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Cancelado y humillado; sentenciado y expuesto (Parte 2)

Juan Diego Godoy
30 de junio, 2021

Es, para sus críticos, la puesta en marcha de la tóxica idiosincracia puritana de los últimos tiempos; la  escrupulosidad excesiva en vía de lo políticamente correcto. Para sus simpatizantes, es todo lo contrario;  una especie de contrapoder en manos de las minorías que se rebelan contra el status quo. En un mundo  de grises que se empeña por alcanzar la utopía del blanco y del negro, la Cultura de la Cancelación es otro más de los temas polarizadores del mundo actual.  

Vamos a ello. 

Para abordar el tema es necesario resaltar que hay dos frentes. El que está en contra de esta práctica y el  que está a favor. En esta columna trataremos el segundo, puesto que en la entrega anterior profundizamos  sobre las críticas del primer grupo.

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¿Quién es capaz de derrotar al gigante? Si acudimos a referencias bíblicas a modo de analogía, la  respuesta está en David, quizás. El pequeño enclenque que derrota a un soldado gigantesco. Un tiro de  onda y listo. Hoy, en tiempos de gigantes tecnológicos, la lucha va a tiro de tuits y a posicionamiento de  tendencias en las plataformas digitales. Y los simpatizantes de la Cultura de la Cancelación lo saben muy  bien.  

Para los partidarios de estas prácticas, el fin que justifica sus medios está allí, en lo que llaman “justicia de  las minorías”. Cuando hablan los grupos históricamente discriminados que han vivido siempre al margen  del foco público, siempre suelen decir cosas disruptivas. Rompen con la normalidad porque ellos nunca  fueron parte de ella. Sacuden las instituciones, normas y tradiciones a las que nunca fueron invitados. Por  eso en este siglo han tenido tanto eco los mensajes ambientalistas e indigenistas, o los de diversidad de  género, feminismo y LGBTQ, y no se diga los de la eterna pugna entre ideologías que hoy por hoy se  traducen en conservadoras, progresistas, liberales y centristas. La Cultura de la Cancelación en manos de  las “minorías” —un término con el que personalmente no estoy de acuerdo y que seguro abordaré en otra  columna— suele ser utilizada para cambiar la perspectiva social o enmendar injusticias históricas. La  esclavitud, la igualdad de sexos, los derechos humanos, el auge de la clase media y la lucha  contra todas las formas de discriminación y racismo son buenos ejemplos de éxitos emprendidos  por estos grupos en las últimas décadas. Si bien no es infalible ni está exenta de excesos, sus  resultados han sido, depende a quién le pregunten, beneficiosos para la cohabitación del ser  humano en un espacio.  Además, la Cultura de la Cancelación ha calado en casos y movimientos que hoy por hoy son  gigantes. Por ejemplo, el movimiento MeToo contra el machismo o BlackLivesMatter, contra el  racismo sistemático. Otro de sus triunfos, sobre todo para en Estados Unidos han sido los casos  como el de Harvey Weinstein o Bill Cosby, que a golpe de redes sociales llegaron a ejercer la  presión suficiente para que los casos fueran llevados a un Tribunal y recibieran una sentencia  judicial —ambos fueron declarados culpables de múltiples violaciones y acoso sexual por jueces  de varias instancias. Así como lo hice en la columna anterior, vuelvo a  citar otro fragmento del artículo de Andrés Barba: “Es cierto que se producen linchamientos  injustificados, aleatorios y politizados pero también lo es que en muchos casos han servido para  dar voz a colectivos o sectores tradicionalmente menospreciados. No deberíamos olvidar que  cuando hablamos en estos contextos de proteger a la víctima muchas veces nos referimos a  personas que hasta ahora han tenido un gran prestigio y poder social y con frecuencia lo siguen  teniendo”. 

También Raquel Piñeiro lo explica de muy bien en este artículo de la revista ICON: “Ya que es inevitable que le vaya bien  prácticamente solo a los favorecidos por el sistema, los desfavorecidos intentan, por pura fuerza  numérica y a través de las redes, hacer valer sus opiniones, llamar la atención a los poderosos  sobre asuntos sociales, falta de sensibilidad hacia mujeres, personas que no son blancas o el  colectivo LGTBIQ”.

Leí por ahí que en el bando de los aterrados suele estar la gente que tiene algo que perder y en el  bando de los desesperados, la gente que tiene algo que ganar. Pero, ¿existe un bando mejor que  otro? Yo creo que sí, aunque más que de bandos, prefiero hablar de ideales y fines, de medios y maneras. Pero mi humilde opinión va en la próxima columna. 

