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Urge prestar más atención al clamor por la justicia

Armando De la Torre
24 de julio, 2019

Quedan impunes los responsables del desfalco electoral: nadie menos que el TSE, el Director de Registro de Ciudadanos y los pésimos adalides de la degeneración de la Corte de Constitucionalidad. Un Poder Judicial enfermo de muerte desde hace años, y con el directos al hoyo todos nosotros. 

Estamos muy mal a pesar de ciertos ciudadanos ejemplares que siempre embellecen el horizonte cívico de la sociedad guatemalteca. 

Entre ellos identifico innumerables héroes míos nuevos y de antaño, en primer lugar Zury Ríos Sosa, la más perversamente agredida por ese secuestrado “Poder Judicial”, quien con hidalguía y mucha dignidad cívica ha sabido responder estoicamente a tanto abyecto atropello a su persona y a sus insoslayables derechos humanos.  

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En segundo lugar, al licenciado Giovanni Fratti, quien con valentía y tenacidad incansables ha reclamado de las máximas autoridades judiciales la repetición del proceso electoral tan viciado por esas mismísimas autoridades. 

En tercer lugar, al candidato Edmond Mulet, quien muy civilizadamente denunció el robo de las elecciones. 

En cuarto lugar, a otras muchas figuras honorables dentro del mismo proceso tales como: Isaac Farchi, Ricardo Flores Asturias, Luis Velázquez, Manuel Villacorta y algunos otros más, quienes con entereza y civismo hicieron por su parte un aporte digno y mesurado.

No menos, he de mencionar el temple de los ejemplos corajudos de Estuardo Galdámez y Danilo Roca.  

Pero todos esos aportes inutilizados dada la ineptitud evidente y la mala fe de las “autoridades” (?) electorales.

Entre los humanos el clamor desgarrador por el impartimiento sobre todo y ante todo de una justicia igual y pronta, data explícitamente de unos tres mil o pocos más años de antigüedad. 

Aludo aquí al surgimiento de esa escuela única en todo el planeta de los primeros grandes profetas semitas, estimulados tal vez muy oblicua y lejanamente por las reflexiones morales por un pensador persa de aquellos tiempos llamado Zoroastro (o Zaratustra, en su versión más germánica según Federico Nietzsche).

Ahí creo que podríamos radicar hipotéticamente el arranque histórico para lo que hoy conocemos como la era de los Profetas hebreos, es decir, la de ciertos grandes maestros bíblicos de ética que empezaron a exhortar a las masas a todo lo largo del Cercano Oriente, desde la desembocadura de los ríos Tigris y Éufrates hasta la del Nilo.

Constituyó un amanecer espléndido para la conciencia hasta entonces en penumbras de los hombres que por otra parte empezaban a proyectarse como urbanos por todo el Oriente Medio, o sea, más allá del Mediterráneo. 

Todavía hoy nos resultan fuentes de inspiración preciosa en torno a la creencia de una sola y absoluta Deidad de carácter ético y no mágico, eco además, según algunos estudiosos, de aquella revolución teológica que inició por unos muy pocos años un joven faraón egipcio de nombre Akenatón, adorador por iniciativa propia de una sola estrella: la que ilumina nuestro sistema solar. Que, según algunos, puede haber facilitado el monoteísmo ulterior de Moisés y demás Profetas hebreos que le siguieron y que hoy constituye el alimento diario de innumerables creyentes en un Dios todopoderoso pero también todo misericordioso. 

Una vez que ese llamado categórico y universal a la fe, a la práctica de las virtudes, al perdón recíproco, a la compasión sin acepción de personas y a una fraternidad que nos obliga a todos, revelada en el tiempo por esa Deidad eterna y única, hubo de haber resonado por ese Medio Oriente semítico y la civilización humana ya nunca pudo ser la misma.   

Y primero a ambos lados del Atlántico, y después en todo el Planeta, todo ese mundo de valores se ha vuelto desde entonces obligación universal y perpetua para cada uno de nosotros.

Y así aquellos gritos desgarradores que aún resuenan en nuestros oídos bajo las invocatorias a Elías, Eliseo, Amos, Jonás u Oseas, y como nos lo advirtió este último:

“Hemos de prepararnos para buscar e imitar

a ese Dios único e infinitamente justo.
Vosotros sois como un campo nuevo;
sembrad la semilla de la justicia,
y tendréis una cosecha de amor.”

Por tanto, el tema más repetido según esa revolucionaria tradición es el llamado a practicar la justicia, pues Dios es todo justo. 

Y así resuena hasta el día de hoy.

