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Orgullo, motor de la excelencia humana

Warren Orbaugh
27 de julio, 2020

De no ser por la pandemia, hoy estaríamos deleitándonos con el espectáculo de la excelencia humana en acción. Estaríamos viendo a los mejores atletas compitiendo en las Olimpiadas de Tokio 2020 del 23 de julio al 8 de agosto. Serían los juegos número treinta y dos de las Olimpiadas Modernas, es decir, desde que el Barón Pierre de Coubertin (1863-1937) reviviera los juegos en 1896 en Atenas, aproximadamente 1500 años después de que murieran los juegos originales.

Los Juegos Olímpicos eran sólo unos de los muchos juegos similares que se celebraban en la antigua Grecia, pero eran considerados los más importantes, y existe una lista de campeones desde el año 776 antes de Cristo. Fue en el año 393 de la era cristiana que el Emperador Teodosio suprimió con un decreto los Juegos Olímpicos, y en el siglo V demolieron los edificios sagrados de Olimpia.

Sin embargo, la memoria y los ideales de los Juegos Olímpicos griegos no sucumbieron con las ruinas de Olimpia. Pierre de Coubertin consideró que una de las razones del florecer de Grecia durante su Edad de Oro se debió a los ideales de los Juegos Olímpicos. Estos ideales contemplaban la persecución de la excelencia ejemplificada en la personalidad armoniosa. El hombre ideal o perfecto, de personalidad armoniosa, fue representado en esculturas como el Doríforo o el Diadumeno o el Discóforo de Policleto, o el Discóbolo de Mirón, o el Apoxiomeno de Lisipo, o los Pancraciastas del círculo de Lisipo. A este hombre de personalidad armoniosa, armonioso en mente y cuerpo, lo denominaron los helenos «kalos kagathos». Es un término compuesto de dos adjetivos: «kalos» que significa hermoso, admirable, noble, y «agathos» que significa excelente, virtuoso, erudito.

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Los helenos, que es como se denominaban a sí mismos los griegos clásicos, desarrollaron el concepto «arete» que significa virtud, excelencia, eficiencia. Este uso del término «virtud» es el mismo que usamos hoy cuando decimos de un excelente violinista que es un virtuoso del violín. Y fue este concepto el que sirvió de base para la educación de la juventud aristocrática helena. Al final del siglo sexto antes de Cristo, el filósofo y matemático Pitágoras fundó una escuela en Crotona, donde no sólo desarrollo la investigación científica, sino la educación física como parte de su currículo. Esto significó el entrenamiento físico regular, que incluía carreras y lucha, así como una dieta especial. 

Evolucionó así el nuevo ideal aristocrático que exigía un balance entre el cultivo del cuerpo y la mente para garantizar la personalidad completa del humano. Nació pues el ideal de «kalokagathia», que fue documentado por primera vez en los versos de la poetisa Safo y luego en los escritos de Jenofonte, Isócrates y Heródoto.

Con el propósito de desarrollar esta personalidad armoniosa, los jóvenes atenienses recibían su educación privada de un «gramatistes», que les enseñaba gramática; de un «kitharistes» que les enseñaba música y bellas artes; y un «paidotríbes» que les proporcionaba el entrenamiento físico en la palestra. Una vez terminaba su educación, el joven podía seguir su entrenamiento físico y formación intelectual en los gimnasios públicos. En las afueras de Atenas había tres: el Kynósarges, la Academia y el Liceo. Estos tenían palestras, jardines, baños y pórticos o «stoas» para permitir el desarrollo de las actividades que allí se daban. Antisthenes estableció su escuela filosófica en el Kynósarges. Aristocles, mejor conocido como Platón – el de espaldas anchas –, apodo que le puso su entrenador en el gimnasio, estableció la suya en la Academia. Y Aristóteles estableció la suya en el Liceo. 

Aristóteles es quien nos dice que el «orgullo» o «megalopsychia» en griego, es la corona de las virtudes, pues consiste ésta en no permitirse uno ser menos que lo mejor que uno puede ser. Es la que lo mueve a uno a buscar ser excelente, en todo sentido. 

