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Guatemala se consolida

Armando De la Torre
23 de octubre, 2019

Guatemala se consolida pese a tantos malos augurios que habitualmente le recetan nuestros amigos llorones a la izquierda del espectro ideológico.

El problema es tan complejo, como el de cualquier psicoanálisis de una colectividad. Pues el denominador común que resalta de todos esos críticos es obviamente creerse más inteligentes y conocedores de la cosa pública que Jimmy Morales, y dentro de unos meses que Alejandro Giammattei.

Guatemala, empero, después de casi un siglo de asedio por parte de los violentos más arrogantes y menos clarividentes de todo el hemisferio, se consolida como nación-Estado democrática y semirepublicana. Gracias también en buena medida hoy a Donald Trump, en oposición a sus rabiosos críticos europeos.

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Históricamente, nuestro declive moral a nivel continental se dio con la victoria de aquel embustero mayúsculo que se llamó Fidel Castro hacia enero de 1959. Esa burla a la verdad fue efectiva a escala nada menos que mundial por una década, al cabo de la cual, hacia los setenta del siglo pasado empezó a descender aceleradamente.

Sin embargo, los ripios de tanta mentira destructiva desde una isla relativamente pequeña yacen todavía dispersos y sin enterrar por la Cuba de Raúl Castro, por la Venezuela de Maduro y hasta por la Nicaragua de Ortega.

De regreso a Guatemala y aunque las autoridades electorales crearon a su imagen y semejanza un fraude electoral con el evidente propósito de favorecer la candidatura de Sandra Torres (o, en su defecto, de Thelma Aldana), este otro pequeño y maravilloso país de los chapines, ha podido resistir casi milagrosamente a esa misma mordida ponzoñosa.

Es verdad que las últimas elecciones nos han dejado a todos un sabor amargo por obra y gracia de las autoridades electorales, pero Guatemala, empero, aún me sabe a Mazapán…

Se nos promete un nuevo Presidente legal y popularmente electo; pero un Congreso, en cambio, de dudosa autenticidad mayoritaria, y sujetos a un Poder Judicial poco menos que inservible.

No obstante todo ello, los guatemaltecos se mantienen relativamente optimistas fuera de los grupúsculos negativos de siempre: remanentes obsoletos de la URNG, y activistas del CUC, de FRENA, de CODECA y de parecidas lombrices intestinales más.

Tal mérito por una relativa estabilidad social se reparte entre el resto de la ciudadanía en porciones desiguales pero todas meritorias: entre las poblaciones indígenas, por ejemplo, que es verdad que en su mayoría no pagan impuestos directos, pero que a cambio jugaron un papel decisivo en la derrota de las muy onerosas guerrillas. O tantas madres y amas de casa que con frecuencia mantienen a base de muchas renuncias el equilibrio marital. También de algunos visionarios muy pequeños, o muy grandotes, que invierten en el país sus ahorros. Y los tenaces y populares pensantes empeñados cada uno a su manera en hacer patria.

Dicho todo esto, me asaltan algunas incertidumbres de nuevo cuño: por ejemplo, la de un Presidente electo que a mí, en lo muy personal, se me ofrece hasta hoy demasiado ambiguo por razones a las que tal vez pueda referirme algún día más explícitamente; la de un nuevo Congreso del que apenas espero algún que otro fruto y aun de ese perpetuo inválido moral en nuestra vida pública, el Poder Judicial.

Pero lo decisivo es que hemos logrado retener cierta paz social entre nosotros. Nos queda por delante que la moral tributaria se fortalezca entre todos. 
Que se le dé la bienvenida a cualquier inversión de fondos comprobadamente honestos. 
Que se estrechen los vínculos de amistad y colaboración con nuestros vecinos más cercanos, esto es, de los Estados Unidos y México a Panamá y Colombia. 
Que nuestras fuerzas de seguridad se mantengan siempre alertas y dispuestas, y que, a cambio de ello, se les asegure un nicho más respetable en nuestro paisaje social. 
Que el Congreso aprenda a corregir lo erróneamente legislado por ellos. 
Que se vea reducida tanta extorsión criminal, sobre todo a costa de las mujeres. 
Que los contratos se hagan cumplir a la letra o que se cambien con la anuencia de las partes involucradas. 
Que el desorden y despilfarro en la administración pública los veamos disminuidos radicalmente. 
Que el crecimiento de nuestra deuda externa se detenga. 
Que se libere, además, la educación privada de tanta injusta carga burocrática por un Ministerio de Educación muy mediocre. 
Y conseguir que el Seguro Social se transforme de un sistema de reparto a otro de incremento voluntario individual.