@jdgodoyes 

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Cancelado y humillado; sentenciado y expuesto (Parte 2)

Juan Diego Godoy
30 de junio, 2021

Es, para sus críticos, la puesta en marcha de la tóxica idiosincracia puritana de los últimos tiempos; la  escrupulosidad excesiva en vía de lo políticamente correcto. Para sus simpatizantes, es todo lo contrario;  una especie de contrapoder en manos de las minorías que se rebelan contra el status quo. En un mundo  de grises que se empeña por alcanzar la utopía del blanco y del negro, la Cultura de la Cancelación es otro más de los temas polarizadores del mundo actual.  

Vamos a ello. 

Para abordar el tema es necesario resaltar que hay dos frentes. El que está en contra de esta práctica y el  que está a favor. En esta columna trataremos el segundo, puesto que en la entrega anterior profundizamos  sobre las críticas del primer grupo.

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¿Quién es capaz de derrotar al gigante? Si acudimos a referencias bíblicas a modo de analogía, la  respuesta está en David, quizás. El pequeño enclenque que derrota a un soldado gigantesco. Un tiro de  onda y listo. Hoy, en tiempos de gigantes tecnológicos, la lucha va a tiro de tuits y a posicionamiento de  tendencias en las plataformas digitales. Y los simpatizantes de la Cultura de la Cancelación lo saben muy  bien.  

Para los partidarios de estas prácticas, el fin que justifica sus medios está allí, en lo que llaman “justicia de  las minorías”. Cuando hablan los grupos históricamente discriminados que han vivido siempre al margen  del foco público, siempre suelen decir cosas disruptivas. Rompen con la normalidad porque ellos nunca  fueron parte de ella. Sacuden las instituciones, normas y tradiciones a las que nunca fueron invitados. Por  eso en este siglo han tenido tanto eco los mensajes ambientalistas e indigenistas, o los de diversidad de  género, feminismo y LGBTQ, y no se diga los de la eterna pugna entre ideologías que hoy por hoy se  traducen en conservadoras, progresistas, liberales y centristas. La Cultura de la Cancelación en manos de  las “minorías” —un término con el que personalmente no estoy de acuerdo y que seguro abordaré en otra  columna— suele ser utilizada para cambiar la perspectiva social o enmendar injusticias históricas. La  esclavitud, la igualdad de sexos, los derechos humanos, el auge de la clase media y la lucha  contra todas las formas de discriminación y racismo son buenos ejemplos de éxitos emprendidos  por estos grupos en las últimas décadas. Si bien no es infalible ni está exenta de excesos, sus  resultados han sido, depende a quién le pregunten, beneficiosos para la cohabitación del ser  humano en un espacio.  Además, la Cultura de la Cancelación ha calado en casos y movimientos que hoy por hoy son  gigantes. Por ejemplo, el movimiento MeToo contra el machismo o BlackLivesMatter, contra el  racismo sistemático. Otro de sus triunfos, sobre todo para en Estados Unidos han sido los casos  como el de Harvey Weinstein o Bill Cosby, que a golpe de redes sociales llegaron a ejercer la  presión suficiente para que los casos fueran llevados a un Tribunal y recibieran una sentencia  judicial —ambos fueron declarados culpables de múltiples violaciones y acoso sexual por jueces  de varias instancias. Así como lo hice en la columna anterior, vuelvo a  citar otro fragmento del artículo de Andrés Barba: “Es cierto que se producen linchamientos  injustificados, aleatorios y politizados pero también lo es que en muchos casos han servido para  dar voz a colectivos o sectores tradicionalmente menospreciados. No deberíamos olvidar que  cuando hablamos en estos contextos de proteger a la víctima muchas veces nos referimos a  personas que hasta ahora han tenido un gran prestigio y poder social y con frecuencia lo siguen  teniendo”. 

También Raquel Piñeiro lo explica de muy bien en este artículo de la revista ICON: “Ya que es inevitable que le vaya bien  prácticamente solo a los favorecidos por el sistema, los desfavorecidos intentan, por pura fuerza  numérica y a través de las redes, hacer valer sus opiniones, llamar la atención a los poderosos  sobre asuntos sociales, falta de sensibilidad hacia mujeres, personas que no son blancas o el  colectivo LGTBIQ”.

Leí por ahí que en el bando de los aterrados suele estar la gente que tiene algo que perder y en el  bando de los desesperados, la gente que tiene algo que ganar. Pero, ¿existe un bando mejor que  otro? Yo creo que sí, aunque más que de bandos, prefiero hablar de ideales y fines, de medios y maneras. Pero mi humilde opinión va en la próxima columna. 

@jdgodoyes 

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