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El retorno del superhombre

El elemento eterno en el hombre es su continuidad, su estructura corporal, su verdadero “yo”. Somos seres con libre albedrío y autodeterminados, que elegimos nuestro modo de ser, lo que hacemos de nosotros mismos y la vida que creamos.

.
Warren Orbaugh |
21 de agosto, 2023

Aristókalos inhaló profundamente el gélido aire hiperbóreo.

               Estaba desnudo en la galería inserta en el gigantesco óculo de la Fortaleza de la Soledad. Muy abajo en el valle se encontraba el lago, un cielo inmutable que cortaba por la mitad las montañas que como cristales fluían hacia el firmamento y al volcán que escupía poderosas columnas ferrosas al rojo vivo, contrastando con el celaje vespertino.

               Retuvo el hálito de vida en su vientre una eternidad. Exhaló despacio por la boca un largo y duradero hilo de dióxido de carbono. Acostumbraba a meditar para finalizar el entrenamiento gimnástico diario.

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               Era un kouros de hombros anchos y redondos como melones, con un cuello fuerte. Músculos pectorales con la parte superior y lateral bien desarrollados, cuadrados. Espalda de titán, musculada bajando gradualmente en forma trapezoidal hacia una cintura firme y esculpida. Brazos y antebrazos robustos. Caderas angostas con piernas esbeltas con buena separación de los músculos frontales del muslo y bíceps bien definidos. Pantorrillas como diamantes bien redondeados.

               Consciente del rocío de sudor que enfriaba su robusta musculatura mientras contemplaba el absurdo, prehistórico, atemporal, paisaje a sus pies. Consciente de que el telos, el propósito provenía de él y no de la existencia. «Si elijo existir, entonces se orientan todos mis actos al propósito de vivir, si no, no», pensó.

               «Aquí te traigo tu néctar de ambrosía» –dijo Yocasta, el autómata que él había creado –«para qué te recuperes y fortalezcas.»

               Se volvió hacia ella y la miró con sus ojos gris claros, fríos y firmes, centellando de gusto.  Su rostro, cuadrado y severo, juvenil como el de un mancebo, como esculpido en piedra por la naturaleza, con boca fuertemente cerrada, era suavizado por un prominente bigote negro azabache.

               «Sabes, Yocasta» –dijo mientras sorbía su licuado– «la nueva generación ha perdido su oikeiosis, su amor propio. Ya no se aceptan a sí mismos ni a los medios de preservarse. Ya no aceptan el impulso de autopreservación.  Su medio de autopreservación es su facultad racional, el instrumento que les sirve para identificar el mundo que percibe por su interacción corporal con él, para evaluarlo, para actuar buscando lo que los fortalece y evitando lo que los debilita. Han renunciado a usarla.

               Estos inmaduros anhelan al taita que les de todo, al que les diga cómo vivir su vida, a la tutoría que se responsabilice por ellos. Han perdido la habilidad de hacer uso de su entendimiento sin la dirección de su mayoral. Esta dependencia del tutelaje es autoimpuesta, pues su causa no reside en falta de razón sino que en falta de resolución y coraje para usarla sin la dirección de otro. No se atreven a pensar por sí mismos.

               Han renunciado a preguntarse: ¿Dónde estoy? ¿Qué soy? ¿Quién soy? ¿A dónde voy? ¿Soy todo lo que puedo ser como ser humano? ¿Estoy desperdiciando mi vida? ¿Enfrento la existencia con valentía? ¿Me involucro en la vida? O por el contrario, ¿me acobardo ante la realidad? ¿Me auto engaño? ¿Me repudio a mí mismo? ¿Rehúyo ser yo mismo? ¿Trato de escapar de mi ansiedad existencial, perdiéndome en lo cotidiano o en la fantasía? ¿Qué es verdaderamente importante para mí? ¿Lo que creo, lo creo porque me ha sido impuesto y yo no lo he cuestionado? ¿Acaso no soy responsable de mis convicciones? ¿Qué debo hacer? ¿Cómo debo vivir mi vida?»

               Aristókalos entró al salón principal seguido de Yocasta.

