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La destrucción de la ciudad

Warren Orbaugh
26 de octubre, 2020

La sociedad política que conocemos como ciudad, no es cualquier agrupación de hombres. El origen de esta asociación es la amistad por utilidad o necesidad de cooperar con otros hombres para producir aquello que satisfaga mejor y más eficientemente las necesidades de cada uno.

 La primera asociación voluntaria, espontanea, y no jerárquica entre individuos se da por la necesidad egoísta de cooperar los unos con los otros durante el proceso que denominamos  mercado. En ésta las personas que buscan conseguir valores, intercambian voluntariamente los bienes que han producido, en beneficio mutuo. El mercado es una relación fundamentada en la benevolencia, el respeto mutuo, la tolerancia y justicia. En ésta todos los participantes se consideran iguales y se juzgan en base a sus virtudes –sensatez, integridad, creatividad, veracidad, productividad, laboriosidad, higiene, sinceridad, confiabilidad, honradez, y responsabilidad. Es una relación entre individuos deseosos de enfrentar los hechos, que piensan por sí mismos, que actúan según su mejor juicio. Lo que importa en el mercado es el intercambio de valor por valor. La cooperación social es el intercambio de valor por valor. El mercado es el proceso por el cual un sin número de individuos satisfacen sus deseos y logran sus sueños. Y es el mercado, esta asociación que en un principio es temporal, la que da origen a la ciudad, que es una asociación por amistad cívica o concordia, que llamamos sociedad política.

Vale la pena mencionar sobre la amistad por utilidad que se da entre opuestos, pues lo opuesto es amigo de lo opuesto en cuanto útil, pues lo semejante es inútil para sí mismo. Por eso un vendedor precisa de un comprador y el comprador del vendedor; un empleado de un empleador y el empleador de un empleado; y lo opuesto es placentero y apetecible en cuanto útil y no en cuanto en el fin, sino que en tanto que es con vistas al fin. Pero la amistad de lo opuesto es también, de alguna manera, de lo bueno, pues se desean unos a otros gracias a los bienes intercambiados. Además la amistad de lo opuesto es accidental, pues los opuestos no se desean unos a otros, sino a lo intercambiado. Por tanto son amigas por accidente las cosas opuestas, y en virtud de lo bueno.

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Ahora, los amigos concuerdan y los que concuerdan son amigos. Pero la concordia amistosa no lo es en relación a todas las cosas, sino que en relación a las realizables para la convivencia. Hay concordia pues, cuando existe la misma elección acerca de las normas de conducta que permiten a cada uno alcanzar sus propios fines; es decir, cuando concuerdan que la mejor manera de que cada quien florezca es por medio de la amistad por utilidad, y que esta exige el respeto mutuo a la vida, libertad y propiedad de cada quien. En suma, la concordia es la amistad cívica o política que fundamenta la sociedad política. La ley republicana protege a cada asociado de aquel que violando sus derechos pretenda destruir la concordia.

El problema surge cuando ciudadanos bien intencionados adoptan como guía de acción la doctrina socialista, pues ésta promueve la discordia, resquebrajando la sociedad. Primero, esta doctrina divide arbitrariamente a la sociedad en grupos que califica de antagónicos –burgueses contra proletarios; consumidores contra vendedores; ricos contra pobres; trabajadores contra empresarios; heterosexuales contra homosexuales; hombres contra mujeres; ladinos contra indígenas; etc. Quienes por ella se guían no se dan cuenta de que los compradores también son vendedores, pues venden sus productos –sean éstos bienes o servicios– para después comprar los de otros. No se dan cuenta de que el pobre es rico en relación con otro que es más pobre, y que el rico es pobre en relación con otro que es más rico. No se dan cuenta.

No se dan cuenta de que el grupo de asociados se puede clasificar de mil maneras distintas: los que gustan del futbol; los que gustan de la gimnasia; los que gustan de la halterofilia; los que gustan de contar chistes; los músicos; los padres; los religiosos; los ateos; los intelectuales; etc., y que estos se conforman de individuos que pueden ser proletarios, burgueses, ricos, pobres, consumidores, vendedores, mujeres, y hombres que comparten en común más cosas que aquellas por los que los socialistas pretenden confrontarlos. No se dan cuenta.

Segundo, la doctrina socialista ve las relaciones humanas como lucha de clases en lugar de como cooperación entre individuos. Por eso, quienes guían sus acciones por ésta,  siempre están promoviendo conflictos: mediante la oposición a la inversión extranjera; la oposición a la creación de hidroeléctricas; la oposición a la minería; la oposición a la urbanización; la oposición a los monocultivos; la oposición a la excelencia académica de los profesores y estudiantes; la oposición a la libre expresión, la oposición a la creación de riqueza. No se dan cuenta de que al destruir la cooperación social, lo que consiguen es hundir a la agrupación en la miseria. Aún con ejemplos como Cuba y Venezuela no se dan cuenta. No se dan cuenta.

