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Pluma Joven | Tu mirada en un café

Invitado
03 de octubre, 2021

Tu mirada en un café. Este artículo fue tomado del blog Pluma Joven de la Universidad Francisco Marroquín. Un espacio donde los estudiantes exponen sus inquietudes literarias.

Las cosas no fueron las mismas desde que decidí sentarme a escribir aquel día. La mañana era cálida, pequeños destellos de sol se asomaban por entre las nubes grisáceas del cielo y su reflejo en mi vaso formaban un pequeño arcoíris. Fijé la vista en el papel frente a mí, la hoja blanca me miraba amenazante, retándome a tener el valor de crear una mancha en su superficie.

Mi mente divagaba entre varios pensamientos, no sabía cómo empezar a describir lo que se alojaba en la parte más profunda de mi corazón. Pero decidida a desahogar mis sentimientos posé la punta de la pluma en el papel.

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En ese momento sentí cómo las palabras fluían desde mi interior como un arroyo interminable de sensaciones. Aquello que escribí, me reveló todo lo que el corazón se negaba a aceptar. Yo le amaba.

El rechinido de la puerta me despertó de mi ensueño. Era él. Yo me encontraba en mi mesa habitual (en la esquina derecha de la cafetería), con un pequeño vaso de agua y una hoja llena de mis sentimientos frente a mí. Él me miró fijamente  y esos ojos verdes que reflejaban mi silueta, no hicieron más que avivar las voces que me gritaban que había algo que unía su alma con la mía.

Cada mañana, desde que descubrí que él llegaba aquel lugar, me sentaba allí, como una quinceañera, a admirar su belleza. Su cabello rizado (negro azabache), su tersa piel iluminada por el sol. Y por sobre todo, sus hermosos ojos inundados en un mar azul que al mismo tiempo proyectaban un bosque verdoso lleno de misterio. Un bosque en el que amaba perderme.

Sentada en aquella silla, mi única compañía era  la página llena de todo aquello que mi corazón esperaba. Y aunque su mirada nunca se apartaba de la mía, él nunca se asomó a saludar. Hasta que un día ocurrió algo inesperado.

–El caballero que acaba de entrar le envía esto, señorita –dijo el mesero mientras me entregaba un late que tenía dibujado un corazón en la superficie. Odiaba el café y él lo sabía.

Levanté mi mirada de la bebida solo para denotar una mueca de disgusto en sus bellos labios. Era evidente que aún me guardaba rencor por lo que había ocurrido hacía un par de años.

Mi corazón aceleró su palpitar. Instintivamente acerqué la hoja de papel a mi pecho, como si de alguna manera tuviera la capacidad de aliviar los sentimientos de arrepentimiento y dolor que se albergaban en mi interior.

Cerré los ojos en un vano intento de reprimir el llanto, pero una ligera lágrima logró escaparse de mis ojos acabando en la comisura de mis labios. Pude sentir su sabor salado en mi paladar, el sabor de mi corazón roto.

Bajé mi mirada de vuelta al café y logré ver una pequeña nota entre el plato y la taza que decía: «Deja de venir aquí, es incómodo».

Mis ojos se deslizaron de vuelta a los suyos, parecían preocupados, pero poco a poco sentí cómo iban alejándose, dedicándole esa hermosa mirada al periódico que tenía en las manos. Revisé el otro lado de la nota en la que se leía: «…porque cuando tú me miras… siento que destruyes todas las murallas que construí entre los dos».

Tomé la hoja en la que hacía unos minutos había escrito todo lo que sentía y la arrugué en una pelotita, me deshice de ella en el primer bote de basura que vi de camino a la salida de la cafetería. Después de ese día, jamás volví.

Tímido Pensador

Cuarto semestre

Facultad de Ciencias Económicas

Ingeniería Empresarial

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Ela

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Mi Problema

El primer respiro

 Luces Imperfectas

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Tu mirada en un café. Este artículo fue tomado del blog Pluma Joven de la Universidad Francisco Marroquín. Un espacio donde los estudiantes exponen sus inquietudes literarias.

Las cosas no fueron las mismas desde que decidí sentarme a escribir aquel día. La mañana era cálida, pequeños destellos de sol se asomaban por entre las nubes grisáceas del cielo y su reflejo en mi vaso formaban un pequeño arcoíris. Fijé la vista en el papel frente a mí, la hoja blanca me miraba amenazante, retándome a tener el valor de crear una mancha en su superficie.

Mi mente divagaba entre varios pensamientos, no sabía cómo empezar a describir lo que se alojaba en la parte más profunda de mi corazón. Pero decidida a desahogar mis sentimientos posé la punta de la pluma en el papel.

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En ese momento sentí cómo las palabras fluían desde mi interior como un arroyo interminable de sensaciones. Aquello que escribí, me reveló todo lo que el corazón se negaba a aceptar. Yo le amaba.

El rechinido de la puerta me despertó de mi ensueño. Era él. Yo me encontraba en mi mesa habitual (en la esquina derecha de la cafetería), con un pequeño vaso de agua y una hoja llena de mis sentimientos frente a mí. Él me miró fijamente  y esos ojos verdes que reflejaban mi silueta, no hicieron más que avivar las voces que me gritaban que había algo que unía su alma con la mía.

Cada mañana, desde que descubrí que él llegaba aquel lugar, me sentaba allí, como una quinceañera, a admirar su belleza. Su cabello rizado (negro azabache), su tersa piel iluminada por el sol. Y por sobre todo, sus hermosos ojos inundados en un mar azul que al mismo tiempo proyectaban un bosque verdoso lleno de misterio. Un bosque en el que amaba perderme.

Sentada en aquella silla, mi única compañía era  la página llena de todo aquello que mi corazón esperaba. Y aunque su mirada nunca se apartaba de la mía, él nunca se asomó a saludar. Hasta que un día ocurrió algo inesperado.

–El caballero que acaba de entrar le envía esto, señorita –dijo el mesero mientras me entregaba un late que tenía dibujado un corazón en la superficie. Odiaba el café y él lo sabía.

Levanté mi mirada de la bebida solo para denotar una mueca de disgusto en sus bellos labios. Era evidente que aún me guardaba rencor por lo que había ocurrido hacía un par de años.

Mi corazón aceleró su palpitar. Instintivamente acerqué la hoja de papel a mi pecho, como si de alguna manera tuviera la capacidad de aliviar los sentimientos de arrepentimiento y dolor que se albergaban en mi interior.

Cerré los ojos en un vano intento de reprimir el llanto, pero una ligera lágrima logró escaparse de mis ojos acabando en la comisura de mis labios. Pude sentir su sabor salado en mi paladar, el sabor de mi corazón roto.

Bajé mi mirada de vuelta al café y logré ver una pequeña nota entre el plato y la taza que decía: «Deja de venir aquí, es incómodo».

Mis ojos se deslizaron de vuelta a los suyos, parecían preocupados, pero poco a poco sentí cómo iban alejándose, dedicándole esa hermosa mirada al periódico que tenía en las manos. Revisé el otro lado de la nota en la que se leía: «…porque cuando tú me miras… siento que destruyes todas las murallas que construí entre los dos».

Tomé la hoja en la que hacía unos minutos había escrito todo lo que sentía y la arrugué en una pelotita, me deshice de ella en el primer bote de basura que vi de camino a la salida de la cafetería. Después de ese día, jamás volví.

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