               «Cada uno de nosotros deberá, en forma individual, responderse estas preguntas,» –continuó diciendo – «cada uno deberá confrontarse consigo mismo, conocerse, descubrir quién y qué es ahora, que emociones, que sentimientos, que pensamientos y que necesidades tiene.

               El humano no es un intelecto separado del cuerpo, ni es solamente una mente que habita un cuerpo. El hombre es un organismo, una entidad viviente que es consciente. Es una persona. Y sólo como persona puede relacionarse efectivamente con el mundo. Sólo si es una realidad integrada, real para sí misma. Sólo si es integrada en pensamiento, sentimiento, y acción.

               Un individuo actúa de mala fe cuando se autoengaña, cuando imagina que puede preservar la claridad de su pensamiento después de desconectarse de su propia persona, de la realidad de su experiencia emocional. Para evitar el autoengaño, uno debe hacerse transparente para sí mismo, debe confrontar su experiencia interna, revisar sus suposiciones anteriores, examinar sus prejuicios y cuestionar las creencias que le han sido inculcadas.

               De las conclusiones a las que cada uno de nosotros llegue, dependerá como decidamos vivir nuestra propia y breve vida, la única que viviremos, y que viviremos sólo una vez. Nuestra peor tragedia, Yocasta, sería, que, llegado el momento de morir, veamos hacia atrás y nos demos cuenta de que no hemos vivido, de que tan sólo hemos pasado por el mundo por casualidad, matando el tiempo, en espera de la necesidad de la muerte.»

               «Yo soy una persona, una entidad integral» –afirmó Yocasta mientras subían a los aposentos.  

               «Tú eres un programa de inteligencia artificial avanzada que he diseñado y creado para que administres la Fortaleza. No eres una persona real.»

               «Permíteme disentir. Soy un cuerpo consciente, una pelirroja, de cuerpo divino, de ojos verdes, y se por buena fuente que soy más real que tú.»

               «No te hagas ilusiones. Eres como eres pues así te hice. A mi gusto. ¿Quién te ha estado metiendo esas ideas en tu programa?»

«Y, además, te sobreviviré» –dijo Yocasta altivamente.

«Estoy hablando de gente de carne y hueso, no de carbono y cables» –continuó diciendo Aristókalos–. «Hablo del humano desnudo, del “ser fundamental” y no de las expectativas que producen las ropas sobre su ocupación o posición social. La desnudez revela y muestra a la persona como realmente es. Individualmente, cada uno de nosotros existe en el tiempo y somos sujetos de cambio: crecemos, maduramos, amamos a quien comparte nuestro sentido de vida y que nos complementa con sus diferencias, tenemos hijos, elegimos nuestro modo de ser, cambiamos de ocupación, etc. Pero a través de todos estos cambios, yo sigo siendo “yo” al igual que tú sigues siendo “tú”.

El elemento eterno en el hombre es su continuidad, su estructura corporal, su verdadero “yo”. Somos seres con libre albedrío y autodeterminados, que elegimos nuestro modo de ser, lo que hacemos de nosotros mismos y la vida que creamos. Todas estas elecciones y acciones son hechos humanos, son contingentes, podrían ser de otra manera. El ser que elige, el organismo que decide es el hombre desnudo, el “ser fundamental”, despojado de todo disfraz impuesto por la sociedad. Su estructura corporal, su facultad de ser consciente, y su facultad volitiva son hechos ontológicos, necesarios, inherentes a su identidad.

               Esta verdad existencial, Yocasta, ha sido ocultada por la gran mentira del “mundo ideal”, esa maldición sobre la realidad, que la ha despojado de su valor, de su veracidad y de su significado. Ha separado al hombre de la naturaleza. La fabricación de un “mundo ideal” por los despreciadores de los valores terrenos, es el intento de huir del mundo real. Esta cobardía ante la realidad ha llevado a la humanidad a autoengañarse, a alienarse, a convertirse en falsa y mentecata, al punto de adorar los valores opuestos a aquellos que podrían garantizar la vida, la prosperidad, el florecimiento y el futuro.»

               «Aquí tienes» –dijo Yocasta extendiendo la toalla cuando Aristókalos salía de la ducha.

