Se nos enseña desde los tiempos de colegio acerca de las siete maravillas del mundo antiguo. A estas obras, con la excepción de las pirámides de Egipto, usualmente las recordamos, no sin cierta nostalgia, como magnas obras de ingeniería que solo llegamos a visualizar a través de la creatividad de un dibujante de cromos de álbum o de libros de historia.
Pero lo interesante del cuento no es hablar de la existencia de esas obras sino de cómo esas grandes estructuras, que fueron incluso muy representativas de sus respectivas civilizaciones, terminaron desapareciendo con un mero soplido, llegándose a borrar sin dejar tras de si el más mínimo vestigio. Como es posible que esto haya sucedido? Que tiene de interesante y relevante este hecho para nuestra realidad? En mi opinión hay ciertamente un mensaje muy poderoso y muy actual. Algunas personas, grupos, instituciones o sectores se pretenden presentar ante nuestros ojos como personajes eternos, inaprensibles o peor aún intocables, que han lucrado a partir de presumir una cierta aureola de poder y de su capacidad de infligir daño, para impedir así que alguien busque cambiar el estado de las cosas.
Sin embargo los aprendizajes de los últimos meses nos han mostrado todo lo contrario. Cualquiera diría que tras la caída de las estructuras políticas mafiosas, de las redes económicas criminales, de los barones de la droga, de los carteles judiciales de la impunidad o incluso la de los reyezuelos del deporte, sobrevendría en el país una ola de desinformaciones, de atentados, de golpes de estado. Nada de esto. Lo que aquí ha sucedido es lo que alguna vez me dijo un General Colombiano, cuando pregunte sobre como vencer a las estructuras que son más poderosas que el Estado mismo. Me dijo en aquella ocasión con gran asertividad: “póngalos a correr”.
Que significaba aquello de hacerlos correr? Pues muy simple. Destruir de golpe su zona de confort; cercenar sus redes de comunicación; golpear los nudos claves de su poder, es decir, su dinero y patrimonio; privarles de libertad o si no es eso posible, quitarles su margen de autonomía y por último, blandir amenazadoramente la espada de la justicia sobre sus colaboradores y cómplices. Esta es la partitura que justamente se ha ido siguiendo en Guatemala.
El mensaje es que en Guatemala lo que hay son muchos “Colosos de Rodas”, es decir hay quienes se piensan intocables pero que no lo son. Que los grandes tótems de la criminalidad pueden y deben caer, y que al hacerlo no dejarán tras de sí, más que ruido y polvo. Bien decía Seneca, y de allí que la analogía mencionada tenga todo interés, que la “historia es maestra de la vida”.
Se nos enseña desde los tiempos de colegio acerca de las siete maravillas del mundo antiguo. A estas obras, con la excepción de las pirámides de Egipto, usualmente las recordamos, no sin cierta nostalgia, como magnas obras de ingeniería que solo llegamos a visualizar a través de la creatividad de un dibujante de cromos de álbum o de libros de historia.
Pero lo interesante del cuento no es hablar de la existencia de esas obras sino de cómo esas grandes estructuras, que fueron incluso muy representativas de sus respectivas civilizaciones, terminaron desapareciendo con un mero soplido, llegándose a borrar sin dejar tras de si el más mínimo vestigio. Como es posible que esto haya sucedido? Que tiene de interesante y relevante este hecho para nuestra realidad? En mi opinión hay ciertamente un mensaje muy poderoso y muy actual. Algunas personas, grupos, instituciones o sectores se pretenden presentar ante nuestros ojos como personajes eternos, inaprensibles o peor aún intocables, que han lucrado a partir de presumir una cierta aureola de poder y de su capacidad de infligir daño, para impedir así que alguien busque cambiar el estado de las cosas.
Sin embargo los aprendizajes de los últimos meses nos han mostrado todo lo contrario. Cualquiera diría que tras la caída de las estructuras políticas mafiosas, de las redes económicas criminales, de los barones de la droga, de los carteles judiciales de la impunidad o incluso la de los reyezuelos del deporte, sobrevendría en el país una ola de desinformaciones, de atentados, de golpes de estado. Nada de esto. Lo que aquí ha sucedido es lo que alguna vez me dijo un General Colombiano, cuando pregunte sobre como vencer a las estructuras que son más poderosas que el Estado mismo. Me dijo en aquella ocasión con gran asertividad: “póngalos a correr”.
Que significaba aquello de hacerlos correr? Pues muy simple. Destruir de golpe su zona de confort; cercenar sus redes de comunicación; golpear los nudos claves de su poder, es decir, su dinero y patrimonio; privarles de libertad o si no es eso posible, quitarles su margen de autonomía y por último, blandir amenazadoramente la espada de la justicia sobre sus colaboradores y cómplices. Esta es la partitura que justamente se ha ido siguiendo en Guatemala.
El mensaje es que en Guatemala lo que hay son muchos “Colosos de Rodas”, es decir hay quienes se piensan intocables pero que no lo son. Que los grandes tótems de la criminalidad pueden y deben caer, y que al hacerlo no dejarán tras de sí, más que ruido y polvo. Bien decía Seneca, y de allí que la analogía mencionada tenga todo interés, que la “historia es maestra de la vida”.