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El ultimátum de los súper opulentos

Armando De la Torre
20 de enero, 2021

Al momento en que escribo estas líneas Jack Dorsey ya ha ordenado retirarle al aún Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, el acceso libre a su red digital de Twitter. 

Y Mark Zuckerberg, otro de los súper magnates del Silicon Valley y que resiente a Trump no menos que sus colegas de los otros medios, digitales o no, de comunicación, ha dispuesto suprimir cualquier información que pueda favorecer en alguna forma la imagen de ese Ejecutivo del país más rico y poderoso del mundo entero. 

Y hasta Jeff Bezos, quien hasta hace unas pocas semanas había sido calificado como el hombre más rico del entero planeta, y cuya fortuna se calcula que ya roza los doscientos mil millones de dólares, se ha sumado a esa campaña de desprestigio contra Trump ofreciendo comprar, o neutralizar, cualquier otra empresa digital que se muestre favorable hacia la figura de ese Presidente a punto de dejar el cargo. 

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Y así, no menos Bill Gates y su tan mimada esposa Linda, ambos dueños de Microsoft, se han sumado como otros tantos más a esa ofensiva del odio. 

Por no hablar de esos dos más tradicionales oligopolios de la prensa escrita norteamericana: el “New York Times” y el “Washington Post”.

Históricamente, para mí, nuevos ecos de aquel adagio del Eclesiastés que he repetido hasta el cansancio: simplemente, “nada nuevo bajo el sol”. 

Y todo ¿por qué?

Un marxista de los habituales quizás respondería que todo eso es un caso patente más de la “lucha de clases”. Yo, en cambio, lo interpreto como otro ejemplo de la eterna lucha por el poder entre competidores sin tregua y que nos es lamentablemente tan inherente según esa imagen bíblica que le es correlativa, y también muy triste, de un Caín y un Abel.  

Lo que asimismo me trae a la memoria aquel poema de Rubén Darío “Los motivos del lobo”: “El de un hombre lobo contra otro hombre lobo”. 

Y tal realidad sí la acepto en cuanto un hecho reiterado. 

Un ejemplo:

A finales del siglo XIX en Pittsburg, Pensilvania, los trabajadores del acero de aquel entonces, que se sentían tan rudamente explotados, y más tarde, efectivamente encima olvidados, chocaron con los guardias privados de la empresa Pinkteron, con cauda de muertos y heridos por ambos lados. 

El inculpado supuestamente en cuanto responsable de esa tragedia fue nadie menos que Andrew Carnegie, el multimillonario innovador de la industria. 

Todo el episodio ahora me resulta a mí mucho más aleccionador. Pues este otro súper rico llamado Donald Trump se halla ahora en una picota muy parecida a la de Carnegie: responsable de cualquiera y aun de todos los males imaginables del pueblo. Y todo atribuible a su pecado original de haberse atrevido a desafiar a los otros súper ricos de los medios de comunicación y de la política su olvido de las masas laboriosas, y con las cuales él se identifica, y que les habían hecho posible sus enorme prosperidad. 

Y sobre los cuales a su turno se había erigido ese imponente éxito jurídico y social que conocemos como los Estados Unidos de América.

Y en consecuencia, según Trump, ahora les habría de tocar a esos olvidadizos del Silicon Valley o de sus predecesores de la industria cinematográfica de Hollywood pagar por tanto arrogante olvido.

Lo cual no menos me devuelve a la memoria una vez más aquella ficción intitulada “1984” fabricada por George Orwell a mediados del siglo pasado, y que ahora nos sale al encuentro de nuevo pero esta vez con su disfraz digital. 

Así de actualizado, Orwell nos puede servir adicionalmente de un oráculo para entender mejor lo que nos acontece: el de un Gran Hermano que lo sabe todo, al estilo de los omnipotentes déspotas en la China y en la Corea del Norte de hoy. 

Y ya ese mismo Orwell nos había advertido sobre el verdadero significado de tan trágico pronóstico pero adelantado en el tiempo al año “1984”. O sea, ese totalitarismo que sería posible  derivar del recurso a la tecnología digital por unos pocos ingeniosos más alertas y sin escrúpulos. 

Y de cuyos réditos, por cierto, ya han disfrutado algunos dictadores en Asia no menos que esos nuevos opulentos de California. 

Ahí está también la raíz de tanto súbito rencor entre algunos muy acomodados vecinos, y sobre todo vecinas, de los mejores suburbios de las grandes ciudades americanas en contra de quien les recuerda su elegante indiferencia hacia las masas proletarias urbanas. 