Aunque permanecemos moralmente frágiles e incompetentes. De ahí que la injusticia sea la constante más reiterada que acompaña a la vivencia de ser humanos. 

Como hubo de hacerse proverbial en el tiempo: 

“El que va tras la justicia y el amor
halla vida, prosperidad y honra.”

Proverbios 21:21

Pero por eso mismo se nos ha hecho una bienaventuranza el amor a la justicia: “Bienaventurado aquel que tiene hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo 5,6).

De todo esto, ¿sabrán algo nuestras autoridades electorales?

Pero si por lo contrario a diario pisoteamos la justica y hasta la olvidamos como piedras preciosas en cuanto consciencias redimidas, ¿qué nos queda? El llanto, el dolor muy hondo, la depresión que nos hace creer que en este mundo nada parece tener sentido. 

A la luz de este mensaje han sido alterados ejemplarmente todos los códigos de nuestra conducta, pero lamentablemente en la práctica diaria no para el bien de todos los humanos. Y así, el “tutor” intelectual de Karl Marx, el pensador materialista Ludwig Feuerbach, pudo resumir toda la historia de las vivencias humanas en un “Seufzen der Menscheit”, o sea, “en solo un sollozo de la humanidad”. 

Por mí cuenta y la de otros que hoy peinamos canas, fuimos contemporáneos de los horrores del Holocausto de judíos, gitanos y otras razas “inferiores” bajo el sistema nada judeocristiano del Nacional Socialismo de Hitler. Y también de otros socialismos como los de Stalin, Mao, Pol Pot, o Fidel Castro, así como a los que se identifican como “del siglo XXI”. 

La injustica es siempre lo que más nos hiere en nuestra esencia humana, señores magistrados. 

En Guatemala también estamos hartos de tanta injusticia a diario que nos infringen nuestras supuestas autoridades, incluidas las canalladas que nos llegaron del extranjero a través de la CICIG: encarcelamientos “preventivos” por años, sin previo juicio ni condena judicial alguna, la compras de testigos falsos, tantos embustes fabricados de prisa para atormentar a los incautos, y otros muchos más urdidos en las sombras para aterrorizar y amedrentar a quienes no se quieren someter a tanta ignominia. 

Y, lo más triste de todo, supuestamente en nombre de la justicia. 

¡Cuán injusto todo tres mil años después de los Profetas!…


Urge prestar más atención al clamor por la justicia

Armando De la Torre
24 de julio, 2019

Quedan impunes los responsables del desfalco electoral: nadie menos que el TSE, el Director de Registro de Ciudadanos y los pésimos adalides de la degeneración de la Corte de Constitucionalidad. Un Poder Judicial enfermo de muerte desde hace años, y con el directos al hoyo todos nosotros. 

Estamos muy mal a pesar de ciertos ciudadanos ejemplares que siempre embellecen el horizonte cívico de la sociedad guatemalteca. 

Entre ellos identifico innumerables héroes míos nuevos y de antaño, en primer lugar Zury Ríos Sosa, la más perversamente agredida por ese secuestrado “Poder Judicial”, quien con hidalguía y mucha dignidad cívica ha sabido responder estoicamente a tanto abyecto atropello a su persona y a sus insoslayables derechos humanos.  

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En segundo lugar, al licenciado Giovanni Fratti, quien con valentía y tenacidad incansables ha reclamado de las máximas autoridades judiciales la repetición del proceso electoral tan viciado por esas mismísimas autoridades. 

En tercer lugar, al candidato Edmond Mulet, quien muy civilizadamente denunció el robo de las elecciones. 

En cuarto lugar, a otras muchas figuras honorables dentro del mismo proceso tales como: Isaac Farchi, Ricardo Flores Asturias, Luis Velázquez, Manuel Villacorta y algunos otros más, quienes con entereza y civismo hicieron por su parte un aporte digno y mesurado.

No menos, he de mencionar el temple de los ejemplos corajudos de Estuardo Galdámez y Danilo Roca.  

Pero todos esos aportes inutilizados dada la ineptitud evidente y la mala fe de las “autoridades” (?) electorales.

Entre los humanos el clamor desgarrador por el impartimiento sobre todo y ante todo de una justicia igual y pronta, data explícitamente de unos tres mil o pocos más años de antigüedad. 

Aludo aquí al surgimiento de esa escuela única en todo el planeta de los primeros grandes profetas semitas, estimulados tal vez muy oblicua y lejanamente por las reflexiones morales por un pensador persa de aquellos tiempos llamado Zoroastro (o Zaratustra, en su versión más germánica según Federico Nietzsche).