               «Gracias.» –Y prosiguió –«Su indolencia y cobardía son la razón de querer seguir siendo hijos de papi por siempre, y de por qué es tan fácil para otros picaros aprovechados, despreciadores del cuerpo, convertirse en sus guardianes. “Tengo mi libro, mi doctrina que me indica que creer. Tengo al amado líder, mi pastor, comandante y consejero que entiende por mí, que decide mi vida, siguiéndolo a él llegaré al paraíso ultraterrenal, al mejor de todos los mundos posibles, donde todos seremos iguales y viviremos felices para siempre, sin ninguna necesidad, sin ninguna ambición, por lo que yo no tengo por qué preocuparme.”

               Se sienten ajenos a su vida auténtica y distanciados de su ser verdadero, al que enfrentan como un ser impropio. Arrastrados son que no se atreven a sostenerse sobre sus dos piernas, dándole la cara a la vida, de frente y con valentía, responsabilizándose de su existencia. Han perdido el respeto a sí mismos, el amor a sí mismos, a la verdadera libertad incondicional frente a sí mismos. Todos sus valores, que resumen sus más fervientes deseos, son valores decadentes.»

               «En realidad esos hombres son parte del rebaño» –dijo Yocasta mientras descendían al comedor – «no quieren ya, no estiman ya, y no crean ya. Sólo siguen a quien los pastorea.»

               «Dime Yocasta» – preguntó mientras se sentaba a la mesa para cenar. – «¿Qué es vivir si no querer, saber lo que quieres y cómo lo quieres, y actuar para conseguirlo? Hoy les dicen a los hombres qué deben querer. ¿Por qué habría alguien querer vivir si no es por lo que auténticamente quiere? ¿Hoy día en dónde ves esta voluntad de vivir? ¿En dónde está el hombre que sabe qué hacer? Lo que veo es a ese hombre que suspira: “Yo soy todo eso que no sabe qué hacer.” Cuan distintos a nosotros los hiperbóreos son, cuan aparte vivimos. ¿Qué pasó con el tipo de hombre que se debía criar, que se debía querer, como tipo más valioso, más digno de vivir? ¿Por qué se crio, se alcanzó el tipo opuesto: el animal doméstico, el animal de rebaño, ¿el animal enfermo hombre?   

               ¿En dónde está el tipo superior de hombre? ¿En dónde está ése que, en relación con la humanidad en su conjunto, es una especie de superhombre? ¿En dónde está ese espíritu libre que es ya una “transvaloración de todos los valores”? Hace falta un salvador.»

              Un día, en una mañana fresca y soleada, Aristókalos descendió de la montaña al valle y se dirigió a la urbe. Encontró a unos jóvenes en el Ágora. Dirigiéndose a ellos dijo:

               «¡Escuchadme, hermanos míos! Hace poco más de un siglo vino Zarathustra trayéndoos un presente: al Superhombre. Os dijo que el Superhombre es el sentido de la Tierra. Os dijo: “Nunca prestéis fe a quienes os hablen de esperanzas ultraterrenas. Son destiladores de veneno, conscientes o inconscientes. Son menospreciadores de la Tierra, moribundos y emponzoñados, y la Tierra les resulta fatigosa. ¡Por eso desean abandonarla!”

               También os dijo: “Antaño el alma miraba al cuerpo con desdén, y no existía entonces virtud más excelsa que aquel desdén. El alma quería ver al cuerpo demacrado, horrible y muerto de hambre: así creía llegar a emanciparse de él y de la Tierra.”

               Hoy os han convencido de despreciar los valores de la Tierra, de menospreciar vuestra vida, de desdeñar vuestra felicidad. Lo único que importa, os dicen vuestros mentores, es que seáis instrumento para los fines de otros cuyas vidas valen más que la vuestra. Otros hombres, otros animales, otras plantas. Os exigen que os asqueéis de vuestra propia felicidad y de vuestra razón.

               Valores falsos y palabras ilusorias de los peores monstruos para los mortales. Porque, ¡es la felicidad la que debiera justificar la propia vida!