Y dado que he agobiado tanto a mis amigos lectores, permítanme cerrar estas reflexiones con un texto risueño que me acaba de llegar no sé de dónde ni por quién:

“Hola, ¿Pizza Hut?

–No, señor. Pizzería Google.

–Ah, discúlpeme… marqué mal… 

–No señor, marcó bien. Google compró la cadena Pizza Hut.

–Ah, bueno… entonces anote mi pedido, por favor… 

–¿Lo mismo de siempre?

–¿Y usted cómo sabe lo que pido yo?

–Según su calle y su número de depto. y las últimas 12 veces usted ordenó una napolitana grande con jamón.

–Sí, esa quiero…

–¿Me permite sugerirle una pizza sin sal, con ricota, brócoli y tomate seco?

–¡No! Detesto las verduras.

–Su colesterol no es bueno, señor.

–¿Y usted cómo lo sabe?

–Cruzamos datos con el IGSS y tenemos los resultados de sus últimos 7 análisis de sangre. Acá me sale que sus triglicéridos tienen un valor de 180 mg/DL y su LDL es de…

–¡Basta, basta! ¡Quiero la napolitana! ¡Yo tomo mi medicamento!

–Perdón, señor, pero según nuestra base de datos no la toma con regularidad. La última caja de Lipitor de 30 comprimidos que usted compró en Farmacias Similares fue el pasado 2 de diciembre a las 3:26 p.m.

–¡Pero compré más en otra farmacia!

–Los datos de sus consumos con tarjeta de crédito no lo demuestran.

–¡Pagué en efectivo, tengo otra fuente de ingresos!

–Su última declaración de ingresos no lo demuestra. No queremos que tenga problemas con la SAT, señor…

–¡Ya no quiero nada!

–Perdón, señor, sólo queremos ayudarlo.

–¿Ayudarme? ¡Estoy harto de Google, Facebook, Twitter, WhatsApp, Instagram! ¡Me voy a ir a una isla sin internet, cable ni telefonía celular!

–Comprendo, señor, pero aquí me sale que su pasaporte está vencido desde hace 5 meses…”

¿Añadirán ahora a todo esto sus “soluciones” socialistoides supuestamente más humanizantes Joe Biden y Kamala Harris?… 

El ultimátum de los súper opulentos

Armando De la Torre
20 de enero, 2021

Al momento en que escribo estas líneas Jack Dorsey ya ha ordenado retirarle al aún Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, el acceso libre a su red digital de Twitter. 

Y Mark Zuckerberg, otro de los súper magnates del Silicon Valley y que resiente a Trump no menos que sus colegas de los otros medios, digitales o no, de comunicación, ha dispuesto suprimir cualquier información que pueda favorecer en alguna forma la imagen de ese Ejecutivo del país más rico y poderoso del mundo entero. 

Y hasta Jeff Bezos, quien hasta hace unas pocas semanas había sido calificado como el hombre más rico del entero planeta, y cuya fortuna se calcula que ya roza los doscientos mil millones de dólares, se ha sumado a esa campaña de desprestigio contra Trump ofreciendo comprar, o neutralizar, cualquier otra empresa digital que se muestre favorable hacia la figura de ese Presidente a punto de dejar el cargo. 

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Y así, no menos Bill Gates y su tan mimada esposa Linda, ambos dueños de Microsoft, se han sumado como otros tantos más a esa ofensiva del odio. 

Por no hablar de esos dos más tradicionales oligopolios de la prensa escrita norteamericana: el “New York Times” y el “Washington Post”.

Históricamente, para mí, nuevos ecos de aquel adagio del Eclesiastés que he repetido hasta el cansancio: simplemente, “nada nuevo bajo el sol”. 

Y todo ¿por qué?

Un marxista de los habituales quizás respondería que todo eso es un caso patente más de la “lucha de clases”. Yo, en cambio, lo interpreto como otro ejemplo de la eterna lucha por el poder entre competidores sin tregua y que nos es lamentablemente tan inherente según esa imagen bíblica que le es correlativa, y también muy triste, de un Caín y un Abel.  

Lo que asimismo me trae a la memoria aquel poema de Rubén Darío “Los motivos del lobo”: “El de un hombre lobo contra otro hombre lobo”. 

Y tal realidad sí la acepto en cuanto un hecho reiterado. 

Un ejemplo:

A finales del siglo XIX en Pittsburg, Pensilvania, los trabajadores del acero de aquel entonces, que se sentían tan rudamente explotados, y más tarde, efectivamente encima olvidados, chocaron con los guardias privados de la empresa Pinkteron, con cauda de muertos y heridos por ambos lados. 