Al latín tradujeron «megalopsychia» como «magnanimitas» o magnanimidad, que significa grandeza de ánima, orgullo propio, auto estima, respeto a sí mismo. Pero hay que recordar que el «ánima» para Aristóteles no es lo mismo que el «alma» para los cristianos. Aristóteles denomina «ánima» a una estructura física de los seres vivos, que les faculta a hacer ciertas funciones. Así todo ser vivo tiene un ánima o estructura vegetativa que le permite digerir alimentos, es decir, ingerir material del mundo y transformarlo en energía para conservarse, crecer, y reproducirse. Algunos seres vivos tienen además otra estructura o ánima adicional sentiente que les permite percibir el mundo y así moverse y actuar para conseguir su alimento y para evitar ser el alimento de otros – estos son los animales. Y finalmente, el hombre tiene, además de las otras dos, un ánima o estructura racional que le permite conceptualizar y razonar. Entonces el hombre de grandeza de ánima debe ser grande en todas las ánimas. Debe guiar su conducta por la razón que es lo que corresponde a su ánima racional. No hacerlo significaría bajarse al nivel de los animales inferiores, irracionales. 

La grandeza de ánima implica preocuparse con aquellas cosas que son grandes, con aspirar a ser lo mejor, a buscar la excelencia.

«La magnanimidad implica grandeza, así como la belleza implica un cuerpo bien desarrollado [como el del atleta]: la gente pequeña puede ser pulcra y bien proporcionada, pero no bella.»

[Aristóteles. Ética a Nicómaco. Libro Cuarto, iii.]

Entonces el hombre verdaderamente magnánimo debe ser bueno, caracterizado por la grandeza en toda virtud, por el «arete» o excelencia. 

«Así la magnanimidad parece ser un tipo de corona de las virtudes, porque las intensifica y nunca se encuentra sin ellas. Esto hace difícil ser verdaderamente magnánimo, porque es imposible sin una completa excelencia [kalokagathia, ‘belleza y bondad’, excelencia física y moral]». 

[Aristóteles. Ética a Nicómaco. Libro Cuarto, iii.]

Sin embargo, como nos será imposible ver las Olimpiadas este año, recomiendo para experimentar esa búsqueda de la excelencia de mente y cuerpo, veas la historia del universitario de Cambridge, Harold Abrahams en la película – ganadora de cuatro premios de la Academia, incluida la de mejor película – «Chariots of Fire». El ejemplifica al hombre con el orgullo que lo mueve a buscar la excelencia.

Y no olvides las sabias palabras de Sócrates:

«Ningún hombre tiene el derecho de ser un aficionado en materia de entrenamiento físico. Es una vergüenza para un hombre llegar a viejo sin ver la belleza y la fuerza de la que su cuerpo es capaz».

Orgullo, motor de la excelencia humana

Warren Orbaugh
27 de julio, 2020

De no ser por la pandemia, hoy estaríamos deleitándonos con el espectáculo de la excelencia humana en acción. Estaríamos viendo a los mejores atletas compitiendo en las Olimpiadas de Tokio 2020 del 23 de julio al 8 de agosto. Serían los juegos número treinta y dos de las Olimpiadas Modernas, es decir, desde que el Barón Pierre de Coubertin (1863-1937) reviviera los juegos en 1896 en Atenas, aproximadamente 1500 años después de que murieran los juegos originales.

Los Juegos Olímpicos eran sólo unos de los muchos juegos similares que se celebraban en la antigua Grecia, pero eran considerados los más importantes, y existe una lista de campeones desde el año 776 antes de Cristo. Fue en el año 393 de la era cristiana que el Emperador Teodosio suprimió con un decreto los Juegos Olímpicos, y en el siglo V demolieron los edificios sagrados de Olimpia.

Sin embargo, la memoria y los ideales de los Juegos Olímpicos griegos no sucumbieron con las ruinas de Olimpia. Pierre de Coubertin consideró que una de las razones del florecer de Grecia durante su Edad de Oro se debió a los ideales de los Juegos Olímpicos. Estos ideales contemplaban la persecución de la excelencia ejemplificada en la personalidad armoniosa. El hombre ideal o perfecto, de personalidad armoniosa, fue representado en esculturas como el Doríforo o el Diadumeno o el Discóforo de Policleto, o el Discóbolo de Mirón, o el Apoxiomeno de Lisipo, o los Pancraciastas del círculo de Lisipo. A este hombre de personalidad armoniosa, armonioso en mente y cuerpo, lo denominaron los helenos «kalos kagathos». Es un término compuesto de dos adjetivos: «kalos» que significa hermoso, admirable, noble, y «agathos» que significa excelente, virtuoso, erudito.

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Los helenos, que es como se denominaban a sí mismos los griegos clásicos, desarrollaron el concepto «arete» que significa virtud, excelencia, eficiencia. Este uso del término «virtud» es el mismo que usamos hoy cuando decimos de un excelente violinista que es un virtuoso del violín. Y fue este concepto el que sirvió de base para la educación de la juventud aristocrática helena. Al final del siglo sexto antes de Cristo, el filósofo y matemático Pitágoras fundó una escuela en Crotona, donde no sólo desarrollo la investigación científica, sino la educación física como parte de su currículo. Esto significó el entrenamiento físico regular, que incluía carreras y lucha, así como una dieta especial. 