Ahí creo que podríamos radicar hipotéticamente el arranque histórico para lo que hoy conocemos como la era de los Profetas hebreos, es decir, la de ciertos grandes maestros bíblicos de ética que empezaron a exhortar a las masas a todo lo largo del Cercano Oriente, desde la desembocadura de los ríos Tigris y Éufrates hasta la del Nilo.

Constituyó un amanecer espléndido para la conciencia hasta entonces en penumbras de los hombres que por otra parte empezaban a proyectarse como urbanos por todo el Oriente Medio, o sea, más allá del Mediterráneo. 

Todavía hoy nos resultan fuentes de inspiración preciosa en torno a la creencia de una sola y absoluta Deidad de carácter ético y no mágico, eco además, según algunos estudiosos, de aquella revolución teológica que inició por unos muy pocos años un joven faraón egipcio de nombre Akenatón, adorador por iniciativa propia de una sola estrella: la que ilumina nuestro sistema solar. Que, según algunos, puede haber facilitado el monoteísmo ulterior de Moisés y demás Profetas hebreos que le siguieron y que hoy constituye el alimento diario de innumerables creyentes en un Dios todopoderoso pero también todo misericordioso. 

Una vez que ese llamado categórico y universal a la fe, a la práctica de las virtudes, al perdón recíproco, a la compasión sin acepción de personas y a una fraternidad que nos obliga a todos, revelada en el tiempo por esa Deidad eterna y única, hubo de haber resonado por ese Medio Oriente semítico y la civilización humana ya nunca pudo ser la misma.   

Y primero a ambos lados del Atlántico, y después en todo el Planeta, todo ese mundo de valores se ha vuelto desde entonces obligación universal y perpetua para cada uno de nosotros.

Y así aquellos gritos desgarradores que aún resuenan en nuestros oídos bajo las invocatorias a Elías, Eliseo, Amos, Jonás u Oseas, y como nos lo advirtió este último:

“Hemos de prepararnos para buscar e imitar

a ese Dios único e infinitamente justo.
Vosotros sois como un campo nuevo;
sembrad la semilla de la justicia,
y tendréis una cosecha de amor.”

Por tanto, el tema más repetido según esa revolucionaria tradición es el llamado a practicar la justicia, pues Dios es todo justo. 

Y así resuena hasta el día de hoy.

Aunque permanecemos moralmente frágiles e incompetentes. De ahí que la injusticia sea la constante más reiterada que acompaña a la vivencia de ser humanos. 

Como hubo de hacerse proverbial en el tiempo: 

“El que va tras la justicia y el amor
halla vida, prosperidad y honra.”

Proverbios 21:21

Pero por eso mismo se nos ha hecho una bienaventuranza el amor a la justicia: “Bienaventurado aquel que tiene hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo 5,6).

De todo esto, ¿sabrán algo nuestras autoridades electorales?

Pero si por lo contrario a diario pisoteamos la justica y hasta la olvidamos como piedras preciosas en cuanto consciencias redimidas, ¿qué nos queda? El llanto, el dolor muy hondo, la depresión que nos hace creer que en este mundo nada parece tener sentido. 

A la luz de este mensaje han sido alterados ejemplarmente todos los códigos de nuestra conducta, pero lamentablemente en la práctica diaria no para el bien de todos los humanos. Y así, el “tutor” intelectual de Karl Marx, el pensador materialista Ludwig Feuerbach, pudo resumir toda la historia de las vivencias humanas en un “Seufzen der Menscheit”, o sea, “en solo un sollozo de la humanidad”. 

Por mí cuenta y la de otros que hoy peinamos canas, fuimos contemporáneos de los horrores del Holocausto de judíos, gitanos y otras razas “inferiores” bajo el sistema nada judeocristiano del Nacional Socialismo de Hitler. Y también de otros socialismos como los de Stalin, Mao, Pol Pot, o Fidel Castro, así como a los que se identifican como “del siglo XXI”. 

La injustica es siempre lo que más nos hiere en nuestra esencia humana, señores magistrados. 

En Guatemala también estamos hartos de tanta injusticia a diario que nos infringen nuestras supuestas autoridades, incluidas las canalladas que nos llegaron del extranjero a través de la CICIG: encarcelamientos “preventivos” por años, sin previo juicio ni condena judicial alguna, la compras de testigos falsos, tantos embustes fabricados de prisa para atormentar a los incautos, y otros muchos más urdidos en las sombras para aterrorizar y amedrentar a quienes no se quieren someter a tanta ignominia. 

Y, lo más triste de todo, supuestamente en nombre de la justicia. 

¡Cuán injusto todo tres mil años después de los Profetas!…