El inculpado supuestamente en cuanto responsable de esa tragedia fue nadie menos que Andrew Carnegie, el multimillonario innovador de la industria. 

Todo el episodio ahora me resulta a mí mucho más aleccionador. Pues este otro súper rico llamado Donald Trump se halla ahora en una picota muy parecida a la de Carnegie: responsable de cualquiera y aun de todos los males imaginables del pueblo. Y todo atribuible a su pecado original de haberse atrevido a desafiar a los otros súper ricos de los medios de comunicación y de la política su olvido de las masas laboriosas, y con las cuales él se identifica, y que les habían hecho posible sus enorme prosperidad. 

Y sobre los cuales a su turno se había erigido ese imponente éxito jurídico y social que conocemos como los Estados Unidos de América.

Y en consecuencia, según Trump, ahora les habría de tocar a esos olvidadizos del Silicon Valley o de sus predecesores de la industria cinematográfica de Hollywood pagar por tanto arrogante olvido.

Lo cual no menos me devuelve a la memoria una vez más aquella ficción intitulada “1984” fabricada por George Orwell a mediados del siglo pasado, y que ahora nos sale al encuentro de nuevo pero esta vez con su disfraz digital. 

Así de actualizado, Orwell nos puede servir adicionalmente de un oráculo para entender mejor lo que nos acontece: el de un Gran Hermano que lo sabe todo, al estilo de los omnipotentes déspotas en la China y en la Corea del Norte de hoy. 

Y ya ese mismo Orwell nos había advertido sobre el verdadero significado de tan trágico pronóstico pero adelantado en el tiempo al año “1984”. O sea, ese totalitarismo que sería posible  derivar del recurso a la tecnología digital por unos pocos ingeniosos más alertas y sin escrúpulos. 

Y de cuyos réditos, por cierto, ya han disfrutado algunos dictadores en Asia no menos que esos nuevos opulentos de California. 

Ahí está también la raíz de tanto súbito rencor entre algunos muy acomodados vecinos, y sobre todo vecinas, de los mejores suburbios de las grandes ciudades americanas en contra de quien les recuerda su elegante indiferencia hacia las masas proletarias urbanas. 

Y dado que he agobiado tanto a mis amigos lectores, permítanme cerrar estas reflexiones con un texto risueño que me acaba de llegar no sé de dónde ni por quién:

“Hola, ¿Pizza Hut?

–No, señor. Pizzería Google.

–Ah, discúlpeme… marqué mal… 

–No señor, marcó bien. Google compró la cadena Pizza Hut.

–Ah, bueno… entonces anote mi pedido, por favor… 

–¿Lo mismo de siempre?

–¿Y usted cómo sabe lo que pido yo?

–Según su calle y su número de depto. y las últimas 12 veces usted ordenó una napolitana grande con jamón.

–Sí, esa quiero…

–¿Me permite sugerirle una pizza sin sal, con ricota, brócoli y tomate seco?

–¡No! Detesto las verduras.

–Su colesterol no es bueno, señor.

–¿Y usted cómo lo sabe?

–Cruzamos datos con el IGSS y tenemos los resultados de sus últimos 7 análisis de sangre. Acá me sale que sus triglicéridos tienen un valor de 180 mg/DL y su LDL es de…

–¡Basta, basta! ¡Quiero la napolitana! ¡Yo tomo mi medicamento!

–Perdón, señor, pero según nuestra base de datos no la toma con regularidad. La última caja de Lipitor de 30 comprimidos que usted compró en Farmacias Similares fue el pasado 2 de diciembre a las 3:26 p.m.

–¡Pero compré más en otra farmacia!

–Los datos de sus consumos con tarjeta de crédito no lo demuestran.

–¡Pagué en efectivo, tengo otra fuente de ingresos!

–Su última declaración de ingresos no lo demuestra. No queremos que tenga problemas con la SAT, señor…

–¡Ya no quiero nada!

–Perdón, señor, sólo queremos ayudarlo.

–¿Ayudarme? ¡Estoy harto de Google, Facebook, Twitter, WhatsApp, Instagram! ¡Me voy a ir a una isla sin internet, cable ni telefonía celular!

–Comprendo, señor, pero aquí me sale que su pasaporte está vencido desde hace 5 meses…”

¿Añadirán ahora a todo esto sus “soluciones” socialistoides supuestamente más humanizantes Joe Biden y Kamala Harris?…