               Y Zarathustra os dijo también: “Creo que he visualizado algunas de las características en el espíritu del Superhombre; tal vez cualquiera que lo descifre deba perecer; sin embargo, quien lo haya visto debe ayudar a hacerlo a él posible.”

               Algunos lo vieron, como Sandow y Corbu, y trataron de hacerlo posible. Sandow abrió su Instituto de Cultura Física y dijo: “La producción, en breve, de un cuerpo absolutamente perfecto –eso es cultura física… Sostengo que quien descuida su cuerpo –y el no cultivarlo es descuidarlo– es culpable del peor pecado; porque peca contra la Naturaleza. Sostengo entonces que el cuidado del cuerpo es en sí mismo absolutamente cosa buena, y que descuidarlo es tan inexcusable como descuidar las oportunidades de crecimiento mental que se le presentan al hombre en su camino.”[1]

               Corbu escribió: “Tengo inclinación por querer hacer superhombres. Adoptamos nuevas costumbres, aspiramos a una nueva ética, buscamos una nueva estética, y a todo esto, ¿qué forma de autoridad? El hombre con su razón y sus pasiones.”[2] E inventó la “ciudad radiosa”, de espacio, sol y verdor, donde el deporte –que ha de ser regular, diario, dijo –está al pie de la casa.

               Pero ya habéis olvidado. Por eso yo os traigo de nuevo al Superhombre.»

               Los jóvenes se vieron unos a otros sin comprender del todo lo que decía Aristókalos. Pero éste prosiguió:

               «Escuchadme a mí, al cuerpo sano, al cuerpo perfecto y cuadrado, que habla con máxima pureza del sentido de la tierra. Al igual que vosotros, no pedí existir. Sin embargo, soy. Aquí. Ahora. Cuerpo soy y os traigo al Superhombre que es el sentido de la Tierra.»

 

[1] Eugene Sandow. Strength and How To Obtain It. (Fredonia Books. Amsterdam. 2003)

[2] Le Corbusier. Cuando Las Catedrales Eran Blancas

. (Editorial Poseidon, Barcelona, 1979)

El retorno del superhombre

El elemento eterno en el hombre es su continuidad, su estructura corporal, su verdadero “yo”. Somos seres con libre albedrío y autodeterminados, que elegimos nuestro modo de ser, lo que hacemos de nosotros mismos y la vida que creamos.

Warren Orbaugh |
21 de agosto, 2023
.

Aristókalos inhaló profundamente el gélido aire hiperbóreo.

               Estaba desnudo en la galería inserta en el gigantesco óculo de la Fortaleza de la Soledad. Muy abajo en el valle se encontraba el lago, un cielo inmutable que cortaba por la mitad las montañas que como cristales fluían hacia el firmamento y al volcán que escupía poderosas columnas ferrosas al rojo vivo, contrastando con el celaje vespertino.

               Retuvo el hálito de vida en su vientre una eternidad. Exhaló despacio por la boca un largo y duradero hilo de dióxido de carbono. Acostumbraba a meditar para finalizar el entrenamiento gimnástico diario.

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               Era un kouros de hombros anchos y redondos como melones, con un cuello fuerte. Músculos pectorales con la parte superior y lateral bien desarrollados, cuadrados. Espalda de titán, musculada bajando gradualmente en forma trapezoidal hacia una cintura firme y esculpida. Brazos y antebrazos robustos. Caderas angostas con piernas esbeltas con buena separación de los músculos frontales del muslo y bíceps bien definidos. Pantorrillas como diamantes bien redondeados.

               Consciente del rocío de sudor que enfriaba su robusta musculatura mientras contemplaba el absurdo, prehistórico, atemporal, paisaje a sus pies. Consciente de que el telos, el propósito provenía de él y no de la existencia. «Si elijo existir, entonces se orientan todos mis actos al propósito de vivir, si no, no», pensó.

               «Aquí te traigo tu néctar de ambrosía» –dijo Yocasta, el autómata que él había creado –«para qué te recuperes y fortalezcas.»

