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Donde el plomo revienta

Luis Gonzalez
07 de julio, 2018

Donde el plomo revienta, ESTE ES EL TEMA EN EL BLOG DE HISTORIAS URBANAS DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

War, children, it’s just a shot away

it’s just a shot away

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The Rolling Stones, “Gimme Shelter”

El miércoles pasaron baleando frente a la escuela de párvulos donde mi hermana da clases.

Mataron a dos de las mamás.

La mayor rondaba los 40 (mi edad) y la más joven no pasaba de los 25. Les vaciaron un par de tolvas desde un carro que se estacionó cerquita para que sus ocupantes se bajaran y las remataran de un tiro en la frente.

Como si hiciera falta.

Pueden imaginar los gritos de las demás señoras que iban por sus niños. El susto que tuvieron los heladeros y de las vendedoras de dulces, galletas y chocolates en bandeja.

La corredera para que una bala perdida no los eligiera como refugio. Dice mi mamá que mi hermana regresó toda pálida a casa.

Da clases al hijo de la madre mayor. La señora era muy acomedida a la hora de las actividades en la escuela, contó. A la más joven solo la veía de lejos, pero según las otras maestras tenía un novio pandillero.

Todas se turnaron para entretener a los hijos de las difuntas –no se enteraban de nada, aún– mientras llegaban sus familiares a traerlos.

Camino a casa, antes de enterarme de esto, tenía pensado escribir acerca de las costumbres ajenas.

A alguien se le ocurrió organizar un desfile hípico el 24 de junio, día de San Juan Bautista y patrono de la colonia.

Muchos sombreros, camisas a cuadros, lentes oscuros, hombres tan anchos como roperos y pistolas al cinto.

Muchos caballos de lujo, carros semejantes a tortugas blindadas, mujeres con el pelo planchado y pistolas al cinto.

Uno de los sombrerudos orinó delante de la gente, desde la palangana de su picop. Y ni se preocuparon de recoger el estiércol que dejaron los caballos a su paso.

Ahí seguiría secándose al sol, librando sus restos de carísimo forraje masticado, de no ser porque llovió.

Era la celebración de patrono. Día para escuchar marimba en el parque, comprarles algodón de azúcar a los niños y quitarse el antojo de una bolsa de churros espolvoreados con azúcar. De postre, un chocomilk bien helado y espumoso, recién servido en vaso de copa ancha.

Ya ni quise salir, temiendo que algún jinete soltara las amarras del Juan Charrasqueado que lleva adentro y se pusiera a lanzar tiros al aire mientras las rancheras y los corridos norteños aturdían desde las bocinas instaladas sobre pedestales.

Después escupen al suelo y dicen, muy orgullosos, que les caen muy mal los mexicanos.

Estamos en una época en que las costumbres de toda la vida están siendo empujadas para instalar a otras, más agresivas, en su lugar.

Donde no se tiene la seguridad de llegar entero y sano al siguiente anochecer.

Me pregunto si tiene sentido escribir estas líneas.

En serio.

Desorden Público, “Valle de balas”

Donde el plomo revienta

Luis Gonzalez
07 de julio, 2018

Donde el plomo revienta, ESTE ES EL TEMA EN EL BLOG DE HISTORIAS URBANAS DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

War, children, it’s just a shot away

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El miércoles pasaron baleando frente a la escuela de párvulos donde mi hermana da clases.

Mataron a dos de las mamás.

La mayor rondaba los 40 (mi edad) y la más joven no pasaba de los 25. Les vaciaron un par de tolvas desde un carro que se estacionó cerquita para que sus ocupantes se bajaran y las remataran de un tiro en la frente.

Como si hiciera falta.

Pueden imaginar los gritos de las demás señoras que iban por sus niños. El susto que tuvieron los heladeros y de las vendedoras de dulces, galletas y chocolates en bandeja.

La corredera para que una bala perdida no los eligiera como refugio. Dice mi mamá que mi hermana regresó toda pálida a casa.

Da clases al hijo de la madre mayor. La señora era muy acomedida a la hora de las actividades en la escuela, contó. A la más joven solo la veía de lejos, pero según las otras maestras tenía un novio pandillero.

Todas se turnaron para entretener a los hijos de las difuntas –no se enteraban de nada, aún– mientras llegaban sus familiares a traerlos.

Camino a casa, antes de enterarme de esto, tenía pensado escribir acerca de las costumbres ajenas.

A alguien se le ocurrió organizar un desfile hípico el 24 de junio, día de San Juan Bautista y patrono de la colonia.

Muchos sombreros, camisas a cuadros, lentes oscuros, hombres tan anchos como roperos y pistolas al cinto.

Muchos caballos de lujo, carros semejantes a tortugas blindadas, mujeres con el pelo planchado y pistolas al cinto.

Uno de los sombrerudos orinó delante de la gente, desde la palangana de su picop. Y ni se preocuparon de recoger el estiércol que dejaron los caballos a su paso.

Ahí seguiría secándose al sol, librando sus restos de carísimo forraje masticado, de no ser porque llovió.

Era la celebración de patrono. Día para escuchar marimba en el parque, comprarles algodón de azúcar a los niños y quitarse el antojo de una bolsa de churros espolvoreados con azúcar. De postre, un chocomilk bien helado y espumoso, recién servido en vaso de copa ancha.

Ya ni quise salir, temiendo que algún jinete soltara las amarras del Juan Charrasqueado que lleva adentro y se pusiera a lanzar tiros al aire mientras las rancheras y los corridos norteños aturdían desde las bocinas instaladas sobre pedestales.

Después escupen al suelo y dicen, muy orgullosos, que les caen muy mal los mexicanos.

Estamos en una época en que las costumbres de toda la vida están siendo empujadas para instalar a otras, más agresivas, en su lugar.

Donde no se tiene la seguridad de llegar entero y sano al siguiente anochecer.

Me pregunto si tiene sentido escribir estas líneas.

En serio.

Desorden Público, “Valle de balas”