Evolucionó así el nuevo ideal aristocrático que exigía un balance entre el cultivo del cuerpo y la mente para garantizar la personalidad completa del humano. Nació pues el ideal de «kalokagathia», que fue documentado por primera vez en los versos de la poetisa Safo y luego en los escritos de Jenofonte, Isócrates y Heródoto.

Con el propósito de desarrollar esta personalidad armoniosa, los jóvenes atenienses recibían su educación privada de un «gramatistes», que les enseñaba gramática; de un «kitharistes» que les enseñaba música y bellas artes; y un «paidotríbes» que les proporcionaba el entrenamiento físico en la palestra. Una vez terminaba su educación, el joven podía seguir su entrenamiento físico y formación intelectual en los gimnasios públicos. En las afueras de Atenas había tres: el Kynósarges, la Academia y el Liceo. Estos tenían palestras, jardines, baños y pórticos o «stoas» para permitir el desarrollo de las actividades que allí se daban. Antisthenes estableció su escuela filosófica en el Kynósarges. Aristocles, mejor conocido como Platón – el de espaldas anchas –, apodo que le puso su entrenador en el gimnasio, estableció la suya en la Academia. Y Aristóteles estableció la suya en el Liceo. 

Aristóteles es quien nos dice que el «orgullo» o «megalopsychia» en griego, es la corona de las virtudes, pues consiste ésta en no permitirse uno ser menos que lo mejor que uno puede ser. Es la que lo mueve a uno a buscar ser excelente, en todo sentido. 

Al latín tradujeron «megalopsychia» como «magnanimitas» o magnanimidad, que significa grandeza de ánima, orgullo propio, auto estima, respeto a sí mismo. Pero hay que recordar que el «ánima» para Aristóteles no es lo mismo que el «alma» para los cristianos. Aristóteles denomina «ánima» a una estructura física de los seres vivos, que les faculta a hacer ciertas funciones. Así todo ser vivo tiene un ánima o estructura vegetativa que le permite digerir alimentos, es decir, ingerir material del mundo y transformarlo en energía para conservarse, crecer, y reproducirse. Algunos seres vivos tienen además otra estructura o ánima adicional sentiente que les permite percibir el mundo y así moverse y actuar para conseguir su alimento y para evitar ser el alimento de otros – estos son los animales. Y finalmente, el hombre tiene, además de las otras dos, un ánima o estructura racional que le permite conceptualizar y razonar. Entonces el hombre de grandeza de ánima debe ser grande en todas las ánimas. Debe guiar su conducta por la razón que es lo que corresponde a su ánima racional. No hacerlo significaría bajarse al nivel de los animales inferiores, irracionales. 

La grandeza de ánima implica preocuparse con aquellas cosas que son grandes, con aspirar a ser lo mejor, a buscar la excelencia.

«La magnanimidad implica grandeza, así como la belleza implica un cuerpo bien desarrollado [como el del atleta]: la gente pequeña puede ser pulcra y bien proporcionada, pero no bella.»

[Aristóteles. Ética a Nicómaco. Libro Cuarto, iii.]

Entonces el hombre verdaderamente magnánimo debe ser bueno, caracterizado por la grandeza en toda virtud, por el «arete» o excelencia. 

«Así la magnanimidad parece ser un tipo de corona de las virtudes, porque las intensifica y nunca se encuentra sin ellas. Esto hace difícil ser verdaderamente magnánimo, porque es imposible sin una completa excelencia [kalokagathia, ‘belleza y bondad’, excelencia física y moral]». 

[Aristóteles. Ética a Nicómaco. Libro Cuarto, iii.]

Sin embargo, como nos será imposible ver las Olimpiadas este año, recomiendo para experimentar esa búsqueda de la excelencia de mente y cuerpo, veas la historia del universitario de Cambridge, Harold Abrahams en la película – ganadora de cuatro premios de la Academia, incluida la de mejor película – «Chariots of Fire». El ejemplifica al hombre con el orgullo que lo mueve a buscar la excelencia.

Y no olvides las sabias palabras de Sócrates:

«Ningún hombre tiene el derecho de ser un aficionado en materia de entrenamiento físico. Es una vergüenza para un hombre llegar a viejo sin ver la belleza y la fuerza de la que su cuerpo es capaz».