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El síndrome de Xibalbá

Fernando García Molina
30 de julio, 2020

En la mitología maya, Xibalbá es el nombre del inframundo, ámbito subterráneo regido por las divinidades de la enfermedad y de la muerte: Hun-Camé y Vucub-Camé.


El 23 de agosto de 1973, el Kreditbanken, situado en la Plaza Norrmalmstorg, en el centro antiguo de Estocolmo, abrió por la mañana como todos los días. Junto a los primeros clientes entró Jan-Erik Olsson, llevando en su mano izquierda su chaqueta doblada con la que cubría una ametralladora. Ya adentro, Olsson empezó a disparar hacia el techo. Tanto el personal bancario como los pocos clientes que había a esa hora, se llenaron de terror.

Al sonar las alarmas dos guardias acudieron a controlar la situación, uno de ellos fue herido por un disparo de Olsson, el otro se rindió. La policía acudió presurosa, rodeó el banco e instaló francotiradores en los techos vecinos. El recinto bancario se había convertido en una ratonera. La inteligencia policial aseguraba que, si se actuaba de inmediato, muchos ocupantes podrían resultar muertos. Había que esperar, ganar tiempo.

Empezaron las negociaciones. Olsson quería US$ 700 mil en coronas suecas y otras divisas, así como un automóvil para escapar. El gobierno dijo que, si se entregaba pacíficamente y liberaba a todos los rehenes, recibiría un juicio justo. Rendirse sería un atenuante para otorgar la menor pena posible. Después empezaron a negociar de verdad.

Olsson había atado a los rehenes y los encerró en la bóveda, pero sabía que controlar a un número grande de personas confinadas en ese lugar sería cada vez más difícil. Mantener el alto nivel de terror que los hacía plegarse a su voluntad requeriría amenazas, prohibiciones y restricciones. Además, tendría que alimentarlos y darles de beber. Para que pudieran comer, ¡horror! habría que desatarlos.

Por entonces había un criminal famoso en toda Suecia. Su solo nombre causaba temor a los ciudadanos. Clark Oderth Olofsson estaba encerrado en la prisión de Norrköping, sentenciado por intento de asesinato, asalto, robo y tráfico de narcóticos. Allí se habían conocido con Olsson, especialista en abrir cajas fuertes y condenado a tres años por participar en un robo. Unos días antes había conseguido un permiso temporal para dejar la prisión. Admiraba profundamente a Olofsson.

Olsson amplió su demanda: dejaría salir a la mayor parte de los prisioneros incluidos clientes y personal del banco. A cambio la policía satisfaría su solicitud inicial (automóvil y dinero) y además le entregarán a Olofsson; conservaría a seis de los rehenes que le servirían para poder escapar.

La policía negoción con Olofsson y lo convenció para qué actuara como agente encubierto para cuidar de la seguridad de los rehenes y tratar que el secuestrador se entregara pacíficamente. También descubrió que a Olsson le seducía los carros Mustang, la gran moda entre los jóvenes de esa época. Así que Olofsson entró al estacionamiento del banco manejando un flamante Mustang azul con el tanque lleno y una bosa con el dinero solicitado (el Mustang tenía capacidad para dos niños y dos adultos; 8 personas y un viaje largo en él, era impensable). De todas formas, la policía no podía autorizar que sacara a los rehenes.

Kristin Enmark (23 años), empleada del banco, se convirtió en protagonista importante cuando relató lo sucedido durante los seis días que estuvieron secuestrados. “Me dio miedo por supuesto, y me tiré al piso. El ladrón vino a donde estaba y nos hizo señas a una colega y a mí para que nos levantáramos. Creo que mi cerebro dejó de funcionar. Era un terror sin nombre”. “Ni en mis peores pesadillas me había imaginado que algo así me iba a suceder“.


“Cuando llegó Olofsson inmediatamente tomó control de la situación. Ordenó a Olsson que desatara a las mujeres. Encontró a Sven Safstrom escondido en el depósito y lo llevó donde estaban los otros rehenes”.

Continúa Enmark: “Me acogió bajo su manto protector y me decía: «a ti nada te va a pasar». Es difícil explicar lo que sentí a alguien que no ha estado en esa situación, lo significativo fue eso para mí. Sentía que a alguien le importaba. Quizá era un tipo de dependencia. En todo caso, supe que, si Olsson iba a hacerle daño a alguien, no sería a mí”.

