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Historias Urbanas: Un merengue de Wilfrido Vargas

Redacción República
12 de enero, 2020

Un merengue de Wilfrido Vargas, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

Decenas de diputados y alcaldes no lograron la reelección, o decidieron no postularse de nuevo; quedarán cesantes a partir del 14 de enero de 2020, día de la toma posesión de las nuevas autoridades del país.

Centenares de trabajadores del Estado se verán sustituidos por recomendados de los altos mandos que se instalarán en ministerios, juzgados y dependencias hasta el 14 de enero de 2024.

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No hay que castigar a la clase entera y mandarla al patio por culpa de un par de alumnos molestones. Tampoco se debe dudar de la honorabilidad de la gente. Pero no me extrañaría que más de alguien procediera en sus días finales en el cargo como el personaje descrito en la canción «El funcionario» (escrita por Jaime Shanlatte y Manuel de Jesús), que da título al disco lanzado en 1983 por el trompetista dominicano Wilfrido Vargas.

Nacido el 24 de abril de 1949 en el municipio de Altamira, provincia de Puerto Plata, Wilfrido Radhamés Vargas Martínez renovó el sonido del merengue –estilo campesino basado en la güira, la tambora y el acordeón– al agilizar el ritmo, darle protagonismo a la sección de metales y rodearse de un escuadrón de cantantes que rotó a sus compatriotas Rubby Pérez, Eddie Herrera y Peter Cruz, junto al panameño nacionalizado costarricense Gene Chambers y el hondureño Jorge Gómez.

Todos hicieron bailar a medio continente e islas cercanas con «El africano», «El hombre divertido», «El jardinero», «La medicina» y «El loco y la luna»; también le pusieron voz y música a canciones de crítica social, sazonadas con su toque de humor criollo, como «El funcionario».

Al comienzo, Wilfrido Vargas habla de un funcionario nombrado por el Presidente como Secretario de una empresa del Estado.

Las mayúsculas son inevitables, todo empleado que asciende las adhiere a sus cargos para darles más realce e importancia.

El Secretario se revela eficiente, capaz de resolver «cuatro, cinco, seis, siete problemas».

Pero se acerca el cambio de gobierno, se da cuenta que sigue viviendo en la misma colonia, manejando el mismo carro, padeciendo las mismas carencias y sus hijos le preguntan para cuándo se van a ir a Disneylandia. Tiene su «propio problema [que] nadie lo sabía». ¿Qué le queda por hacer?

De repente voltea y se fija en la partida de gastos confidenciales. En su mirada se pinta la misma lucecita que brilla en el rostro del goloso suelto en una tienda de dulces, o en la carita del niño con toda la juguetería a su disposición.

Se acuerda de los amigos que le dirán «tan baboso que sos, por qué no te aprovechaste» y en los regaños que recibirá de parte de su tía, la más enojona e incisiva, por conformista:

Y comenzó coge aquí, coge allá,

coge allá, coge aquí, coge allá.

Y comenzó coge aquí, coge allá,

coge allá, coge aquí, coge allá.

Para justificar la apropiación de los fondos públicos ante Dios y su conciencia (ayer se arrodillaba ante el arzobispo, hoy asiste a la prédica dominical del pastor), el Secretario se dice a sí mismo:

Porque pensó que era una pensión

que le dejó su papá, le dejó su papá

Porque pensó que era una pensión

que le dejó su papá, le dejó su papá

No es egoísta, se acuerda de los suyos y sabe cómo repartirles ese súbito aumento de ingresos a su cuenta de ahorros en el banco. El coro lo reafirma:

Un milloncito (milloncito)

pa sus hijitos (hijitos)

y dos millones (¡dos millones!)

pa su mujer (su mujer)

Un negocito (negocito)

pal sobrinito (sobrinito)

cuatro mercedes (¡Mercedes!)

pa sus placeres (¡ahá!)

Seis camionetas (cuatro burros)

pa su finquita (finquita)

y en cada barrio (¡eehee!)

ochenta casitas

(el funcionario ya es un accionista)

La segunda parte enumera la prosperidad y la fortuna que rodean al funcionario.

Está a salvo de investigaciones por corrupción (nada de pasar cuatro o cinco años encarcelado, mientras sus abogados interponen recurso tras recurso tras recurso para retrasar el comienzo del juicio y buscan que lo dejen en arresto domiciliario por razones humanitarias), y no tuvo que salir disparado del país, con sus maletas repletas con fajos de billetes de a cien dólares, para ocultarse en Miami; Nueva York no, porque allá hace mucho frío.

Rubby Pérez se encargó de recitarla y ahí les van un par de estrofas:

Tiene tienda por el Conde,

tiene su propia avioneta,

tiene un yate en Barahona,

Boca Chica y La Caleta

(El funcionario es un millonario,

el funcionario es un millonario)

Una industria aquí en Herrera

y un hotel allá en Haití,

y también tiene ganado

en el Seibo y Macorís

(El funcionario es un millonario,

el funcionario es un millonario)

Sus inversiones son amplias: tiene casa de cambio, es accionista de seis bancos, posee grandes plantaciones, una finca de algodón y otra para hacer su salchichón; consiguió grandes arrozales y una finca de café.

Anda en carro deportivo y se abre paso entre el tráfico, haciendo sonar la sirena, cuando sale a comprarse un cigarrillo.

A su paso por la empresa del Estado le debe su casa en un condominio lujoso y sus demás propiedades, pero no le retribuye nada al Estado: «y con todo lo que tiene nunca paga los impuestos».

«¿Para qué? Si todo se lo terminan robando», se dice.