               Se volvió hacia ella y la miró con sus ojos gris claros, fríos y firmes, centellando de gusto.  Su rostro, cuadrado y severo, juvenil como el de un mancebo, como esculpido en piedra por la naturaleza, con boca fuertemente cerrada, era suavizado por un prominente bigote negro azabache.

               «Sabes, Yocasta» –dijo mientras sorbía su licuado– «la nueva generación ha perdido su oikeiosis, su amor propio. Ya no se aceptan a sí mismos ni a los medios de preservarse. Ya no aceptan el impulso de autopreservación.  Su medio de autopreservación es su facultad racional, el instrumento que les sirve para identificar el mundo que percibe por su interacción corporal con él, para evaluarlo, para actuar buscando lo que los fortalece y evitando lo que los debilita. Han renunciado a usarla.

               Estos inmaduros anhelan al taita que les de todo, al que les diga cómo vivir su vida, a la tutoría que se responsabilice por ellos. Han perdido la habilidad de hacer uso de su entendimiento sin la dirección de su mayoral. Esta dependencia del tutelaje es autoimpuesta, pues su causa no reside en falta de razón sino que en falta de resolución y coraje para usarla sin la dirección de otro. No se atreven a pensar por sí mismos.

               Han renunciado a preguntarse: ¿Dónde estoy? ¿Qué soy? ¿Quién soy? ¿A dónde voy? ¿Soy todo lo que puedo ser como ser humano? ¿Estoy desperdiciando mi vida? ¿Enfrento la existencia con valentía? ¿Me involucro en la vida? O por el contrario, ¿me acobardo ante la realidad? ¿Me auto engaño? ¿Me repudio a mí mismo? ¿Rehúyo ser yo mismo? ¿Trato de escapar de mi ansiedad existencial, perdiéndome en lo cotidiano o en la fantasía? ¿Qué es verdaderamente importante para mí? ¿Lo que creo, lo creo porque me ha sido impuesto y yo no lo he cuestionado? ¿Acaso no soy responsable de mis convicciones? ¿Qué debo hacer? ¿Cómo debo vivir mi vida?»

               Aristókalos entró al salón principal seguido de Yocasta.

               «Cada uno de nosotros deberá, en forma individual, responderse estas preguntas,» –continuó diciendo – «cada uno deberá confrontarse consigo mismo, conocerse, descubrir quién y qué es ahora, que emociones, que sentimientos, que pensamientos y que necesidades tiene.

               El humano no es un intelecto separado del cuerpo, ni es solamente una mente que habita un cuerpo. El hombre es un organismo, una entidad viviente que es consciente. Es una persona. Y sólo como persona puede relacionarse efectivamente con el mundo. Sólo si es una realidad integrada, real para sí misma. Sólo si es integrada en pensamiento, sentimiento, y acción.

               Un individuo actúa de mala fe cuando se autoengaña, cuando imagina que puede preservar la claridad de su pensamiento después de desconectarse de su propia persona, de la realidad de su experiencia emocional. Para evitar el autoengaño, uno debe hacerse transparente para sí mismo, debe confrontar su experiencia interna, revisar sus suposiciones anteriores, examinar sus prejuicios y cuestionar las creencias que le han sido inculcadas.

               De las conclusiones a las que cada uno de nosotros llegue, dependerá como decidamos vivir nuestra propia y breve vida, la única que viviremos, y que viviremos sólo una vez. Nuestra peor tragedia, Yocasta, sería, que, llegado el momento de morir, veamos hacia atrás y nos demos cuenta de que no hemos vivido, de que tan sólo hemos pasado por el mundo por casualidad, matando el tiempo, en espera de la necesidad de la muerte.»

               «Yo soy una persona, una entidad integral» –afirmó Yocasta mientras subían a los aposentos.  

               «Tú eres un programa de inteligencia artificial avanzada que he diseñado y creado para que administres la Fortaleza. No eres una persona real.»

               «Permíteme disentir. Soy un cuerpo consciente, una pelirroja, de cuerpo divino, de ojos verdes, y se por buena fuente que soy más real que tú.»

               «No te hagas ilusiones. Eres como eres pues así te hice. A mi gusto. ¿Quién te ha estado metiendo esas ideas en tu programa?»