Olofsson colocó una chaqueta de lana sobre mis hombros cuando empecé a temblar, me tranquilizó cuando tuve un mal sueño y me dio una bala de su arma como recuerdo. También consoló a Birgitta Lundblad cuando no pudo comunicarse con su familia por teléfono y le dijo: “Inténtalo de nuevo; no te rindas “. Cuando Elisabeth Oldgren se quejó de claustrofobia, le permitió caminar fuera de la bóveda atada a una cuerda de 10 metros. Un año después ella dijo: Aunque con correa, recuerdo haber pensado que fue muy amable al permitirme salir de la bóveda.” Sus actos benévolos inspiraron a Olsson para actuar de semejante manera y despertaron la simpatía de sus rehenes. “Cuando nos trató bien”, dijo Sven Safstrom, único varón de los rehenes, podríamos pensar en él como un Dios de emergencia“.

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Pronto los rehenes empezaron a temer a la policía más que a sus secuestradores. Se permitió que el comisionado de policía entrara a inspeccionar la salud de los rehenes. Al salir dijo que los cautivos parecían hostiles a él y relajados y joviales con los pistoleros. El jefe de policía dijo a la prensa que dudaba que los pistoleros dañaran a los rehenes porque habían desarrollado una “relación bastante relajada”.

El primer ministro Olof Palme se encontraba preocupado por las inminentes elecciones nacionales y una vigilia en el lecho de muerte del venerado rey Gustavo VI Adolfo de 90 años, quien falleció 3 semanas después, el 15 de septiembre. Sin embargo, recibió la llamada que le hizo Enmark. Ella le suplicó: “permita que los ladrones me lleven con ellos en el auto de escape. “Confío plenamente en Clark y en Olsson, le aseguró a Palme. “No estoy desesperada. No nos han hecho nada. Por el contrario, han sido muy amables. Lo que me asusta es que la policía nos ataque y nos haga morir”.


Olsson amenazó con daños físicos a los rehenes, para presionar a Gobierno para que les permitiera llevar rehenes al salir. Ofrecía liberarlos cuando se sintiera a salvo. Amenazó con disparar a Safstrom en la pierna. Le dijo que “sólo” dispararía en el músculo sin tocar el hueso ni las venas. Enmark trató de convencer a su compañero de rehenes para que tomara la bala: “Pero Sven, ¡es solo en la pierna!”.

Finalmente, los secuestradores no hicieron daño físico a los rehenes. En la noche del 28 de agosto, después de 130 horas de cautiverio, la policía bombeó gases lacrimógenos en la bóveda y los perpetradores se rindieron. La policía pidió que los rehenes salieran primero, pero cuatro rehenes, protegiendo a sus secuestradores hasta el final, se negaron. Enmark gritó: “No, Jan y Clark van primero, ¡los matarán si salimos antes!”


En la puerta de la bóveda, convictos y rehenes se abrazaron, besaron y estrecharon la mano. Cuando la policía detuvo a los criminales, los rehenes gritaron: “¡No les hagan daño! ellos no nos hicieron daño”. Mientras Enmark se retiraba en una camilla, le gritó al esposado Olofsson: “Clark, te veré de nuevo”.

A fines del mes pasado, un lector y amigo me envió un correo diciendoY el Congreso nos recetó otros 30 días ¿Hasta cuándo reaccionaremos a estos y otros atropellos relacionados? Me para el pelo ver lo advenedizos que somos, empiezo a entender a cubanos y venezolanos que veía como apáticos e indolentes. En realidad, la conducta borreguil es patente y la imposición realmente funciona.

Los comunistas dominan estas técnicas y han estudiado a fondo el comportamiento humano. Nosotros, si mucho, reaccionamos improvisando, y nunca en rebaño sino desperdigados. El manejo de esta pandemia, desde su anuncio inicial y posteriores desarrollos, ha sido toda una escuela sobre el comportamiento del rebaño.

Que me expliquen ¿Cómo, estando encerrados, vamos a contagiarnos? y sin contagiarnos, ¿cómo vamos a desarrollar anticuerpos? No hay explicación. Pero seguimos haciendo caso a los políticos aun estando convencidos de que han politizado la salud. Cuando salgamos habrán perfeccionado sus estrategias y cuando les reclamemos, solo se reirán de nosotros.

Los suecos tuvieron su “Síndrome de Estocolmo”, mismo que los psicólogos no admitieron como parte de su ciencia, quedando relegado a la prensa y la literatura.

En su símil, que he llamado el Síndrome de Xibalbá, por favor dígame el lector ¿a quién o quiénes asocia con los secuestradores criminales? ¿Y los secuestrados? ¿Y la policía que tratando de liberarlos recibió desconfianza de los rehenes? ¿Quién representaa Xibalbá? ¿A quién le da el papel de Hun-Camé, dios de la enfermedad? y el rol de Vucub-Camé dios de la muerte ¿a quién se lo otorga?