Todo ello en cuanto a una posible lista de sugerencias a nuestro alcance.

Pero aquí aprovecho para insertar una nota respetuosa hacia el nuevo Presidente electo: que el poder no se le suba demasiado a la cabeza dado su temperamento. Porque hasta ahora, don Alejandro, sus pronunciamientos me resultan demasiado vagos y hasta algo peligrosos. Pues no se trata de que usted pase a la historia por grandes proyectos como un tren eléctrico a Chiapas, sino que usted facilite a que los demás libremente las emprendamos. Pues aquella moda del caudillo tradicional que todo lo hacía por sí mismo murió con Ubico, y en el resto del mundo por la gradual desaparición de las últimas dictaduras agonizantes. Mucho menos insinuar la posible resurrección en alguna forma de iniciativas tan catastróficas como la de la CICIG. No se deje aprisionar por su grupúsculo de amigos y simpatizantes; en Guatemala sobran en todos los campos los hombres y mujeres generosos de talento, que usted ya debería haber conocido de cerca.

Y quiero hacer otra alusión que tal vez le pueda ser útil: todos sabemos que el actual Presidente de la República, don Jimmy Morales, fue electo sin haber completado estudios de gobernanza, o con alguna experiencia ejecutiva. Pero después de cuatro años hemos visto que no lo hizo tan mal. Es más, creo que lo ha hecho mejor que algunos otros que nos han sido contemporáneos.

Los críticos gratuitos de siempre se han mofado de él y hasta en ocasiones lo han hecho blanco de un prejuicio público del todo inmerecido. Porque ha mantenido relativamente la paz institucional.

Otros ejemplos, como el del traslado de la Embajada guatemalteca de Tel Aviv a Jerusalén o, mucho más corajudamente, la expulsión de la tan podrida y malévola CICIG, en absoluto son de criticar. También se ha evidenciado como un hombre sencillo y nada engreído, a diferencia de algunos otros protagonistas de hoy.

Don Alejandro, tampoco se deje influir por los innumerables peladeros que nos envenenan a diario.

Por todo lo cual, que Dios, y no los promotores de negocios inconfesables, siempre lo acompañe.

Guatemala se consolida

Armando De la Torre
23 de octubre, 2019

Guatemala se consolida pese a tantos malos augurios que habitualmente le recetan nuestros amigos llorones a la izquierda del espectro ideológico.

El problema es tan complejo, como el de cualquier psicoanálisis de una colectividad. Pues el denominador común que resalta de todos esos críticos es obviamente creerse más inteligentes y conocedores de la cosa pública que Jimmy Morales, y dentro de unos meses que Alejandro Giammattei.

Guatemala, empero, después de casi un siglo de asedio por parte de los violentos más arrogantes y menos clarividentes de todo el hemisferio, se consolida como nación-Estado democrática y semirepublicana. Gracias también en buena medida hoy a Donald Trump, en oposición a sus rabiosos críticos europeos.

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Históricamente, nuestro declive moral a nivel continental se dio con la victoria de aquel embustero mayúsculo que se llamó Fidel Castro hacia enero de 1959. Esa burla a la verdad fue efectiva a escala nada menos que mundial por una década, al cabo de la cual, hacia los setenta del siglo pasado empezó a descender aceleradamente.

Sin embargo, los ripios de tanta mentira destructiva desde una isla relativamente pequeña yacen todavía dispersos y sin enterrar por la Cuba de Raúl Castro, por la Venezuela de Maduro y hasta por la Nicaragua de Ortega.

De regreso a Guatemala y aunque las autoridades electorales crearon a su imagen y semejanza un fraude electoral con el evidente propósito de favorecer la candidatura de Sandra Torres (o, en su defecto, de Thelma Aldana), este otro pequeño y maravilloso país de los chapines, ha podido resistir casi milagrosamente a esa misma mordida ponzoñosa.

Es verdad que las últimas elecciones nos han dejado a todos un sabor amargo por obra y gracia de las autoridades electorales, pero Guatemala, empero, aún me sabe a Mazapán…

Se nos promete un nuevo Presidente legal y popularmente electo; pero un Congreso, en cambio, de dudosa autenticidad mayoritaria, y sujetos a un Poder Judicial poco menos que inservible.

No obstante todo ello, los guatemaltecos se mantienen relativamente optimistas fuera de los grupúsculos negativos de siempre: remanentes obsoletos de la URNG, y activistas del CUC, de FRENA, de CODECA y de parecidas lombrices intestinales más.

