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Llevar la contraria

Redacción República
19 de agosto, 2018

llevar la contraria, ESTE ES EL TEMA EN EL BLOG DE HISTORIAS URBANAS DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

El penúltimo grito de la moda ambiental es el rechazo a la bolsa plástica. Municipios como San Pedro La Laguna y Acatenango emitieron decretos que la condenaron a perpetuo destierro. Ahora se incorporó Antigua Guatemala, principal atractivo turístico del país. El gobierno local tiene seis meses para educar a la gente y a los comercios acerca de las alternativas que deben buscar para hacer las compras y tirar la basura. Si no aprenden, se exponen a fuertes multas.

En el bando opuesto asoman los empresarios que advierten, ante los entusiastas defensores de la prohibición, que mucha gente se quedará sin trabajo si cierran las fábricas dedicadas producir este material que nos rodea como el agua a las islas. Lo sabe la gaveta de mi escritorio, donde amontono las bolsas que resguardan los panes y los atoles que compro para completar mi desayuno.

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Por llevar la contraria, me sumo al bando que declara que el problema no es el plástico, sino el uso que le dan las personas. Eliminarlas no soluciona la contaminación, como lo supieron en San Pedro La Laguna con la reciente mortandad de peces y cangrejos ocurrida a causa de los desechos químicos que siguen vertiéndose al lago de Atitlán.

Antes de teclear estas notas me acordé de los aventureros que tiran sus desperdicios en esquinas y cercos poco iluminados. Se verían en graves apuros si dejan de haber bolsas plásticas de un día para otro. No podrían contar con los envoltorios de papel, pues no resistirían la humedad combinada de la grasa de la sartén, las cáscaras de naranja y las pieles de pollo. Tendrían que ingeniárselas para no dejar regados los desperdicios frente a su casa.

Tampoco podría contarse con la bolsa plástica como ayuda para taparse la cabeza en caso un aguacero lo pesque fuera de casa mientras se hacen los mandados. No habría con que cubrirse los pies, para resguardar el calzado que tan caro cuesta, si es necesario atravesar los canales venecianos que sustituyen a las calles después de un aguacero. Y se le tendría que buscar uso a la arena volcánica como material de construcción

Lo más seguro es que aumente la demanda y el precio de los costales de fertilizantes y sacos de cemento. También que se encarezcan las frutas, verduras y carnes que se consiguen en el mercado, debido a los costos adyacentes al cambio de envoltorio. El único punto a favor de la erradicación de bolsas plásticas es que reactivará la venta de canastos para ir a traer las tortillas del almuerzo y las champurradas que se ofrecen a las visitas por la tarde. Y seguro que el objeto hoy denostado se convertirá en objeto de colección y venerado como artículo retro dentro de algunos años.

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En el bando opuesto asoman los empresarios que advierten, ante los entusiastas defensores de la prohibición, que mucha gente se quedará sin trabajo si cierran las fábricas dedicadas producir este material que nos rodea como el agua a las islas. Lo sabe la gaveta de mi escritorio, donde amontono las bolsas que resguardan los panes y los atoles que compro para completar mi desayuno.

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Antes de teclear estas notas me acordé de los aventureros que tiran sus desperdicios en esquinas y cercos poco iluminados. Se verían en graves apuros si dejan de haber bolsas plásticas de un día para otro. No podrían contar con los envoltorios de papel, pues no resistirían la humedad combinada de la grasa de la sartén, las cáscaras de naranja y las pieles de pollo. Tendrían que ingeniárselas para no dejar regados los desperdicios frente a su casa.

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