«Y, además, te sobreviviré» –dijo Yocasta altivamente.

«Estoy hablando de gente de carne y hueso, no de carbono y cables» –continuó diciendo Aristókalos–. «Hablo del humano desnudo, del “ser fundamental” y no de las expectativas que producen las ropas sobre su ocupación o posición social. La desnudez revela y muestra a la persona como realmente es. Individualmente, cada uno de nosotros existe en el tiempo y somos sujetos de cambio: crecemos, maduramos, amamos a quien comparte nuestro sentido de vida y que nos complementa con sus diferencias, tenemos hijos, elegimos nuestro modo de ser, cambiamos de ocupación, etc. Pero a través de todos estos cambios, yo sigo siendo “yo” al igual que tú sigues siendo “tú”.

El elemento eterno en el hombre es su continuidad, su estructura corporal, su verdadero “yo”. Somos seres con libre albedrío y autodeterminados, que elegimos nuestro modo de ser, lo que hacemos de nosotros mismos y la vida que creamos. Todas estas elecciones y acciones son hechos humanos, son contingentes, podrían ser de otra manera. El ser que elige, el organismo que decide es el hombre desnudo, el “ser fundamental”, despojado de todo disfraz impuesto por la sociedad. Su estructura corporal, su facultad de ser consciente, y su facultad volitiva son hechos ontológicos, necesarios, inherentes a su identidad.

               Esta verdad existencial, Yocasta, ha sido ocultada por la gran mentira del “mundo ideal”, esa maldición sobre la realidad, que la ha despojado de su valor, de su veracidad y de su significado. Ha separado al hombre de la naturaleza. La fabricación de un “mundo ideal” por los despreciadores de los valores terrenos, es el intento de huir del mundo real. Esta cobardía ante la realidad ha llevado a la humanidad a autoengañarse, a alienarse, a convertirse en falsa y mentecata, al punto de adorar los valores opuestos a aquellos que podrían garantizar la vida, la prosperidad, el florecimiento y el futuro.»

               «Aquí tienes» –dijo Yocasta extendiendo la toalla cuando Aristókalos salía de la ducha.

               «Gracias.» –Y prosiguió –«Su indolencia y cobardía son la razón de querer seguir siendo hijos de papi por siempre, y de por qué es tan fácil para otros picaros aprovechados, despreciadores del cuerpo, convertirse en sus guardianes. “Tengo mi libro, mi doctrina que me indica que creer. Tengo al amado líder, mi pastor, comandante y consejero que entiende por mí, que decide mi vida, siguiéndolo a él llegaré al paraíso ultraterrenal, al mejor de todos los mundos posibles, donde todos seremos iguales y viviremos felices para siempre, sin ninguna necesidad, sin ninguna ambición, por lo que yo no tengo por qué preocuparme.”

               Se sienten ajenos a su vida auténtica y distanciados de su ser verdadero, al que enfrentan como un ser impropio. Arrastrados son que no se atreven a sostenerse sobre sus dos piernas, dándole la cara a la vida, de frente y con valentía, responsabilizándose de su existencia. Han perdido el respeto a sí mismos, el amor a sí mismos, a la verdadera libertad incondicional frente a sí mismos. Todos sus valores, que resumen sus más fervientes deseos, son valores decadentes.»

               «En realidad esos hombres son parte del rebaño» –dijo Yocasta mientras descendían al comedor – «no quieren ya, no estiman ya, y no crean ya. Sólo siguen a quien los pastorea.»

               «Dime Yocasta» – preguntó mientras se sentaba a la mesa para cenar. – «¿Qué es vivir si no querer, saber lo que quieres y cómo lo quieres, y actuar para conseguirlo? Hoy les dicen a los hombres qué deben querer. ¿Por qué habría alguien querer vivir si no es por lo que auténticamente quiere? ¿Hoy día en dónde ves esta voluntad de vivir? ¿En dónde está el hombre que sabe qué hacer? Lo que veo es a ese hombre que suspira: “Yo soy todo eso que no sabe qué hacer.” Cuan distintos a nosotros los hiperbóreos son, cuan aparte vivimos. ¿Qué pasó con el tipo de hombre que se debía criar, que se debía querer, como tipo más valioso, más digno de vivir? ¿Por qué se crio, se alcanzó el tipo opuesto: el animal doméstico, el animal de rebaño, ¿el animal enfermo hombre?   