Tal mérito por una relativa estabilidad social se reparte entre el resto de la ciudadanía en porciones desiguales pero todas meritorias: entre las poblaciones indígenas, por ejemplo, que es verdad que en su mayoría no pagan impuestos directos, pero que a cambio jugaron un papel decisivo en la derrota de las muy onerosas guerrillas. O tantas madres y amas de casa que con frecuencia mantienen a base de muchas renuncias el equilibrio marital. También de algunos visionarios muy pequeños, o muy grandotes, que invierten en el país sus ahorros. Y los tenaces y populares pensantes empeñados cada uno a su manera en hacer patria.

Dicho todo esto, me asaltan algunas incertidumbres de nuevo cuño: por ejemplo, la de un Presidente electo que a mí, en lo muy personal, se me ofrece hasta hoy demasiado ambiguo por razones a las que tal vez pueda referirme algún día más explícitamente; la de un nuevo Congreso del que apenas espero algún que otro fruto y aun de ese perpetuo inválido moral en nuestra vida pública, el Poder Judicial.

Pero lo decisivo es que hemos logrado retener cierta paz social entre nosotros. Nos queda por delante que la moral tributaria se fortalezca entre todos. 
Que se le dé la bienvenida a cualquier inversión de fondos comprobadamente honestos. 
Que se estrechen los vínculos de amistad y colaboración con nuestros vecinos más cercanos, esto es, de los Estados Unidos y México a Panamá y Colombia. 
Que nuestras fuerzas de seguridad se mantengan siempre alertas y dispuestas, y que, a cambio de ello, se les asegure un nicho más respetable en nuestro paisaje social. 
Que el Congreso aprenda a corregir lo erróneamente legislado por ellos. 
Que se vea reducida tanta extorsión criminal, sobre todo a costa de las mujeres. 
Que los contratos se hagan cumplir a la letra o que se cambien con la anuencia de las partes involucradas. 
Que el desorden y despilfarro en la administración pública los veamos disminuidos radicalmente. 
Que el crecimiento de nuestra deuda externa se detenga. 
Que se libere, además, la educación privada de tanta injusta carga burocrática por un Ministerio de Educación muy mediocre. 
Y conseguir que el Seguro Social se transforme de un sistema de reparto a otro de incremento voluntario individual.

Todo ello en cuanto a una posible lista de sugerencias a nuestro alcance.

Pero aquí aprovecho para insertar una nota respetuosa hacia el nuevo Presidente electo: que el poder no se le suba demasiado a la cabeza dado su temperamento. Porque hasta ahora, don Alejandro, sus pronunciamientos me resultan demasiado vagos y hasta algo peligrosos. Pues no se trata de que usted pase a la historia por grandes proyectos como un tren eléctrico a Chiapas, sino que usted facilite a que los demás libremente las emprendamos. Pues aquella moda del caudillo tradicional que todo lo hacía por sí mismo murió con Ubico, y en el resto del mundo por la gradual desaparición de las últimas dictaduras agonizantes. Mucho menos insinuar la posible resurrección en alguna forma de iniciativas tan catastróficas como la de la CICIG. No se deje aprisionar por su grupúsculo de amigos y simpatizantes; en Guatemala sobran en todos los campos los hombres y mujeres generosos de talento, que usted ya debería haber conocido de cerca.

Y quiero hacer otra alusión que tal vez le pueda ser útil: todos sabemos que el actual Presidente de la República, don Jimmy Morales, fue electo sin haber completado estudios de gobernanza, o con alguna experiencia ejecutiva. Pero después de cuatro años hemos visto que no lo hizo tan mal. Es más, creo que lo ha hecho mejor que algunos otros que nos han sido contemporáneos.

Los críticos gratuitos de siempre se han mofado de él y hasta en ocasiones lo han hecho blanco de un prejuicio público del todo inmerecido. Porque ha mantenido relativamente la paz institucional.

Otros ejemplos, como el del traslado de la Embajada guatemalteca de Tel Aviv a Jerusalén o, mucho más corajudamente, la expulsión de la tan podrida y malévola CICIG, en absoluto son de criticar. También se ha evidenciado como un hombre sencillo y nada engreído, a diferencia de algunos otros protagonistas de hoy.

Don Alejandro, tampoco se deje influir por los innumerables peladeros que nos envenenan a diario.

Por todo lo cual, que Dios, y no los promotores de negocios inconfesables, siempre lo acompañe.