Tercero, la doctrina socialista no se fundamenta en la realidad, la lógica y la ciencia. Es producto del misticismo y la arbitrariedad. Como la verdad no le asiste se fundamenta en el polilogismo que proclama que la estructura lógica de la mente varía según las distintas clases sociales o razas. Así existe una lógica burguesa antagónica a la lógica proletaria; una lógica nazi antagónica a la lógica judía; una lógica feminista antagónica a la lógica capitalista; una lógica indígena antagónica a la lógica empresarial; etc. Es decir, el polilogismo es una racionalización para justificar los caprichos de determinado grupo. Como el polilogismo no permite la discusión lógica de ideas, los marxistas –en especial los de la Escuela de Frankfurt– idearon el concepto de lo “políticamente correcto”: pensador correcto es quien defiende las teorías marxistas; quien se opone a las mismas es tachado inmediatamente de enemigo de la clase o de traidor social. Por eso, quienes se guían por esta doctrina, no pueden debatir ideas buscando la verdad, abandona la razón, se abandonan a sus pasiones y arremeten con falacias ad hominem, en el mejor de los casos, y en el peor, violentamente. Acusan a sus detractores de racistas, criminales, corruptos, depredadores, etc. No se dan cuenta que el ataque a la libertad de expresión eventualmente les negará a ellos su posibilidad de decir lo que piensan. No se dan cuenta de que hacen del pensamiento independiente un pecado. No se dan cuenta.

Basado en lo anterior, Gramsi, Adorno y Lukács, para destruir la sociedad occidental, propusieron la confección de una ideología contraria a la dominante, que cuestione su “sentido común”, su forma de ver el mundo, su forma de organizar la sociedad, la economía, la política y la cultura. Así nació la revolución cultural, promovida por Marcuse y Laclau, con su instrumento fundamental: la teoría crítica, que consiste en criticar todo elemento de la cultura burguesa y la creación de conflictos bajo excusas de apariencia noble como la “inclusión” y la “igualdad” entre hombres. De esa manera abrieron varios frentes: indigenismo, ambientalismo, derecho-humanismo, feminismo, e ideología de género.

Hoy vemos que grupos que guían su conducta por esta doctrina, tal si fueran bárbaros y vándalos, intentar destruir la base de la ciudad. Atacan el contrato fundamental que hace posible la cooperación social: el respeto al derecho a la vida – para vivirla como uno quiera; el derecho de libertad – para actuar conforme al juicio propio para vivir la vida como uno la quiera; y el derecho de propiedad – para disponer uno de sus bienes conforme a su mejor juicio para vivir la vida que uno quiera. 

Estos grupos no producen riqueza, no crean empleo, no hacen ciudad. Más bien se oponen a toda creación de valor. Lo que pretenden es apoderarse por la fuerza de aquello que otros han hecho. Tal si fueran hunos depredadores, y como dictadores que anhelan ser, pretenden dictar a los legítimos propietarios cómo deben usar sus terrenos. Intentan justificar su expoliación con el discurso contradictorio de que realmente no se oponen a la propiedad privada, sólo que “ésta debe ser usada en función social”. Y, naturalmente, son ellos quienes determinan cual es la función social.  Es decir, son ellos quienes disponen de los bienes de sus víctimas para sus propios propósitos.   

El último intento de esta repugnante iniciativa la vemos en la oposición a la edificación del Socorro, la continuidad de Cayalá.

Argumentan estos socialistas que sus actos son por el “bien común”. Pero bien común quiere decir el bien de todos, no de algunos cuantos, quienes, para alcanzarlo, requieren el sacrificio de sus víctimas – en este caso, los empresarios desarrolladores del proyecto, los arquitectos, los ingenieros, los constructores, los albañiles, los ayudantes, los electricistas, los plomeros, los de las aldeas aledañas que trabajarán en el nuevo barrio, etc. El único bien común de la ciudad es el respeto mutuo al derecho de propiedad. Porque es este derecho el que hace posible los otros dos. Y para proteger al ciudadano honrado de aquellos que pretenden despojarlo de sus bienes por la fuerza, la ciudad se rige por leyes que cuidan de sus derechos. Este es el Estado de Derecho que hace posible que se de la cooperación social en concordia.

Quienes violan el contrato social, quienes violan los derechos de propiedad de los ciudadanos, ya no están con relación a sus conciudadanos, en un Estado de Derecho, sino en un estado de guerra. Esto provoca la destrucción de la ciudad.

¿Te dejarás arrastrar por estos grupos socialistas para destruir la ciudad?

