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A propósito del colado

Luis Gonzalez
14 de julio, 2018

A propósito del colado, ESTE ES EL TEMA EN EL BLOG DE HISTORIAS URBANAS DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

Se hace cola para pagar las compras del supermercado, sacar dinero del banco y recibir la comunión. Nadie se empuja ni se impacienta. Toca esperar mientras el cajero soluciona el inconveniente planteado por la tarjeta de débito que no se deja captar por el sistema, o hasta que la receptora termine de contar las monedas de a diez centavos que se le ocurrió depositar a la doñita que iba adelante. Siempre será mal visto si alguien intenta adelantarse sin hacer su tiempo reglamentario en la fila. No hay urgencias que valgan. Es territorio vedado a la presencia del colado.

El colado hace su aparición en los conciertos. Busca al que no tenga acompañantes mientras espera llegar a la taquilla para preguntarle, como si lo conociera de toda la vida, si le cede lugar. Si el incauto acepta, se encontrará con que una tribu entera, con mascota incluida, se instala adelante y ni le dan las gracias. El afluente detiene el paso de la fila y quien donó el paso se lleva las maltratadas de los que iban detrás como premio a su buena intención.

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También se asoma en lo más denso y tupido de la espera por el próximo transmetro. Debieron tender cercos, cual paso para el ganado, para que la gente dejara de colarse en las estaciones centrales. Pero en las paradas intermedias, cuando los buses escasean a la hora en que salen la mayoría de trabajadores y estudiantes, el colado reaparece y luce en todo su esplendor.

Hay que ver la determinación y el empuje que brotan en el rostro del colado. Mantiene el alerta del beisbolista dispuesto a robar base. Al detectar que puede escapar a la vigilancia del pitcher, pendiente de que el bateador designado no le vaya a conectar un hit, se lanza. Allá va, aunque el resto de los jugadores se apresuren en pasarse la bola y tocarlo con el guante para detenerlo.

Es invulnerable a todo reclamo y enojo. Se blinda contra los silbidos y los insultos que rebotan a su paso. Camina sin importarle los obstáculos que le opongan así lo aprieten entre dos o más cuerpos, aunque lo machuquen y el dolor lo acompañe el trayecto entero. Sentado o de pie, el colado celebrará que logró ganarle unos minutos al continuo paso del tiempo.

Se hace perdonar si es mujer, y guapa por añadidura. Si es hombre, debe ser tan escurridizo como el mejor escapista del mundo para escapar al enojo de los demás. Y si la madre naturaleza lo dotó con el físico de un campeón de lucha libre, mejor hay que dejarlo pasar salvo que se esté en condiciones de plantarle frente. Decirle, por ejemplo, si se apresura porque llegará tarde a la repartición de la herencia disputada con sus hermanos. O se enteró que su casa se incendia y se desespera por llegar para ver qué puede rescatar de entre las llamas.

A propósito del colado

Luis Gonzalez
14 de julio, 2018

A propósito del colado, ESTE ES EL TEMA EN EL BLOG DE HISTORIAS URBANAS DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

Se hace cola para pagar las compras del supermercado, sacar dinero del banco y recibir la comunión. Nadie se empuja ni se impacienta. Toca esperar mientras el cajero soluciona el inconveniente planteado por la tarjeta de débito que no se deja captar por el sistema, o hasta que la receptora termine de contar las monedas de a diez centavos que se le ocurrió depositar a la doñita que iba adelante. Siempre será mal visto si alguien intenta adelantarse sin hacer su tiempo reglamentario en la fila. No hay urgencias que valgan. Es territorio vedado a la presencia del colado.

El colado hace su aparición en los conciertos. Busca al que no tenga acompañantes mientras espera llegar a la taquilla para preguntarle, como si lo conociera de toda la vida, si le cede lugar. Si el incauto acepta, se encontrará con que una tribu entera, con mascota incluida, se instala adelante y ni le dan las gracias. El afluente detiene el paso de la fila y quien donó el paso se lleva las maltratadas de los que iban detrás como premio a su buena intención.

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También se asoma en lo más denso y tupido de la espera por el próximo transmetro. Debieron tender cercos, cual paso para el ganado, para que la gente dejara de colarse en las estaciones centrales. Pero en las paradas intermedias, cuando los buses escasean a la hora en que salen la mayoría de trabajadores y estudiantes, el colado reaparece y luce en todo su esplendor.

Hay que ver la determinación y el empuje que brotan en el rostro del colado. Mantiene el alerta del beisbolista dispuesto a robar base. Al detectar que puede escapar a la vigilancia del pitcher, pendiente de que el bateador designado no le vaya a conectar un hit, se lanza. Allá va, aunque el resto de los jugadores se apresuren en pasarse la bola y tocarlo con el guante para detenerlo.

Es invulnerable a todo reclamo y enojo. Se blinda contra los silbidos y los insultos que rebotan a su paso. Camina sin importarle los obstáculos que le opongan así lo aprieten entre dos o más cuerpos, aunque lo machuquen y el dolor lo acompañe el trayecto entero. Sentado o de pie, el colado celebrará que logró ganarle unos minutos al continuo paso del tiempo.

Se hace perdonar si es mujer, y guapa por añadidura. Si es hombre, debe ser tan escurridizo como el mejor escapista del mundo para escapar al enojo de los demás. Y si la madre naturaleza lo dotó con el físico de un campeón de lucha libre, mejor hay que dejarlo pasar salvo que se esté en condiciones de plantarle frente. Decirle, por ejemplo, si se apresura porque llegará tarde a la repartición de la herencia disputada con sus hermanos. O se enteró que su casa se incendia y se desespera por llegar para ver qué puede rescatar de entre las llamas.