El síndrome de Xibalbá

Fernando García Molina
30 de julio, 2020

En la mitología maya, Xibalbá es el nombre del inframundo, ámbito subterráneo regido por las divinidades de la enfermedad y de la muerte: Hun-Camé y Vucub-Camé.


El 23 de agosto de 1973, el Kreditbanken, situado en la Plaza Norrmalmstorg, en el centro antiguo de Estocolmo, abrió por la mañana como todos los días. Junto a los primeros clientes entró Jan-Erik Olsson, llevando en su mano izquierda su chaqueta doblada con la que cubría una ametralladora. Ya adentro, Olsson empezó a disparar hacia el techo. Tanto el personal bancario como los pocos clientes que había a esa hora, se llenaron de terror.

Al sonar las alarmas dos guardias acudieron a controlar la situación, uno de ellos fue herido por un disparo de Olsson, el otro se rindió. La policía acudió presurosa, rodeó el banco e instaló francotiradores en los techos vecinos. El recinto bancario se había convertido en una ratonera. La inteligencia policial aseguraba que, si se actuaba de inmediato, muchos ocupantes podrían resultar muertos. Había que esperar, ganar tiempo.

Empezaron las negociaciones. Olsson quería US$ 700 mil en coronas suecas y otras divisas, así como un automóvil para escapar. El gobierno dijo que, si se entregaba pacíficamente y liberaba a todos los rehenes, recibiría un juicio justo. Rendirse sería un atenuante para otorgar la menor pena posible. Después empezaron a negociar de verdad.

Olsson había atado a los rehenes y los encerró en la bóveda, pero sabía que controlar a un número grande de personas confinadas en ese lugar sería cada vez más difícil. Mantener el alto nivel de terror que los hacía plegarse a su voluntad requeriría amenazas, prohibiciones y restricciones. Además, tendría que alimentarlos y darles de beber. Para que pudieran comer, ¡horror! habría que desatarlos.

Por entonces había un criminal famoso en toda Suecia. Su solo nombre causaba temor a los ciudadanos. Clark Oderth Olofsson estaba encerrado en la prisión de Norrköping, sentenciado por intento de asesinato, asalto, robo y tráfico de narcóticos. Allí se habían conocido con Olsson, especialista en abrir cajas fuertes y condenado a tres años por participar en un robo. Unos días antes había conseguido un permiso temporal para dejar la prisión. Admiraba profundamente a Olofsson.

Olsson amplió su demanda: dejaría salir a la mayor parte de los prisioneros incluidos clientes y personal del banco. A cambio la policía satisfaría su solicitud inicial (automóvil y dinero) y además le entregarán a Olofsson; conservaría a seis de los rehenes que le servirían para poder escapar.

La policía negoción con Olofsson y lo convenció para qué actuara como agente encubierto para cuidar de la seguridad de los rehenes y tratar que el secuestrador se entregara pacíficamente. También descubrió que a Olsson le seducía los carros Mustang, la gran moda entre los jóvenes de esa época. Así que Olofsson entró al estacionamiento del banco manejando un flamante Mustang azul con el tanque lleno y una bosa con el dinero solicitado (el Mustang tenía capacidad para dos niños y dos adultos; 8 personas y un viaje largo en él, era impensable). De todas formas, la policía no podía autorizar que sacara a los rehenes.

Kristin Enmark (23 años), empleada del banco, se convirtió en protagonista importante cuando relató lo sucedido durante los seis días que estuvieron secuestrados. “Me dio miedo por supuesto, y me tiré al piso. El ladrón vino a donde estaba y nos hizo señas a una colega y a mí para que nos levantáramos. Creo que mi cerebro dejó de funcionar. Era un terror sin nombre”. “Ni en mis peores pesadillas me había imaginado que algo así me iba a suceder“.


“Cuando llegó Olofsson inmediatamente tomó control de la situación. Ordenó a Olsson que desatara a las mujeres. Encontró a Sven Safstrom escondido en el depósito y lo llevó donde estaban los otros rehenes”.

Continúa Enmark: “Me acogió bajo su manto protector y me decía: «a ti nada te va a pasar». Es difícil explicar lo que sentí a alguien que no ha estado en esa situación, lo significativo fue eso para mí. Sentía que a alguien le importaba. Quizá era un tipo de dependencia. En todo caso, supe que, si Olsson iba a hacerle daño a alguien, no sería a mí”.