La destrucción de la ciudad

Warren Orbaugh
26 de octubre, 2020

La sociedad política que conocemos como ciudad, no es cualquier agrupación de hombres. El origen de esta asociación es la amistad por utilidad o necesidad de cooperar con otros hombres para producir aquello que satisfaga mejor y más eficientemente las necesidades de cada uno.

 La primera asociación voluntaria, espontanea, y no jerárquica entre individuos se da por la necesidad egoísta de cooperar los unos con los otros durante el proceso que denominamos  mercado. En ésta las personas que buscan conseguir valores, intercambian voluntariamente los bienes que han producido, en beneficio mutuo. El mercado es una relación fundamentada en la benevolencia, el respeto mutuo, la tolerancia y justicia. En ésta todos los participantes se consideran iguales y se juzgan en base a sus virtudes –sensatez, integridad, creatividad, veracidad, productividad, laboriosidad, higiene, sinceridad, confiabilidad, honradez, y responsabilidad. Es una relación entre individuos deseosos de enfrentar los hechos, que piensan por sí mismos, que actúan según su mejor juicio. Lo que importa en el mercado es el intercambio de valor por valor. La cooperación social es el intercambio de valor por valor. El mercado es el proceso por el cual un sin número de individuos satisfacen sus deseos y logran sus sueños. Y es el mercado, esta asociación que en un principio es temporal, la que da origen a la ciudad, que es una asociación por amistad cívica o concordia, que llamamos sociedad política.

Vale la pena mencionar sobre la amistad por utilidad que se da entre opuestos, pues lo opuesto es amigo de lo opuesto en cuanto útil, pues lo semejante es inútil para sí mismo. Por eso un vendedor precisa de un comprador y el comprador del vendedor; un empleado de un empleador y el empleador de un empleado; y lo opuesto es placentero y apetecible en cuanto útil y no en cuanto en el fin, sino que en tanto que es con vistas al fin. Pero la amistad de lo opuesto es también, de alguna manera, de lo bueno, pues se desean unos a otros gracias a los bienes intercambiados. Además la amistad de lo opuesto es accidental, pues los opuestos no se desean unos a otros, sino a lo intercambiado. Por tanto son amigas por accidente las cosas opuestas, y en virtud de lo bueno.

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Ahora, los amigos concuerdan y los que concuerdan son amigos. Pero la concordia amistosa no lo es en relación a todas las cosas, sino que en relación a las realizables para la convivencia. Hay concordia pues, cuando existe la misma elección acerca de las normas de conducta que permiten a cada uno alcanzar sus propios fines; es decir, cuando concuerdan que la mejor manera de que cada quien florezca es por medio de la amistad por utilidad, y que esta exige el respeto mutuo a la vida, libertad y propiedad de cada quien. En suma, la concordia es la amistad cívica o política que fundamenta la sociedad política. La ley republicana protege a cada asociado de aquel que violando sus derechos pretenda destruir la concordia.

El problema surge cuando ciudadanos bien intencionados adoptan como guía de acción la doctrina socialista, pues ésta promueve la discordia, resquebrajando la sociedad. Primero, esta doctrina divide arbitrariamente a la sociedad en grupos que califica de antagónicos –burgueses contra proletarios; consumidores contra vendedores; ricos contra pobres; trabajadores contra empresarios; heterosexuales contra homosexuales; hombres contra mujeres; ladinos contra indígenas; etc. Quienes por ella se guían no se dan cuenta de que los compradores también son vendedores, pues venden sus productos –sean éstos bienes o servicios– para después comprar los de otros. No se dan cuenta de que el pobre es rico en relación con otro que es más pobre, y que el rico es pobre en relación con otro que es más rico. No se dan cuenta.

No se dan cuenta de que el grupo de asociados se puede clasificar de mil maneras distintas: los que gustan del futbol; los que gustan de la gimnasia; los que gustan de la halterofilia; los que gustan de contar chistes; los músicos; los padres; los religiosos; los ateos; los intelectuales; etc., y que estos se conforman de individuos que pueden ser proletarios, burgueses, ricos, pobres, consumidores, vendedores, mujeres, y hombres que comparten en común más cosas que aquellas por los que los socialistas pretenden confrontarlos. No se dan cuenta.

Segundo, la doctrina socialista ve las relaciones humanas como lucha de clases en lugar de como cooperación entre individuos. Por eso, quienes guían sus acciones por ésta,  siempre están promoviendo conflictos: mediante la oposición a la inversión extranjera; la oposición a la creación de hidroeléctricas; la oposición a la minería; la oposición a la urbanización; la oposición a los monocultivos; la oposición a la excelencia académica de los profesores y estudiantes; la oposición a la libre expresión, la oposición a la creación de riqueza. No se dan cuenta de que al destruir la cooperación social, lo que consiguen es hundir a la agrupación en la miseria. Aún con ejemplos como Cuba y Venezuela no se dan cuenta. No se dan cuenta.

