiene y no las va a compartir, lero lero candelero, cual niño con juguete de estreno.

Ese testigo impasible que no interviene aunque haya niños dentro de la casa quemada y en ningún lado aparezca la mamá que los dejó encerrados con llave para que no salieran a la calle.

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03 de marzo, 2019

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No desenfoca.

Tampoco le tiembla la mano.

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A veces se mueve para captar mejor lo que está sucediendo.

Y a los pocos minutos sus imágenes circulan de celular en celular.

Filma de todo.

Peleas de estudiantes en las calles.

Mujeres con gafas oscuras que no conectan el pidevías de su carro recién sacado de la agencia y le pegan la gran maltratada al pobre viejito que atravesó la esquina, confiado en que no venía nadie.

Casas que se incendian con todo lo que tienen adentro.

Gente a punto de ahogarse en el mar, arrastrada por un alfaque, o mordidas por tiburones que se acercaron bastante a la orilla.

La mano que sujeta el teléfono no vacila «a pesar de la sangre, los gritos y Dios», como cantó el cubano Carlos Varela.

Atrás quedó la personificación de los gestos y remedar el tono de voz de cada protagonista.

Ya no hace falta observarlo todo con atención, memorizar hasta el menor detalle e inventarse el resto para condimentar el caldo.

Y la ansiedad por que el tiempo pasara rápido, se sentaran todos a cenar y empezarles a contar lo que vio en la calle.

Todo se capta en la pantalla.

Puede llevarse en la bolsa del pantalón, o guardada entre la chumpa, y repetirse todas las veces que se quiera.

La imagen se congela para resaltar algún detalle.

Pueden compararse notas si otras manos sujetaron el teléfono y captaron la escena desde distintos puntos de vista.

No faltará quien se jacte de poseer imágenes que nadie más tiene y no las va a compartir, lero lero candelero, cual niño con juguete de estreno.

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