Olofsson colocó una chaqueta de lana sobre mis hombros cuando empecé a temblar, me tranquilizó cuando tuve un mal sueño y me dio una bala de su arma como recuerdo. También consoló a Birgitta Lundblad cuando no pudo comunicarse con su familia por teléfono y le dijo: “Inténtalo de nuevo; no te rindas “. Cuando Elisabeth Oldgren se quejó de claustrofobia, le permitió caminar fuera de la bóveda atada a una cuerda de 10 metros. Un año después ella dijo: Aunque con correa, recuerdo haber pensado que fue muy amable al permitirme salir de la bóveda.” Sus actos benévolos inspiraron a Olsson para actuar de semejante manera y despertaron la simpatía de sus rehenes. “Cuando nos trató bien”, dijo Sven Safstrom, único varón de los rehenes, podríamos pensar en él como un Dios de emergencia“.

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Pronto los rehenes empezaron a temer a la policía más que a sus secuestradores. Se permitió que el comisionado de policía entrara a inspeccionar la salud de los rehenes. Al salir dijo que los cautivos parecían hostiles a él y relajados y joviales con los pistoleros. El jefe de policía dijo a la prensa que dudaba que los pistoleros dañaran a los rehenes porque habían desarrollado una “relación bastante relajada”.

El primer ministro Olof Palme se encontraba preocupado por las inminentes elecciones nacionales y una vigilia en el lecho de muerte del venerado rey Gustavo VI Adolfo de 90 años, quien falleció 3 semanas después, el 15 de septiembre. Sin embargo, recibió la llamada que le hizo Enmark. Ella le suplicó: “permita que los ladrones me lleven con ellos en el auto de escape. “Confío plenamente en Clark y en Olsson, le aseguró a Palme. “No estoy desesperada. No nos han hecho nada. Por el contrario, han sido muy amables. Lo que me asusta es que la policía nos ataque y nos haga morir”.


Olsson amenazó con daños físicos a los rehenes, para presionar a Gobierno para que les permitiera llevar rehenes al salir. Ofrecía liberarlos cuando se sintiera a salvo. Amenazó con disparar a Safstrom en la pierna. Le dijo que “sólo” dispararía en el músculo sin tocar el hueso ni las venas. Enmark trató de convencer a su compañero de rehenes para que tomara la bala: “Pero Sven, ¡es solo en la pierna!”.

Finalmente, los secuestradores no hicieron daño físico a los rehenes. En la noche del 28 de agosto, después de 130 horas de cautiverio, la policía bombeó gases lacrimógenos en la bóveda y los perpetradores se rindieron. La policía pidió que los rehenes salieran primero, pero cuatro rehenes, protegiendo a sus secuestradores hasta el final, se negaron. Enmark gritó: “No, Jan y Clark van primero, ¡los matarán si salimos antes!”


En la puerta de la bóveda, convictos y rehenes se abrazaron, besaron y estrecharon la mano. Cuando la policía detuvo a los criminales, los rehenes gritaron: “¡No les hagan daño! ellos no nos hicieron daño”. Mientras Enmark se retiraba en una camilla, le gritó al esposado Olofsson: “Clark, te veré de nuevo”.

A fines del mes pasado, un lector y amigo me envió un correo diciendoY el Congreso nos recetó otros 30 días ¿Hasta cuándo reaccionaremos a estos y otros atropellos relacionados? Me para el pelo ver lo advenedizos que somos, empiezo a entender a cubanos y venezolanos que veía como apáticos e indolentes. En realidad, la conducta borreguil es patente y la imposición realmente funciona.

Los comunistas dominan estas técnicas y han estudiado a fondo el comportamiento humano. Nosotros, si mucho, reaccionamos improvisando, y nunca en rebaño sino desperdigados. El manejo de esta pandemia, desde su anuncio inicial y posteriores desarrollos, ha sido toda una escuela sobre el comportamiento del rebaño.

Que me expliquen ¿Cómo, estando encerrados, vamos a contagiarnos? y sin contagiarnos, ¿cómo vamos a desarrollar anticuerpos? No hay explicación. Pero seguimos haciendo caso a los políticos aun estando convencidos de que han politizado la salud. Cuando salgamos habrán perfeccionado sus estrategias y cuando les reclamemos, solo se reirán de nosotros.

Los suecos tuvieron su “Síndrome de Estocolmo”, mismo que los psicólogos no admitieron como parte de su ciencia, quedando relegado a la prensa y la literatura.

En su símil, que he llamado el Síndrome de Xibalbá, por favor dígame el lector ¿a quién o quiénes asocia con los secuestradores criminales? ¿Y los secuestrados? ¿Y la policía que tratando de liberarlos recibió desconfianza de los rehenes? ¿Quién representaa Xibalbá? ¿A quién le da el papel de Hun-Camé, dios de la enfermedad? y el rol de Vucub-Camé dios de la muerte ¿a quién se lo otorga?