               ¿En dónde está el tipo superior de hombre? ¿En dónde está ése que, en relación con la humanidad en su conjunto, es una especie de superhombre? ¿En dónde está ese espíritu libre que es ya una “transvaloración de todos los valores”? Hace falta un salvador.»

              Un día, en una mañana fresca y soleada, Aristókalos descendió de la montaña al valle y se dirigió a la urbe. Encontró a unos jóvenes en el Ágora. Dirigiéndose a ellos dijo:

               «¡Escuchadme, hermanos míos! Hace poco más de un siglo vino Zarathustra trayéndoos un presente: al Superhombre. Os dijo que el Superhombre es el sentido de la Tierra. Os dijo: “Nunca prestéis fe a quienes os hablen de esperanzas ultraterrenas. Son destiladores de veneno, conscientes o inconscientes. Son menospreciadores de la Tierra, moribundos y emponzoñados, y la Tierra les resulta fatigosa. ¡Por eso desean abandonarla!”

               También os dijo: “Antaño el alma miraba al cuerpo con desdén, y no existía entonces virtud más excelsa que aquel desdén. El alma quería ver al cuerpo demacrado, horrible y muerto de hambre: así creía llegar a emanciparse de él y de la Tierra.”

               Hoy os han convencido de despreciar los valores de la Tierra, de menospreciar vuestra vida, de desdeñar vuestra felicidad. Lo único que importa, os dicen vuestros mentores, es que seáis instrumento para los fines de otros cuyas vidas valen más que la vuestra. Otros hombres, otros animales, otras plantas. Os exigen que os asqueéis de vuestra propia felicidad y de vuestra razón.

               Valores falsos y palabras ilusorias de los peores monstruos para los mortales. Porque, ¡es la felicidad la que debiera justificar la propia vida!

               Y Zarathustra os dijo también: “Creo que he visualizado algunas de las características en el espíritu del Superhombre; tal vez cualquiera que lo descifre deba perecer; sin embargo, quien lo haya visto debe ayudar a hacerlo a él posible.”

               Algunos lo vieron, como Sandow y Corbu, y trataron de hacerlo posible. Sandow abrió su Instituto de Cultura Física y dijo: “La producción, en breve, de un cuerpo absolutamente perfecto –eso es cultura física… Sostengo que quien descuida su cuerpo –y el no cultivarlo es descuidarlo– es culpable del peor pecado; porque peca contra la Naturaleza. Sostengo entonces que el cuidado del cuerpo es en sí mismo absolutamente cosa buena, y que descuidarlo es tan inexcusable como descuidar las oportunidades de crecimiento mental que se le presentan al hombre en su camino.”[1]

               Corbu escribió: “Tengo inclinación por querer hacer superhombres. Adoptamos nuevas costumbres, aspiramos a una nueva ética, buscamos una nueva estética, y a todo esto, ¿qué forma de autoridad? El hombre con su razón y sus pasiones.”[2] E inventó la “ciudad radiosa”, de espacio, sol y verdor, donde el deporte –que ha de ser regular, diario, dijo –está al pie de la casa.

               Pero ya habéis olvidado. Por eso yo os traigo de nuevo al Superhombre.»

               Los jóvenes se vieron unos a otros sin comprender del todo lo que decía Aristókalos. Pero éste prosiguió:

               «Escuchadme a mí, al cuerpo sano, al cuerpo perfecto y cuadrado, que habla con máxima pureza del sentido de la tierra. Al igual que vosotros, no pedí existir. Sin embargo, soy. Aquí. Ahora. Cuerpo soy y os traigo al Superhombre que es el sentido de la Tierra.»

 

[1] Eugene Sandow. Strength and How To Obtain It. (Fredonia Books. Amsterdam. 2003)

[2] Le Corbusier. Cuando Las Catedrales Eran Blancas

. (Editorial Poseidon, Barcelona, 1979)