Tercero, la doctrina socialista no se fundamenta en la realidad, la lógica y la ciencia. Es producto del misticismo y la arbitrariedad. Como la verdad no le asiste se fundamenta en el polilogismo que proclama que la estructura lógica de la mente varía según las distintas clases sociales o razas. Así existe una lógica burguesa antagónica a la lógica proletaria; una lógica nazi antagónica a la lógica judía; una lógica feminista antagónica a la lógica capitalista; una lógica indígena antagónica a la lógica empresarial; etc. Es decir, el polilogismo es una racionalización para justificar los caprichos de determinado grupo. Como el polilogismo no permite la discusión lógica de ideas, los marxistas –en especial los de la Escuela de Frankfurt– idearon el concepto de lo “políticamente correcto”: pensador correcto es quien defiende las teorías marxistas; quien se opone a las mismas es tachado inmediatamente de enemigo de la clase o de traidor social. Por eso, quienes se guían por esta doctrina, no pueden debatir ideas buscando la verdad, abandona la razón, se abandonan a sus pasiones y arremeten con falacias ad hominem, en el mejor de los casos, y en el peor, violentamente. Acusan a sus detractores de racistas, criminales, corruptos, depredadores, etc. No se dan cuenta que el ataque a la libertad de expresión eventualmente les negará a ellos su posibilidad de decir lo que piensan. No se dan cuenta de que hacen del pensamiento independiente un pecado. No se dan cuenta.

Basado en lo anterior, Gramsi, Adorno y Lukács, para destruir la sociedad occidental, propusieron la confección de una ideología contraria a la dominante, que cuestione su “sentido común”, su forma de ver el mundo, su forma de organizar la sociedad, la economía, la política y la cultura. Así nació la revolución cultural, promovida por Marcuse y Laclau, con su instrumento fundamental: la teoría crítica, que consiste en criticar todo elemento de la cultura burguesa y la creación de conflictos bajo excusas de apariencia noble como la “inclusión” y la “igualdad” entre hombres. De esa manera abrieron varios frentes: indigenismo, ambientalismo, derecho-humanismo, feminismo, e ideología de género.

Hoy vemos que grupos que guían su conducta por esta doctrina, tal si fueran bárbaros y vándalos, intentar destruir la base de la ciudad. Atacan el contrato fundamental que hace posible la cooperación social: el respeto al derecho a la vida – para vivirla como uno quiera; el derecho de libertad – para actuar conforme al juicio propio para vivir la vida como uno la quiera; y el derecho de propiedad – para disponer uno de sus bienes conforme a su mejor juicio para vivir la vida que uno quiera. 

Estos grupos no producen riqueza, no crean empleo, no hacen ciudad. Más bien se oponen a toda creación de valor. Lo que pretenden es apoderarse por la fuerza de aquello que otros han hecho. Tal si fueran hunos depredadores, y como dictadores que anhelan ser, pretenden dictar a los legítimos propietarios cómo deben usar sus terrenos. Intentan justificar su expoliación con el discurso contradictorio de que realmente no se oponen a la propiedad privada, sólo que “ésta debe ser usada en función social”. Y, naturalmente, son ellos quienes determinan cual es la función social.  Es decir, son ellos quienes disponen de los bienes de sus víctimas para sus propios propósitos.   

El último intento de esta repugnante iniciativa la vemos en la oposición a la edificación del Socorro, la continuidad de Cayalá.

Argumentan estos socialistas que sus actos son por el “bien común”. Pero bien común quiere decir el bien de todos, no de algunos cuantos, quienes, para alcanzarlo, requieren el sacrificio de sus víctimas – en este caso, los empresarios desarrolladores del proyecto, los arquitectos, los ingenieros, los constructores, los albañiles, los ayudantes, los electricistas, los plomeros, los de las aldeas aledañas que trabajarán en el nuevo barrio, etc. El único bien común de la ciudad es el respeto mutuo al derecho de propiedad. Porque es este derecho el que hace posible los otros dos. Y para proteger al ciudadano honrado de aquellos que pretenden despojarlo de sus bienes por la fuerza, la ciudad se rige por leyes que cuidan de sus derechos. Este es el Estado de Derecho que hace posible que se de la cooperación social en concordia.

Quienes violan el contrato social, quienes violan los derechos de propiedad de los ciudadanos, ya no están con relación a sus conciudadanos, en un Estado de Derecho, sino en un estado de guerra. Esto provoca la destrucción de la ciudad.

¿Te dejarás arrastrar por estos grupos socialistas para destruir la ciudad?