Historias Urbanas: Un merengue de Wilfrido Vargas

Redacción República
12 de enero, 2020

Un merengue de Wilfrido Vargas, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

Decenas de diputados y alcaldes no lograron la reelección, o decidieron no postularse de nuevo; quedarán cesantes a partir del 14 de enero de 2020, día de la toma posesión de las nuevas autoridades del país.

Centenares de trabajadores del Estado se verán sustituidos por recomendados de los altos mandos que se instalarán en ministerios, juzgados y dependencias hasta el 14 de enero de 2024.

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No hay que castigar a la clase entera y mandarla al patio por culpa de un par de alumnos molestones. Tampoco se debe dudar de la honorabilidad de la gente. Pero no me extrañaría que más de alguien procediera en sus días finales en el cargo como el personaje descrito en la canción «El funcionario» (escrita por Jaime Shanlatte y Manuel de Jesús), que da título al disco lanzado en 1983 por el trompetista dominicano Wilfrido Vargas.

Nacido el 24 de abril de 1949 en el municipio de Altamira, provincia de Puerto Plata, Wilfrido Radhamés Vargas Martínez renovó el sonido del merengue –estilo campesino basado en la güira, la tambora y el acordeón– al agilizar el ritmo, darle protagonismo a la sección de metales y rodearse de un escuadrón de cantantes que rotó a sus compatriotas Rubby Pérez, Eddie Herrera y Peter Cruz, junto al panameño nacionalizado costarricense Gene Chambers y el hondureño Jorge Gómez.

Todos hicieron bailar a medio continente e islas cercanas con «El africano», «El hombre divertido», «El jardinero», «La medicina» y «El loco y la luna»; también le pusieron voz y música a canciones de crítica social, sazonadas con su toque de humor criollo, como «El funcionario».

Al comienzo, Wilfrido Vargas habla de un funcionario nombrado por el Presidente como Secretario de una empresa del Estado.

Las mayúsculas son inevitables, todo empleado que asciende las adhiere a sus cargos para darles más realce e importancia.

El Secretario se revela eficiente, capaz de resolver «cuatro, cinco, seis, siete problemas».

Pero se acerca el cambio de gobierno, se da cuenta que sigue viviendo en la misma colonia, manejando el mismo carro, padeciendo las mismas carencias y sus hijos le preguntan para cuándo se van a ir a Disneylandia. Tiene su «propio problema [que] nadie lo sabía». ¿Qué le queda por hacer?

De repente voltea y se fija en la partida de gastos confidenciales. En su mirada se pinta la misma lucecita que brilla en el rostro del goloso suelto en una tienda de dulces, o en la carita del niño con toda la juguetería a su disposición.

Se acuerda de los amigos que le dirán «tan baboso que sos, por qué no te aprovechaste» y en los regaños que recibirá de parte de su tía, la más enojona e incisiva, por conformista:

Y comenzó coge aquí, coge allá,

coge allá, coge aquí, coge allá.

Y comenzó coge aquí, coge allá,

coge allá, coge aquí, coge allá.

Para justificar la apropiación de los fondos públicos ante Dios y su conciencia (ayer se arrodillaba ante el arzobispo, hoy asiste a la prédica dominical del pastor), el Secretario se dice a sí mismo:

Porque pensó que era una pensión

que le dejó su papá, le dejó su papá

Porque pensó que era una pensión

que le dejó su papá, le dejó su papá

No es egoísta, se acuerda de los suyos y sabe cómo repartirles ese súbito aumento de ingresos a su cuenta de ahorros en el banco. El coro lo reafirma:

Un milloncito (milloncito)

pa sus hijitos (hijitos)

y dos millones (¡dos millones!)

pa su mujer (su mujer)

Un negocito (negocito)

pal sobrinito (sobrinito)

cuatro mercedes (¡Mercedes!)

pa sus placeres (¡ahá!)

Seis camionetas (cuatro burros)

pa su finquita (finquita)

y en cada barrio (¡eehee!)

ochenta casitas

(el funcionario ya es un accionista)

La segunda parte enumera la prosperidad y la fortuna que rodean al funcionario.

Está a salvo de investigaciones por corrupción (nada de pasar cuatro o cinco años encarcelado, mientras sus abogados interponen recurso tras recurso tras recurso para retrasar el comienzo del juicio y buscan que lo dejen en arresto domiciliario por razones humanitarias), y no tuvo que salir disparado del país, con sus maletas repletas con fajos de billetes de a cien dólares, para ocultarse en Miami; Nueva York no, porque allá hace mucho frío.

Rubby Pérez se encargó de recitarla y ahí les van un par de estrofas:

Tiene tienda por el Conde,

tiene su propia avioneta,

tiene un yate en Barahona,

Boca Chica y La Caleta

(El funcionario es un millonario,

el funcionario es un millonario)

Una industria aquí en Herrera

y un hotel allá en Haití,

y también tiene ganado

en el Seibo y Macorís

(El funcionario es un millonario,

el funcionario es un millonario)

Sus inversiones son amplias: tiene casa de cambio, es accionista de seis bancos, posee grandes plantaciones, una finca de algodón y otra para hacer su salchichón; consiguió grandes arrozales y una finca de café.

Anda en carro deportivo y se abre paso entre el tráfico, haciendo sonar la sirena, cuando sale a comprarse un cigarrillo.

A su paso por la empresa del Estado le debe su casa en un condominio lujoso y sus demás propiedades, pero no le retribuye nada al Estado: «y con todo lo que tiene nunca paga los impuestos».

«¿Para qué? Si todo se lo terminan robando», se dice.